Pedro Brieger
En 29/07/2022
La historia latinoamericana y caribeña desde la conquista española estuvo atravesada por la influencia de la espada y la cruz. Descendieron juntos de los barcos y, por lo general, estuvieron estrechamente vinculados al poder político de las élites gobernantes. Es así que en los recurrentes golpes de Estado del siglo XX los militares que tomaban el poder lo hacían en nombre de la “civilización occidental y cristiana”.
Lo que modificó el escenario fue la elección del papa Juan XXIII en 1958 que inauguró una nueva era con el Concilio Vaticano II en 1962 que tuvo consecuencias políticas en la región. Numerosos sacerdotes comenzaron a reelaborar la teología, la práctica cotidiana, la liturgia, y -por sobre todas las cosas- la relación entre los sacerdotes y la población más humilde. No fue casual que durante la década del sesenta del siglo pasado se desarrollara lo que fue conocido como la Teología de la Liberación y numerosos curas en toda la región decidieran su “opción por lo pobres” viviendo en barrios carenciados e incluso trabajando en fábricas como simples obreros y oponiéndose a las dictaduras “occidentales y cristianas”. Impactados también por la revolución cubana de 1959 muchos de ellos comprobaron que su experiencia no era contradictoria con el socialismo a pesar de la famosa frase de Marx de la religión como “opio de los pueblos”.
El nombramiento del cardenal argentino Jorge María Bergoglio como Papa Francisco en 2013 tiene un aire de continuidad con la apertura de Juan XXII. De hecho, cuando Bergoglio -nombrado Papa- dijo que había que revitalizar la iglesia se lo comparó con la famosa frase de Juan XXIII que había que “dejar entrar aire fresco por la ventana de la iglesia católica”. Claro que el contexto hoy es muy diferente al de sesenta años atrás. Por un lado, porque la consolidación de gobiernos democráticos permitió una mirada crítica retrospectiva hacia el rol de la iglesia católica durante las dictaduras militares, que incluyó -además- el asesinato de sacerdotes y monjas con la complicidad de varias jerarquías eclesiásticas. Por el otro lado, el crecimiento de las iglesias alternativas, y principalmente las numerosas corrientes evangelistas que han ganado espacio tanto en el ámbito religioso como en el político. Pero también trajo un aire nuevo para América Latina si tomamos en cuenta que Francisco sucedió a dos figuras conservadoras como Juan Pablo II y Benedicto XVI, y que por primera vez en la historia hay un Papa latinoamericano que se identifica con la historia de la región.
Si bien Bergoglio no fue parte del movimiento conocido como Teología de la Liberación latinoamericano no se puede negar que su mensaje actual tiene muchos puntos en común con aquel movimiento. La gran diferencia es que la Teología de la Liberación fue perseguida por los poderes de turno y el Vaticano, y hoy existen varios gobiernos definidos como progresistas que están en sintonía con la máxima autoridad del Vaticano. Las giras latinoamericanas de Francisco han tenido un alto contenido político y son un reflejo de los nuevos tiempos si se lo compara -por ejemplo- con la famosa visita de Juan Pablo II a Nicaragua en 1983 cuando abiertamente cuestionó a los sacerdotes que formaban parte del gobierno sandinista que había derrocado la dictadura de Somoza en 1979.
En 2016 el papa Francisco visitó México y no ahorró palabras para criticar a los sectores más poderosos y ubicarse abiertamente del lado de los humildes. Sin eufemismos criticó la explotación, los salarios insuficientes y el negocio que existe detrás del flujo las personas. Además de utilizar un lenguaje familiar y cercano a los sectores populares en México visitó varias de las zonas más marginadas del país y el estado de Chiapas, donde fueron obispos Fray Bartolomé de las Casas -hace siglos- y Samuel Ruiz. Allí se dirigió a los pueblos indígenas utilizando frases en sus lenguas originarias y citó el legendario Popol Vuh, un libro que desde la visión de los pueblos indígenas cuenta la historia de la creación del hombre.
No fue casual que lo vitorearan cantando “tenemos un Papa al lado de los pobres” y lo apodaran “jTatik”, papá en lengua tzotzil. Es la expresión que utilizaban los fieles para llamar al obispo Samuel Ruiz, combatido es su momento por el Vaticano. Pero Francisco hoy es el Vaticano, y reivindicó su figura ante miles de personas para que lo viera todo el mundo incluida la jerarquía eclesiástica, tantas veces criticada por estar alejada de los más necesitados.
Cada día que pasa la figura de Francisco se agiganta más para los sectores más humildes y los gobiernos progresistas. Por el contrario, se convierte en blanco de las críticas de los sectores más tradicionales del establishment acostumbrados a Papas conservadores. El Papa Francisco ha manifestado que hay que renovar la iglesia. En América Latina ya se siente.
La historia latinoamericana y caribeña desde la conquista española estuvo atravesada por la influencia de la espada y la cruz. Descendieron juntos de los barcos y, por lo general, estuvieron estrechamente vinculados al poder político de las élites gobernantes. Es así que en los recurrentes golpes de Estado del siglo XX los militares que tomaban el poder lo hacían en nombre de la “civilización occidental y cristiana”.
Lo que modificó el escenario fue la elección del papa Juan XXIII en 1958 que inauguró una nueva era con el Concilio Vaticano II en 1962 que tuvo consecuencias políticas en la región. Numerosos sacerdotes comenzaron a reelaborar la teología, la práctica cotidiana, la liturgia, y -por sobre todas las cosas- la relación entre los sacerdotes y la población más humilde. No fue casual que durante la década del sesenta del siglo pasado se desarrollara lo que fue conocido como la Teología de la Liberación y numerosos curas en toda la región decidieran su “opción por lo pobres” viviendo en barrios carenciados e incluso trabajando en fábricas como simples obreros y oponiéndose a las dictaduras “occidentales y cristianas”. Impactados también por la revolución cubana de 1959 muchos de ellos comprobaron que su experiencia no era contradictoria con el socialismo a pesar de la famosa frase de Marx de la religión como “opio de los pueblos”.
El nombramiento del cardenal argentino Jorge María Bergoglio como Papa Francisco en 2013 tiene un aire de continuidad con la apertura de Juan XXII. De hecho, cuando Bergoglio -nombrado Papa- dijo que había que revitalizar la iglesia se lo comparó con la famosa frase de Juan XXIII que había que “dejar entrar aire fresco por la ventana de la iglesia católica”. Claro que el contexto hoy es muy diferente al de sesenta años atrás. Por un lado, porque la consolidación de gobiernos democráticos permitió una mirada crítica retrospectiva hacia el rol de la iglesia católica durante las dictaduras militares, que incluyó -además- el asesinato de sacerdotes y monjas con la complicidad de varias jerarquías eclesiásticas. Por el otro lado, el crecimiento de las iglesias alternativas, y principalmente las numerosas corrientes evangelistas que han ganado espacio tanto en el ámbito religioso como en el político. Pero también trajo un aire nuevo para América Latina si tomamos en cuenta que Francisco sucedió a dos figuras conservadoras como Juan Pablo II y Benedicto XVI, y que por primera vez en la historia hay un Papa latinoamericano que se identifica con la historia de la región.
Si bien Bergoglio no fue parte del movimiento conocido como Teología de la Liberación latinoamericano no se puede negar que su mensaje actual tiene muchos puntos en común con aquel movimiento. La gran diferencia es que la Teología de la Liberación fue perseguida por los poderes de turno y el Vaticano, y hoy existen varios gobiernos definidos como progresistas que están en sintonía con la máxima autoridad del Vaticano. Las giras latinoamericanas de Francisco han tenido un alto contenido político y son un reflejo de los nuevos tiempos si se lo compara -por ejemplo- con la famosa visita de Juan Pablo II a Nicaragua en 1983 cuando abiertamente cuestionó a los sacerdotes que formaban parte del gobierno sandinista que había derrocado la dictadura de Somoza en 1979.
En 2016 el papa Francisco visitó México y no ahorró palabras para criticar a los sectores más poderosos y ubicarse abiertamente del lado de los humildes. Sin eufemismos criticó la explotación, los salarios insuficientes y el negocio que existe detrás del flujo las personas. Además de utilizar un lenguaje familiar y cercano a los sectores populares en México visitó varias de las zonas más marginadas del país y el estado de Chiapas, donde fueron obispos Fray Bartolomé de las Casas -hace siglos- y Samuel Ruiz. Allí se dirigió a los pueblos indígenas utilizando frases en sus lenguas originarias y citó el legendario Popol Vuh, un libro que desde la visión de los pueblos indígenas cuenta la historia de la creación del hombre.
No fue casual que lo vitorearan cantando “tenemos un Papa al lado de los pobres” y lo apodaran “jTatik”, papá en lengua tzotzil. Es la expresión que utilizaban los fieles para llamar al obispo Samuel Ruiz, combatido es su momento por el Vaticano. Pero Francisco hoy es el Vaticano, y reivindicó su figura ante miles de personas para que lo viera todo el mundo incluida la jerarquía eclesiástica, tantas veces criticada por estar alejada de los más necesitados.
Cada día que pasa la figura de Francisco se agiganta más para los sectores más humildes y los gobiernos progresistas. Por el contrario, se convierte en blanco de las críticas de los sectores más tradicionales del establishment acostumbrados a Papas conservadores. El Papa Francisco ha manifestado que hay que renovar la iglesia. En América Latina ya se siente.