VENEZUELA
El manual de Kissinger para
una intervención en marcha
Por el licenciado Fernando Britos V.
Como en Cuba, como en la República Dominicana, como en Chile, como en Servia, como en Iraq, como en Afganistán, como en Libia, el imperialismo estadounidense se apresta ahora para atacar a Venezuela y culminar así un proceso que comenzó hace quince años.
Imposible ignorar las lúcidas advertencias del profesor Moniz Bandeira: los Estados Unidos están listos para una intervención armada para derrocar al gobierno legítimo de la República Bolivariana de Venezuela. Tal vez la expresión usada para denunciar lo que allí sucede no sea precisamente la de “golpe suave”. Sería más apropiado hablar de un “golpe escalonado” donde el cerco y aniquilamiento de un gobierno legítimo se desarrollan mediante una escalada implacable y una panoplia de medidas orquestadas y financiadas por el gobierno estadounidense.
En el siglo XIX y hasta Playa Girón (1961) primero y la Dominicana (1965) después, la política del gran garrote era menos sutil. El rinoceronte embestía: las cañoneras bombardeaban las capitales costeras y los infantes de marina o los mercenarios desembarcaban a sangre y fuego. Sin embargo el perfeccionamiento de la intervención imperialista se debe imputar, sin duda alguna, a Henry Kissinger, el Secretario de Estado que, desde 1969, afinó y perfeccionó la técnica de los más ominosos crímenes intervencionistas. Kissinger, nacido en 1923 en Baviera, escapó de su país en 1938 con sus padres. Como tantos judíos alemanes, los Kissinger (que habían adoptado ese apellido germanizado en 1817) huyeron a Londres para escapar del nazismo y enseguida a los Estados Unidos. En 1943, Henry (que había cambiado su nombre alemán, Heinz) volvió como soldado especializado en espionaje y contraespionaje, debido a su inteligencia y a su perfecto dominio del idioma.
En 1969 alcanzó la cúspide del poder en los Estados Unidos, como astuto político y despiadado asesor de los presidentes del derechista Partido Republicano. Desde 1970 fue el artífice de la estrategia desarrollada por los Estados Unidos para destruir al gobierno chileno de la Unidad Popular, asesinar al Presidente Salvador Allende y patrocinar la dictadura sangrienta y corrupta de Augusto Pinochet (el 11 de setiembre de 1973) con su secuela de miles de muertos, decenas de miles de torturados y billones de dólares saqueados.
Ahora con 90 años cumplidos, este criminal de guerra sigue asesorando a los gobiernos estadounidenses y se mantiene activo para actualizar su legado: el plan maestro para subvertir la democracia, derrocar gobiernos y establecer dictaduras complacientes para defender los intereses estadounidenses a cualquier costo. Ya no ha de tener interés en dirigir personalmente la escalada contra Venezuela pero su marca está vigente. Veamos.
La técnica imperialista para el derrocamiento de gobiernos que amenazan sus intereses consta de varios pasos. El primero de ellos es propagandístico y su volumen y densidad está en relación directa con las extraordinarias capacidades de los medios electrónicos, agencias noticiosas, cadenas de televisión, periódicos, redes informáticas, que mantienen una producción constante de noticias, imágenes y versiones sesgadas, adulteradas e inventadas para satanizar y aislar a los gobiernos que pretenden derrocar. Estos gigantescos operativos de desinformación no son novedosos pero siguen siendo fundamentales. Basta ver la acción y las imágenes que han difundido y difunden CNN, Associated Press, para estigmatizar a Hugo Chavez y ahora a Nicolás Maduro para percibir de que viene la cosa. En cada país hay medios repetidores, en el nuestro los canales privados y la mayoría de los periódicos simplifican, deforman, desinforman.
La manipulación de la opinión pública es una de las claves del espionaje estadounidense al que seguramente se dedican recursos más inmensos aún que los que invierten en grabar las conversaciones de amigos y enemigos, interceptar sus mensajes, crear imágenes para comprometer y chantajear, etc. Los múltiples organismos de inteligencia de los Estados Unidos disponen de enormes sumas de dinero y grandes recursos tecnológicos para pagar corresponsales, columnistas, politólogos y toda laya de operadores que marcan la tónica de la campaña y para “crear” imágenes.
En este campo la orientación actual consiste en presentar al gobierno que preside Maduro, no ya como despótico sino como incapaz de frenar la violencia y enseguida como promotor de la violencia. La justificación de la intervención armada es el correlato necesario de la versión “el gobierno masacra a su pueblo” y toda una cadena de aparentes silogismos (“gobierno masacra y encarcela estudiantes”, “estudiantes son el pueblo”, etc.).
Otra de las condiciones necesarias para una intervención armada, un golpe de Estado, una invasión, es una oposición unida o por lo menos con sus pujas y rivalidades suficientemente sujetadas como para atacar al unísono y, naturalmente, para “pedir” la intervención externa como forma de derribar al gobierno. Esta operación política también incluye el sembrar la división entre quienes apoyan al gobierno y sobre todo intentar fracturar a las fuerzas armadas por todos los medios (campañas propagandísticas, sobornos, chantaje, utilización de vínculos familiares y de camaradería como los que crean en los cursos de entrenamiento, maniobras conjuntas, etc. con los militares estadounidenses y con los agentes internos). En Venezuela la oposición, según el verso borgiano, no está unida por el amor sino por el espanto pero en los últimas semanas ha dado algunos indicios de amortiguación de sus odios mutuos.
Sin perjuicio de que en cualquier caso los panoramas políticos no son siempre homogéneos y que las simplificaciones conducen a error, debe advertirse que el manual de Kissinger reclama una oposición firme y obediente. En Venezuela se ha venido trabajando para crearla desde hace muchos años y hay que tener una idea acerca de los Golem que los servicios de inteligencia han creado.
Tanto Henrique Capriles como Leopoldo López son opositores de diseño. El primero más exitoso (aunque como le sucedió a Hitler en noviembre de 1932 puede sufrir un descalabro electoral inesperado a manos de sus socios). El segundo más agresivo, minoritario y mediático. Ahí se terminan las diferencias. Ambos provienen de rancia oligarquía, son los vástagos de las fortunas más grandes de Venezuela. Su cuna es el Chacao, el barrio de los super ricos, ante el cual su amado Miami o los barrios de los megamillonarios de cualquier urbe latinoamericana o mundial pueden parecer de medio pelo.
El Chacao, que otrora fuera un valle fértil anexo a Caracas, es el epicentro del dinero de una país que ha tenido enormes ingresos muy mal repartidos. En la “Venezuela saudita” de adecos (extinto partido Acción Democrática, especie de socialdemócratas) y copeyanos (implosionado partido de los socialcristianos) los petrodólares fluían a raudales hacia ese barrio que concentra los edificios de la banca, los shoppings y la producción de reinas de belleza junto con un arbolado magnífico, parques y paisajes de cordillera bajo la tutela del Monte Ávila.
Los dos opositores apenas superan los cuarenta años. Capriles Radonski, es heredero de una de las grandes fortunas de empresarios sefaraditas, por parte de padre, y de una familia judeo polaca que sobrevivió las matanzas de los nazis, por parte de madre. López y su ristra de apellidos patricios parece que es architatarasobrino del mismísimo Libertador Simón Bolívar y descendiente de políticos, gobernadores y galenos. Los dos han hecho brillantes y costosas carreras universitarias y la de López, además, en las mejores universidades de los Estados Unidos (es egresado de Harvard). Aunque su plataforma política es relativamente informe y llena de promesas inconsistentes, ninguno de los dos puede ocultar su odio racista y clasista (el propio de las rancias oligarquías) y calificaban a Hugo Chavez como “el zambo bembón”, haciendo befa así de la enorme mayoría de la población venezolana que es un crisol de pueblos indígenas, afrodescendientes y europeos, y a Maduro de un “pobre chofer bruto”.
La matriz de estos opositores tiene otro rasgo común: ambos se presentan como venezolanísimos, son orgullosos nacionalistas pero del Chacao y tienen una raigambre política en los movimientos católicos más conservadores. Como Bordaberry en Uruguay (el dictador Juan María, no su hijo Pedro a secas) abrevaron en lo más fundamentalista y reaccionario del catolicismo (Tradición, familia y propiedad, los enemigos de la teología de la liberación y de la efímera renovación que Juan XXIII produjo a través del Concilio Vaticano II). Los dos participaron activamente en el golpe de Estado de abril del 2002. Capriles encabezando el ataque contra la Embajada de Cuba en Caracas (intentó “inspeccionar” la sede a la cabeza de una turba que buscaba “Chavistas asilados”) y López “deteniendo” funcionarios del gobierno.
Cuando Capriles y López se acercan, puesto que ambos se negaron a participar en el diálogo “por la paz” que convocó el Presidente Maduro en febrero, es presumible que buscarán una confrontación más aguda con el gobierno. Ambos reclaman diálogo pero ¿con quién dialogarán? dado que le niegan legitimidad al Presidente.
Aunque la oposición y los errores del gobierno pueden ser considerados factores de desestabilización no son por si mismos ingredientes del caos. Aquí es donde intervienen los especialistas porque el principal de dichos ingredientes es el arte de la provocación. No cabe duda que las manifestaciones de la oposición han sido originalmente pacíficas pero los provocadores, pocos pero bien entrenados y armados, pueden transformar cualquier acto callejero o el entorno o las cercanías de una movilización en un escenario de violencia, tiros, piedras, quema de vehículos. En Caracas ha adoptado la forma de pequeñas bandas que se movilizan en motos potentes y multiplican los focos, provocan a la policía y atacan a los manifestantes indistintamente porque ese es el papel de los provocadores. En realidad no tienen otro objetivo táctico que agitar, provocar incendios, porque además de la fuerte impresión que causan las llamas permiten atacar a los bomberos y las ambulancias lo que suele suscitar reacciones y retaliación indiscriminada.
Esas acciones están en el manual del provocador y ellos mismos o sus colaboradores se favorecen ahora de un medio que muchas veces también puede ser empleado para desenmascararlos: la filmación o fotografía de sus hazañas mediante cámaras y teléfonos celulares. Algunas veces se organizan caceroleos u otras concentraciones de protesta, generalmente escenificadas por pocas personas, en lugares oscuros y con planos cerrados a través de los cuales no es posible saber si se trata de cinco o de cincuenta participantes. Cuando el medio no produce suficientes escenas de violencia, los provocadores se encargan de buscarlas en archivos de imágenes de donde sea a condición de que tengan cierto parecido y puedan ser presentadas, trampeando el tiempo y el espacio en que se registraron.
Otro de los elementos que obran en el manual de Kissinger es el de ampliar la base para una intervención armada. Cuando no alcanza con armar y entrenar a los oponentes que combaten a quienes los Estados Unidos quieren destruir porque puede suceder - como lo demostró Osama Bin Laden - que estos se vuelvan contra quien los adiestró, llega la hora de formar una “coalición de naciones amigas”. Ese es el papel que ha jugado Gran Bretaña y algunos otros países en las últimas intervenciones.
En el caso de Venezuela, al coro de ultraconservadores parlamentarios estadounidenses (la mayoría con apellidos latinoamericanos, seguramente provenientes del recalcitrante exilio de contras de Miami) se agregan algunos viejos personajes que tuvieron su base en Venezuela para atentados terroristas e intentonas contra Cuba bajo los gobiernos de adecos y copeyanos. A todo esto se suma una figura aún más ominosa, un verdadero atentado contra la paz en el continente: el involucramiento de Colombia en la intervención que se reclama.
Con el pretexto de combatir la guerrilla y el narcotráfico, Colombia se ha transformado en uno de los países del mundo que ha recibido mayor ayuda militar por parte de los Estados Unidos. Durante años ocupó el segundo lugar, detrás de Israel, en cuanto al armamento, los medios técnicos, municiones, aeronaves, recibidos. Además la presencia de tropas, asesores y bases militares ha significado una militarización importante. Distintos expertos aseguran que los servicios de inteligencia, estadounidenses e israelíes, contribuyeron en forma decisiva a la formación de unidades paramilitares, las llamadas bandas de autodefensa, responsables de sangrienta represión, asesinatos y pillaje contra la población civil. El principal responsable político de las peores violaciones a los derechos humanos en Colombia es el ex Presidente Álvaro Uribe. Este personaje de extrema derecha es uno de los que reclaman un ataque de su país contra Venezuela para “liberarla” de su actual gobierno. En la memoria están los ataques y acusaciones que permanentemente desarrolló cuando ejercía la presidencia de su país y Hugo Chavez la de Venezuela.
La oligarquía colombiana, bien personificada en Uribe, detesta a Venezuela de vieja data. “Los venezolanos son como un mono que se cayó en un Cadillac” decían los aristócratas colombianos que, dicho sea de paso, tampoco sienten orgullo alguno por su propio pueblo. Las relaciones entre ambos países no han estado exentas de cierta tensión a pesar de los lazos que los unen. Durante muchas décadas Venezuela fue a Colombia lo que Alemania fue a España e Italia primero y a Turquía después: fuente de trabajo para cientos de miles de sus migrantes. Dos puntos de una extensa frontera son especialmente críticos. El Táchira venezolano y Norte de Santander colombiano, con sus ciudades hermanadas y enfrentadas y al norte la península de la Guajira, su desierto y sus indígenas nómades que no reconocen fronteras ni nacionalidades. Un vistazo al mapa de América basta para percibir la escasa distancia que media entre esa frontera desértica y algunos de los mayores yacimientos petrolíferos de Venezuela, en el Lago Maracaibo.
Una confrontación clásica entre las fuerzas armadas de Colombia y Venezuela sería trágica e incierta. Tal vez ahora el ejército colombiano haya alcanzado paridad con el venezolano pero una hipótesis de guerra destruiría la unidad de la oposición venezolana y consolidaría el respaldo de la fuerza armada a su gobierno legítimo. De ambos lados hay quien puede desear un enfrentamiento armado. La derecha colombiana lo vería con buenos ojos pero tampoco tendría una visión unánime porque algunos despojos de “los gringos” todavía duelen a más de 110 años.
Pedro Carmona, el ex presidente de Fedecámaras el poderoso organismo de lobbying de los empresarios venezolanos, fue el Presidente que los golpistas colocaron en el Palacio de Miraflores al derrocar a Chavez en abril del 2002. En las 24 horas que duró su gobierno, Carmona derogó la Constitución y 49 leyes fundamentales impulsadas por el Presidente Chavez, lo proscribió junto con sus partidarios y funcionarios y terminó huyendo a Colombia cuyo gobierno le dio protección. Carmona ahora se dedica a la docencia y a escribir sus obras completas al amparo de la Universidad Sergio Arboleda de Bogotá, fundada en 1985, que es una fachada académica del Opus Dei con sucursales en Barranquilla y en Madrid, España.
Kerry, McCain y otros políticos estadounidenses que “están haciendo contactos” para intervenir en Venezuela saben que no será fácil que los marines puedan actuar solos o que la fuerza aérea pueda hacer una “excursión libia” para derrocar a Maduro. Tal vez el proyecto cuente con la “mano de obra desocupada” de los paramilitares colombianos. Estos si podrían unirse con los golpistas y las bandas de provocadores que están desarrollando agitación en el Táchira para establecer una cabeza de puente, un enclave, un “gobierno provisorio”. Para Carmona ya no hay retorno pero ¿aparecerán Capriles o López en semejante escenario? ¿Superará Maduro las operaciones clásicas de degaste, aislamiento y provocación? De ser así ¿llegará Obama a la última recomendación del manual Kissinger? - Jakarta.
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