Por Eliane Brum
4 marzo, 2020
Durante el Carnaval, Jair Bolsonaro jugó al autogolpe y avanzó 10 casillas hacia el autoritarismo. El presidente difundió en sus grupos de WhatsApp un vídeo donde se convoca a los brasileños a protestar contra el Congreso: “15 de marzo. Gen. Heleno / Cap. Bolsonaro. Brasil es nuestro. No de los políticos de siempre”.
El general Heleno es el ministro jefe del Gabinete de Seguridad Institucional. Unos días antes, molesto porque el Congreso desempeñaba su papel en lugar de ser un ventrílocuo de su jefe, el militar había sido sorprendido despotricando con otros ministros: “No podemos aceptar que esos tipos nos chantajeen. Que se jodan”. El despropósito autoritario del general motivó el contenido golpista de las manifestaciones programadas para el 15 de marzo por grupos de extrema derecha.
Hay que prestar mucha atención a lo que sucede en Brasil. El golpismo que encarna Bolsonaro no es el del siglo XX, sino el del siglo XXI. Como colegas de otros países, fue elegido presidente por votación. La democracia elige a los que niegan la democracia. No es casualidad que también nieguen la crisis climática. Son gestos conectados en el modelo autoritario actual.
El discurso con el que Bolsonaro salió elegido enaltecía la dictadura militar y despreciaba los avances logrados en la redemocratización del país. En el Gobierno, empezó a “denunciar” que no lo dejaban gobernar. El mensaje que ahora atraviesa las redes bolsonaristas es que los otros poderes, particularmente el Congreso y el Supremo Tribunal Federal, impiden que Bolsonaro “haga lo que Brasil necesita” y, por lo tanto, hay que cerrarlos.
Bolsonaro anida en su Gobierno un número inédito de generales. Es la cara explícita de su estrategia de intimidación en un país donde los asesinos de la dictadura andan por las calles. La base que lo respalda, sin embargo, son las policías militares, que están matando cada vez más en los barrios pobres. En los últimos años, estas fuerzas se han vuelto cada vez más autónomas y una parte se ha transformado en milicias. Bolsonaro y su familia tienen relaciones con milicianos.
Las pasadas semanas, policías militares del Estado de Ceará se amotinaron por mejores salarios, tomaron cuarteles y aterrorizaron a la población. El 19 de febrero, el senador Cid Gomes intentó retomar uno de estos cuarteles con una retroexcavadora y recibió dos disparos. Policías militares de otros Estados también amenazan con rebelarse. Una parte de estas fuerzas ya no obedece la Constitución. Su ídolo es Bolsonaro, un militar que, cuando era capitán del Ejército, planeaba colocar bombas en los cuarteles para protestar por los bajos salarios. Los golpes ya no ocurren de repente. La democracia en Brasil la están devorando como parásitos: desde dentro, un poco más cada día.
El País
Hay que prestar mucha atención a lo que sucede en Brasil. El golpismo que encarna Bolsonaro no es el del siglo XX, sino el del siglo XXI. Como colegas de otros países, fue elegido presidente por votación. La democracia elige a los que niegan la democracia. No es casualidad que también nieguen la crisis climática. Son gestos conectados en el modelo autoritario actual.
El discurso con el que Bolsonaro salió elegido enaltecía la dictadura militar y despreciaba los avances logrados en la redemocratización del país. En el Gobierno, empezó a “denunciar” que no lo dejaban gobernar. El mensaje que ahora atraviesa las redes bolsonaristas es que los otros poderes, particularmente el Congreso y el Supremo Tribunal Federal, impiden que Bolsonaro “haga lo que Brasil necesita” y, por lo tanto, hay que cerrarlos.
Bolsonaro anida en su Gobierno un número inédito de generales. Es la cara explícita de su estrategia de intimidación en un país donde los asesinos de la dictadura andan por las calles. La base que lo respalda, sin embargo, son las policías militares, que están matando cada vez más en los barrios pobres. En los últimos años, estas fuerzas se han vuelto cada vez más autónomas y una parte se ha transformado en milicias. Bolsonaro y su familia tienen relaciones con milicianos.
Las pasadas semanas, policías militares del Estado de Ceará se amotinaron por mejores salarios, tomaron cuarteles y aterrorizaron a la población. El 19 de febrero, el senador Cid Gomes intentó retomar uno de estos cuarteles con una retroexcavadora y recibió dos disparos. Policías militares de otros Estados también amenazan con rebelarse. Una parte de estas fuerzas ya no obedece la Constitución. Su ídolo es Bolsonaro, un militar que, cuando era capitán del Ejército, planeaba colocar bombas en los cuarteles para protestar por los bajos salarios. Los golpes ya no ocurren de repente. La democracia en Brasil la están devorando como parásitos: desde dentro, un poco más cada día.
El País