29 abr 2014

Historia nunca contada; 1971, la campaña criminal contra el Frente Amplio

Historia nunca contada; 1971, la campaña criminal contra el Frente Amplio

La ONDA digital Nº 668

Por Lic. Fernando Britos V.

Memorias de 1971 - A medida que ese fugaz tiempo de las vidas personales transcurre nuestra perspectiva suele ampliarse y algo de lo sucedido se nubla en tanto que otros hechos se perciben con mayor nitidez. No es novedad. El impacto de hechos pasados se diluye y el de otros cobra fuerza, algunos interrogantes son desvelados y otros son cubiertos por manos sucesivas del barniz del olvido que quita brillos o que sumerge piadosa o deliberadamente los recuerdos, los nombres, los rostros y los actos tras el velo de lo pasado. No es novedad.

El estudio de la memoria humana está sometido a la misma aceleración y vaivenes que el conocimiento en general. El abordaje multidisciplinario se centra en las relaciones y en la interacción fecunda de los abordajes múltiples. Es la heurística de Rashomon y en ella los modestos, pequeños y parciales testimonios seguirán jugando un papel fundamental aún en un futuro. No es novedad.
Es posible que dentro de medio siglo o más vuelva a llamar la atención lo que sucedió en nuestro país en la segunda mitad del siglo XX y dentro de esta historia política habrá que rescatar la de la izquierda en el interior del país, su desarrollo, sus luchas, la vida y la entrega de los hombres y mujeres que la hicieron, que cambiaron su entorno, que se ganaron el corazón y la mente de sus coterráneos y compañeros de trabajo con su decisión, con su paciencia, su abnegación, su sacrificio, su solidaridad, su amor seguramente.
Habrá que interrogar estas “historias mínimas” y registrar esos testimonios, espigar esos relatos, esos cantos, esas poesías, esas imágenes pintadas, dibujadas, fotografiadas, esas anécdotas, esas memorias, esas fechas, esos titulares. Cada ciudad, cada pueblo, cada paraje tiene sus memorias, tiene sus hijos, sus migraciones, sus luchas y peripecias, sus medios de vida, que confluyen en una gran canción de identidad popular.
Estos aspectos merecen ser explorados con mayor profundidad, por ejemplo el papel jugado por militantes sindicales, bancarios, maestras/os, periodistas, en el desarrollo de la izquierda en el interior del país. Como enfrentaron el aislamiento y la discriminación, las campañas propagandísticas y las provocaciones, las persecuciones y el poder de los caudillos blanquicolorados, hasta crear una fuerza política de firme arraigo local, vencer el temor y la ignorancia y ganar el gobierno con un programa popular.
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Un ejemplo emblemático es el de Artigas Barrios, el actual Intendente Municipal de Rocha, con una destacada militancia gremial como trabajador bancario para proyectarse a la construcción del Frente Amplio en su departamento hasta alcanzar y mantener el gobierno de la izquierda en la última década.
La campaña criminal contra el F.A. – El Gral. Líber Seregni recordaba, al cumplirse treinta años de la primera participación del Frente Amplio en elecciones, que la fuerza política con nueve meses de existencia enfrentó una campaña criminal en su contra basada en una profusa propaganda aterrorizante – concebida en la Escuela de Contrainsurgencia que los Estados Unidos tenían en Panamá e instrumentada y financiada por agentes estadounidenses y brasileños en el marco de la Guerra Fría – y en acciones de provocación y atentados violentos llevados a cabo por integrantes de bandas fascistas, policías y políticos que fueron agentes de la Guerra Fría en nuestro país.
Esas acciones concertadas alcanzaron puntos culminantes cuando la llamada Caravana de la Victoria del Frente Amplio ingresó al departamento de Rocha. En aquella época, los partidos políticos organizaban giras que recorrían el país realizando mitines consecutivos en todas las poblaciones mayores de tres o cuatro mil habitantes y un acto central en cada una de las dieciocho capitales departamentales para culminar pocos días antes de los comicios con un gran acto final en Montevideo.
Las caravanas eran acciones importantes en la estrategia electoral de los partidos políticos uruguayos. Eran dos o tres semanas de agitación permanente, de convocatoria y movilización de la militancia de cada localidad, de la gente del interior residente en Montevideo y una demostración propagandística y de organización capaz de definir elecciones municipales y nacionales.
En un país que de punta a punta no tiene más de 600 o 700 kilómetros, sin accidentes geográficos de gran envergadura, con una red ferroviaria ya destartalada y con carreteras más o menos practicables, se podría pensar que una gira nacional sería tarea fácil pero en realidad se trataba de una prueba maratónica que solamente tres fuerzas políticas podían llevar a cabo: el gobernante Partido Colorado del autoritario Jorge Pacheco Areco que presentaba a su candidato presidencial, el futuro dictador Juan María Bordaberry; el Partido Nacional o blanco y su candidato, el caudillo Wilson Ferreira Aldunate y ahora el flamante Frente Amplio, la coalición de izquierda y su candidato, el general retirado Líber Seregni.
La realización de estas giras no solamente estaba destinada a captar los votos del interior (aproximadamente la mitad de los del país) sino que, para los partidos llamados tradicionales (blancos y colorados) era un instrumento de articulación de fuerzas dentro de la “ley de lemas”, un rastrillo que permitía que en cada una de esas colectividades conviviesen sectores con agudas divergencias que, a la hora de la verdad, terminaban aportando su caudal al candidato mayoritario. Las giras servían para medir fuerzas y aunarlas, para zanjar diferencias o para negociarlas a nivel nacional.
El núcleo central de las caravanas lo formaban con dos o tres ómnibus de línea pertenecientes a la desaparecida empresa ONDA que era la única capaz de proporcionar en aquel momento los poderosos y confortables GMC (idénticos a los de Greyhound en los EUA). En uno de ellos viajaban los candidatos a la presidencia y la vicepresidencia, representantes del más alto nivel de cada uno de los sectores partidarios. Esa cabeza de la delegación era la que ocupaba los estrados en cada uno de los actos y la que desarrollaba la oratoria. A ellos se incorporaban en cada departamento o localidad los caudillos o representantes del lugar y en forma transitoria o más o menos permanente otros vehículos, ómnibus, autos, camiones con partidarios, técnicos, encargados de la seguridad y la logística, altoparlantes, etc.
Figurar junto a los máximos dirigentes partidarios y compartir la gira era importante para la carrera política de cualquier aspirante y los candidatos presidenciales también estaban atentos a esto porque debían cuidar sus pujas internas. De este modo, por ejemplo, en 1971, Luis Alberto “Cuqui” Lacalle, entonces joven heredero del finado caudillo derechista de los blancos, su abuelo Luis Alberto de Herrera, se había colado en el ómnibus de Ferreira Aldunate y como polizón fue dejado de patitas en la calle, a pocas cuadras del punto de partida, por orden del candidato presidencial.
Para el Frente Amplio la caravana electoral conllevaba otros desafíos. Era notorio que la unidad de la izquierda, fruto de un complejo proceso que databa de la década de los sesenta había tenido un extraordinario efecto dinamizador de la militancia y resultaba muy atractiva para muchísima gente. El primer acto público que se había llevado a cabo el 26 de marzo de 1971, en la Explanada Municipal montevideana, fue una evidencia de que la unidad había producido un cambio cualitativo en las tendencias políticas.
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La gira por todo el país era una demostración imprescindible de que el Frente Amplio contaba con un programa y con las capacidades organizativas y movilizadoras propias de una fuerza política que poseía la determinación y la idoneidad para gobernar la nación. La unidad de propósitos y programa le daba una coherencia dentro de la diversidad que los partidos tradicionales nunca habían tenido.
La gira era una oportunidad para proyectar, en forma directa, el programa y los candidatos a todos los rincones del país.
Se cumpliría así uno de los fenómenos más importantes que conllevaba la constitución del Frente Amplio: un salto cualitativo en la presencia de la izquierda en el interior. Esta expresión de las posibilidades que había generado la unidad de las fuerzas de izquierda era especialmente importante en regiones y poblaciones donde ser socialista, comunista, gremialista, tener simpatías de izquierda o simplemente aspiraciones a algún cambio social y político, había sido fuertemente estigmatizado por los partidos tradicionales y reprimido por sus gobiernos.
La Caravana de la Victoria fue concebida no como una emulación de lo que hacían blancos y colorados sino que estaba destinada a ser un hito insoslayable de los nuevos tiempos políticos para llegar directamente al electorado, para respaldar a la abnegada militancia del interior y para sacudir a los medios de comunicación locales que, como los de Montevideo, no solamente ignoraban al Frente Amplio sino que promovían activamente las campañas de desinformación y provocación financiadas por la CIA.
De este modo, se abordó el desafío organizativo, logístico y político que demandaba un recorrido ininterrumpido, que debía partir de Montevideo en los primeros días de noviembre de 1971 para ingresar a la capital y celebrar el acto final de la campaña que estaba previsto pocos días antes de las elecciones que tendrían lugar el domingo 28.
La caravana empezaría en el Este del país para recorrer entre mil y mil quinientos kilómetros en menos de dos semanas con el propósito de efectuar dos decenas de actos de magnitud y otras actividades al pasar por localidades menores. La logística era compleja: desplazar, alimentar, alojar y cuidar a muchas decenas de personas entre ellas buena parte de la dirigencia del Frente Amplio. El itinerario no era exactamente lineal porque las tres caravanas partidarias no debían superponerse.
El General Líber Seregni y el Dr. Juan José Crottogini eran naturalmente las figuras centrales y quienes cerraban la oratoria pero, entre otros, Juan Pablo Terra, Rodney Arismendi, José Luis Massera, Zelmar Michelini, Francisco Rodríguez Camusso, José Díaz, Héctor Rodríguez, Luciano da Silva y Alba Roballo eran de la partida. Todos viajaban en un ómnibus de ONDA y en otro coche iban otros integrantes de la caravana. Además había una camioneta con altoparlantes y un par de coches particulares. Inmediatamente detrás o delante del ómnibus en que viajaban los dirigentes iba el coche de la escolta con seis integrantes y un chofer pertenecientes a todos los sectores frenteamplistas. Su función era proteger a los integrantes de la gira y, en particular, al ómnibus del candidato presidencial.
Se había considerado seriamente el clima de violencia y las campañas de odio y terror que promovían los grandes medios de comunicación y ejecutaban bandas fascistas como la JUP (Juventud Uruguaya de Pie). En la medida de las posibilidades estaba previsto un contacto permanente con la sede central del FA, entonces ubicada en la calle Julio Herrera y Obes 1234 (entre Soriano y Canelones) en Montevideo, donde se coordinaba la dirección de la gira y se articulaba la militancia y todos los recursos de las organizaciones integrantes del Frente.
Celada en el Este – Rocha, el departamento más oriental del Uruguay, fue elegido para comenzar la gira del F.A. El domingo 7 de noviembre, en un amanecer de calurosa primavera partió la Caravana de la Victoria desde la capital. El cronograma había previsto un pasaje por Velázquez (villa de 1.000 habitantes), un acto antes del mediodía en Lascano (ciudad de 5.500 h.), almuerzo en un establecimiento rural cercano a Velázquez, acto en la ciudad de Castillos (ciudad de 6.500 h.) en la tarde y acto central por la noche en la plaza de la capital departamental (Rocha, 20.000 h.). Un recorrido de unos 250 kilómetros en amplio triángulo cuyo vértice norte se ubicaba en Lascano y su base entre Castillos al Este y Rocha, al Oeste, esta última a 215 kms.de Montevideo.
A primera hora de la mañana la comitiva cruzó el límite departamental y se dirigió a Velázquez. Allí apareció un curioso “comité de recepción” integrado por cinco impecables y flamantes Jeeps CJ-5 azules con techo duro blanco, pertenecientes a la policía, tripulados por una treintena de agentes encabezados por un sub-comisario que manifestó que tenía encomendada la custodia de la Caravana en el departamento de Rocha.
A partir de ese momento este destacamento acompañó la gira y como después quedaría claro era la parte “oficial” del dispositivo de provocación y atentados que se llevaron a cabo ese día. El nombre de ese sub-comisario consta por algún lado y su participación en la celada rochense le valió un ascenso y el desarrollo de una carrera represiva durante la dictadura cívico-militar (1973-1985).
Velázquez estaba absolutamente desierto, más desierto que lo habitual en una mañana de domingo, muchas casas lucían crespones negros, puertas, ventanas y postigos cerrados a cal y canto, como demostración de repudio al pasaje de la caravana. En una plazoleta, frente a la escuela, el busto de Artigas ostentaba un vendaje con paño negro. Al verlo Seregni ordenó una parada imprevista, bajó con sus acompañantes, arrancó con sus manos la venda y dirigió unas vibrantes palabras de desagravio. El único ser viviente que pudo verse en todo el pueblo era un guardia civil que estaba allí destacado. A él se dirigió a continuación el Gral, Seregni y lo hizo personalmente responsable de que el rostro de Artigas no volviese a ser profanado con un trapo. Después de este breve episodio la caravana reanudó la marcha. Los jeeps policiales no entraron a la villa, se adelantaron para llegar antes a Lascano.
Las bandas fascistas habían llevado a cabo una campaña preparatoria en Lascano. Se sabía que allí tendría lugar la primera escala de la gira frenteamplista y la celada fue preparada de antemano con la consigna de impedir el acto y expulsar a los “rojos”. El ejército y la policía habían estado haciendo allanamientos en los domicilios de los frenteamplistas del pueblo y los agitadores de la JUP hacían circular rumores terroríficos de todo tipo, repartían volantes y carteles con tanques rusos que aplastaban al pueblo y hombres barbudos que arrancaban los niños de los brazos de sus madres.
Contrariamente a lo que se podía creer, no se trataba de levantar a la población para que saliera a la calle manifestándose contra el acto frentista sino todo lo contrario. Lo que se pretendía y se logró, era atemorizar a los vecinos para evitar que concurrieran y se encerraran en sus casas. De este modo se dejaba el campo libre para la acción de pequeños grupos de provocadores organizados para atacar la caravana.
Las bandas fascistas, los parapoliciales y la “escolta policial” habían montado un dispositivo activo de provocación. El estrado para el acto había sido levantado a un costado de la plaza. Un grupito de abnegados militantes locales esperaban allí la llegada de la caravana. Los vehículos estacionaron junto al estrado, de proa al recorrido de salida de la ciudad con el sedán Pontiac Chieftain 1952 de la seguridad del FA (verde con techo blanco), dispuesto para encabezarla.
En cada una de las cuatro bocacalles de la plaza se había ubicado un Jeep policial formando una barrera y detrás de las mismas había algunas docenas de individuos vociferantes. En total un centenar de provocadores que supuestamente eran mantenidos a raya por la policía. El público del acto lo constituían un puñado de frenteamplistas residentes en Lascano, 60 o 70 residentes en Montevideo que habían fletado ómnibus para acompañar la caravana durante el recorrido por su departamento y otras tantas personas que integraban la comitiva.
Hay testigos que dicen haberse visto sorprendidos por “la multitud” que participaba en la algarada. La verdad es que el número de provocadores no era grande aunque si muy agresivo lo que puede haber impresionado a observadores poco experimentados. De espontaneidad, nada; la provocación había sido cuidadosamente preparada abarcando todo el departamento. Fuera de la plaza sitiada, en las calles, había más o menos la misma cantidad de personas que en el acto. Todas las viviendas y comercios estaban cerrados, los vecinos atisbaban detrás de las celosías. Los discursos se escucharon a pesar de la gritería pero también hubo pedreas por elevación por lo que el acto debió abreviarse.
Terminada la oratoria (tres intervenciones de los visitantes) todo el mundo empezó a subir a los vehículos y en ese momento las barreras policiales fueron levantadas anticipadamente con el propósito deliberado de permitir que los exaltados se abalanzaran. En avanzada un sujeto cruzó la plaza en diagonal llevando un paquete voluminoso y al llegar a cuatro o cinco metros del Pontiac de la escolta levantó el envoltorio y lo lanzó con todas su fuerzas. El paquete contenía un enorme adoquín para destrozar vidrios y descalabrar a los ocupantes pero impactó contra el parante de las puertas hundiéndolo. Treinta o cuarenta atacantes que portaban bolsas con piedras las arrojaban a boca de jarro contra los ómnibus y demás vehículos que abandonaban la plaza. Después prendieron fuego al estrado y los equipos de amplificación.
Los choferes de los ómnibus trataban de salir de esta encerrona lo más rápido posible para librarse de la pedrea. El Pontiac que encabezaba la marcha debía buscar el recorrido con menos baldíos, en ese entonces abundantes en Lascano, porque allí había grupitos apostados de antemano para apedrear la caravana. Ocultos detrás de los muros y en las esquinas, los individuos emboscados lanzaban piedras a mano y con hondas. El resultado bastantes vidrios rotos, algunos heridos muy leves (rasguños), abolladuras.
En esta emboscada no se produjeron disparos con armas de fuego contra la caravana. La escolta, que portaba armas cortas, las exhibió con buenos resultados disuasivos (gran julepe de los exaltados que se aproximaban) pero se cumplió estrictamente con la orden de no hacer fuego bajo circunstancia alguna. A la salida de la ciudad reaparecieron los Jeeps policiales que se habían esfumado durante las pedreas.
Cerca de Velázquez, camino de Castillos, la caravana se detuvo al mediodía en una estancia cuya propietaria frenteamplista, Marta Rivero de Pagola, convidó con el almuerzo, unos dicen que en base a una gigantesca olla podrida, otros recuerdan un asado. Estando allí llegó un vehículo desde Lascano con información acerca del incendio del estrado y el asalto que estaban sufriendo los frenteamplistas en sus domicilios. Se temían linchamientos. Los Jeeps policiales habían desaparecido nuevamente rumbo a Castillos para “preparar” el segundo episodio de la provocación.
Entre el personal de la caravana se reunió rápidamente un grupo importante para regresar a Lascano en auxilio de los atacados. El retorno no se produjo cuando llegaron nuevas noticias: los ataques se habían aplacado después de ser enfrentados por un compañero que identificó a algunos de sus vecinos que habían tirado abajo la puerta de su casa y revólver en mano, les anunció por su nombre y apellido, que les mataría allí mismo si entraban. Así conminados los cobardes incendiarios desistieron y se retiraron.
El epicentro de la provocación se había desplazado a Castillos. Desde hacía mucho tiempo el cura Juan (cuyo apellido y antecedentes deben obrar en los archivos diocesanos) utilizaba el púlpito y la emisora radial para encendidas arengas anticomunistas, anti tupamaras y sobre todo anti frentistas que compartía con un dirigente de la JUP de apellido Larzábal. Permanentemente circulaban coches con altoparlantes lanzando consignas y volantes de la especie antes indicada.
El acto se desarrolló en la plaza a media tarde. Durante todo el tiempo el cura Juan mantuvo las campanas de la iglesia al vuelo con el propósito de impedir la oratoria. En la plaza no hubo grupos de exaltados o pedreas como en Lascano. Algunos vecinos se acercaron o escucharon los discursos a cierta distancia. Alrededor de las seis de la tarde la caravana reanudó la marcha para dirigirse a Rocha, la capital departamental distante 56 kms. al oeste por la ruta 9.
A la salida de la ciudad se había montado una emboscada en un sitio que se mantiene incambiado hoy en día. Saliendo hacia la carretera, en el lado sur del angosto camino se extiende un amplio descampado en pendiente. Por el lado norte de la senda el terreno continúa en ascenso y se encuentran hileras de casas, las últimas de la población.
En medio de las chilcas del descampado estaban ocultos tiradores con armas cortas y largas, en número no determinado aunque desde los ómnibus se pudo ver una media docena. Encabezaba la caravana el ómnibus donde viajaban Seregni y Crottogini, detrás el coche de la escolta, y enseguida los demás vehículos. Al llegar al sitio los emboscados empezaron a disparar de abajo a arriba, en un ángulo de unos 30º. Algunas balas impactaron en el ómnibus. Inmediatamente los seis integrantes de la escolta descendieron y con las armas desenfundadas corrieron a lado y lado del ómnibus, mientras el coche se hacía a un lado y seguía la marcha lentamente mientras la caravana tomaba velocidad. En menos de un minuto los vehículos superaron el sitio de la emboscada y los integrantes de la escolta subieron al coche que había quedado ahora a retaguardia y separado por unos 30 o 40 metros de la caravana que se alejaba a velocidad.
En ese momento aparecieron súbitamente los Jeeps policiales cerrando el paso al coche de la escolta a todo el ancho del camino y ordenando su detención. Era una operación preconcebida, una jugada de pizarrón, cuyo objetivo era capturar a la escolta que habían identificado perfectamente en los episodios de Lascano y que sabían portadores de armas de fuego. Los jeeps no venían siguiendo a la caravana, no podrían haber llegado tan rápida y sorpresivamente si no hubiesen estado apostados de antemano en una esquina cercana donde acechaban el lugar del tiroteo esperando su momento.
Lo que posiblemente no sabía en aquel instante el subcomisario que dirigía el operativo y mucho menos los integrantes de la escolta frenteamplista era que los disparos de los francotiradores emboscados habían muerto de un balazo en el cráneo a una niña que miraba el paso de la caravana desde el patio de su casa, a la vera del camino más arriba.
La trampa se había cerrado. Desde los ómnibus que se alejaban se vio que el Pontiac de la escolta, sin detenerse, se lanzó barranca abajo fuera del camino y aceleró por el campo hacia la carretera que alcanzó unos 200 metros más adelante. Los Jeeps policiales a pesar de ser vehículos muy nuevos no eran competencia para los cuatro litros cuatrocientos de los ocho cilindros en línea del sedán y su caja de cambios manual que, a pesar de su peso de dos toneladas contando los pasajeros y el combustible, era sorprendentemente ágil y veloz. Este automóvil era préstamo de su propietario frenteamplista que había sido cuidadosamente revisado y puesto a punto para la gira por dos viejos mecánicos, González y Cantero, socialista el primero y comunista el segundo, que lo habían dejado en óptimas condiciones en su taller de la calle Domingo Aramburú.
Los perseguidores quedaron muy atrás y la caravana se encaminó velozmente en el atardecer hacia Rocha. El coche de la escolta siguiendo las instrucciones que se le impartieron encabezó la marcha. Se sabía que en el antiguo retén ubicado en 19 de Abril, a unos 30 kilómetros de la capital departamental, la policía retendría a los siete ocupantes del vehículo perseguido. Antes de llegar al retén envolvieron sus armas en unos buzos de lana y el paquete fue arrojado, sin detenerse, en el monte de uno de los arroyos que cruzan la carretera (horas después los frenteamplistas rochenses lo ubicarían siguiendo las indicaciones del lugar).
Desde 19 de abril a Rocha, el Pontiac con varios policías a bordo siguió su camino y en los Jeeps fueron trasladados los demás integrantes de la escolta, acusados de ser los asesinos de la niña de Castillos, información que habían recibido por radio, y alojados en el carcelaje de la Jefatura de Policía, frente a la plaza de la ciudad. Desde allí se podía escuchar el acto del FA que se desarrollaba en ese lugar.
El acto de esa noche se llevó a cabo con normalidad y ante una concurrencia numerosa aunque también en la capital departamental había habido una intensa agitación “contra la amenaza comunista”. El sacerdote católico Aquiles Mario Sención utilizaba el púlpito de la iglesia (Santa María de los Remedios) para agitar y reclamar una “cruzada” contra los rojos. Los agitadores de la JUP habían atronado la ciudad con sus altoparlantes y sembrado volantes y afiches en su consabida campaña de terror. Sin embargo, en Rocha la campaña de odio no se manifestó ni con piedras ni con balas. Allí se había preparado un golpe aún más alevoso: un atentado contra la vida del Gral. Seregni.
Una vez finalizado el acto, los organizadores habían previsto un refrigerio en el foyer del Teatro Municipal de Rocha (Teatro 25 de Mayo) a pocos metros del estrado. Allí se congregaron todos los participantes en la Caravana de la Victoria con los frenteamplistas rochenses y ciudadanos deseosos de conocer personalmente a los candidatos del FA. La reunión estaba muy concurrida y departía el Gral. Seregni en ese momento con Ruben Sassano (1935 – 2005) del Movimiento 26 de Marzo y José Díaz del Partido Socialista. Se acercó a Seregni un sujeto bajito y sonriente que hizo ademán de extenderle un abrazo. El candidato frenteamplista percibió que el individuo llevaba algo oculto en la manga de su campera y se echó atrás e interpuso su brazo. Sassano se lanzó encima del atacante y le quitó una lezna o punzón, de unos quince centímetros, que llevaba empuñado y que era el arma que hubiera causado una herida mortal.
En ese momento se produjo cierta batahola e intervino, entonces el principal guardaespaldas del candidato, un joven de apellido Franco que, habiendo perdido el control, empezó a golpear al atacante. En ese momento ingresó el referido sub comisario que comandaba la “escolta policial”, sustrajo al hombrecito de la ira de Franco llevándoselo consigo e impidió así que se le interrogase acerca de quién y cómo le habían instrumentado. Se supo que el aspirante a magnicida era un argentino, aparentemente radicado en Rocha desde tiempo atrás, de apellido Blasco.
Según parece este Blasco era hermano de Armando Blasco “el cieguito•, bandoneonista y compositor argentino que en la década de 1940 se radicó en Montevideo, tocó con César Zagnoli y actuó con su hermano Alejandro, también bandoneonista, en radio y televisión bajo el nombre de Trío Hermanos Blasco. No se sabe si este tercer Blasco fuera el otro integrante del trío aunque en Rocha se decía que había sido músico, que era un alcohólico, un cretino manipulable que aducía haber querido asesinar a Seregni “porque su hijo se había hecho comunista”. El punzón, dijo, era herramienta que utilizaba para el mantenimiento de su instrumento.
Aparece el coronel Nese - El intento de asesinar a Seregni en el marco de una escalada criminal contra el Frente Amplio condujo a la dirección a poner en práctica un cambio táctico en relación con la seguridad de la Caravana de la Victoria. El involucramiento de los servicios de inteligencia del país, de los EUA, del Brasil, la policía, las bandas fascistas, requería otra modalidad. Desde Rocha la caravana siguió su marcha hacia el centro del país.
Los integrantes de la escolta, presos en Rocha y acusados de la muerte de la niña en Castillos, fueron sometidos al juzgado departamental el lunes 9 de noviembre. En la noche se les había practicado a todos la prueba del guante de parafina con resultado negativo. Ninguno había disparado un arma en los días previos. La autopsia confirmaría que el disparo provenía del descampado por debajo del camino. El mismo lunes salieron de Rocha para Durazno, emplazados para presentarse más adelante a declarar en la investigación judicial de los hechos pero ya libres de la infame acusación por el crimen cometido por los emboscados.
La dirección del FA alquiló un Ford Mustang Mach 1 de 1971, color verde oscuro (en ese entonces ese tipo de máquinas podían arrendarse en el Uruguay). La tripulación estaba conformada por el Cnel.(r) Antonio Nese (1915-2005), uno de los hombres de confianza del Gral. Seregni, su coetáneo y compañero de promoción que figura en el acta fundacional del Frente Amplio junto a él. El chofer del Pontiac de la escolta, un militante socialista, que pasó hacerlo en el Mustang. Un joven militante del PDC que había llegado a ser teniente del ejército (r) y un compañero de la seguridad del PC, sastre de profesión.
La función de este equipo dirigido por Nese era hacer un trabajo de lanzadera, anticipando el recorrido que debía seguir la caravana, para explorar todos los sitios donde podía montarse una emboscada, revisar los puentes y alcantarillas que podían emplearse para un atentado dinamitero y, en general, observar el despliegue de provocadores, grupos armados o concentraciones hostiles si las hubiera.
Para esa misión, el automóvil más poderoso y veloz que existía en el país no era una veleidad sino una necesidad porque se debía duplicar o triplicar el recorrido de la Caravana, yendo y viniendo para informar y vigilar los diferentes sitios.
Había que hacerlo con discreción, precisión y gran velocidad. A diferencia de la escolta clásica aquí se trataba de hacer un trabajo de prevención y vigilancia para eliminar el factor sorpresa. Era un trabajo agotador y muy incómodo para quienes viajaban en los diminutos asientos traseros del Mustang de dos puertas. Ambos compañeros eran de físico muy robusto e iban comprimidos, en posición fetal siempre que el equipo se encontraba en movimiento.
El coronel Nese era un profesional competente y de pocas palabras pero por el camino iba explicando a sus compañeros cuales eran los riesgos potenciales del recorrido, disponía donde detenerse y ordenaba las verificaciones necesarias de cualquier sitio o aspecto que llamara su atención. Era un experto dominador de la táctica, un buen profesor de la práctica sobre el terreno y un observador agudo. Se dice que se entendía mejor con el militante democristiano, el ex – teniente al que no vacilaba en referirse por su antiguo grado militar. Los otros dos integrantes del equipo tenían otras habilidades complementarias y eran más duchos en otros aspectos por lo que el equipo funcionó muy eficientemente como todoterreno.
Quedó probado que la madre de todas las emboscadas había sido montada en Rocha. En el resto del recorrido de la Caravana de la Victoria no se registraron provocaciones ni atentados organizados. La propaganda antifrentista era muy intensa en todo el país pero se consiguió espacios en radio y televisión para que los candidatos expusieran en los medios locales y Crottogini desarrollaba, invariablemente, una clase magistral y muy entretenida en la que explicaba cómo habían sido los episodios de Rocha y en particular el atentado contra la vida de Seregni.
De norte a sur - Desde Rivera, los integrantes de la escolta citados por el juez volvieron a Rocha, declararon y libres de todo cargo volvieron a incorporarse a la Caravana en Bella Unión. En las ciudades del norte los actos centrales e desarrollaron con gran afluencia de público y entusiasmo de los frenteamplistas locales. En Tacuarembó el estrado del acto se armó a un lado de la plaza a pocos metros de uno de los edificios de muchos pisos con que entonces contaba la ciudad. En la noche, cuando se ultimaban los preparativos una señora se asomaba a su balcón del sexto piso y gritaba a todo pulmón contra Alba Roballo, cuya intervención en la oratoria se había anunciado.
Los frenteamplistas de Tacuarembó habían identificado a esta señora que, según decían estaba profundamente resentida porque consideraba que Alba Roballo le había “quitado” su marido. Los gritos de la señora despechada no preocupaban tanto como la posibilidad de que arrojase algún objeto desde su balcón o que sufriese algún accidente producto de su gran excitación. Allí intervino uno de los integrantes de la seguridad de la Caravana, conocido por el apelativo de “El Precioso”.
Este compañero era un cincuentón, militante socialista de Canelones, que había sido camionero de los faeneros clandestinos y contrabandistas de carne. En ese oficio los problemas se arreglaban a tiros y puñaladas y “El Precioso” era renombrado en el discreto manejo de semejantes herramientas.
De piel cetrina, peinado para atrás a la gomina y bien vestido, no solamente tenía la fama sino la pinta de guapo. Debía su apelativo al uso permanente que hacía del adjetivo que se había transformado en su excluyente sobrenombre. Cuando se le preguntaba cómo andaba. Cómo estaba el día, cómo su salud o si había pique en la pesca invariablemente la respuesta era “precioso”. También era hombre de mundo, bailarín y buen conversador, de modo que al ver la escena de la señora vociferando en el balcón reclamó encargarse del asunto.
Se acomodó el pañuelo de cuello y llamó desde el portero eléctrico. Consiguió trabar conversación con la ofendida y aún más, hizo que bajase al hall de la planta baja. Allí “el Precioso” mantuvo una animada tertulia con la indignada vecina y cuando terminó el acto, incluida la oratoria de Alba Roballo, se despidió cortésmente y salió a la calle. El peligro se había conjurado.
La Caravana de la Victoria estuvo en Rivera, Artigas y Bella Unión para después tomar rumbo al sur por el litoral oeste, Salto, Paysandú, Fray Bentos. Muy buenos actos, entusiasta concurrencia. Desde Mercedes, en el último tercio de la gira, el Gral. Seregni tuvo necesidad de volver a Montevideo para mantener reuniones. De este modo se dispuso que, en la noche, apenas concluido el acto en la capital del departamento de Soriano, el candidato presidencial se hizo conducir en el Mustang en viaje relámpago, 276 kms. en menos de tres horas, a Montevideo. A las siete de la mañana siguiente salió de la capital y retomó la Caravana donde la había dejado, después de haber dormido dos o tres horas, bien afeitado y fresco como una lechuga.
El recorrido de ingreso a Montevideo, por Las Piedras y La Paz, fue extraordinario. A ambos lados del camino había miles y miles de personas con banderas. Fue la culminación de la Caravana y un anticipo del gran acto final, la mayor concentración humana de la historia en el Uruguay por cualquier motivo. Estimaciones conservadoras cifran la asistencia a ese acto en 180.000 personas (el 28 de noviembre el FA obtendría 220.000 votos en Montevideo) y duplicaría los votos de izquierda en elecciones anteriores, en todo el país.
Por Lic. Fernando Britos V.
Título original: 1971: la campaña criminal contra el Frente Amplio y como la derrotó la Caravana de la Victoria
La ONDA digital Nº 668