Por Pedro Brieger
En 13/05/2022
El 2 de octubre Jair Bolsonaro y Lula da Silva se verán las caras disputando la presidencia. Salvo que ocurra algún hecho inesperado esta vez -a diferencia de 2018 porque estaba preso- Lula sí competirá con Bolsonaro. Aunque el contraste entre ambos parezca abismal por trayectoria y densidad política, y Lula haya sido uno de los presidentes más populares de Brasil y Bolsonaro apenas un diputado marginal, Bolsonaro es el presidente. Y si la historia la escriben los que ganan, Bolsonaro tiene la posibilidad de seguir escribiéndola.
La gran diferencia con la elección anterior es el rol que ahora juegan las Fuerzas Armadas articuladas con el presidente Bolsonaro. No es casual que Lula haya mantenido contactos informales con la cúpula de las FFAA para comprobar si éstas reconocerían su triunfo. Este hecho por sí solo habla a las claras de la importancia de las FFAA en el actual contexto político brasileño. No es casual. No fueron depuradas después de una dictadura de 21 años, tienen una gran representación en el gabinete y el presidente reivindica el golpe militar de 1964. Vale la pena recordar que en 2018, mientras Lula era candidato, amenazaron con un golpe de Estado si el Poder Judicial no lo enviaba a la cárcel. Ahora, abiertamente intervienen en la campaña electoral cuestionando el método de votación en sintonía con Bolsonaro que en más de una oportunidad criticó el voto electrónico adoptado en 1996, el mismo que lo llevó a la presidencia. Fiel a su estilo, aseguró que había “ganado” en primera vuelta en 2018 y que se cometió fraude en 2014 cuando fue electa Dilma Rousseff, aunque no aportó ningún elemento serio para corroborar sus dichos.
Para transparentar aún más la campaña electoral el Tribunal Supremo Electoral (TSE) decidió crear una Comisión de Transparencia de las Elecciones (CTE) con la participación de diversas organizaciones de la sociedad civil, el Congreso y…. las Fuerzas Armadas. Sí, las Fuerzas Armadas de Brasil hoy tienen voz legitimada para opinar sobre el proceso electoral. Y así los hicieron. A través de un escrito el ministerio de defensa presentó varias “recomendaciones” que motivaron una larga respuesta técnica de rechazo del TSE por inadecuadas y carentes de rigor.
Pero a nadie se le escapa que el trasfondo es el interés de Bolsonaro de enturbiar el proceso electoral desacreditando el sistema ante una eventual derrota. Las críticas de las Fuerzas Armadas parecen basadas en cuestiones “técnicas” para maquillar su verdadera intención: intervenir para garantizar la reelección de Bolsonaro e impedir el retorno de Lula a la presidencia.
El 2 de octubre Jair Bolsonaro y Lula da Silva se verán las caras disputando la presidencia. Salvo que ocurra algún hecho inesperado esta vez -a diferencia de 2018 porque estaba preso- Lula sí competirá con Bolsonaro. Aunque el contraste entre ambos parezca abismal por trayectoria y densidad política, y Lula haya sido uno de los presidentes más populares de Brasil y Bolsonaro apenas un diputado marginal, Bolsonaro es el presidente. Y si la historia la escriben los que ganan, Bolsonaro tiene la posibilidad de seguir escribiéndola.
La gran diferencia con la elección anterior es el rol que ahora juegan las Fuerzas Armadas articuladas con el presidente Bolsonaro. No es casual que Lula haya mantenido contactos informales con la cúpula de las FFAA para comprobar si éstas reconocerían su triunfo. Este hecho por sí solo habla a las claras de la importancia de las FFAA en el actual contexto político brasileño. No es casual. No fueron depuradas después de una dictadura de 21 años, tienen una gran representación en el gabinete y el presidente reivindica el golpe militar de 1964. Vale la pena recordar que en 2018, mientras Lula era candidato, amenazaron con un golpe de Estado si el Poder Judicial no lo enviaba a la cárcel. Ahora, abiertamente intervienen en la campaña electoral cuestionando el método de votación en sintonía con Bolsonaro que en más de una oportunidad criticó el voto electrónico adoptado en 1996, el mismo que lo llevó a la presidencia. Fiel a su estilo, aseguró que había “ganado” en primera vuelta en 2018 y que se cometió fraude en 2014 cuando fue electa Dilma Rousseff, aunque no aportó ningún elemento serio para corroborar sus dichos.
Para transparentar aún más la campaña electoral el Tribunal Supremo Electoral (TSE) decidió crear una Comisión de Transparencia de las Elecciones (CTE) con la participación de diversas organizaciones de la sociedad civil, el Congreso y…. las Fuerzas Armadas. Sí, las Fuerzas Armadas de Brasil hoy tienen voz legitimada para opinar sobre el proceso electoral. Y así los hicieron. A través de un escrito el ministerio de defensa presentó varias “recomendaciones” que motivaron una larga respuesta técnica de rechazo del TSE por inadecuadas y carentes de rigor.
Pero a nadie se le escapa que el trasfondo es el interés de Bolsonaro de enturbiar el proceso electoral desacreditando el sistema ante una eventual derrota. Las críticas de las Fuerzas Armadas parecen basadas en cuestiones “técnicas” para maquillar su verdadera intención: intervenir para garantizar la reelección de Bolsonaro e impedir el retorno de Lula a la presidencia.