Odio, locura y pobreza
Horrores del neoliberalismo
Por Sergio Zabalza
6 de mayo de 2022
"No intentes consolarme de la muerte, esclarecido Odiseo: preferiría vivir aquí en la tierra y servir como labrador a otro, a algún hombre indigente de pocos recursos, antes que reinar sobre todos los muertos".
Odisea, IV[1]
La oscura y delirante faz de una subjetividad que en sus convocatorias cuelga muñecos con los nombres del presidente; la vice; referentes de izquierda y de derechos humanos, figura la ominosa lista de ataques a indigentes perpetrados en los últimos tiempos. El dato corrobora el aberrante carácter ideológico de un sector enceguecido por el odio cuyo carácter de clase no hace más que asumir como una amenaza la presencia del pobre; el diferente; o el desvalido. El breve resumen de una larga y ominosa serie de agresiones quizás nos permita colegir la raíz subjetiva que articula el rechazo al pobre con el horror a la propia locura.
A pocos días de comenzar el año, en el barrio de Pompeya, una mujer prendió fuego el colchón donde dormía una persona en situación de calle. Se trataba de un hombre que salvó su vida gracias a un transeúnte que lo despertó. No es la primera vez que esta barbarie se da cita en nuestro país. Tiempo atrás --septiembre de 2021-- fue detenido un hombre de treinta y cuatro años de edad por rociar con alcohol y prender fuego a una persona en situación de calle que dormía a pocos metros de la estación de tren en la ciudad de La Plata. En ese caso, la víctima de este acto de barbarie fue internada en estado desesperante. Durante el gobierno cambiemita la indigencia creció merced al plan que intentó cambiar la matriz de nuestra economía y que como todo resultado dejó en la calle --sin metáfora-- a cientos de miles de personas. Una tragedia que la pandemia impidió resolver y cuyo solo correlato es el odio de clase, del cual estos ataques continúan dando testimonio.
Los ejemplos abundan. En julio de 2019, a pocas cuadras de la Casa Rosada murió de frío Sergio Zacariaz: una persona en situación de calle de 52 años de edad. En mayo de de ese mismo año unas personas que pernoctaban bajo un puente fueron atacadas por al menos dos sujetos. Los agresores filmaron el video en el que se advierte que las víctimas eran empapadas con un líquido inflamable para luego ser literalmente encendidas y así terminar con serias heridas. En septiembre de 2016 unos jugadores de rugby filmaron el brutal empellón que, al solo efecto de regalarse una diversión, le propinaron a un indigente que transitaba por una vereda de la ciudad. En octubre de 2017 la barbarie para con los desvalidos llegó quizás a su punto más desquiciado cuando en la ciudad de Mendoza un grupo de policías detuvo en forma violenta a un no vidente que pedía limosna con el argumento de que estaba drogado y que con su bastón blanco y su tarrito “provocaba disturbios en la vía pública”. El hecho había ocurrido poco después de que, en esta misma urbe andina, un grupo de vecinos prendiera fuego a una persona que yacía dormida en la vereda.
Una breve reflexión en torno a este brutal rechazo a la vulnerabilidad humana encarnada en las personas en situación de calle revela que el trabajo, más temprano que tarde, dejará de ser un valor, y no precisamente para enaltecer el carácter espiritual de la mendicidad, sino todo lo contrario. En efecto, historiadores como Yuval Noah Harari (Homos Deus) o filósofos como Byung Chul Han (La sociedad del cansancio) avizoran un mundo escindido entre seres agobiados por la exigencia de rendimiento y otros condenados a la miseria y la marginación. Ningún hecho, discurso o circunstancia es ajeno al momento y lugar en que acontece, de allí que esta crueldad es el siniestro testimonio de una subjetividad en ciernes: el Otro es descartable, no existe.
Muy lejos de esta miseria ética, Diógenes el cínico --que vivía como un linyera-- fue un filósofo que hizo del desprecio a la posesión material y los poderes instituidos el eje central de su posición existencial. Bien haríamos, si no en vivir como Diógenes, en reflexionar sobre los múltiples horizontes que una persona elige para cargar con el peso de la existencia en cada época y situación. No sólo para aceptar la diferencia que --paradoja mediante-- encarna el semejante, sino también para preservar ese lazo por el cual, en los ojos del Otro, reconozco lo más íntimo y vulnerable de mí.
Es aquí donde el rechazo al pobre se articula con el horror a la locura. Un reciente hecho resulta por demás demostrativo al respecto. Días atrás, un funcionario de esta ciudad --más precisamente el jefe de Gobierno-- brindó una acabada muestra de la brutal violencia simbólica que suele aplicarse a personas con problemas de salud mental, en especial si se encuentran en situación de calle. Al referirse al muy lamentable episodio en que una agente de policía resultó lesionada a raíz de un golpe en la cabeza propinado por un indigente que padece un evidente desequilibrio anímico, Horacio Rodríguez Larreta no tuvo mejor idea que referirse al mismo como un “delincuente”.
El hecho reúne los puntos clave por los cuales la segregación es el rasgo preponderante de las comunidades gobernadas por el neoliberalismo: el odio a lo diferente que habita en el propio sujeto. Desde este punto de vista el horror al “loco” no hace más que actualizar el rechazo a los aspectos negados del in-dividuo, esa ficción por la cual una persona se envalentona para decir: Yo soy Yo. Argumento que no llega lejos tal como lo demuestra el malestar que los síntomas se encargan de aportar para probar que el primer Yo poco tiene que ver con el que termina la frase. Se trata de la alienación del ser hablante en los espejismos de una identidad, cuya originaria bastardía “engendra la cuadratura inagotable de las reaseveraciones del yo”[2].
Como correlato del rechazo a esta precariedad subjetiva, el odio al pobre emerge en tanto afirmación de una unidad imposible cuyo fracaso se traduce en el odio al semejante. Lo cierto es que a partir de este delirante individualismo que distingue a nuestra época bien valdría preguntarse: ¿a quién cuelgan cuando cuelgan esos muñecos?
Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología de la Universidad de Buenos Aires.
Notas:
[1] Odisea IV, en Sigmund Freud, “De guerra y muerte. Temas de
[2] Jacques Lacan (1949), “El estadio del espejo como formador de la función del yo [Je] tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica”, en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo XXI, 1998, p. 90.