Wim Dierckxsens, Walter Formento, Andrés Piqueras
Análisis
17/02/2020
Foto: lampadia.com
El gasto militar visto desde la perspectiva de la economía política es un gasto improductivo y lo anterior es válido sin importar las relaciones de producción dominantes, ya sean éstas pre-capitalistas (como el Imperio Romano), socialistas (URSS) o capitalistas (EEUU y Occidente) (Dierckxsens, Piqueras, Formento, et al, 2018). Por ello, la producción de armas es también una actividad improductiva en nuestros tiempos, ya que en lugar de alentar el crecimiento de la economía civil, de masas, el gasto de defensa tiende más bien a limitar la expansión de la misma y por ende el crecimiento y desarrollo de la economía en su conjunto.
Las armas producidas en un ciclo económico no se encadenan con el próximo ciclo discontinuándolo, en el mejor de los casos no son utilizadas, ya que el uso de las mismas es trabajo destructivo. La exportación de armas podrá beneficiar a su productor para lo cual el comprador asumirá el gasto improductivo, en otras palabras para las economías en su conjunto sigue siendo un gasto improductivo.
La “caída” (Perestroika) de la Unión Soviética -1989/91- como bloque continentalista expansionista fue una sorpresa completa, al menos para Occidente. El final de EEUU, como Imperialismo Continental, se está desplegando ante nuestros ojos desde 2017, pero no lo percibe la ciudadanía ni la gran mayoría de los intelectuales y probablemente tampoco los empresarios, sindicalistas y políticos. Esta falta de pre-visión, hoy no es responsabilidad del público. Es, más que todo, la consecuencia de una manipulación de la información fundamental para que no esté disponible para el gran público.
La dominación estadounidense de la economía mundial desde 1920 hasta 1960 se basó en su posición de acreedor. Su dominación (no su hegemonía) desde la década de 1960, en cambio, proviene de su posición de deudor. Su influencia como principal economía deudora del mundo occidental, sin embargo, fue tan fuerte como la que antes reflejaba su posición de acreedor neto. Hecho que expresaba a la gran potencia militar-industrial continentalista-occidental vencedora en la segunda guerra mundial 1929-1944. En los años sesenta, las exportaciones sobre todo desde Alemania y Japón[4], que incluían a las de las corporaciones multinacionales norteamericanas radicadas en Europa y Japón vía Plan Marshall, empezaron a sobrepasar a sus importaciones desde EEUU, lo cual hizo que disminuyera su demanda de dólares, porque más bien cobraban en oro y ya no dólares. La orden del presidente Nixon en agosto de 1971 fue cerrar la ventanilla de cambio de oro por dólares de los bancos centrales del mundo del bipolarismo occidental. Ese es el momento cuando el Sistema Monetario Internacional se convirtió en un sistema de dinero fiduciario (o sea dinero sin respaldo de un bien tangible).
En 1974 el precio del petróleo se disparó por acuerdos entre los países de la OPEP, con importante influencia de Venezuela. En ese momento, EEUU busco, presiono y obtuvo su acuerdo con Arabia Saudita (principal productor de petróleo), donde podía cobrar lo que quisiera por su petróleo, pero tenía que reciclar sus ganancias netas en dólares, ya sea bajo la modalidad de compra de armas o mediante la compra de bonos del tesoro de EEUU. Luego, EEUU impuso para el bloque occidental que el precio del petróleo se define y paga exclusivamente en dólares. Los países que dependían de las importaciones de petróleo tenían que disponer de reservas en dólares y los países con superávit comercial con EEUU se vieron obligados a aceptar en lugar de dólares, bonos del tesoro (una especie de pagarés) de EEUU.
Estados Unidos impuso, en otras palabras, que el resto del mundo occidental mantuviera sus superávits y ahorros en forma de préstamos a los Estados Unidos. Así EEUU, como verdadero imperio tricontinental (articulando la reconstrucción de la CEE y Japón), pudo instalar bases militares (aun hoy son 800) en 40 países, y los dólares que este gasto militar implicaba los “obtiene” de los países del mundo, financiando así al complejo industrial-militar norteamericano. EEUU no solamente ha logrado imponerse de este modo en la carrera armamentista contra la entonces Unión Soviética, quien tuvo baja capacidad de transferir el gasto improductivo a terceras naciones, sino que además logro mantener esa capacidad de transferencia de riqueza social desde la periferia a Estados Unidos, que actuaba aún como País Central de sus empresas transnacionales, hecho que se extendió hasta la primera década del Siglo XXI (2001-2008). Los países que negociaron el petróleo por fuera del área del dólar corrieron el riesgo de una invasión (Irak, Libia) o de ser asfixiados en sus transacciones bancarias (Irán, Venezuela, Rusia).
Desde 2014-2018, sin embargo, China y Rusia han des-dolarizado sus intercambios comerciales, sumando a otros países a la Nueva Ruta de la Seda (NRS), y apuestan incluso por un nuevo sistema monetario internacional multipolar con naciones soberanas, donde opere el dólar en igualdad de condiciones de soberanía al Petro-Yuan-Oro, es decir sin subordinación a la economía hoy dominantemente: global, ficticia, dolarizada y unipolar. Esta situación da cuenta del momento en que se encuentra la crisis de dominación mundial. El imperio continentalista norteamericano se sostuvo sobre dos pilares: el dólar y el pentágono, en tanto complejo industrial-tecnológico-militar. Si se mina uno de los pilares (el dólar) es imposible sostener el otro (el complejo industrial-militar). Lo anterior implica por ende el escenario de perestroika norteamericana (EEUU) que observamos para el 2020.
El boomerang de la concentración de la riqueza
Ante la baja de la tasa de ganancia en la economía productiva real, el capital financiero globalista se ha dado a la fuga progresiva hacia la acumulación improductiva y ficticia sustentada por el crédito, cuando la cuasi-validación de la ‘plusvalía’ se sostiene en una acumulación de títulos o derechos sobre el trabajo (productivo) futuro, que cada vez parece menos posible poder lograrse. Por ello aparece la emisión de bonos del Tesoro del Estado para que las grandes corporaciones compren sus propias acciones, hecho que no crea riqueza a futuro pero que sí “da” ganancias al aumentar su cotización en la bolsa de valores. El capital accionario es ficticio porque no puede contarse dos veces, no puede contabilizarse el capital real (maquinaria, edificios, etc.) de una empresa y luego también su valor en libros. Sin embargo una forma de capital (las acciones) se puede vender y comprar sin el traspaso del capital real y adquiere así vida propia.
La recompra de acciones por parte de las propias corporaciones financieras hace incrementar su precio en el mercado, pero no así la riqueza real de las mismas. El resultado es que la riqueza real no aumenta pero la élite sí aumenta su capacidad de compra (vendiendo papeles de valor para comprar riqueza real como otras empresas y se acentúa la concentración de la riqueza social en cada vez menos manos, como ya señalábamos hace 20 años (1998).
Entre 1989 y 2018 (Grafico N°1) el 50% más pobre de la población norteamericana ve reducida en aproximadamente un 70%, del 3,8% al 1,2%, su participación (de por sí ya muy ínfima) en el total de la riqueza social producida que va a parar a los bolsillos, ya repletos, del 1% de los grandes capitalistas. Además, para la clase media baja (el siguiente 40%, en buena proporción asalariada) también es significativo la baja en su participación en la riqueza social del 35,2% al 29,1%.
Grafico N°1
El Gráfico N°2, ilustra muy bien cómo ha disminuido la participación de la masa salarial en el ingreso nacional del 52% en los años setenta hasta el 42% en 2018. Lo anterior es producto de la flexibilización en los contratos de trabajo, la informalización y externalización del mismo, que han aumentado la precarización e inseguridad laboral. La clase media alta (9%) situada en los mejores puestos de trabajo, aproximadamente aún mantiene su participación en la riqueza nacional (37,4% y 38,9%) y los únicos que realmente ven aumentada su participación vergonzosa en la riqueza es la pequeña minoría de élite (apenas el 1% de la población) que pasa del 23,6% al 30,9% [ver Gráfico N°1].
Grafico N°2
Si la elite, el 1% de la población, logró duplicar su participación en la riqueza nacional entre 1980 y 2014, el 1 por mil la triplicó, el 1 por diez mil la cuadriplicó y el 1 por cien mil la sextuplicó, como puede observarse en el Gráfico N°3. Esta situación se ha agravado con el tiempo y no solo en EEUU, por ello no es extraño observar que conlleve a protestas político-sociales cada vez más amplias y radicales. La empresa Verisk Maplecroft, especializada en análisis políticos, predice que en aproximadamente el 40% de los 195 países del mundo habrá disturbios civiles en 2020, contra un 25% en 2019, una tendencia que llama la atención (Watson 2020).
Grafico N°3
La economía de China un boomerang para Occidente
En la disputa por el mercado mundial, las IDE (Inversiones Extranjeras Directas) originaron tejidos de propiedad más allá de las fronteras. A partir de ello se reestructuró la producción y distribución de bienes y servicios cada vez menos entre naciones y cada vez más entre Consorcios Financieros Privados Transnacionales. Del flujo de las IDE que tuvo lugar hasta 1990, el 75% se concentró en la triada de potencias centrales: EEUU, UE1 y Japón, reconstruidas estas dos últimas desde 1950 por iniciativa de las corporaciones multinacionales norteamericanas, en la llamada iniciativa Tricontinental del Plan Marshall contra la URSS, y solo un 20% fluyó hacia países periféricos dependientes. En cada país de la triada, el 1% de los consorcios-corporaciones de origen local detentaba el 50% del stock de las IDE de ese país en el exterior, que se dirigieron sobre todo a fusiones y adquisiciones, o sea, hacia actividades improductivas pero muy rentables.
La disputa por el reparto del mercado mundial restante dentro de la Triada comenzó en la década de los ’80. En la primera mitad de los años ’90 se constituyen los bloques económicos regionales (la Unión Europea y el NAFTA, ante la fallida ALCA) que frenan la expansión de las IDE entre los bloques de la Triada. Este es el momento en que la expansión de las IDE se reorienta hacia la periferia, en cuyo proceso EEUU toma el liderazgo. La desintegración –Perestroika- de la Unión Soviética en 1991 permitió, sin mayores reparos políticos, llegar a un nuevo reparto del mundo entre las Transnacionales de los Bloques Económicos Centrales.
El traslado deliberado de capacidades productivas hacia China se inició también en la década de los ‘80 del siglo XX, cuando Japón realizó un firme proceso de reconversión industrial en medio de una política sectorial asistida por el gobierno. Esta iniciativa comenzó con la subcontratación en países de bajos salarios, básicamente en el Este de Asia y China en primer lugar, de actividades manufactureras intensivas en fuerza de trabajo y tecnológicamente estandarizadas. El primer grupo de países que se benefició de este proyecto fueron las nuevas economías industrializadas del Este de Asia (NEIS): Hong Kong, Singapur, Corea del Sur y Taiwán; luego, también Indonesia, Filipinas, Tailandia y Malasia; y más recientemente, China, como un todo nacional, y Vietnam.
La causa del “sorpresivo” estallido de la crisis especulativa en el sudeste asiático en 1997, no reside en Asia ni en algunos especuladores sin escrúpulos, sino en la guerra económica mundial que estalló entre las grandes corporaciones multinacionales y transnacionales globales. El motivo fue que a las transnacionales que provenían de EEUU les convenía la crisis en esta región asiática, para poder subordinarla a su política expansionista global y al Fondo Monetario Internacional, dos lados de lo mismo. Para luego, poder penetrar con esas transnacionales norteamericanas sus mercados desplazando a las multinacionales japonesas principalmente, que concluye con la parálisis y retraimiento del capital japonés sobre territorio japonés, 1997/99. En este mismo momento, entra en escena el capital transnacional global, que está haciendo de todos los países “neo-colonias emergentes”.
Finalizada la Guerra Fría con las “caída” o perestroika soviética de 1989-91, era de suponer que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) perdiera su función y que desapareciera al desarticularse. Sucedió todo lo contrario. En 1999, la OTAN inició una intervención militar contra la ex república de Yugoslavia, ya sin ninguna consulta previa al Consejo de Seguridad de la ONU. El motivo era “sencillamente” que estaba finalizando una Era y nacía otra, que requería un proyecto estratégico global en materia geoestratégica y geopolítica para negar y redefinir estructuralmente las soberanías nacionales de todos los países, no solo limitarlas como sucedió desde 1950 sino negarlas, por lo cual las empezó a denominar economías locales emergentes. La guerra de Kósovo (Febrero de 1998- Junio de 1999) fue la oportunidad para ello y la OTAN fue esencial en esa tarea.
En el marco del periodo que inaugura la guerra de Kosovo, con los intereses globalistas en el gobierno de EEUU, se deroga la ley Glass Steagall, que impedía la fusión de la banca comercial regulada internacionalmente con la banca de inversión sin regulación, por lo tanto habilito nuevamente, después que Roosevelt impusiera su división 1933, el desarrollo de la gran banca global como actor estratégico. Estos hechos inauguraron una nueva etapa en la historia de las relaciones internacionales, ahora globales y fue el principio de la lucha por un nuevo orden mundial (NWO).
Que inmediatamente se manifestaran en la gran crisis denominada la “caída” de las Torres financieras Gemelas de Wall Street, donde los actores financieros no-globales que entraban en declive confrontaban con los Globales “fundiendo” la base metálica de la infraestructura que vertebraba de tres de sus Torres, nada menos que en la City Financiera de Nueva York, en septiembre de 2001. Que dio legitimidad a la declaración de guerra del Presidente Bush al “terrorismo” internacional, cuando se refería a los intereses financieros globales. Que tendrá su segundo round con la “caída” del Lehman Brothers en septiembre de 2008, fundiendo su infraestructura financiera a partir de elevar la tasa de interés del 1% al 5%, lo cual hizo estallar la bomba financiera de deuda de créditos hipotecarios impagable. Estallido que fue reorientado para que dañara específicamente a la gran banca global angloholandesa.
Las IDE en Asia se concentran, aunque no exclusivamente, en la industria orientada a la exportación y constituye en este aspecto un complemento de la inversión a partir del ahorro interno en el sector industrial, especialmente en China. Ambas inversiones juntas permitieron hacer crecer al sector entre un 10% (Corea del Sur) y un 20% (China) al año. Esta tasa de crecimiento sin igual revela que el ascenso de la economía China no dependía en alto grado de las Inversiones Directas Extranjeras, como a menudo se interpreta en Occidente, sino que tenía también un fuerte desarrollo previo desde la década de 1970, como ya hemos señalado antes (Dierckxsens y Piqueras, 2008). Con este estímulo externo al sector productivo, la tasa de crecimiento en la región del Asia Pacífico alcanzó niveles históricos. Este empuje revela que la inversión estaba orientada de manera productiva a la economía real. Lo cual desarrolló una nueva locomotora de la economía mundial que acrecentó de manera excepcional sus exportaciones baratas entre 1979 y 1992, que luego se tornaran cada vez más tecnológicamente avanzadas especialmente hacia EEUU.
En el periodo 1990 y 2017 las empresas globales, de origen estadounidenses, invirtieron más de 250 mil millones de dólares en China sobre todo en tecnologías. En el nuevo milenio, se observa el ascenso constante de la participación de EEUU, y también de la Unión Europea, en la inversión extranjera directa (IDE) en China-Pekín, a costa de Hong Kong, Taiwán y Japón. Microsoft entró en el mercado chino en 1992 y luego entraron otros gigantes, particularmente aunque no exclusivamente, las corporaciones tecnológicas de la información y comunicación como Amazon, Apple, Google, Facebook, Intel, Oracle, Netflix, IBM, Qualcomm, Alphabet, PayPal, Cisco, entre otros.
A la par de las transnacionales globales, se desarrollan también los gigantes conglomerados nacionales chinos (que denominamos Pekín). Hace años que China compite en casi todos los sectores de alta tecnología con las empresas globales originarias de Estados Unidos. A principios de este milenio, Estados Unidos exportaba tres veces más que China en productos tecnológicos a los mercados mundiales. Con el tiempo (2008-09)2, Estados Unidos se convirtió en un importador masivo de productos tecnológicos hechos en China (2009)3, que antes producía en su propia nación, generando una balanza comercial cada vez más negativa.
En la actual década, los estadounidenses solo mantienen un amplio liderazgo en los sectores compuestos por la industria automotriz y la aeronáutica. Desde 2010, Pekín asumió el liderazgo de las exportaciones, superando a las transnacionales ‘norteamericanas’ en renglones como información y comunicación. Asimismo, acaba de igualar las ventas de instrumentación científica y está cerca de igualar las ventas de plantas de generación de energía. Hoy Pekín es uno de los fabricantes más grandes del mundo de productos de alta tecnología como robots industriales, chips y máquinas herramienta. Así es como los titanes estadounidenses ven cada vez más complicada la competencia con los gigantes chinos.
Después de la crisis global de 2007-08, hay una aceleración de los volúmenes de las IDE (Inversiones Extranjeras Directas) de China hacia el mundo que revela la decisión de la internacionalización de los conglomerados nacionales de empresas chinas, el aumento de la inversión china en la economía de otros países y la decisión estratégica. Lo anterior mucho tiene que ver con el desarrollo de un sistema de instituciones financieras diferentes a las que se imponen en los acuerdos de Bretton Woods en 1944 (Patrón Dólar Oro), y a las que se forjan después de su crisis en 1970-73 (Patrón Petróleo Dólar). Estas nuevas instituciones que hacen a un sistema financiero multipolar denominado BRICS esta compuesto por: la Nueva Arquitectura Financiera, por el nuevo banco de desarrollo, el sistema de compensación, nueva moneda y de infraestructura multipolar denominada Nueva Ruta de la Seda –NRS-, por la infraestructura para rutas terrestres con trenes de alta velocidad y marítimas.
Esta iniciativa NRS está asociada a las políticas de inversión regional de “Ir hacia el Oeste” en el propio territorio chino, y ha evolucionado hasta incluir acuerdos y proyectos de conectividad por construcción de infraestructura con Europa, Asia, África y América Latina, principalmente en energía, alimentos, minerales y transporte comercial. La NRS incluye acuerdos ya establecidos con organizaciones entre China y otros países para un mundo multipolar. El proyecto de inversión es de una enorme magnitud de recursos en más de 60 países, así como acuerdos bilaterales y multilaterales de inversión y cooperación. Que en primer lugar estaría el impulso a la mayor internacionalización del yuan como moneda para transacciones de capital.
En la actualidad, la pugna por el liderazgo en el 5G es por los datos, estos son los verdaderos motivos que subyacen en la guerra comercial que Washington mantiene con Pekín, dado que la empresa china Huawei ha tomado la delantera en el desarrollo del ´big data´. Quién controle la red 5G controlara el proceso de la producción social, económica y política en el futuro próximo. Trump no quiere quedar retrasado con su proyecto industrialista y nacionalista, más aún espera poder utilizarlas para recuperar terreno perdido. Pekín (Beijing) bien podría “direccionar” con ello el futuro de la humanidad al impulsar y sostener una transición multipolar (con Rusia, India, Brasil, Sudáfrica, Japón, Turquía, etc.) y orientarse hacia el Poscapitalismo. Objetivo opuesto a los intereses globalistas que piensan utilizarla para lograr dominar el mundo y poder imponer su concepción globalista de poder, que implica un gobierno global sin ciudadanos ni naciones, y que dialogaría directamente con los individuos o con las tribus urbanas locales.
Grafico N°4
Con la crisis en Hong Kong (HK) hemos de recordar que también en China, como en todos los países, hay fuerzas globalistas actuando. Que pretenden desestabilizar al gobierno de Pekín, como en Estados Unidos a Trump, movilizando a los partidarios del “modo de vida británico” en Hong Kong HK, buscando a su vez construir un “escándalo” que pueda ser “operacionalizado” como golpe comunicacional global: un “Tiananmen II”. Con el objetivo de deslegitimar y desarticular la propuesta multipolar como opción legítima para el mundo y así poder bloquear que de ahí pueda consolidarse una solución creíble a la crisis.
Las contradicciones internas en EEUU, boomerang de un imperio
En el cuadro geopolítico de hoy, tenemos que las fuerzas del capital financiero globalizado procuran imponer un Estado global con su propia cripto-moneda global. Este proyecto implica el desplazamiento del dólar y consecuentemente el fin del imperio norteamericano. El Estado global con su planteo se posiciona por encima y en contra de las naciones y de la Organización de las Naciones Unidas -ONU-, incluido EEUU. Con una fuerza militar propia basada en la OTAN, pero nutrida de fuerzas provenientes de todas las naciones y pueblos, como ya es realidad y sucede en general.
No solo los globalistas quieren otro sistema monetario internacional, también lo quiere el multipolarismo con China-Rusia-India-Sudáfrica-Sudamérica. China es el principal acreedor de EEUU debido al enorme déficit en la balanza comercial que ésta tiene con China. Desde 2013, China ha dejado ya de acumular bonos del Tesoro norteamericano e incluso disminuyó su tenencia. Para mayor reaseguro contra una brusca caída en el precio de los bonos del Tesoro norteamericano, China desde hace años está comprando oro al igual que Rusia e India. Es más, China y Rusia junto a otros países de la Nueva Ruta de la Seda, apuestan por un nuevo sistema monetario internacional multipolar con naciones soberanas, donde opere el dólar en igualdad al Yuan con soberanía, es decir sin subordinación a la economía globalizada y su sistema monetario manejado directamente por las grandes transnacionales globales.
La administración Trump muestra que su contradicción principal es con las fuerzas globalistas y solo secundariamente con las fuerzas conservadoras continentalistas que luchan por ‘Otro Siglo Americano’. Esta última no es una opción viable, ya que no cuenta con el apoyo de las fuerzas globalistas ni con las de China y Rusia, que luchan por un mundo multipolar. Cuanto más tiempo Trump permanezca en la presidencia, más opciones tiene la China multipolar de avanzar con su proyecto multipolar. Por esto, queda claro que a pesar de las apariencias de guerra comercial con China, los mejores socios de los Estados Unidos de Trump son Rusia y China, o sea, el proyecto multipolar de mundo. Trump sí tiene una guerra encarnizada con el Globalismo financiero que se proyecta desde la City Financiera de Hong Kong.
El proyecto de ‘Otro Siglo Americano’ ya no tiene quien lo sostenga, los globalistas no quieren sostener un sistema monetario internacional basado en el dólar, tampoco lo quieren sostener China y Rusia. La fracción conservadora de los Republicanos (Bush-Pence-Pompeo-Bolton) se aferra al dólar como moneda internacional de cambio y de reserva, y para ello no pueden recurrir más que a la fuerza bruta militar y paramilitar. Trump tiene claro que la era del petro-dólar está en sus últimos momentos antes de pasar a ser historia, aunque no caerá por la ley de la gravedad ni los intereses continentalistas lo entregarán al museo de la historia. Trump no tiene el objetivo ni tampoco apunta al uso de la fuerza para imponer ‘Otro Siglo Americano’ para el continentalismo americano, como ha quedado claro de nuevo en torno en la crisis en la península de Corea en 2017, en Siria en 2018 y ahora en Irán en 2020. Trump sí apuesta al paulatino desmantelamiento de las 800 bases militares en 40 países y ello ya lo observamos en 2020 en Medio Oriente. El control sobre el precio del petróleo, y del mismo, ya no se garantiza por la ocupación de los países productores de petróleo, sino por el control sobre los flujos monetarios. País que procurara des-dolarizar la compra y venta de petróleo, país que perdía la posibilidad de hacer transacciones bancarias vía el sistema SWIFT de EEUU, como son el caso de Venezuela e Irán.
Lo que EEUU aplica para Irán no puede aplicarlo, sin embargo, a China ni Rusia que están construyendo su propio sistema alternativo al SWIFT. No es extraño en este contexto que las bases militares se muevan para cercar estas naciones, avanzan tratando de “re-consolidar” posiciones en Japón y Corea del Sur para luego poder intervenir en y sobre la India, y desde ahí sobre Irán y sobre China. Claro en una situación compleja y lenta de reconstituir posiciones perdidas y donde perdió la iniciativa estratégica económica. Mientras si avanza la recuperación de la nación Libia, con una acción coordinada de Rusia, Turquía, Egipto, Irán, Siria, etc. A la que se acoplan Alemania, Italia, Francia, Gran Britania como lo muestra la reunión en Moscú.
Más aun, las bases militares en Medio Oriente se tornaron un gasto no solo insostenible sino incluso improductivo. Sin embargo al des-dolarizarse el comercio (en gas y petróleo) entre China y Rusia, entre Japón y China, y con la Nueva Ruta de Seda, también pierde el (petro) dólar su hegemonía y tiende a ser desplazado por el par China-Rusia con el Yuan y el Rublo. El Yuan respaldado por el oro gana paulatinamente terreno como ‘moneda’ de reserva internacional. Al perder terreno el dólar pierde también hegemonía en lo económico, y pierde EEUU también el financiamiento de su complejo industrial y militar, por ende se entra en la fase donde debe enfrentar su propia escenario de Perestroika en 2020, como la URSS en 1989-1991.
A Trump no le quedará otra opción que acercarse y asociarse cada vez más con Rusia y China, para sobrevivir como una nación que sea parte del mundo multipolar que ya viene desplegándose. No lo manifiesta abiertamente, más bien los gestos y decisiones económicas y militares muestran que su conflicto principal con China es contra la guerra comercial contra las transnacionales globales situadas en el eje costero Hong Kong-Shanghái-Taiwán. Su objetivo es que se vean obligadas a regresar a EEUU las empresas transnacionales que deslocalizaron sus inversiones e instalaciones como Apple, Microsoft, Alphabet, Amazon y Facebook y que juntos representan en 2020 el 18% de la capitalización total de S&P en la bolsa de Nueva York y que actualmente operan en China (Hong Kong, Taiwán, Shanghái). Apple y Microsoft han conducido el alza en la bolsa de valores con la recompra de sus propias acciones y del mismo modo podrían causar su caída repentina. Para su retorno a EEUU, Trump ha bajado los impuestos a las empresas (transnacionales) que regresen. Pero, si bien ha entrado mucha inversión directa extranjera a EEUU en los últimos años con Trump, ha sido sobre todo de ‘capital golondrina’ que apuesta por ganancias especulativas de corto plazo y que en cualquier momento, si estalla la crisis, será parte de la gran fuga.
En la batalla que libra Trump contra los Globalistas de Wall Street, una de sus mayores apuestas es a otro período presidencial 2021-enero-2025. Porque, de lograrlo en las elecciones de noviembre de 2020, esto podría seguramente parar a las fuerzas globalistas en su delirio oligárquico-belicista de hacer esta llar la burbuja financiera para culpar a Trump y hacer estallar nuevas guerras en el mundo. La lucha de los demócratas-globalistas por un nuevo impeachment, iniciativa de destitución contra Trump, basado más en operaciones de inteligencia militar sobre hechos falsos o “fabricados”, es reflejo de su estado de desesperación. Es claro que la iniciativa tiene muy escasa posibilidad de ser aprobada en el Senado, donde recién la hicieron ingresar el 16 de enero de 2020, más como instrumento de golpismo mediático-electoral que un hecho real. En síntesis, la compleja crisis interna norteamericana entre Trump-Continentalistas-y-Globalistas, está llegando a su clímax, con mucha corrupción y ninguna transparencia. Este año 2020 podría asumir un “clima” de ´guerra civil hibrida´ más que de campaña electoral. Un año electoral que ya empezó a principios del 2018 y llego a su clímax con la presentación de la iniciativa de destitución por los demócratas en julio-octubre de 2019.
Por otro lado, si Trump gana o no, esto no cambiara el panorama general del año 2020, que es de una gran crisis económica-financiera en el país y a nivel mundial, con una gran burbuja financiera a punto de estallar. En ese contexto queda clara la necesidad de otro sistema monetario internacional que refleje que EEUU dejo de ser el centro, que ya no hay ni puede ya haber país-centro ni países centrales. Si los globalistas ganaran la elección en Estados Unidos, lo más probable es una fractura del mundo en dos sistemas monetarios internacionales en pugna y muy probablemente la descomposición de EEUU en diferentes economías regionales-locales. Si Trump lograra un segundo período presidencial, lo más probable, según la intención mayoritaria de votos que aun mantiene, será una derrota muy dura tanto para los globalistas así como para los republicanos continentalistas norteamericanos, y se abriría una posibilidad real de la construcción de un mundo multipolar sin nuevo imperio central ni global. Ambas alternativas tienen en común un escenario para el 2020 de Caída o Perestroika para EEUU.