Poslatinidad
Nieves y Miro Fuenzalida
Ago 6, 2023
El lugar común de los lideres del autodenominado mundo libre es que el Occidente es democrático, tolerante y esencialmente bueno y el resto es antidemocrático, bárbaro y fundamentalmente malvado. En palabras del jefe de Política Exterior de la Unión Europea, Josep Borrel, “Europa es un jardín, mientras que la mayor parte del resto del mundo es una jungla”… ¿Realmente?… Como el economista y autor boliviano, Gabriel Loza y el analista político Juan Guahan, nos recuerdan en uno de sus recientes escritos… “Aquella Europa vino, conquistó y colonizó estas tierras. Sometió a los pueblos originarios que en ellas habitaban. Con las riquezas que estaban en las entrañas de estas tierras financió gran parte del despliegue industrial que colocó a Europa en la cúspide del poder mundial”.
En realidad, y ésto no es una novedad, la América que hoy conocemos existe como consecuencia de la expansión colonial europea. Fueron los españoles y portugueses los que en el siglo XVI nombraron el continente. Los Incas y Aztecas, antes de la invasión, no vivían en América, ni menos en América Latina. La narrativa que describe estos eventos como “descubrimiento”, según Walter Mignolo, ha sido contada, no por los habitantes de Anáhuac o Tawantinsuyu, sino por los mismos europeos. Y ha tomado mas de cuatrocientos años, dice, para pasar de la idea de “descubrimiento” a la de “invención”. La primera presupone la perspectiva europea e imperial de la historia mundial, en tanto que la segunda refleja la perspectiva critica de los que han quedado rezagados y silenciados, los que, en verdad, constituyen la gran masa de los marginados y “condenados de la tierra”. América como invención revela, sin lugar a dudas, la lógica de la colonialidad oculta tras la retorica de la modernidad.
En realidad, y ésto no es una novedad, la América que hoy conocemos existe como consecuencia de la expansión colonial europea. Fueron los españoles y portugueses los que en el siglo XVI nombraron el continente. Los Incas y Aztecas, antes de la invasión, no vivían en América, ni menos en América Latina. La narrativa que describe estos eventos como “descubrimiento”, según Walter Mignolo, ha sido contada, no por los habitantes de Anáhuac o Tawantinsuyu, sino por los mismos europeos. Y ha tomado mas de cuatrocientos años, dice, para pasar de la idea de “descubrimiento” a la de “invención”. La primera presupone la perspectiva europea e imperial de la historia mundial, en tanto que la segunda refleja la perspectiva critica de los que han quedado rezagados y silenciados, los que, en verdad, constituyen la gran masa de los marginados y “condenados de la tierra”. América como invención revela, sin lugar a dudas, la lógica de la colonialidad oculta tras la retorica de la modernidad.
¿Cómo se “inventó”, entonces, América Latina? Cuando la primera y segunda generación de criollos de descendencia europea viviendo en latín y anglo América se independizó del dominio imperial se apropiaron del nombre del continente para sí mismos y pasaron a autollamarse americanos. Y más tarde, a mediados del siglo XIX, surgió la idea de América “Latina” a partir del concepto de “Latinidad” que estaba siendo avanzado por Francia, seguida por Italia, España y Portugal, herederos del imperio romano, para tomar la delantera en Europa y confrontar la continua expansión de Estados Unidos hacia el sur de las colonias y desplazar, al mismo tiempo, la idea de una “Confederación de Naciones Hispanoamericanas” propuesta por Simón Bolívar.
Como nota Mignolo, los criollos blancos y mestizos adoptaron esta idea de “latinidad” para crear su propia identidad poscolonial que le dio la cara a Francia y la espalda a España y Portugal, rezagadas en la marcha hacia el modernismo. En consecuencia, América Latina no es tanto un subcontinente como un proyecto político de las élites criollas y mestizas. El problema, sin embargo, es que terminó por ser un arma de doble filo. Creó una nueva unidad continental elevando a la población de ascendencia europea, pero a costa de borrar a las poblaciones indígenas y afro que quedaron fuera del juego. Sus historias, sus narrativas acerca de los orígenes del ser humano, su religión, sus lenguajes y sus formas de organización social fueron silenciadas y su civilización transformada en ruinas.
Así, la población criolla de ascendencia europea se convirtió en América Latina en los amos del continente, en la élite poscolonial, pero sin dejar de ser inferiores y subordinados con respecto a Europa. Curiosamente, la conciencia criolla ha sido el efecto de una doble conciencia: la consciencia de no ser lo que se supone ser… europeo. Como dice Mignolo, el ser como no ser es la marca de la colonialidad. Los afrocriollos y los indios no tienen el mismo problema. Su consciencia crítica no surge del hecho de no ser europeos, sino de no ser considerados ni siquiera como humanos.
Élite poscolonial no significa, como se pudiera creer, el fin de la lógica colonial, sino que simplemente se refiere al período posterior al cambio del régimen colonial gobernado desde la metrópolis a un régimen nacional regido por los criollos. Y fue en este giro cuando nació el colonialismo interno y “latino”. La dependencia no desapareció, sino que fue simplemente reestructurada con la misma lógica: la devaluación de las condiciones humanas de aquellos destinados a ser dominados, explotados y controlados. En lugar de comprometerse con el análisis critico, la élite criolla se dedicó a emular a los intelectuales europeos y a imaginar que sus historias locales podrían ser construidas siguiendo las ideas republicanas y liberales de Francia o Inglaterra, en lugar de la crítica del colonialismo y la construcción de un proyecto decolonial.
Este fracaso, según Mignolo, duró mas de ciento cincuenta años y dio forma a la configuración socioeconómica e intelectual de la historia de “Latino” América, hasta que los movimientos sociales disidentes, particularmente los lideres indígenas y afrodescendientes, no impregnados con las tradiciones republicanas, liberales o socialistas, comenzaron a encontrar los senderos que los criollos latinoamericanos no tuvieron interés en seguir, cegados con la fantasía de creerse europeos y emisarios de la misión civilizadora modernista, al estilo del argentino Domingo Faustino Sarmiento, que el chileno Francisco Bilbao a mediados del siglo XIX denunció como defensor del nuevo instrumento imperial de expansión. “Latín” América, vista las cosas de esta manera, lleva en su nombre el peso de la ideología imperial española, portuguesa y francesa.
Los condenados de la tierra
Desde hace algún tiempo hemos venido presenciando el surgimiento de un nuevo tipo de conocimiento que responde a las necesidades de los condenados de la tierra. La reproducción continua de la herida colonial, según Mignolo, ha venido generando proyectos políticos radicales, nuevos tipos de conocimiento y nuevos movimientos sociales. Cambios en la “idea de América Latina” están siendo promovidos por ese sector activo de la sociedad que no tiene acceso al Estado ni a los mercados, pero que tienen, sin embargo, el poder de perturbar el conjunto de creencias en las que se basa la ciencia, la filosofía, la ética, la estética y la teoría económica y política.
Un potencial epistémico perseguido por un sector de la población que piensa desde principios distintos de los de Aristóteles, Platón o la Biblia y por ello han sido desestimados, racializados, inferiorizados y colonizados. La diferencia entre los movimientos socialistas y comunistas durante la Guerra Fría y los movimiento indígenas de hoy es que estos últimos no piensan ni operan dentro de la lógica del sistema, sino que intentan cambiar, no sólo su contenido, sino su lógica. La Teología de la Liberación, tal como fue articulada por los teólogos latinos disidentes. contribuyó a agudizar la consciencia critica del siglo XX. Hoy día, sin embargo, la crítica viene de los actores que siempre han quedado fuera de la idea eurocéntrica de latinidad. Desvinculados de ese concepto, el interés crítico de los indígenas, afro, mujeres de color, gays y lesbianas es construir una América pos-Latina. El liderazgo viene de la energía de cada localidad y de la historia de la colonización del saber y del ser. El liderazgo ya no puede provenir sólo de los proyectos eurocéntricos de liberación, ya sean de la Teología de la Liberación o del marxismo socialista. La “verdad” está en otra parte.
La historia lineal de Europa, que va desde el Renacimiento a la Ilustración y Modernidad y de la Modernidad a la posmodernidad, está siendo desplazada por el surgimiento del paradigma de la coexistencia. Los intelectuales afroandinos, dice Mignolo, en lugar de alienarse a sí mismos pensando con marcos conceptuales que no pertenecen a su propia experiencia, definen lo propio con ideas y experiencias surgidas de ellos mismos que los libera de la colonización y les permite trabajar hacia un futuro posible que ya no es dictado por la iglesia, los estados capitalistas o el sector privado. Como proyecto político uno no tiene que ser indígena, afro o latino para respaldar una política que contribuya a descolonizar el saber y luchar contra la opresión.
Los desafíos de los pueblos indígenas de la región andina, Chile, Centro América y el sur de México marca una nueva tendencia por la organización social, económica y de vida de los pueblos que se inicia con el levantamiento zapatista de 1994 y sigue con los pueblos indígenas de Bolivia, Ecuador, Colombia y Guatemala y los movimientos afrocaribeños y afroandinos. Las primeras líneas de la Declaración Zapatista subraya quinientos años de lucha por la liberación y descolonización del saber.
Lo que los intelectuales y líderes indígenas intentan es desvincularse de los estándares de conocimiento occidentales que supuestamente se dan como la única forma en que la historia mundial puede ser conocida. Pensar lo contrario es posible y las mejores soluciones no se encuentran necesariamente en el orden real de las cosas bajo el neoliberalismo. Para ellos la interculturalidad, a diferencia del multiculturalismo, no significa hablar con la misma lógica en dos lenguas diferentes, sino la colaboración de dos lógicas diferentes para el bien de todos. “Multiculturalidad” significa que los principios hegemónicos del conocimiento están controlados por el Estado y las personas tienen la libertad para mantener sus culturas, digamos sus bailes, su música, sus comidas, sus vestimentas y religión, en la medida que no desafíen los principios que fundamentan la política, la economía y la ética que gestiona el Gobierno.
“Interculturalidad”, por el contrario, significa que hay dos cosmologías distintas en funcionamiento, occidentales e indígenas. “Interculturalidad”, en sentido amplio, es la reivindicación radical de los derechos epistémicos indígenas que son bastante diferentes de los derechos culturales. En el hecho hay un ethos indígena, reprimido por los españoles y luego por los criollos, que nunca ha desaparecido, aunque ha sido transformado desde la época colonial. Contrario al ethos criollo, se funda en una lógica distinta que hoy resurge para intervenir en el ethos de la modernidad eurocéntrica habitada por diseños globales corporativos.
Las filosofías caribeñas y afroandinas están cambiando el rostro de “América Latina”. Si por alguna razón los criollos necesitamos preservar la “latinidad” como rasgo distintivo, también tendríamos que reconocer que hay millones de personas en el subcontinente para quienes “latín” América significa “una morada que no es de ellos, una casa que no les pertenece, un espacio donde tienen que pedir permiso para entrar”. La inclusión otorgada por la generosidad del Estado no basta. La cosa no es inclusión, sino interculturalidad, un proyecto compartido basado en diferentes orígenes. Como dicen los zapatista de Chiapas, significa “habitar en un mundo donde coexisten muchos mundos”.
Lo menos que uno podría decir es que con los proyectos indígenas que van desde Chile a Canadá, el mundo, el planeta y sus diferentes ecologías están relativamente mas seguras en sus manos que con la lógica explotativa y exterminista del Modernismo.
* Profesores de Filosofia chilenos graduados en la Universidad de Chile. Residen en Ottawa, Canadá, desde el 1975. Nieves estuvo 12 meses preso en uno de los campos de concentración durante la dictadura de Augusto Pinochet. Han publicado seis libros de ensayos y poesia. Colaboran con surysur.ney y el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
Como nota Mignolo, los criollos blancos y mestizos adoptaron esta idea de “latinidad” para crear su propia identidad poscolonial que le dio la cara a Francia y la espalda a España y Portugal, rezagadas en la marcha hacia el modernismo. En consecuencia, América Latina no es tanto un subcontinente como un proyecto político de las élites criollas y mestizas. El problema, sin embargo, es que terminó por ser un arma de doble filo. Creó una nueva unidad continental elevando a la población de ascendencia europea, pero a costa de borrar a las poblaciones indígenas y afro que quedaron fuera del juego. Sus historias, sus narrativas acerca de los orígenes del ser humano, su religión, sus lenguajes y sus formas de organización social fueron silenciadas y su civilización transformada en ruinas.
Así, la población criolla de ascendencia europea se convirtió en América Latina en los amos del continente, en la élite poscolonial, pero sin dejar de ser inferiores y subordinados con respecto a Europa. Curiosamente, la conciencia criolla ha sido el efecto de una doble conciencia: la consciencia de no ser lo que se supone ser… europeo. Como dice Mignolo, el ser como no ser es la marca de la colonialidad. Los afrocriollos y los indios no tienen el mismo problema. Su consciencia crítica no surge del hecho de no ser europeos, sino de no ser considerados ni siquiera como humanos.
Élite poscolonial no significa, como se pudiera creer, el fin de la lógica colonial, sino que simplemente se refiere al período posterior al cambio del régimen colonial gobernado desde la metrópolis a un régimen nacional regido por los criollos. Y fue en este giro cuando nació el colonialismo interno y “latino”. La dependencia no desapareció, sino que fue simplemente reestructurada con la misma lógica: la devaluación de las condiciones humanas de aquellos destinados a ser dominados, explotados y controlados. En lugar de comprometerse con el análisis critico, la élite criolla se dedicó a emular a los intelectuales europeos y a imaginar que sus historias locales podrían ser construidas siguiendo las ideas republicanas y liberales de Francia o Inglaterra, en lugar de la crítica del colonialismo y la construcción de un proyecto decolonial.
Este fracaso, según Mignolo, duró mas de ciento cincuenta años y dio forma a la configuración socioeconómica e intelectual de la historia de “Latino” América, hasta que los movimientos sociales disidentes, particularmente los lideres indígenas y afrodescendientes, no impregnados con las tradiciones republicanas, liberales o socialistas, comenzaron a encontrar los senderos que los criollos latinoamericanos no tuvieron interés en seguir, cegados con la fantasía de creerse europeos y emisarios de la misión civilizadora modernista, al estilo del argentino Domingo Faustino Sarmiento, que el chileno Francisco Bilbao a mediados del siglo XIX denunció como defensor del nuevo instrumento imperial de expansión. “Latín” América, vista las cosas de esta manera, lleva en su nombre el peso de la ideología imperial española, portuguesa y francesa.
Los condenados de la tierra
Desde hace algún tiempo hemos venido presenciando el surgimiento de un nuevo tipo de conocimiento que responde a las necesidades de los condenados de la tierra. La reproducción continua de la herida colonial, según Mignolo, ha venido generando proyectos políticos radicales, nuevos tipos de conocimiento y nuevos movimientos sociales. Cambios en la “idea de América Latina” están siendo promovidos por ese sector activo de la sociedad que no tiene acceso al Estado ni a los mercados, pero que tienen, sin embargo, el poder de perturbar el conjunto de creencias en las que se basa la ciencia, la filosofía, la ética, la estética y la teoría económica y política.
Un potencial epistémico perseguido por un sector de la población que piensa desde principios distintos de los de Aristóteles, Platón o la Biblia y por ello han sido desestimados, racializados, inferiorizados y colonizados. La diferencia entre los movimientos socialistas y comunistas durante la Guerra Fría y los movimiento indígenas de hoy es que estos últimos no piensan ni operan dentro de la lógica del sistema, sino que intentan cambiar, no sólo su contenido, sino su lógica. La Teología de la Liberación, tal como fue articulada por los teólogos latinos disidentes. contribuyó a agudizar la consciencia critica del siglo XX. Hoy día, sin embargo, la crítica viene de los actores que siempre han quedado fuera de la idea eurocéntrica de latinidad. Desvinculados de ese concepto, el interés crítico de los indígenas, afro, mujeres de color, gays y lesbianas es construir una América pos-Latina. El liderazgo viene de la energía de cada localidad y de la historia de la colonización del saber y del ser. El liderazgo ya no puede provenir sólo de los proyectos eurocéntricos de liberación, ya sean de la Teología de la Liberación o del marxismo socialista. La “verdad” está en otra parte.
La historia lineal de Europa, que va desde el Renacimiento a la Ilustración y Modernidad y de la Modernidad a la posmodernidad, está siendo desplazada por el surgimiento del paradigma de la coexistencia. Los intelectuales afroandinos, dice Mignolo, en lugar de alienarse a sí mismos pensando con marcos conceptuales que no pertenecen a su propia experiencia, definen lo propio con ideas y experiencias surgidas de ellos mismos que los libera de la colonización y les permite trabajar hacia un futuro posible que ya no es dictado por la iglesia, los estados capitalistas o el sector privado. Como proyecto político uno no tiene que ser indígena, afro o latino para respaldar una política que contribuya a descolonizar el saber y luchar contra la opresión.
Los desafíos de los pueblos indígenas de la región andina, Chile, Centro América y el sur de México marca una nueva tendencia por la organización social, económica y de vida de los pueblos que se inicia con el levantamiento zapatista de 1994 y sigue con los pueblos indígenas de Bolivia, Ecuador, Colombia y Guatemala y los movimientos afrocaribeños y afroandinos. Las primeras líneas de la Declaración Zapatista subraya quinientos años de lucha por la liberación y descolonización del saber.
Lo que los intelectuales y líderes indígenas intentan es desvincularse de los estándares de conocimiento occidentales que supuestamente se dan como la única forma en que la historia mundial puede ser conocida. Pensar lo contrario es posible y las mejores soluciones no se encuentran necesariamente en el orden real de las cosas bajo el neoliberalismo. Para ellos la interculturalidad, a diferencia del multiculturalismo, no significa hablar con la misma lógica en dos lenguas diferentes, sino la colaboración de dos lógicas diferentes para el bien de todos. “Multiculturalidad” significa que los principios hegemónicos del conocimiento están controlados por el Estado y las personas tienen la libertad para mantener sus culturas, digamos sus bailes, su música, sus comidas, sus vestimentas y religión, en la medida que no desafíen los principios que fundamentan la política, la economía y la ética que gestiona el Gobierno.
“Interculturalidad”, por el contrario, significa que hay dos cosmologías distintas en funcionamiento, occidentales e indígenas. “Interculturalidad”, en sentido amplio, es la reivindicación radical de los derechos epistémicos indígenas que son bastante diferentes de los derechos culturales. En el hecho hay un ethos indígena, reprimido por los españoles y luego por los criollos, que nunca ha desaparecido, aunque ha sido transformado desde la época colonial. Contrario al ethos criollo, se funda en una lógica distinta que hoy resurge para intervenir en el ethos de la modernidad eurocéntrica habitada por diseños globales corporativos.
Las filosofías caribeñas y afroandinas están cambiando el rostro de “América Latina”. Si por alguna razón los criollos necesitamos preservar la “latinidad” como rasgo distintivo, también tendríamos que reconocer que hay millones de personas en el subcontinente para quienes “latín” América significa “una morada que no es de ellos, una casa que no les pertenece, un espacio donde tienen que pedir permiso para entrar”. La inclusión otorgada por la generosidad del Estado no basta. La cosa no es inclusión, sino interculturalidad, un proyecto compartido basado en diferentes orígenes. Como dicen los zapatista de Chiapas, significa “habitar en un mundo donde coexisten muchos mundos”.
Lo menos que uno podría decir es que con los proyectos indígenas que van desde Chile a Canadá, el mundo, el planeta y sus diferentes ecologías están relativamente mas seguras en sus manos que con la lógica explotativa y exterminista del Modernismo.
* Profesores de Filosofia chilenos graduados en la Universidad de Chile. Residen en Ottawa, Canadá, desde el 1975. Nieves estuvo 12 meses preso en uno de los campos de concentración durante la dictadura de Augusto Pinochet. Han publicado seis libros de ensayos y poesia. Colaboran con surysur.ney y el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)