20 may 2022

LA MONEDA

Oriente y occidente


OTHER NEWS (Por Boaventura de Sousa Santos*)
18.05.2022





Imagen: Pixabay


Al igual que ocurre con los puntos cardinales norte y sur, Oriente y Occidente son mucho más que orientaciones geoposicionales; son dispositivos culturales, conceptos, metáforas, que expresan imágenes positivas o negativas, que solo pueden entenderse en el espejo una de la otra.

Las imágenes positivas implican ideas de superioridad, originalidad, fascinación, armonía, civilización, belleza y grandeza; mientras que las imágenes negativas evocan lo contrario de estos calificativos. Las imágenes se basan en binarismos, pero a veces combinan ideas contradictorias, como por ejemplo la fascinación y el horror. La construcción de las imágenes depende siempre del punto de partida, oriental u occidental, de quien las proyecta. La longevidad de la contraposición entre Occidente y Oriente en la cultura y en las relaciones internacionales es tal que se ha convertido en un arquetipo, una especie de inconsciente colectivo junguiano que aflora en la conciencia de múltiples formas, siempre que las circunstancias lo permitan. Tal vez estemos entrando en el período en que este arquetipo volverá a aflorar; por ello, la relación Occidente-Oriente merece ser revisada.

Las relaciones entre Oriente y Occidente se remontan a más de 4.000 años. Están muy presentes en la Antigüedad griega, en la Biblia, en las Cruzadas. Los flujos de bienes y personas caracterizaron estas relaciones durante muchos siglos en el espacio-tempo que más nos interesa, Eurasia, esa inmensa masa de tierra situada entre el Cabo de la Roca y el extremo sureste de la península de Malasia. 92 países, con Rusia y Turquía divididas entre una parte europea y otra asiática. Los viajes portugueses por vía marítima a la India y luego a China y Japón, al mismo tiempo que alteraron los circuitos comerciales, permitieron una enorme expansión de los conocimientos. Las Conversaciones sobre los simples, las drogas y las sustancias medicinales de la India, de Garcia de Orta, editado en Goa en 1563, es un ejemplo notable de esta expansión. En los siglos siguientes, el interconocimiento se profundizó y, sobre todo en los siglos XVII y XVIII, dominó la curiosidad y, a veces, la admiración recíproca. Durante todo este tiempo, las mejores telas, porcelanas y otros utensilios venían de China y de la India. Hasta principios del siglo XIX, China era la gran potencia comercial. En el siglo XIX, todo comenzó a cambiar en el lado europeo. Desde la Revolución industrial (década de 1830) hasta la Conferencia de Berlín (1884-85), que procedió al reparto de África por las potencias europeas, Europa (entonces equivalente a Occidente) confirmaba a escala global su poder político, económico y militar. En sus clases de historia, Hegel es el primero en teorizar esta superioridad como expresión de la progresión del espíritu de la historia, de Oriente a Occidente. Sería en Occidente donde culminaría esta progresión, simbolizada en el Estado prusiano. Dice Hegel: «La historia mundial viaja de Oriente a Occidente; por eso, Europa es el fin absoluto de la historia, tal como Asia es el comienzo». Es en este mismo período que la cultura griega se separa de sus raíces africanas y asiáticas (Alejandría, Persia) para servir como fundamento puro y exclusivo de la excepcionalidad europea. Esta lectura sigue siendo dominante hoy en día, pero ha sido cada vez más cuestionada.

En este texto me refiero solo a dos revisiones influyentes, ambas hechas en el lado occidental. Muchas otras se han hecho en el lado oriental y, además, están disponibles en idiomas accesibles. La primera revisión es de Edward Said en su obra Orientalismo, publicada en 1978. Said analiza la forma en que los occidentales han ido caracterizando a Oriente, destacando las diferencias, concibiéndolo como un otro tan diferente como negativamente evaluado. Said no se propone caracterizar a Oriente, sino la forma en que este ha sido caracterizado o imaginado por la cultura y la política occidentales. Analiza fundamentalmente el mundo árabe y muestra cómo la caracterización siempre ha estado al servicio del colonialismo europeo. Los orientales son concebidos como bárbaros, primitivos, violentos, despóticos, fanáticos y culturalmente estancados. Su único camino de redención o civilización es adoptar las ideas progresistas de Occidente. Said muestra cómo esta narrativa dice más sobre los occidentales que sobre los orientales. Por ejemplo, la obsesión con la forma en que se trata a las mujeres en Oriente es reveladora de las obsesiones occidentales a este respecto. En tiempos recientes, algunos lectores de Said han tratado de reconstruir la imagen de Occidente que surge de la preocupación por resaltar todo aquello a lo que se contrapone. Desde mi punto de vista, el mérito de Said es mostrarnos que a lo largo de la historia se han creado estereotipos sobre el otro, en este caso el «oriental» o el «árabe», y que estos estereotipos fueron utilizados para justificar la invasión, la colonización y la dominación política. Influenciado por la concepción del poder-saber de Foucault, Said muestra que la cultura a menudo ha funcionado como justificación del imperialismo. Por ejemplo, la narrativa de la homogeneización y demonización del otro islámico es deconstruida por Said, al mostrar la enorme diversidad interna del islam.

La segunda revisión de las relaciones Occidente-Oriente ha sido realizada por varios historiadores. Tras la monumental obra de Joseph Needham (Ciencia y Civilización en China), la revisión más importante es la de Jack Goody en los libros The Eurasian Miracl, The Deft of History, The East in the West y Renaissances. Jack Goody nos muestra cómo la idea hegeliana de la Historia ha llegado a dominar las narrativas y concepciones de Occidente y sus relaciones con Oriente. Goody trata de combatir los estereotipos que siguen imperando, como la idea de la excepcionalidad y la originalidad occidentales, enumerando las aportaciones orientales a mucho de lo que suponemos específicamente occidental (desde la Revolución científica hasta la Revolución industrial). Mientras Edward Said hace un análisis culturalista, Goody se centra en los procesos de producción y los intercambios comerciales. A este nivel, fue común en Europa, a partir del siglo XIX, la idea de que el desarrollo económico y social de Occidente contrastaba fuertemente con el de Oriente y que había buenas razones para que esto sucediera. Tanto Max Weber como Karl Marx, autores con ideas diferentes en tantas áreas, coincidieron en considerar que Occidente tenía características únicas, originales y excepcionales, residiendo en ellas el enorme desarrollo económico y político de Occidente en comparación con el de Oriente. Es importante recordar que las causas de la superioridad y originalidad de Occidente (y, por el contrario, de la inferioridad de Oriente) fueron concebidas en relación con la esencia constitutiva de las respectivas sociedades, y no siendo posible cambiarlas. Entre las causas que justificaban el atraso de Oriente, se invocaba la deficiente racionalidad (que impedía el desarrollo de la contabilidad), la religión (que en sus versiones budista y confucionista favorecía la contemplación y no la transformación de la realidad) y la familia (que, al ser extensa y de múltiples vínculos, impedía la movilidad de sus miembros para la actividad productiva). En ambos autores está presente la idea del despotismo oriental, formas de gobierno particularmente opresivas que caracterizarían tanto al imperio otomano como al imperio chino.

Estos análisis, que funcionaban como espejos invertidos de Occidente y eran muy selectivos, tenían como referencia positiva solo unos pocos países europeos y se centraban en el período de expansión colonial y de la Revolución industrial. Omitían que durante siglos Europa había importado bienes esenciales de India (algodón, seda) y de China (porcelanas). Omitían también que en el siglo IX Bagdad era uno de los grandes centros culturales del mundo, donde académicos de todo el mundo se reunían en la Casa de la Sabiduría, creada por la dinastía Abasida, siendo allí también donde se crearon las condiciones para que siglos después los europeos tuvieran acceso a la filosofía griega traducida al latín del árabe y del hebreo (en la escuela de traductores de Toledo en los siglos XII y XIII).

En las lecturas dominantes de las relaciones Occidente-Oriente, las razones que explican el éxito de Occidente (y el fracaso de Oriente) son esencialistas y, por lo tanto, sugieren que la historia que sucedió no podría haber sucedido de otra manera. No hay lugar para la contingencia. Como se puede imaginar, en tiempos más recientes estas lecturas están siendo desacreditadas. El desarrollo de Japón y más tarde de China y del sudeste asiático contradijo todas las premisas de las explicaciones convencionales. Y lo mismo sucedió con el tema de la familia extensa, cuando los europeos empezaron a ver el floreciente pequeño comercio de sus ciudades dominado por familias asiáticas, a veces la misma familia con negocios en varios continentes. Lo que una vez fue un obstáculo para el desarrollo se convirtió en un facilitador del desarrollo.

A la luz de esto, dos apuntes se imponen. La primera es que la historia es contingente. En la larga duración histórica, la dirección de las relaciones entre Occidente y Oriente es menos unidireccional que de péndulo: durante siglos dominó Oriente, desde hace dos siglos ha dominado Occidente. Hay señales de que este dominio puede estar llegando a su fin, ya que a principios de la próxima década China será el país más desarrollado del mundo (si ninguna guerra, mientras tanto, lo destruye).

El segundo apunte es que, contra los hechos, la explicación tradicional de la inferioridad de Oriente sigue dominando el imaginario popular occidental. Se vuelve, por lo tanto, fácil de instrumentalizar políticamente. Siempre que los europeos sienten la necesidad de occidentalizar su imagen, orientalizan la de los países con los que tienen problemas, especialmente si pertenecen tanto a Europa como a Asia, como es el caso de Turquía y Rusia. Cuando Europa quiso rechazar la entrada de Turquía en la Unión Europea, la orientalizó. Ahora, la legítima condena a la invasión ilegal de Ucrania está legitimando la orientalización de Rusia. Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez. En Público.es, 18.06.22

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*Académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU) y de diversos establecimientos académicos del mundo. Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial.

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