Por Jorge Heine
En 16/07/2022
La Cumbre de las Américas celebrada en Los Ángeles a principios de junio fue vista como un fracaso para la administración Biden. Sin embargo, visto desde América Latina, sirvió para abrir los ojos: mientras que el país más mencionado -Cuba- no estuvo presente, otro país que estaba en la mente de todos fue ignorado: China. ¿De qué es esto el síntoma?
Un continente en una profunda crisis.
Bienvenido a las Américas 2022, un continente en una profunda crisis. A diferencia de otras ocasiones, esta vez ella afecta al continente en su conjunto. De muestra, un botón: como resultado de la pandemia de Covid-19, han fallecido en el Hemisferio Occidental 2.7 millones de personas. Ello significa que, con apenas un 13% de la población mundial, las Américas han tenido un 40% de las muertes por el virus, más que ninguna otra región del mundo, de acuerdo a cifras oficiales.
Un millón de ellos han sido en Estados Unidos y 1.7 millones en América Latina, en proporciones similares a la población de cada uno. En circunstancias normales, se esperaría desempeño muy superior de los Estados Unidos en la efectividad del combate a una pandemia que al de América Latina, por razones obvias, como las de niveles de ingreso y de sistemas de salud de mayor calidad.
De hecho, en 2019 un estudio determinó que Estados Unidos era país mejor preparado del mundo para enfrentar una pandemia. Con un millón de muertes en ese país como resultado del Covid-19 a abril de 2022, la mayor cifra de país alguno, ese diagnóstico resultó ser profundamente equivocado, y revelador de los enormes problemas que enfrenta esa nación.
En nuestra América, por otra parte, en adición a los devastadores efectos del virus mismo, la pandemia gatilló, según la CEPAL, la mayor crisis económica en 120 años, con una caída del producto de la región de un 7% en 2020, el doble de la caída del producto mundial, y el mayor de región alguna. El número de latinoamericanos bajo la línea de pobreza asciende ahora a un 33% de la población y el ingreso per capita ha caído a los niveles de 2008.
América Latina sigue siendo la región con mayor desigualdad de ingreso en el mundo, y los niveles de violencia en las sociedades latinoamericanas siguen superando records. Catorce de los veinte países con el índice de homicidios per capita más altos son latinoamericanos, y uno de cada cinco homicidios en el mundo tiene lugar en tres países de la región—Brasil, Colombia y Venezuela—. A su vez, la guerra en Ucrania ha contribuido a una fuerte inflación de los precios de los alimentos y los combustibles, agravando aún más la situación de los sectores más desposeídos.
En este cuadro las condiciones estaban dadas para que la Cumbre de las Américas fuese una gran ocasión para que los países del Hemisferio Occidental aunasen fuerzas para enfrentar de manera mancomunada esta difícil coyuntura. Esto es especialmente cierto dado que al menos parte de la razón por la cual la pandemia fue tan devastadora en el continente fue por la casi total y absoluta falta de coordinación entre los países—lo que llegó al límite con los recortes presupuestarios impuestos por los Estados Unidos a la Organización Panamericana de la Salud (OPS) en 2019, y su negativa a cancelarlos en 2020, en plena pandemia—.
Desde el punto de vista de la política exterior de los Estados Unidos, a su vez, enfrascada en una fuerte competencia con China por mantener la tradicional primacía estadounidense en el hemisferio, también habría sido lógico concluir, que la IX Cumbre sería una oportunidad inmejorable para reafirmar el compromiso de Washington con América Latina. Sin embargo, nada de ello ocurrió. Es más: la fecha original de la IX Cumbre de las Américas estaba fijada para abril de 2021, apenas tres meses después de la toma de posesión del Presidente Biden.
Habría sido el momento perfecto para marcar diferencias con lo que fueron las políticas hacia América Latina del Presidente Trump, y subrayar que la nueva administración ya no estaba en plan de denostar a América Latina y a los inmigrantes latinoamericanos, tal como hizo Trump para movilizar a su base electoral. La elección del Presidente Biden, un buen conocedor de América Latina, que como vicepresidente de los Estados Unidos visitó la región en 16 ocasiones (a diferencia de Trump, que lo hizo solo una vez en su mandato, y ello para asistir a una reunión del G20 en Buenos Aires en 2018) había despertado grandes esperanzas en la región.
Sin embargo, Estados Unidos postergó en 14 meses la realización del encuentro, so pretexto de la pandemia, aunque en esas fechas se realizaron numerosas otras cumbres con una amplia participación de Estados Unidos.
En estas circunstancias, no faltan los que se preguntan acerca del propósito que cumplen las Cumbres de las Américas. Al menos un exfuncionario del gobierno del Presidente Obama ha señalado que ya han cumplido un ciclo y que lo mejor sería ponerles fin. Otro observador ha opinado
En 16/07/2022
La Cumbre de las Américas celebrada en Los Ángeles a principios de junio fue vista como un fracaso para la administración Biden. Sin embargo, visto desde América Latina, sirvió para abrir los ojos: mientras que el país más mencionado -Cuba- no estuvo presente, otro país que estaba en la mente de todos fue ignorado: China. ¿De qué es esto el síntoma?
Un continente en una profunda crisis.
Bienvenido a las Américas 2022, un continente en una profunda crisis. A diferencia de otras ocasiones, esta vez ella afecta al continente en su conjunto. De muestra, un botón: como resultado de la pandemia de Covid-19, han fallecido en el Hemisferio Occidental 2.7 millones de personas. Ello significa que, con apenas un 13% de la población mundial, las Américas han tenido un 40% de las muertes por el virus, más que ninguna otra región del mundo, de acuerdo a cifras oficiales.
Un millón de ellos han sido en Estados Unidos y 1.7 millones en América Latina, en proporciones similares a la población de cada uno. En circunstancias normales, se esperaría desempeño muy superior de los Estados Unidos en la efectividad del combate a una pandemia que al de América Latina, por razones obvias, como las de niveles de ingreso y de sistemas de salud de mayor calidad.
De hecho, en 2019 un estudio determinó que Estados Unidos era país mejor preparado del mundo para enfrentar una pandemia. Con un millón de muertes en ese país como resultado del Covid-19 a abril de 2022, la mayor cifra de país alguno, ese diagnóstico resultó ser profundamente equivocado, y revelador de los enormes problemas que enfrenta esa nación.
En nuestra América, por otra parte, en adición a los devastadores efectos del virus mismo, la pandemia gatilló, según la CEPAL, la mayor crisis económica en 120 años, con una caída del producto de la región de un 7% en 2020, el doble de la caída del producto mundial, y el mayor de región alguna. El número de latinoamericanos bajo la línea de pobreza asciende ahora a un 33% de la población y el ingreso per capita ha caído a los niveles de 2008.
América Latina sigue siendo la región con mayor desigualdad de ingreso en el mundo, y los niveles de violencia en las sociedades latinoamericanas siguen superando records. Catorce de los veinte países con el índice de homicidios per capita más altos son latinoamericanos, y uno de cada cinco homicidios en el mundo tiene lugar en tres países de la región—Brasil, Colombia y Venezuela—. A su vez, la guerra en Ucrania ha contribuido a una fuerte inflación de los precios de los alimentos y los combustibles, agravando aún más la situación de los sectores más desposeídos.
En este cuadro las condiciones estaban dadas para que la Cumbre de las Américas fuese una gran ocasión para que los países del Hemisferio Occidental aunasen fuerzas para enfrentar de manera mancomunada esta difícil coyuntura. Esto es especialmente cierto dado que al menos parte de la razón por la cual la pandemia fue tan devastadora en el continente fue por la casi total y absoluta falta de coordinación entre los países—lo que llegó al límite con los recortes presupuestarios impuestos por los Estados Unidos a la Organización Panamericana de la Salud (OPS) en 2019, y su negativa a cancelarlos en 2020, en plena pandemia—.
Desde el punto de vista de la política exterior de los Estados Unidos, a su vez, enfrascada en una fuerte competencia con China por mantener la tradicional primacía estadounidense en el hemisferio, también habría sido lógico concluir, que la IX Cumbre sería una oportunidad inmejorable para reafirmar el compromiso de Washington con América Latina. Sin embargo, nada de ello ocurrió. Es más: la fecha original de la IX Cumbre de las Américas estaba fijada para abril de 2021, apenas tres meses después de la toma de posesión del Presidente Biden.
Habría sido el momento perfecto para marcar diferencias con lo que fueron las políticas hacia América Latina del Presidente Trump, y subrayar que la nueva administración ya no estaba en plan de denostar a América Latina y a los inmigrantes latinoamericanos, tal como hizo Trump para movilizar a su base electoral. La elección del Presidente Biden, un buen conocedor de América Latina, que como vicepresidente de los Estados Unidos visitó la región en 16 ocasiones (a diferencia de Trump, que lo hizo solo una vez en su mandato, y ello para asistir a una reunión del G20 en Buenos Aires en 2018) había despertado grandes esperanzas en la región.
Sin embargo, Estados Unidos postergó en 14 meses la realización del encuentro, so pretexto de la pandemia, aunque en esas fechas se realizaron numerosas otras cumbres con una amplia participación de Estados Unidos.
En estas circunstancias, no faltan los que se preguntan acerca del propósito que cumplen las Cumbres de las Américas. Al menos un exfuncionario del gobierno del Presidente Obama ha señalado que ya han cumplido un ciclo y que lo mejor sería ponerles fin. Otro observador ha opinado