GOLPES DE WASHINGTON Y MOSCÚ A ÉLITE POLÍTICA GERMANA DEJARÁN MARCAS
La intervención rusa en Ucrania sacude las raíces del poder alemán
Alemania necesita un orden mundial en el cual todos los actores clave respeten principios elementales
Si hay dos cualidades apreciadas por los alemanes modernos, seguramente son "ruhe" (paz y silencio) y "ordnung" (orden).
Así que los últimos meses han sido profundamente perturbadores. Primero, Estados Unidos, la misma potencia que ayudó a Alemania a ponerse de pie después de 1945 e infundió democracia en las ruinas del Reich de Hitler, terminó siendo un aliado no del todo transparente. La Dependencia Nacional de Seguridad, pasando sin miramientos por encima de conceptos de privacidad y libertad individual atesorados por los alemanes, había reunido descomunales cantidades de datos electrónicos de ciudadanos comunes e incluso habían espiado a la canciller, Angela Merkel.
Esa impactante noticia -"fisgoneo entre amigos, sencillamente, no funciona", en las palabras de Merkel- sigue preocupando a la élite política e impulsó hace poco al Parlamento alemán a nombrar un comité para que investigue el caso.
Edward J. Snowden, el ex contratista de la NSA ensalzado por muchos por haber expuesto el alcance de operaciones de inteligencia de Estados Unidos, incluso pudiera testificar a través de un video enlace desde su exilio temporal en Moscú.
Pero, incluso al tiempo que repuntó el sentir antiestadounidense, los alemanes enfrentaron un segundo impacto, más profundo: la crisis en torno a Ucrania demostró que Rusia, el gigante al este que los alemanes conocen tan bien de siglos de hacer negocios y librar la guerra, ya no estaba jugando bajo lo que Berlín consideraba las reglas establecidas del siglo XXI.
Al reemplazar la divisa de la diplomacia moderna -cooperación global, recelo hacia el uso de la fuerza, una confianza compartida y creencia en acuerdos- con la expedita y forzosa anexión de Crimea, Rusia amenazó los cimientos mismos del poder moderno de Alemania.
Con lo poderosa que pudiera ser su economía que es la mayor de Europa, Alemania no tiene a diferencia de Estados Unidos, Reino Unido y Francia (o lo que es igual, Rusia), la influencia militar de una potencia convencional.
"Si las cosas llegan a ponerse difíciles", escribió UlrichSpeck en el diario semanal Die Zeit, Reino Unido y Francia "podrían defenderse. No así Alemania".
"Alemania necesita un orden mundial en el cual todos los actores clave respeten principios elementales", agregó. "El ataque en contra de Ucrania es un ataque en contra del mismo orden que sostiene la libertad, seguridad y prosperidad de Alemania".
Speck argumentó en un documento aparte para Carnegie Europa, donde es un académico visitante, que Rusia quiere reemplazar el concepto de estado-nación, habiendo definido claramente fronteras e intereses, con una noción de imperios, la cual "consiste en centros y periferias sin delineaciones tan claras".
En una sesión de preguntas y respuestas, el Presidente Vladimir V. Putin de Rusia parecía confirmar ese pensamiento. Putin, por primera vez, invocó repetidamente a la "Nueva Rusia", término histórico cuyo territorio vagamente definido incluye buena parte del oriente y sur de Ucrania, extendiéndose incluso hasta la vecina Moldavia.
Al mismo tiempo, horas de diplomacia más convencional en Ginebra produjeron el primer acuerdo entre Rusia y Ucrania desde que manifestantes expulsaron del poder al presidente pro ruso de Ucrania, Viktor F. Yanukovich, en febrero.
El alivio de los alemanes fue audible. Finalmente, dijo Sabine Rau, prominente comentarista en el canal de televisión estatal más visto, Putin estaba actuando de manera racional y estaba preparado para hablar.
El canciller, Frank-Walter Steinmeier, quien ha viajado y hablado incesantemente desde que estalló la crisis de Ucrania, intervino desde unas vacaciones de Pascua en el norte de Italia para advertir que las conversaciones de Ginebra eran tan solo "un primer paso, y ahora deben seguir muchas más".
Sin embargo, destacó, que la diplomacia por fin tenía una oportunidad. Alemania había vuelto a terreno familiar; representada en Ginebra, notablemente, no por su propio diplomático sino por Catherine Ashton, la jefa de política exterior de la Unión Europea de 28 naciones, sociedad ridiculizada cortésmente con frecuencia en Washington, pero santificada en Berlín como el verdadero, aunque engorroso, organismo gobernante de Europa.
Como reconoció Steinmeier, si la violencia en Ucrania no bajaba, la presión sobre Occidente subiría para que impusiera sanciones más duras a Rusia.
Pero tras bambalinas, dicen diplomáticos, prevalece un recelo para actuar, quizá debido a los fuertes vínculos comerciales de Alemania con Rusia, pero también debido a una ambivalencia popular.
Si bien Putin es impopular en Alemania -65 por ciento de los alemanes lo consideran peligroso, en base a una encuesta del Instituto Allensbach-, 68 por ciento ve a Rusia como una potencia mundial, aumento respecto de 38 por ciento cuando Rusia intervino en Georgia en 2008.
Detallados interrogatorios de 1.006 personas encuestadas por teléfono el 31 de marzo y el 1° de abril mostraron que la gente de la ex Alemania Oriental, pero también alemanes jóvenes y educados en el oeste, apoyaba la negociación por encima de las sanciones, y se inclinaban a pensar que Alemania debería mantenerse alejada de la crisis en Ucrania.
Como notó Jan Fleischhauer en una columna para Spiegel Online, los alemanes ven a Putin como pudieran ver a los insolentes rusos paseando por el glamoroso Kurfürstendamm en Berlín. "Nos reímos del culto a la masculinidad y el oropel", escribió, pero en el desprecio también está una admiración a regañadientes de un estilo de vida para el que ya no tenemos la confianza de seguir haciendo alarde".
No obstante, los golpes gemelos de Washington y Moscú a la élite política de Alemania son tangibles, y dejarán una marca.
Norbert Röttgen, el presidente del comité de asuntos del exterior del Parlamento, argumentó en The Financial Times el mes pasado que la única gente que al parecer no se daba cuenta de que Alemania estaba al centro de la crisis de Ucrania eran "los mismos alemanes".
La reacción subsecuente sugirió que la "ruhe" y el "ordnung" quizá estaban arraigados con demasiada firmeza en la cultura política de Alemania. La gente quiere vivir, dijo, en "una gigantesca Suiza".