Por Boris Ríos Brito
En 21/09/2022
Uno
Hace algún tiempo atrás me animé a afirmar que el fin último de la política es “resignificar lo público”. Todos los métodos, todas las vías para “tomar el poder”, finalmente acabarían en cuál es el mapa del poder, relaciones y jerarquías sociales, coerción política, ideología hegemónica y finalmente en el uso legítimo de la violencia bajo el novel discurso de los triunfadores, algo que claramente se va corroyendo en el tiempo como una sentencia inexorable e ineludible. Por ello, en nuestros pueblos, los resquicios de las resistencias de las y los oprimidos levantando sus voces contra el poder, contra la explotación y contra el racismo vuelven una y otra vez.
El neoliberalismo triunfante en Bolivia, por ejemplo, venía afianzado en la acumulación larga del terrorismo de Estado de las dictaduras militares de casi dos décadas; mientras que en la acumulación corta se nutría del boicot de la empresa privada, la Iglesia católica y los partidos de derecha contra la Unión Democrática Popular (UDP) –alianza de centro izquierda– que tuvo que adelantar las elecciones para 1984 acortando su mandato, y la humillante derrota política y material de la vanguardia de la clase obrera en la Marcha por la Vida en 1986 y la devastadora caída del Muro de Berlín en 1989.
Dos
Pero, pese a ese escenario adverso, desde el grito de justicia reclamada de indígenas y campesinos, con una acumulación larga con la memoria de los ancestros caídos en la Conquista española –de ahí la importancia de la conmemoración a los 500 años de resistencia en 1992–, la Revolución traicionada de 1952, la Masacre del Valle de 1974 y la fundación de la Confederación Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (Csutcb) en 1979; y una acumulación corta con los eventos de resistencia a los 500 años, el fortalecimiento orgánico del sindicalismo campesino en las décadas de los 80 y 90 con la subida del debate político e ideológico con la decisión de la creación de la Asamblea de Nacionalidades Originarias y la propuesta de un horizonte de socialismo comunitario, en 1994, que articulaba la cosmovisión andino amazónica y el socialismo científico en una lectura propia contra el colonialismo, el imperialismo y el capitalismo.
Hubo un cambio en este país electrolizando la emergencia popular en 2005, como decía el maestro Gilly, para darle la victoria al Movimiento Al Socialismo (MAS) y abrir lo que llamamos como el Proceso de Cambio.
Tres
Hoy, con las sombras de las luchas y las y los luchadores que hoy ya no son, el proyecto histórico de masas, colectivo –y cumpliendo un debate pendiente con Hugo en su soledad–, y también con los rasgos de los individuos, importantes para los cambios, hay un debilitamiento en el horizonte.
Claro, en el camino contra el neoliberalismo hubimos varios que no nos dejamos envilecer por los neoliberales a la cabeza de Goni; no fuimos parte de las ONG liberales que hablaban de las mujeres sin reconocer a las otras (indias y obreras), así como criticaban a Domitila; no nos vendimos para privatizar la educación superior con los programas del Banco Mundial (BM) ni fuimos parte de esos intelectuales del consenso demo-neoliberal borrando la cola de izquierda del pasado.
Es más, como en el golpe de Estado de 2019, fuimos pocos los que realmente resistimos, los que nos sumaron a las luchas poniendo todo en riesgo, algo que remarco porque hubo quienes incluso con la “emergencia de los movimientos sociales” supieron sacar su tajada desde posiciones pseudocríticas en la comodidad y sin arriesgar nada, aunque como tragicomedia son los impostores los que aparecen como embanderados de la lucha.
Vale la pena haber luchado y siempre valdrá la pena aspirar a llegar al peldaño más alto al que puede acceder un ser humano: “ser revolucionario”, una tarea inconclusa porque no hemos vencido al capitalismo, y ni siquiera se ha derrotado plenamente al modelo neoliberal, y vale más quien finja.
Pareciera que el debate y la acción para hacer la revolución se han deformado de tal manera que incluso quienes pregonaban la necesidad de fundar un partido independiente ahora se relamen acurrucados en los recovecos del Gobierno, ya ni siquiera del poder, que al final de cuentas se ha convertido en la forma de vida de un puñado de burócratas arengando lo que ya no son.
Como nos enseñó el Che, uno de los papeles más importantes de un revolucionario es ser el acicate de las ruedas de la historia, crear las condiciones necesarias, incentivar ese cambio buscando ser ese cambio. No en vano su grito de guerra fue para vencer o morir y, claro, para esto es necesario reabrir un debate más preciso, más audaz y radical, que supere las formas, que sea honesto, porque no se puede hablar de revolución y reforma en este país, cuando la revolución no está acabada, por ejemplo; o no se puede evadir la discusión de control de los medios de producción para manejar la economía y superar al capitalismo o por lo menos su supremacía. La revolución, la socialista, no solo es posible, sino necesaria.
* Sociólogo boliviano.
En 21/09/2022
Uno
Hace algún tiempo atrás me animé a afirmar que el fin último de la política es “resignificar lo público”. Todos los métodos, todas las vías para “tomar el poder”, finalmente acabarían en cuál es el mapa del poder, relaciones y jerarquías sociales, coerción política, ideología hegemónica y finalmente en el uso legítimo de la violencia bajo el novel discurso de los triunfadores, algo que claramente se va corroyendo en el tiempo como una sentencia inexorable e ineludible. Por ello, en nuestros pueblos, los resquicios de las resistencias de las y los oprimidos levantando sus voces contra el poder, contra la explotación y contra el racismo vuelven una y otra vez.
El neoliberalismo triunfante en Bolivia, por ejemplo, venía afianzado en la acumulación larga del terrorismo de Estado de las dictaduras militares de casi dos décadas; mientras que en la acumulación corta se nutría del boicot de la empresa privada, la Iglesia católica y los partidos de derecha contra la Unión Democrática Popular (UDP) –alianza de centro izquierda– que tuvo que adelantar las elecciones para 1984 acortando su mandato, y la humillante derrota política y material de la vanguardia de la clase obrera en la Marcha por la Vida en 1986 y la devastadora caída del Muro de Berlín en 1989.
Dos
Pero, pese a ese escenario adverso, desde el grito de justicia reclamada de indígenas y campesinos, con una acumulación larga con la memoria de los ancestros caídos en la Conquista española –de ahí la importancia de la conmemoración a los 500 años de resistencia en 1992–, la Revolución traicionada de 1952, la Masacre del Valle de 1974 y la fundación de la Confederación Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (Csutcb) en 1979; y una acumulación corta con los eventos de resistencia a los 500 años, el fortalecimiento orgánico del sindicalismo campesino en las décadas de los 80 y 90 con la subida del debate político e ideológico con la decisión de la creación de la Asamblea de Nacionalidades Originarias y la propuesta de un horizonte de socialismo comunitario, en 1994, que articulaba la cosmovisión andino amazónica y el socialismo científico en una lectura propia contra el colonialismo, el imperialismo y el capitalismo.
Hubo un cambio en este país electrolizando la emergencia popular en 2005, como decía el maestro Gilly, para darle la victoria al Movimiento Al Socialismo (MAS) y abrir lo que llamamos como el Proceso de Cambio.
Tres
Hoy, con las sombras de las luchas y las y los luchadores que hoy ya no son, el proyecto histórico de masas, colectivo –y cumpliendo un debate pendiente con Hugo en su soledad–, y también con los rasgos de los individuos, importantes para los cambios, hay un debilitamiento en el horizonte.
Claro, en el camino contra el neoliberalismo hubimos varios que no nos dejamos envilecer por los neoliberales a la cabeza de Goni; no fuimos parte de las ONG liberales que hablaban de las mujeres sin reconocer a las otras (indias y obreras), así como criticaban a Domitila; no nos vendimos para privatizar la educación superior con los programas del Banco Mundial (BM) ni fuimos parte de esos intelectuales del consenso demo-neoliberal borrando la cola de izquierda del pasado.
Es más, como en el golpe de Estado de 2019, fuimos pocos los que realmente resistimos, los que nos sumaron a las luchas poniendo todo en riesgo, algo que remarco porque hubo quienes incluso con la “emergencia de los movimientos sociales” supieron sacar su tajada desde posiciones pseudocríticas en la comodidad y sin arriesgar nada, aunque como tragicomedia son los impostores los que aparecen como embanderados de la lucha.
Vale la pena haber luchado y siempre valdrá la pena aspirar a llegar al peldaño más alto al que puede acceder un ser humano: “ser revolucionario”, una tarea inconclusa porque no hemos vencido al capitalismo, y ni siquiera se ha derrotado plenamente al modelo neoliberal, y vale más quien finja.
Pareciera que el debate y la acción para hacer la revolución se han deformado de tal manera que incluso quienes pregonaban la necesidad de fundar un partido independiente ahora se relamen acurrucados en los recovecos del Gobierno, ya ni siquiera del poder, que al final de cuentas se ha convertido en la forma de vida de un puñado de burócratas arengando lo que ya no son.
Como nos enseñó el Che, uno de los papeles más importantes de un revolucionario es ser el acicate de las ruedas de la historia, crear las condiciones necesarias, incentivar ese cambio buscando ser ese cambio. No en vano su grito de guerra fue para vencer o morir y, claro, para esto es necesario reabrir un debate más preciso, más audaz y radical, que supere las formas, que sea honesto, porque no se puede hablar de revolución y reforma en este país, cuando la revolución no está acabada, por ejemplo; o no se puede evadir la discusión de control de los medios de producción para manejar la economía y superar al capitalismo o por lo menos su supremacía. La revolución, la socialista, no solo es posible, sino necesaria.
* Sociólogo boliviano.