Centroamérica: ¿hacia un nuevo equilibrio político?
Por Andrés Mora Ramírez
17 abril, 2014
Los resultados de las elecciones presidenciales en Honduras, El Salvador y Costa Rica, celebradas entre noviembre del año anterior y abril del presente, configuran un escenario inédito en Centroamérica, impensable, por ejemplo, hace 25 años, cuando la firma de los Acuerdos de Paz de Esquipulas apenas insinuaba la posibilidad de dar los primeros pasos en la construcción de sistemas políticos más o menos estables y democracias representativas en una región desangrada por la violencia política, militar e ideológica.
A la vuelta de ese cuarto de siglo, la Centroamérica actual nos muestra un escenario de recomposición de los equilibrios de fuerzas políticas que, a su vez, expresa tendencias de cambio social y cultural en curso de no poca importancia: dos antiguos movimientos guerrilleros de liberación nacional, de base nacional-popular, conforman gobierno desde hace dos lustros en El Salvador y Nicaragua –el Frente Farabundo Martí y el Frente Sandinista, respectivamente-; en Honduras, el Partido Libre, que surgió del Frente Nacional de Resistencia al golpe de Estado de 2009, fracturó la hegemonía histórica de “liberales” y “nacionales”, y se convirtió en la segunda bancada con mayor representación en el Congreso hondureño; y en Costa Rica, el triunfo del Partido Acción Ciudadana rompió el bipartidismo neoliberal que nació con la crisis de los años 1980 y los tiempos del sometimiento al FMI, al tiempo que el Frente Amplio obtuvo la mayor votación de la izquierda (9 de 57 diputados) desde la fundación del Partido Comunista en 1931.
Más allá de los matices que distinguen a cada una de estas agrupaciones, y las diferencias legítimas que puedan esgrimirse sobre si se trata de partidos de izquierda, de centro o una derecha maquillada; o sobre si sus programas son anticapitalistas, antineoliberales o solamente reformistas; lo cierto es que este diverso arco de fuerzas constituyen, a su manera y en las adversas condiciones que cada una enfrenta, nuestra primavera democrática y progresista.
Por supuesto, este avance que señalamos en el balance de fuerzas a nivel regional no se puede comprender aislado del proceso de transformación política y de ajuste económico, de signo neoliberal, que experimenta Centroamérica desde la década de 1990, caracterizado, entre otras cosas, por el ascenso de élites empresariales y tecnocráticas que ganaron protagonismo en los poderes Legislativo y Ejecutivo.
De la mano de estos personajes, suerte de agentes del capital transregional y transnacional, también se consolidaron como actores protagónicos de la política centroamericana los llamados nuevos grupos de poder económico (empresarios del boom neoliberal, con inversiones en toda la región, y con vínculos con capitales estadounidenses, mexicanos y colombianos), en virtud de la enorme influencia que lograron ejercer sobre los procesos e instancias de toma de decisiones, que les permite orientar las políticas económicas y públicas a favor de sus propios intereses; así como por su control prácticamente absoluto de los medios de comunicación y la ausencia de legislaciones que regulen el acceso a los medios, en condiciones de igualdad, para todos los sectores de la sociedad.
La acción de estos grupos económicos y su tecnocracia aliada también tiene un impacto cultural en nuestras sociedades, visible en la gestación de un sentido común neoliberal en el que el sector privado de la economía pasa a ocupar un lugar central en la articulación de las relaciones sociales y productivas, como conductor de la modernización hacia afuera que exige la globalización.
¿Qué posibilidades tendrán ahora los gobiernos progresistas y las fuerzas presentes en los congresos centroamericanos, para revertir esta realidad? ¿Acumularán respaldo popular suficiente para impulsar, desde sus respectivos espacios de acción, las transformaciones necesarias para las grandes mayorías?
Las pruebas y peligros que deberán enfrentar no son pocos. Pero, sin caer en optimismos desmesurados, los triunfos alcanzados en los últimos meses permiten mirar con relativa esperanza el futuro, siempre que el diálogo y la voluntad de encuentro entre los gobiernos, así como la solidaridad entre los pueblos –como antídoto contra el veneno de los chovinismos que nos separan- se impongan como los valores que impulsen la construcción de la nueva Centroamérica que queremos ver nacer.
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