Por Daniel Kersffeld
7 de diciembre de 2024
. Imagen: AFP
Las últimas semanas de gobierno de Joe Biden amenazan con extender todavía más la guerra de la OTAN contra Rusia, sumando nuevos actores y escenarios, y tornando cada vez más sombrías las perspectivas para alcanzar la paz en un corto plazo.
El actual avance de la organización islamista Hayat Tahrir al-Sham (HTS) desde la estratégica ciudad de Homs, luego de la toma de Alepo y de Hama, no solo reactiva la guerra en Siria que, hasta el momento, causó más de 700 muertes y, según las Naciones Unidas, el desplazamiento de más 60 mil personas. El objetivo sería, además, confrontar contra Rusia, el principal aliado del presidente Bashar al-Asad (foto,mural).
Con el interés puesto en la pronta conquista de Damasco, la insurgencia yihadista al mando de Abu Mohamed al Jawlani, buscaría así desequilibrar Medio Oriente mediante la construcción de un frente de lucha alternativo y distractivo a la inicial estrategia territorial trazada por Rusia contra la OTAN en Ucrania.
El repliegue de Estados Unidos y la posterior intervención de Rusia a partir de 2015 en la guerra civil siria fue importante no sólo para inclinar la balanza a favor del gobierno, sino también para aquietar el conflicto y, finalmente, lograr una pacificación provisoria en un escenario impredecible y con múltiples actores en lucha e intereses en pugna.
Una vez terminada la guerra, Para Moscú el resguardo de Damasco resultó fundamental para su influencia geopolítica en la región, donde además cuenta con Tartús, su única base naval en el Mediterráneo oriental, y con Jmeimim, una base aérea siria que es operada por militares rusos.
Pero la renovada actuación del islamismo amenaza con detonar acuerdos y alianzas. Hayat Tahrir al-Sham, la “Organización para la Liberación del Levante”, tiene un desenvolvimiento de casi una década y media. Surgió en Siria como un desprendimiento del Frente al-Nusra, la filial oficial de Al Qaeda en ese país, y progresivamente fue reemplazando su interés por la yihad global para concentrarse en desplazar del gobierno a Bashar al-Asad.
Desde 2017 HTS ha sido la fuerza predominante en Idlib, el último bastión rebelde importante en Siria, donde ha consolidado su labor territorial, operando como una red paraestatal, siempre en oposición al gobierno de Damasco y con la ayuda de otros actores involucrados, como Turquía.
Muchas zonas siguen bajo control estatal sólo nominalmente, y el gobierno central depende en gran medida del apoyo de Rusia e Irán. Sin embargo, estos aliados han estado preocupados por sus respectivos conflictos contra Ucrania e Israel, por lo que han diluido su apoyo a Siria.
Paralelamente, en estos últimos años, HTS ha reforzado su capacidad militar, a través de una profesionalización de sus combatientes, la reorganización de sus unidades en una estructura más convencional, y la creación de fuerzas especializadas capaces de ejecutar ataques estratégicos.
Al parecer, el desarrollo militar de la entidad yihadista habría contado, entre otros, con la colaboración de las organizaciones armadas y de seguridad de Ucrania.
El 3 de diciembre, el embajador de Rusia ante las Naciones Unidas acusó a los servicios de inteligencia ucranianos de ayudar a los rebeldes contra el gobierno del presidente sirio al-Assad. Según el funcionario ruso, existiría un “rastro identificable” que mostraba que el servicio de inteligencia militar de Ucrania está “proporcionando armas a los combatientes” en Siria.
Una vez más se refuerza la tesis que asegura que en medio de la guerra con Rusia, Ucrania logró consolidar un mercado negro de armamentos y proyectiles, que se sirve de los constantes envíos efectuados por las potencias de la OTAN y que se direcciona a los más diversos confines del planeta. También existen denuncias de que instructores militares ucranianos están presentes en Siria, entrenando a los combatientes del HTS para sus distintas operaciones en el frente.
De hecho, informes preliminares indican los grupos ucranianos en Siria pertenecen a la unidad del Centro de Operaciones Especiales del Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU), denominada “Lobo Blanco” (“Bili vovk”). Estas fuerzas especiales están equipadas con equipos y tecnologías de reconocimiento avanzados, especializadas en el manejo de vehículos aéreos no tripulados, y fundamentales en los ataques con drones contra las fuerzas rusas. Son los mismos recursos bélicos que actualmente se utilizan en la ofensiva en Alepo y otras ciudades de la región.
El gobierno de Estados Unidos negó cualquier tipo de responsabilidad en la vinculación entre los combatientes ucranianos y los yihadistas del HTS y atribuyó esta nueva escalada a la falta de control por parte de Rusia, y de los gobiernos aliados de Irán y de Siria.
Sin embargo, resulta evidente la ganancia de la Casa Blanca al fomentar y capitalizar esta nueva crisis en la que Rusia se ve forzada a desviar recursos estratégicos en medio de su enfrentamiento contra la OTAN, y en un contexto de creciente debilitamiento de las fuerzas ucranianas. De igual modo, apuesta a enredar al próximo mandatario, Donald Trump, en un escenario bélico que probablemente el caudillo republicano no pensaba activar (al menos, no en un primer momento).
A menos de dos meses del final de su gobierno, Joe Biden parece empeñado en dejar una situación global más compleja que la que existía en 2021, al inicio de su mandato presidencial. La reactivación de la guerra en Siria, junto con la eventual reaparición del Estado Islámico (ISIS), podrían ser sólo algunos de sus legados más trágicos y oscuros.
Las últimas semanas de gobierno de Joe Biden amenazan con extender todavía más la guerra de la OTAN contra Rusia, sumando nuevos actores y escenarios, y tornando cada vez más sombrías las perspectivas para alcanzar la paz en un corto plazo.
El actual avance de la organización islamista Hayat Tahrir al-Sham (HTS) desde la estratégica ciudad de Homs, luego de la toma de Alepo y de Hama, no solo reactiva la guerra en Siria que, hasta el momento, causó más de 700 muertes y, según las Naciones Unidas, el desplazamiento de más 60 mil personas. El objetivo sería, además, confrontar contra Rusia, el principal aliado del presidente Bashar al-Asad (foto,mural).
Con el interés puesto en la pronta conquista de Damasco, la insurgencia yihadista al mando de Abu Mohamed al Jawlani, buscaría así desequilibrar Medio Oriente mediante la construcción de un frente de lucha alternativo y distractivo a la inicial estrategia territorial trazada por Rusia contra la OTAN en Ucrania.
El repliegue de Estados Unidos y la posterior intervención de Rusia a partir de 2015 en la guerra civil siria fue importante no sólo para inclinar la balanza a favor del gobierno, sino también para aquietar el conflicto y, finalmente, lograr una pacificación provisoria en un escenario impredecible y con múltiples actores en lucha e intereses en pugna.
Una vez terminada la guerra, Para Moscú el resguardo de Damasco resultó fundamental para su influencia geopolítica en la región, donde además cuenta con Tartús, su única base naval en el Mediterráneo oriental, y con Jmeimim, una base aérea siria que es operada por militares rusos.
Pero la renovada actuación del islamismo amenaza con detonar acuerdos y alianzas. Hayat Tahrir al-Sham, la “Organización para la Liberación del Levante”, tiene un desenvolvimiento de casi una década y media. Surgió en Siria como un desprendimiento del Frente al-Nusra, la filial oficial de Al Qaeda en ese país, y progresivamente fue reemplazando su interés por la yihad global para concentrarse en desplazar del gobierno a Bashar al-Asad.
Desde 2017 HTS ha sido la fuerza predominante en Idlib, el último bastión rebelde importante en Siria, donde ha consolidado su labor territorial, operando como una red paraestatal, siempre en oposición al gobierno de Damasco y con la ayuda de otros actores involucrados, como Turquía.
Muchas zonas siguen bajo control estatal sólo nominalmente, y el gobierno central depende en gran medida del apoyo de Rusia e Irán. Sin embargo, estos aliados han estado preocupados por sus respectivos conflictos contra Ucrania e Israel, por lo que han diluido su apoyo a Siria.
Paralelamente, en estos últimos años, HTS ha reforzado su capacidad militar, a través de una profesionalización de sus combatientes, la reorganización de sus unidades en una estructura más convencional, y la creación de fuerzas especializadas capaces de ejecutar ataques estratégicos.
Al parecer, el desarrollo militar de la entidad yihadista habría contado, entre otros, con la colaboración de las organizaciones armadas y de seguridad de Ucrania.
El 3 de diciembre, el embajador de Rusia ante las Naciones Unidas acusó a los servicios de inteligencia ucranianos de ayudar a los rebeldes contra el gobierno del presidente sirio al-Assad. Según el funcionario ruso, existiría un “rastro identificable” que mostraba que el servicio de inteligencia militar de Ucrania está “proporcionando armas a los combatientes” en Siria.
Una vez más se refuerza la tesis que asegura que en medio de la guerra con Rusia, Ucrania logró consolidar un mercado negro de armamentos y proyectiles, que se sirve de los constantes envíos efectuados por las potencias de la OTAN y que se direcciona a los más diversos confines del planeta. También existen denuncias de que instructores militares ucranianos están presentes en Siria, entrenando a los combatientes del HTS para sus distintas operaciones en el frente.
De hecho, informes preliminares indican los grupos ucranianos en Siria pertenecen a la unidad del Centro de Operaciones Especiales del Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU), denominada “Lobo Blanco” (“Bili vovk”). Estas fuerzas especiales están equipadas con equipos y tecnologías de reconocimiento avanzados, especializadas en el manejo de vehículos aéreos no tripulados, y fundamentales en los ataques con drones contra las fuerzas rusas. Son los mismos recursos bélicos que actualmente se utilizan en la ofensiva en Alepo y otras ciudades de la región.
El gobierno de Estados Unidos negó cualquier tipo de responsabilidad en la vinculación entre los combatientes ucranianos y los yihadistas del HTS y atribuyó esta nueva escalada a la falta de control por parte de Rusia, y de los gobiernos aliados de Irán y de Siria.
Sin embargo, resulta evidente la ganancia de la Casa Blanca al fomentar y capitalizar esta nueva crisis en la que Rusia se ve forzada a desviar recursos estratégicos en medio de su enfrentamiento contra la OTAN, y en un contexto de creciente debilitamiento de las fuerzas ucranianas. De igual modo, apuesta a enredar al próximo mandatario, Donald Trump, en un escenario bélico que probablemente el caudillo republicano no pensaba activar (al menos, no en un primer momento).
A menos de dos meses del final de su gobierno, Joe Biden parece empeñado en dejar una situación global más compleja que la que existía en 2021, al inicio de su mandato presidencial. La reactivación de la guerra en Siria, junto con la eventual reaparición del Estado Islámico (ISIS), podrían ser sólo algunos de sus legados más trágicos y oscuros.