Por Ángel Guerra Cabrera
En 19/07/2022
Se cumple un año de la derrota por el pueblo cubano de un intento de golpe blando preparado desde tiempo antes por el gobierno de Estados Unidos (EU). El apoyo popular a la revolución y su gobierno fue el único factor que el enemigo imperialista subestimó en la planificación del zarpazo, pues, como veremos, la coyuntura no podía ser más propicia para su desencadenamiento.
El plan fue concebido por el gobierno de Donald Trump, como parte de un recrudecimiento extraordinario de la hostilidad contra la isla y aplicado por el de su sucesor Joseph Biden. Cuba ha estado sometida durante décadas a un repertorio de herramientas subversivas que incluyen bandas armadas, una intervención militar organizada por el Pentágono y la CIA (Playa Girón, 1961), los aprestos para una intervención militar estadunidense directa (1962), una feroz campaña de terrorismo de Estado que duró hasta los 90, la guerra bacteriológica y, desde hace más de 60 años, la guerra mediática y el bloqueo económico, financiero y comercial.
Pero la novedad en esta ocasión fue el uso masivo de las redes digitales y de un nuevo sistema de medios digitales contrarrevolucionarios, alojados principalmente en Miami y aceitados con millones de dólares del gobierno estadunidense. Ya EU había acumulado importantes experiencias de siembra de odio en sectores de la población mediante esas redes durante las guarimbas de 2017 en Venezuela, los tranques de 2018 en Nicaragua y los preparativos para el golpe de Estado contra Evo Morales en Bolivia en 2019. Son operaciones de guerra de cuarta generación o guerra híbrida, como es el calificativo más usado en los últimos tiempos.
La campaña de odio en redes digitales se acentuó a partir de noviembre de 2020, en que según el investigador y periodista chileno Pedro Santander pasa de una fase crónica a una aguda, que se va intensificando hasta el 11 de julio, día de las protestas. Otro investigador, el español Julián Macías Tovar, reveló que los días 10 y 11 de julio una cuenta ubicada en España, pero operada desde EU, fue la primera en emplear el numeral #SOSCuba, relacionado con la situación del covid-19 en la isla. Durante el 10 y el 11 emitió más de mil tuits por día, con una automatización de cinco retuits por segundo.
Los operadores utilizaron lo que se conoce como granjas de trolls, que divulgan mensajes a través de cuentas falsas o cuentas robotizadas. Más de mil 500 cuentas participantes en la emisión de ese numeral fueron creadas entre el 10 y el 11 de julio, de acuerdo con el seguimiento de Macías. De ahí saltó a las cuentas de influencers, y a todo el complejo de medios hegemónicos occidentales. Como es de suponer, todo este andamiaje sólo puede funcionar con el apoyo de cuantiosos recursos financieros y personal especializado.
Pero las circunstancias en que se desarrolla esta operación no podían ser más favorables para los planes de Washington y la contrarrevolución. En primer lugar, la sociedad cubana venía de más de un año de confinamiento por la pandemia y experimentaba un pico de contagios y muertes por la variante delta del coronavirus, con toda la crispación y desesperanza que ello crea. Todavía Cuba no iniciaba masivamente la producción de sus vacunas.
Ello, unido a un redoblamiento del bloqueo por Trump, con 243 medidas adicionales de guerra económica, que junto a la caída del turismo dejaron a Cuba sin apenas recursos financieros y una grave escasez de alimentos y medicinas. EU aprovechó esta situación de una manera perversa, pues en plena pandemia aplicó 60 medidas más de asfixia económica y persiguió con saña la compra por La Habana de medicamentos e insumos farmacéuticos. Biden continuó y mantiene casi todas las medidas de Trump.
El confinamiento separó a los cuadros políticos del contacto con la población, algo inusitado. Todo lo anteriormente mencionado generó un marco muy adecuado para la actuación de la quinta columna interna pagada por EU, a la que se sumaron personas legítimamente disgustadas por la escasez o por deficiencias burocráticas realmente existentes, por jóvenes que no se sienten tomados en cuenta, o por delincuentes que sacaron provecho de la coyuntura.
Debe decirse que los disturbios del 11 de julio fueron enfrentados con una actuación muy prudente de las fuerzas policiales, totalmente desarmadas para –como puede verse en numerosos videos no publicados por los medios hegemónicos– hacer frente, en ocasiones, a grupos vandálicos en actitudes muy violentas. Pero la presencia del presidente Diaz-Canel en uno de los focos de protesta, su diálogo con los congregados, el inmediato informe al pueblo y su movilización en la calle, derrotaron la intentona.
Las declaraciones de Biden y otros voceros –los bloqueadores–, que presentaban al gobierno cubano cruzado de brazos ante la pandemia y otras mentiras, quedarán grabadas en el memorial universal de la infamia.
*Periodista, colaborador de La Jornada, profesor en Casa Lamm, latinoamericanista.
En 19/07/2022
Se cumple un año de la derrota por el pueblo cubano de un intento de golpe blando preparado desde tiempo antes por el gobierno de Estados Unidos (EU). El apoyo popular a la revolución y su gobierno fue el único factor que el enemigo imperialista subestimó en la planificación del zarpazo, pues, como veremos, la coyuntura no podía ser más propicia para su desencadenamiento.
El plan fue concebido por el gobierno de Donald Trump, como parte de un recrudecimiento extraordinario de la hostilidad contra la isla y aplicado por el de su sucesor Joseph Biden. Cuba ha estado sometida durante décadas a un repertorio de herramientas subversivas que incluyen bandas armadas, una intervención militar organizada por el Pentágono y la CIA (Playa Girón, 1961), los aprestos para una intervención militar estadunidense directa (1962), una feroz campaña de terrorismo de Estado que duró hasta los 90, la guerra bacteriológica y, desde hace más de 60 años, la guerra mediática y el bloqueo económico, financiero y comercial.
Pero la novedad en esta ocasión fue el uso masivo de las redes digitales y de un nuevo sistema de medios digitales contrarrevolucionarios, alojados principalmente en Miami y aceitados con millones de dólares del gobierno estadunidense. Ya EU había acumulado importantes experiencias de siembra de odio en sectores de la población mediante esas redes durante las guarimbas de 2017 en Venezuela, los tranques de 2018 en Nicaragua y los preparativos para el golpe de Estado contra Evo Morales en Bolivia en 2019. Son operaciones de guerra de cuarta generación o guerra híbrida, como es el calificativo más usado en los últimos tiempos.
La campaña de odio en redes digitales se acentuó a partir de noviembre de 2020, en que según el investigador y periodista chileno Pedro Santander pasa de una fase crónica a una aguda, que se va intensificando hasta el 11 de julio, día de las protestas. Otro investigador, el español Julián Macías Tovar, reveló que los días 10 y 11 de julio una cuenta ubicada en España, pero operada desde EU, fue la primera en emplear el numeral #SOSCuba, relacionado con la situación del covid-19 en la isla. Durante el 10 y el 11 emitió más de mil tuits por día, con una automatización de cinco retuits por segundo.
Los operadores utilizaron lo que se conoce como granjas de trolls, que divulgan mensajes a través de cuentas falsas o cuentas robotizadas. Más de mil 500 cuentas participantes en la emisión de ese numeral fueron creadas entre el 10 y el 11 de julio, de acuerdo con el seguimiento de Macías. De ahí saltó a las cuentas de influencers, y a todo el complejo de medios hegemónicos occidentales. Como es de suponer, todo este andamiaje sólo puede funcionar con el apoyo de cuantiosos recursos financieros y personal especializado.
Pero las circunstancias en que se desarrolla esta operación no podían ser más favorables para los planes de Washington y la contrarrevolución. En primer lugar, la sociedad cubana venía de más de un año de confinamiento por la pandemia y experimentaba un pico de contagios y muertes por la variante delta del coronavirus, con toda la crispación y desesperanza que ello crea. Todavía Cuba no iniciaba masivamente la producción de sus vacunas.
Ello, unido a un redoblamiento del bloqueo por Trump, con 243 medidas adicionales de guerra económica, que junto a la caída del turismo dejaron a Cuba sin apenas recursos financieros y una grave escasez de alimentos y medicinas. EU aprovechó esta situación de una manera perversa, pues en plena pandemia aplicó 60 medidas más de asfixia económica y persiguió con saña la compra por La Habana de medicamentos e insumos farmacéuticos. Biden continuó y mantiene casi todas las medidas de Trump.
El confinamiento separó a los cuadros políticos del contacto con la población, algo inusitado. Todo lo anteriormente mencionado generó un marco muy adecuado para la actuación de la quinta columna interna pagada por EU, a la que se sumaron personas legítimamente disgustadas por la escasez o por deficiencias burocráticas realmente existentes, por jóvenes que no se sienten tomados en cuenta, o por delincuentes que sacaron provecho de la coyuntura.
Debe decirse que los disturbios del 11 de julio fueron enfrentados con una actuación muy prudente de las fuerzas policiales, totalmente desarmadas para –como puede verse en numerosos videos no publicados por los medios hegemónicos– hacer frente, en ocasiones, a grupos vandálicos en actitudes muy violentas. Pero la presencia del presidente Diaz-Canel en uno de los focos de protesta, su diálogo con los congregados, el inmediato informe al pueblo y su movilización en la calle, derrotaron la intentona.
Las declaraciones de Biden y otros voceros –los bloqueadores–, que presentaban al gobierno cubano cruzado de brazos ante la pandemia y otras mentiras, quedarán grabadas en el memorial universal de la infamia.
*Periodista, colaborador de La Jornada, profesor en Casa Lamm, latinoamericanista.