28 mar 2014

Las dos lógicas del Imperio

Las dos lógicas del Imperio
Reseña para Estudios Avanzados de
Luiz Alberto Moniz Bandeira,
La Segunda Guerra Fría, Río de Janeiro:
Civilização Brasileira, 2013. Enero de 2014.

Durante algún tiempo se creyó que la globalización significaba el fin de los estados-nación; en realidad era una etapa del desarrollo capitalista en el cual todo el globo terráqueo se estaba cubriendo por la unidad político-territorial que le es propia: el estado-nación o país. El “fin de los estados-nación” era sólo la expresión ideológica del Imperio Americano, de su hegemonía en el plano de las ideas políticas que, con el colapso de la Unión Soviética, había llegado a su auge en la década de 1990.

Se pensó también que las relaciones internacionales serían ahora presididas por el “soft power” americano – por la transferencia hacia el resto del mundo de los ideales del Estado de derecho y de la democracia, de los cuales los Estados Unidos serían la materialización en la tierra; en realidad, en la década siguiente quedó claro que el “hard power” presidió las guerras e intervenciones en Afganistán, en Irak, en Libia, en Somalia, al mismo tiempo en que su supuesto portador se distanciaba cada vez más de estos ideales: suspendía la garantía de los derechos civiles en su propio suelo, y convertía a la democracia americana ya no más en un ejemplo positivo para el resto del mundo, sino en una indicación de cuanto se puede deteriorar la calidad de la democracia cuando la sociedad pierde sus valores y su capacidad de combinar conflicto con cohesión.
Al mismo tiempo que los Estados Unidos veían desgastada su hegemonía, China experimentaba un desarrollo económico sin precedentes en la historia, y se tornaba la segunda potencia mundial, y Rusia, que en los años 1990, sometida al “Oeste”, entró en el más grave proceso de desorganización y retroceso económico del que tengo conocimiento, a partir del comienzo de los años 2000 se reorganiza políticamente y se recupera en el plano económico. Y los demás países asiáticos dinámicos, especialmente la India, continúan creciendo aceleradamente y llevando a cabo el catching up – lo que significaba menos poder para los Estados Unidos.
Desde el siglo XIX los Estados Unidos tuvieron como “destino manifiesto” controlar mediante el ejemplo y el poder económico al resto del mundo. En los años 1990 este destino pareció materializarse, y los Estados Unidos procuran asumir su papel de “Hegemon” – el nombre que sus ideólogos dan a su “misión” imperial: establecer el orden liberal y democrático en el mundo, garantizando así la “pax americana” – una paz muy relativa, porque era el propio Imperio que la transformaba en letra muerta y, por esto, se convertía para el resto del mundo, no en un guardián de su seguridad, sino en la fuente principal de su inseguridad. Podemos hablar de Imperio Americano, pero más apropiado es hablar de Imperio Occidental, o simplemente de Imperio o de Occidente, porque los Estados Unidos están aliados a las demás potencias occidentales entre las que se encuentran países como Gran Bretaña y Francia, dueños de un vasto pasado imperial. Es este Occidente que busca atender a sus intereses o ejercer su lógica sobre los demás países – los países en desarrollo – usando como instrumentos su poder económico, su poder militar, la teoría económica liberal o neoclásica, el financiamiento de los déficits en cuenta corriente a los cuales someten a los países en desarrollo; y el uso de todo su inmenso aparato ideológico, en especial su universidad, su cine y algunas de sus ONGs.
La dominación imperial moderna obedece a dos lógicas: la lógica militar de la seguridad nacional y la lógica económica de la ocupación de los mercados. Son lógicas antiguas, que existen desde que, en los siglos XVI y XVII, comenzaron a definirse los primeros estados-nación. La lógica de la seguridad nacional fue durante mucho tiempo la más importante, porque los grandes estados-nación estaban siempre amenazando unos u otros de guerra y haciendo alianzas ofensivas y defensivas para materializar o evitar la guerra. Como la guerra se hacía con los vecinos, la teoría o, más precisamente, la estrategia de las relaciones internacionales se confundía con la geopolítica. La seguridad nacional estaba directamente asociada a la geografía o a las fronteras nacionales, y se expresaba en la garantía y ampliación de estas fronteras, y en el acceso por parte del país a las materias primas y a las rutas del comercio. Su objeto era principalmente los otros países ricos, aunque también involucrase a los países en desarrollo. Suponía que la guerra entre las grandes potencias era siempre una posibilidad concreta – una suposición realista que permitía que cada país convirtiese en públicas sus políticas orientadas hacia la seguridad natural.
Sin embargo, la lógica económica de los Imperios es más compleja y menos clara para los pueblos dominados. Durante mucho tiempo tuvo un área de intersección grande con la lógica de la seguridad nacional porque se manifestaba a través de la explotación de recursos naturales estratégicos. Pero es esencialmente la lógica de la ocupación de los mercados internos de los países en desarrollo. El mercado interno es el activo fundamental de cada estado-nación, es la demanda con que cuentan sus empresas, y, por lo tanto, es la base sólida sobre la cual se asienta su desarrollo. Pero por esto mismo es un activo inmensamente codiciado por el Imperio.
La ocupación de los mercados internos de los países en desarrollo por parte de los países ricos se realiza de dos maneras: por el intercambio desigual (el cambio de bienes y servicios de alto valor agregado per capita por bienes y servicios de bajo valor agregado per capita) y por las inversiones de las empresas multinacionales volcadas hacia su mercado interno, que, en realidad, poco contribuyen para el desarrollo económico en la medida en que las entradas de capitales a las que están asociadas implican la sobrevaluación a largo plazo del tipo cambio y una alta tasa de sustitución del ahorro interno por el externo.
Es dentro de este marco general que Luiz Alberto Moniz Bandeira escribió su último libro, La Segunda Guerra Fría – un amplio análisis de la geopolítica americana con especial énfasis hacia el Medio Oriente, Asia Central y el Norte de África, aunque también se interese por toda Eurasia cuyo heartland está situado en Asia Central constituida por Kazajistán, Armenia, Georgia, Azerbaiyán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán, Uzbekistán y Siberia Occidental. Esta región es estratégica, no sólo porque está dotada de grandes reservas de petróleo y de gas natural, sino también debido a su ubicación central entre Europa, China e India. Para sir Halford John Mackinder, en una conferencia pronunciada a comienzos del siglo XX en Londres, el país que controlase Asia Central estaría en condiciones de proyectar su poder en toda Eurasia.
Gran parte de esta reunión estaba bajo el poder del Imperio Ruso, pero, como era esencialmente una región dominada por la fe musulmana, la Unión Soviética nunca logró integrarla, a pesar de todos sus esfuerzos. Por lo tanto, cuando la Unión Soviética entró en descomposición, las naciones dominadas pasaron a ser estados-nación independientes. Y se convirtieron inmediatamente en uno de los objetos básicos de la política americana de ocupación de mercados.
Más precisamente, ya en la administración Carter (1977-1981), su gran estratega internacional, Zbigniew Brzezinski, reconocía que la contienda entre los Estados Unidos y la Unión Soviética no era entre dos naciones, sino entre dos Imperios. Pero había un problema, parte de la Unión Soviética estaba ubicada en Asia Central, mientras que los Estados Unidos estaban muy lejos, en una condición estratégica privilegiada por estar defendidos por dos grandes océanos, pero en una posición que dificultaba su influencia en Asia y, más ampliamente, sobre Eurasia constituida por Europa y Asia. De acuerdo a lo que nos cuenta Moniz Bandeira en su notable libro, “Brzezinski indujo al presidente James E. Carter a abrir un tercer front de la Guerra Fría, instigando contra Moscú a los pueblos islámicos de Asia Central” (p.33) Brzezinski creía que la guerra santa (Yihad) contra los soviéticos que se habían instalado en 1979 en Afganistán abría la oportunidad de la intervención americana en nombre de los derechos humanos y de la democracia.
(Version parcial)
*Luiz Carlos Bresser Pereira; economista y cientista político brasileño
Traducido para LA ONDA DIGITAL por Cristina Iriarte
La ONDA digital