Por Laura Arroyo G.
En 23/06/2022
Es normal que el “que se vayan todos” goce de aceptación popular. No solo es normal, es lógico y justificado. Cualquiera con dos dedos de frente, viendo el escenario que tenemos, sabiendo lo entrampados que nos encontramos y observando las renuncias a la transformación en el Ejecutivo y el golpismo en el Legislativo, pensaría, cuando menos, que deberían irse quienes están. Pero esta es una trampa y comporta un problema mayor: no existe un “que se vayan todos”.
Lo que existe es un canje. Siempre que alguien se va llega otro alguien. La segunda cara de la moneda es aquella de la que parecemos no querer hablar con la misma vehemencia como de la primera: si se van todos, ¿Quiénes vienen? Cuidado con el discurso fácil que no hace más que responder a una pulsión legítima, pero sin ninguna alternativa. OJO, en política todo vacío se llena. La pregunta es quién lo haría.
El “que se vayan todos” es un termómetro del pulso de indignación en un Perú que atraviesa una crisis sistémica; sin embargo, entender ese termómetro como “salida” (odio la palabra por el reduccionismo que supone) no hace sino sostener algo de lo que ya hemos hablado: un diagnóstico errado. Cada vez que algún amigo ya sea de derechas -tengo algunos- o de izquierdas -muchos se han comprado los marcos en los que la derecha quiere que hablemos-, me pregunta ¿Cuál es la salida a la crisis? le respondo con una pregunta que cambia todo el debate: depende, ¿de qué crisis estamos hablando?
Si la crisis fuera sólo de representatividad, entendería el “que se vayan todos”, pero exigiría cuando menos reforma política para garantizar que si se van “todos” vengan “nuevos”. Sin embargo, por cierto, esa reforma política tampoco es un consenso, con lo cual, el primer paso sería delimitar qué queremos que incluya esa reforma. Por otro lado, si la crisis fuera sólo política, entendería el adelanto electoral como vía de resolución, pero, nuevamente, sin reforma política no habría garantías de cambiar nada, solo de intercambiar figuritas en el álbum.
Y, por cierto, ¿hasta qué punto abrimos puertas de no retorno cuando quebramos los tiempos de mandato tras elecciones populares? Me gustaría que al menos hablemos de esto. Para quienes proponen esta salida, esta pregunta ni existe. Si, por otro lado, la crisis fuera solo económica entendería que el continuismo económico en este Gobierno es el principal problema a resolver e insistiría en poner todo de nosotros para sacar a un ministro como Graham del que no se dice nada en los grandes poderes mediáticos.
Asimismo, si la crisis fuera solo de corrupción entendería que los mecanismos para investigar y sancionar acciones corruptas deberían ser el foco tanto para investigar el Gobierno como para investigar el Congreso, al poder económico y al poder empresarial que están hasta el cuello de escándalos de corrupción, aunque, nuevamente, sobre ellos tampoco te dicen nada. Pero, me temo que todo esto es falaz. La crisis es sistémica y mientras esto no se tenga claro no habrá “salidas” a la crisis, sino paliativos que a la larga pueden ser más peligrosos que la enfermedad.
¿Esto quiere decir que no hay que hacer nada? Todo lo contrario. Esto quiere decir que las coordenadas de acción en el contexto de crisis son otras. Quiere decir que toca pensar en otras claves, ampliar la mirada, ser pragmáticos y a la vez responsables, entender que la caligrafía de lo político hoy no es la caligrafía de los poderes, que las preguntas a responder no son las preguntas que te hacen en un set de televisión del gran grupo El Comercio y que el sentir de las mayorías no es un hartazgo en abstracto, sino con algo en concreto.
Ese que se vayan todos no está dirigido ni al Gobierno ni al Congreso exclusivamente, está dirigido a algo más amplio: el establishment. Y ahí, todos los poderes (el mediático particularmente incluido) tienen algo que reconocer, algo sobre lo que enmendar y algo que decir.
Tal vez el primer paso hacia adelante ya no es solo entender las dimensiones de la crisis, sino también que este Gobierno y este Legislativo no solo son parte de ella, sino HIJOS de ella. Esto es clave. Que el Estado sea tan fácil de golpear, dañar y quebrar no es mérito de Pedro Castillo, es el resultado de tres décadas de precarizar al Estado, acabar con su protagonismo y dejarlo sin músculo por parte de los mismos que salen a pedir vacancia y que tienen un plan golpista. Castillo es hijo del legado fujimorista porque su resaca lo tocó todo.
Por otro lado, que el Congreso sea capaz de conseguir amplias mayorías para sostener los negocios de mafias como la del transporte, las universidades bamba o garantizar la impunidad de corruptos como Alarcón no es un mérito de este Congreso, sino la consecuencia de un sistema político donde las listas congresales se hacen en función de la billetera y donde cualquiera que quiere armar un partido político nuevo tiene que hipotecarse con un gran accionista para ello porque las vías de participación son difíciles y absurdas.
Y ya sabemos quiénes son los accionistas y cómo te cobran cuando llegas a un escaño. Que los poderes mediáticos le hablen solo a Lima de su agenda y no a las grandes mayorías del país no es mérito exclusivo de sus directores capitalinos de mirada centralista, sino consecuencia de que estos poderes hayan dejado de responder al deber de informar para asumir un papel interesado en el sostenimiento de ese establishment del que forman parte. Y así, un largo etcétera. No son causantes de la crisis, son hijos de ella. ¿Por qué son ellos quienes nos dicen cómo salir de aquello que les permite existir?
De ahí que para salir de la trampa toca pragmatismo y responsabilidad capaces de plantear una mirada larga. No tiene nada de mirada larga responsable creer que se puede marchar con golpistas y decir que eres un demócrata o un republicano. No tiene nada de mirada larga creer que Maricarmen Alva como portavoz del golpismo cesará en sus ambiciones presidenciales si deja la Mesa Directiva o si sacan a Castillo de la presidencia. Si se va Alva llegará otra u otro exactamente igual, con los mismos objetivos y las mismas tretas. No tiene nada de mirada larga responsable pensar en un adelanto electoral sin tocar los ribetes que garantizan que elijamos entre las mismas (mediocres) opciones.
Como tampoco tiene de mirada larga responsable creer que el recorte de los mandatos en las instituciones no supone precarizar más los pocos cimientos democráticos que en Perú aún subsisten pese a todo. Cuidado con las puertas que abrimos. No tiene nada de mirada larga responsable creer que Castillo es el responsable del desmantelamiento del Estado porque eso sería a una profunda ignorancia sobre los últimos treinta años en Perú.
Lamentablemente, no tiene nada de mirada larga responsable creer que el “que se vayan todos” es un primer punto de llegada porque lo que es en realidad, es un punto de origen del caldo de cultivo del hartazgo. Pero, así como no se diagnostica bien la crisis, muchas veces no se diagnostica bien el “todos”.
Es aquí donde las izquierdas son las únicas que pueden decir algo pues son las llamadas a plantear una alternativa a lo que vivimos abriendo un otro camino que nos saque del entrampamiento performativo de los bandos. Y digo performativo porque son dos bandos que se gritan mucho en los medios, pero se abrazan más fuerte a la hora de votar. De ahí la urgencia de una alternativa realmente distinta para lo cual toca tener claro que ese “que se vayan todos” ha de ser escuchado, pero en su real dimensión que no es para nada electoralista, sino también sistémico.
Solo así nos haremos las preguntas correctas: ¿Quiénes son todos? ¿Cómo construimos un “nosotros” distinto a partir de ese “todos” que se opone? Y este trabajo no está en el Congreso, el tuiter ni los grandes medios que han renunciado a ser portavoces de la verdad para ser portavoces de intereses en esta pugna de bandos. Está en la labor de representación real que las izquierdas deben asumir y sobre lo cual ya están tardando.
Lo curioso es que a quienes planteamos este diagnóstico amplio y, por lo mismo, problematizamos a los gurús de las salidas rápidas, se nos dice que somos oficialistas, castillistas y comunistas (me han dicho de todo). Y me temo que es porque en el Perú de hoy ser una opositora de izquierdas tanto al Gobierno como al ala golpista y a los poderes que se han sumado en coro al discurso del golpe, significa ser un unicornio. Y es una lástima. Cuando el sentido común es tan poco común nos encontramos en un momento de profunda fractura social y política. No hay momento más pertinente para que los unicornios intentemos abrirnos paso.
* Miembro de la Unidad de Análisis Político, Estrategias y Marcos de la Secretaría General de Podemos (España). Licenciada en Lingüística Hispánica por la PUCP. Diplomada en Periodismo Político y Análisis Cultural por la UARM.
En 23/06/2022
Es normal que el “que se vayan todos” goce de aceptación popular. No solo es normal, es lógico y justificado. Cualquiera con dos dedos de frente, viendo el escenario que tenemos, sabiendo lo entrampados que nos encontramos y observando las renuncias a la transformación en el Ejecutivo y el golpismo en el Legislativo, pensaría, cuando menos, que deberían irse quienes están. Pero esta es una trampa y comporta un problema mayor: no existe un “que se vayan todos”.
Lo que existe es un canje. Siempre que alguien se va llega otro alguien. La segunda cara de la moneda es aquella de la que parecemos no querer hablar con la misma vehemencia como de la primera: si se van todos, ¿Quiénes vienen? Cuidado con el discurso fácil que no hace más que responder a una pulsión legítima, pero sin ninguna alternativa. OJO, en política todo vacío se llena. La pregunta es quién lo haría.
El “que se vayan todos” es un termómetro del pulso de indignación en un Perú que atraviesa una crisis sistémica; sin embargo, entender ese termómetro como “salida” (odio la palabra por el reduccionismo que supone) no hace sino sostener algo de lo que ya hemos hablado: un diagnóstico errado. Cada vez que algún amigo ya sea de derechas -tengo algunos- o de izquierdas -muchos se han comprado los marcos en los que la derecha quiere que hablemos-, me pregunta ¿Cuál es la salida a la crisis? le respondo con una pregunta que cambia todo el debate: depende, ¿de qué crisis estamos hablando?
Si la crisis fuera sólo de representatividad, entendería el “que se vayan todos”, pero exigiría cuando menos reforma política para garantizar que si se van “todos” vengan “nuevos”. Sin embargo, por cierto, esa reforma política tampoco es un consenso, con lo cual, el primer paso sería delimitar qué queremos que incluya esa reforma. Por otro lado, si la crisis fuera sólo política, entendería el adelanto electoral como vía de resolución, pero, nuevamente, sin reforma política no habría garantías de cambiar nada, solo de intercambiar figuritas en el álbum.
Y, por cierto, ¿hasta qué punto abrimos puertas de no retorno cuando quebramos los tiempos de mandato tras elecciones populares? Me gustaría que al menos hablemos de esto. Para quienes proponen esta salida, esta pregunta ni existe. Si, por otro lado, la crisis fuera solo económica entendería que el continuismo económico en este Gobierno es el principal problema a resolver e insistiría en poner todo de nosotros para sacar a un ministro como Graham del que no se dice nada en los grandes poderes mediáticos.
Asimismo, si la crisis fuera solo de corrupción entendería que los mecanismos para investigar y sancionar acciones corruptas deberían ser el foco tanto para investigar el Gobierno como para investigar el Congreso, al poder económico y al poder empresarial que están hasta el cuello de escándalos de corrupción, aunque, nuevamente, sobre ellos tampoco te dicen nada. Pero, me temo que todo esto es falaz. La crisis es sistémica y mientras esto no se tenga claro no habrá “salidas” a la crisis, sino paliativos que a la larga pueden ser más peligrosos que la enfermedad.
¿Esto quiere decir que no hay que hacer nada? Todo lo contrario. Esto quiere decir que las coordenadas de acción en el contexto de crisis son otras. Quiere decir que toca pensar en otras claves, ampliar la mirada, ser pragmáticos y a la vez responsables, entender que la caligrafía de lo político hoy no es la caligrafía de los poderes, que las preguntas a responder no son las preguntas que te hacen en un set de televisión del gran grupo El Comercio y que el sentir de las mayorías no es un hartazgo en abstracto, sino con algo en concreto.
Ese que se vayan todos no está dirigido ni al Gobierno ni al Congreso exclusivamente, está dirigido a algo más amplio: el establishment. Y ahí, todos los poderes (el mediático particularmente incluido) tienen algo que reconocer, algo sobre lo que enmendar y algo que decir.
Tal vez el primer paso hacia adelante ya no es solo entender las dimensiones de la crisis, sino también que este Gobierno y este Legislativo no solo son parte de ella, sino HIJOS de ella. Esto es clave. Que el Estado sea tan fácil de golpear, dañar y quebrar no es mérito de Pedro Castillo, es el resultado de tres décadas de precarizar al Estado, acabar con su protagonismo y dejarlo sin músculo por parte de los mismos que salen a pedir vacancia y que tienen un plan golpista. Castillo es hijo del legado fujimorista porque su resaca lo tocó todo.
Por otro lado, que el Congreso sea capaz de conseguir amplias mayorías para sostener los negocios de mafias como la del transporte, las universidades bamba o garantizar la impunidad de corruptos como Alarcón no es un mérito de este Congreso, sino la consecuencia de un sistema político donde las listas congresales se hacen en función de la billetera y donde cualquiera que quiere armar un partido político nuevo tiene que hipotecarse con un gran accionista para ello porque las vías de participación son difíciles y absurdas.
Y ya sabemos quiénes son los accionistas y cómo te cobran cuando llegas a un escaño. Que los poderes mediáticos le hablen solo a Lima de su agenda y no a las grandes mayorías del país no es mérito exclusivo de sus directores capitalinos de mirada centralista, sino consecuencia de que estos poderes hayan dejado de responder al deber de informar para asumir un papel interesado en el sostenimiento de ese establishment del que forman parte. Y así, un largo etcétera. No son causantes de la crisis, son hijos de ella. ¿Por qué son ellos quienes nos dicen cómo salir de aquello que les permite existir?
De ahí que para salir de la trampa toca pragmatismo y responsabilidad capaces de plantear una mirada larga. No tiene nada de mirada larga responsable creer que se puede marchar con golpistas y decir que eres un demócrata o un republicano. No tiene nada de mirada larga creer que Maricarmen Alva como portavoz del golpismo cesará en sus ambiciones presidenciales si deja la Mesa Directiva o si sacan a Castillo de la presidencia. Si se va Alva llegará otra u otro exactamente igual, con los mismos objetivos y las mismas tretas. No tiene nada de mirada larga responsable pensar en un adelanto electoral sin tocar los ribetes que garantizan que elijamos entre las mismas (mediocres) opciones.
Como tampoco tiene de mirada larga responsable creer que el recorte de los mandatos en las instituciones no supone precarizar más los pocos cimientos democráticos que en Perú aún subsisten pese a todo. Cuidado con las puertas que abrimos. No tiene nada de mirada larga responsable creer que Castillo es el responsable del desmantelamiento del Estado porque eso sería a una profunda ignorancia sobre los últimos treinta años en Perú.
Lamentablemente, no tiene nada de mirada larga responsable creer que el “que se vayan todos” es un primer punto de llegada porque lo que es en realidad, es un punto de origen del caldo de cultivo del hartazgo. Pero, así como no se diagnostica bien la crisis, muchas veces no se diagnostica bien el “todos”.
Es aquí donde las izquierdas son las únicas que pueden decir algo pues son las llamadas a plantear una alternativa a lo que vivimos abriendo un otro camino que nos saque del entrampamiento performativo de los bandos. Y digo performativo porque son dos bandos que se gritan mucho en los medios, pero se abrazan más fuerte a la hora de votar. De ahí la urgencia de una alternativa realmente distinta para lo cual toca tener claro que ese “que se vayan todos” ha de ser escuchado, pero en su real dimensión que no es para nada electoralista, sino también sistémico.
Solo así nos haremos las preguntas correctas: ¿Quiénes son todos? ¿Cómo construimos un “nosotros” distinto a partir de ese “todos” que se opone? Y este trabajo no está en el Congreso, el tuiter ni los grandes medios que han renunciado a ser portavoces de la verdad para ser portavoces de intereses en esta pugna de bandos. Está en la labor de representación real que las izquierdas deben asumir y sobre lo cual ya están tardando.
Lo curioso es que a quienes planteamos este diagnóstico amplio y, por lo mismo, problematizamos a los gurús de las salidas rápidas, se nos dice que somos oficialistas, castillistas y comunistas (me han dicho de todo). Y me temo que es porque en el Perú de hoy ser una opositora de izquierdas tanto al Gobierno como al ala golpista y a los poderes que se han sumado en coro al discurso del golpe, significa ser un unicornio. Y es una lástima. Cuando el sentido común es tan poco común nos encontramos en un momento de profunda fractura social y política. No hay momento más pertinente para que los unicornios intentemos abrirnos paso.
* Miembro de la Unidad de Análisis Político, Estrategias y Marcos de la Secretaría General de Podemos (España). Licenciada en Lingüística Hispánica por la PUCP. Diplomada en Periodismo Político y Análisis Cultural por la UARM.