28 may 2014

Una detallada cronología de Che Guevara

Una detallada cronología de Che Guevara 

La vida y obra del Che Guevara suscitó, en los años inmediatos después de su muerte, un notable número de biografías. Probablemente, ninguna personalidad histórica de este siglo luego de perecer recibió una atención tan extendida, numerosa y variada en biografías publicadas en tan breve tiempo. Sin embargo, la mayoría de estas biografías contribuyeron más a tergiversar que a explicar correctamente la vida del Che. Casi todas escritas en breve lapso, resultaron carentes de rigurosidad y seriedad. Sus autores cedieron al afán de lucro y de promoción individual, aprovechándose del interés universal que despertaba la personalidad del Guerrillero Heroico. Algunos de ellos trabajaron por encargo de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA) y otros hicieron diversas interpretaciones superficiales, capciosas e intencionadas, movidos por su ideología y valores políticos ajenos o contrarios al pensamiento y la acción del Che.
Cuando estaba a punto de tomar los hábitos, Celia de la Serna conoció a través de unos amigos a Ernesto Guevara Lynch, un apuesto ingeniero de ideas socialistas, muy culto, que había sido expulsado del Colegio Nacional por pegarle una cachetada a Jorge Luis Borges, después de que éste lo acusó frente a un profesor, diciéndole: “Señor, este chico no me deja estudiar”. Celia era menor de edad, pertenecía a una familia muy católica y adinerada, y vivía en una amplia casa que compartía con algunos de sus seis hermanos. Su padre, Juan Martín de la Serna, había sido militante radical en su juventud y había participado junto a Guillermo Lynch, tío de Ernesto, en la fallida revolución de 1890.
Cuando la familia de Celia se dio cuenta de que entre los dos jóvenes había más que una simple amistad, comenzó una suerte de “guerra”. Firme en sus decisiones, ella se fue a vivir a lo de una tía para poco después casarse, en 1927. Con parte del dinero que Ernesto había recibido de la herencia de su padre compraron varias hectáreas de tierra en Puerto Caraguatay, provincia de Misiones, donde se establecieron para dedicarse a la plantación de yerba mate. Ella fue una de las precursoras en cortarse el pelo a la garçon, fumar y cruzar las piernas en público. En seguida Celia quedó embarazada y decidieron ir a Buenos Aires para el nacimiento del niño. Acompañados por Raúl Guevara Lynch, viajaron en barco por el río Paraná. Pero en Rosario, donde bajaron para arreglar unos trámites, comenzó inesperadamente el trabajo de parto. El 14 de junio de 1928, a las 3 y 5, nació Ernesto en la maternidad del Hospital Centenario, el mismo día y mes de nacimiento que José Carlos Mariátegui, uno de los revolucionarios cubanos del fin del siglo XIX. Dos días más tarde siguieron hasta la Capital. El bebé padeció una bronconeumonía muy fuerte y casi pierde la vida, pero atendido a tiempo por buenos médicos pudo recuperarse.
Después de arreglar asuntos de trabajo y visitar a los numerosos parientes, volvieron a Misiones. Contrataron a una muchacha, Carmen Arias, para que los ayudara con los cuidados del niño. En medio de la naturaleza, comenzó a dar sus primeros pasos. Ernesto, después de sus ocupaciones, disfrutaba cabalgando junto a su primogénito por los paisajes misioneros.
De vez en cuando viajaban a Entre Ríos, donde vivía Edelmira de la Serna en una gran estancia junto a su familia.
A fines de 1929 volvieron a Buenos Aires porque Celia estaba a punto de dar a luz. Esta vez fue una niña, a la que bautizaron con su mismo nombre. Se instalaron en San Isidro, cerca del astillero que regenteaba Ernesto. Durante los meses de verano la familia pasaba los días en el Club Náutico. Una tarde, al volver a la casa, notaron que Ernestito tenía fiebre y no dejaba de tiritar. El médico diagnosticó bronquitis, pero una vez curada ésta, el asma quedó instalada. Había temporadas en que no sufría, pero luego volvía a atacarlo. Una de las primeras frases que aprendió a balbucear fue “papito, inyección”, ya que era consciente de que sin los medicamentos no podía respirar. Sus padres pasaban noches enteras junto a su cama. Ernesto dormía sentado en la cabecera para que su hijo, recostado sobre su pecho, soportara mejor el asma. Como el aire del Río de la Plata no lo favorecía, toda la familia se mudó al Centro, a un departamento de la calle Bustamante. Allí nació el tercer hijo, Roberto.
1932
Ya que carecían de serios problemas económicos, y los diferentes trabajos de Ernesto lo obligaban a trasladarse por distintas provincias, viajaban constantemente. Pasaban largas temporadas en Santa Ana de Irineo Portela, provincia de Buenos Aires, donde la abuela Ana Isabel Lynch Ortiz tenía una importante estancia que constituía el vínculo de unión familiar. Madre de doce hijos, disfrutaba de la presencia de ellos y de sus descendientes. Quizá por la enfermedad que muchas veces le impedía jugar con sus primos y lo hacía permanecer quieto entre los mayores, Ernesto se convirtió en el nieto preferido. Siempre entusiasmado por aprender cosas nuevas, en la estancia aprendió a fabricar manteca y queso, y a curar a los animales. Se negaban a comer pollo, diciendo que eran pequeños y que no se sabían defender. Como no le gustaba que lo trataran de “usted”, modalidad de entonces, exigía a los peones que lo tutearan o simplemente le dijeran “che”.
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Siguiendo las recomendaciones del médico, la familia se trasladó a Alta Gracia, Córdoba. El clima de montaña le sentó muy bien a Ernestito y el asma disminuyó considerablemente. Se instalaron en el hotel La Gruta, pensando que se trataba sólo de una temporada, pero al comprobar que allí era el lugar donde su hijo sufría menos, se fueron quedando con la esperanza de que en algún momento la enfermedad desapareciera. Ernesto debió buscar trabajo en la zona, y se dedicó a dirigir algunas construcciones. Eso le dio la posibilidad a Ernestito de conocer a la clase obrera que trataba con su padre y compararla con la suya. Supo lo que era la miseria compartiendo sus días de juegos con los hijos de los mineros y los peones de campo. Durante los veranos, la familia visitaba Mar del Plata y los inviernos los pasaba en Achala, donde disfrutaba de la nieve.
Vivir en el hotel salía demasiado caro. Encontraron una linda casa en Villa Chiquita que alquilaban a un precio muy accesible. Sin pensarlo demasiado, se mudaron allí después de realizar los arreglos indispensables. Más tarde se enteraron de que en el pueblo se decía que la casa estaba embrujada y a eso se debía el precio.
Allí nació la cuarta hija del matrimonio, Ana María. Como Ernestito no podía ir a la escuela por sus ataques de asma, fue su madre quien le enseñó a leer y escribir. Sólo pudo cursar regularmente segundo y tercer grado en la escuela San Martín. El quinto y sexto los hizo yendo como pudo al colegio Manuel Solares gracias a la ayuda de sus hermanos, que copiaban los deberes para que después él estudiara. En la casa se hacían reuniones donde se discutía acerca de todo lo que pasaba en el mundo. Por aquella época, Ernesto hijo estaba muy interesado en la Guerra Civil Española, y apoyaba al gobierno republicano. Juntaba los recortes que salían en los diarios y en su habitación tenía un mural donde seguía paso a paso el desarrollo de la guerra, colocando banderitas.
También había construido con sus amigos una línea de trincheras en un terreno cercano y jugaban a “la guerra española”. Más tarde se asoció a la Acción Argentina contra el avance de la penetración nazi en América y acompañaba a su padre a los actos, orgulloso de lucir su carnet de juventud de la organización.
Cuando el asma lo obligaba a quedarse quieto, aprovechaba para leer alguno de los libros de la gran biblioteca de su padre. Entre muchos, descubrió a Gandhi, que lo emocionó profundamente. También practicaba el tiro al blanco y jugaba al ping-pong en una mesa que él mismo se había fabricado. En las piletas del Sierras Hotel, donde tomaba clases de natación, conoció a los hermanos Carlos y Alberto Figueroa, este último un buen ajedrecista con quien pasaba días enteros jugando. En 1939 conoció al ajedrecista cubano Capablanca.
1941
A los 13 años decidió ir con su hermano Roberto a trabajar. Se habían enterado de que por recoger uvas en la vendimia pagaban un peso diario. Obtuvieron el permiso de sus padres y partieron con sus mochilas. Pero a los pocos días debieron volver, enfermos por la cantidad de uvas que habían comido. Fue su primer salario y, como lo había prometido, se lo envió orgulloso a su abuela. En mayo de 1943 nació su hermanito Juan Martín, a quien más tarde iba a enseñarle versos ateos para que los repitiera frente a sus tías, que se escandalizaban al oírlos. El bachillerato lo cursó en el liceo Deán Funes, una escuela pública en la capital cordobesa, en lugar de ir a la Monserrat, donde estudiaba la aristocracia. Allí tuvo un incidente con la profesora de historia, de apellido Beruato: se había producido el golpe militar en el país y ella comenzó a hablar sobre la promesa de los militares de dar cultura a todo el pueblo.
El se rió en plena clase y ella le preguntó por qué lo había hecho. Respondió que los militares no le iban a dar cultura al pueblo “porque si el pueblo era culto no los aceptaría”. La profesora se asustó y lo sacó del aula. Estuvo en el liceo hasta 1946. Mientras cursaba quinto año, junto a su amigo Tomás Granado, hizo un curso de laboratorista. Este le presentó a su hermano mayor, Alberto, quien estudiaba medicina. Durante una huelga universitaria cayó preso y Ernesto lo visitó en la cárcel. El amigo le pidió que hicieran protestas, mitines, pero él le respondió que si no le daban una pistola no salía a la calle.
Por ese entonces estaba enamorado de una chica a la que apodaban La Negrita, hija de un poeta; pero en los bailes seguía con su costumbre de sacar a bailar a las más feas para que no se quedaran sin hacerlo. El verano de 1945 la familia volvió a pasarlo en Mar del Plata, donde tuvo la oportunidad de conocer al gran ajedrecista Miguel Najdorf.
1946
Ernesto tenía pensado comenzar la carrera de ingeniería pero debió viajar a Buenos Aires porque la abuela estaba muy grave. Había sufrido un derrame cerebral y él se quedó diecisiete días junto a su cama hasta que murió. Al sentirse impotente para salvarle la vida, meditó que tenía que ser médico. Fue así como se inscribió en la Facultad de Medicina de la Ciudad de Buenos Aires.
Se presentó al servicio militar pero lo declararon “no apto” a causa del asma. En marzo de 1947 toda la familia se trasladó a Buenos Aires y ocupó la casa que había sido de la madre de Ernesto, en Arenales y Uriburu. Al año se mudaron a un departamento en Aráoz 2180. Hacía tiempo que el matrimonio no se llevaba bien y decidieron separarse a medias. Además de las infidelidades de Ernesto, Celia estaba cansada de las aventuras económicas que emprendía y casi siempre fracasaban. El se instaló en un pequeño departamento de la calle Paraguay pero visitaba todos los días la casa familiar. En la facultad, Ernesto hijo conoció a una compañera muy culta, quien adquiriría relevante importancia en su vida: Berta Gilda Infante (Tita). Ella estaba muy enamorada pero más que novios fueron grandes amigos. A pesar del asma y de las continuas recomendaciones jugaba al rugby en el San Isidro Club (SIC), que había sido fundado por su parte, y se destacaba como tacleador fuerte. Junto a sus compañeros de equipo sacaron la revista “Tackle”, que tuvo 11 números. El escribía con el seudónimo de Chang Cho. Como no estaba de acuerdo con que su padre lo mantuviera consiguió trabajo como enfermero en la Flota Mercante del Estado, en los bancos petroleros. También se desempeñó como practicante en Sanidad Municipal y como empleado en la sección de Abastecimientos de la Municipalidad porteña, además de trabajar en el laboratorio de alergia del doctor Pisani.
Junto a su amigo Carlos Figueroa decidieron fabricar insecticidas, que ellos mismos preparaban a base de Gammexane y talco en el garaje de su casa. Quisieron ponerles a sus productos el nombre Al Capone (porque no dejaba nada vivo), pero no se lo permitieron; entonces los llamaron Vendaval. También vendieron zapatos baratos por la calle que habían comprado en un remate. En 1949 viajaron a Córdoba, juntos, “a dedo”.
1950
El 1e de enero salió a recorrer las provincias con Alberto Granado, en una bicicleta a la que habían colocado un pequeño motor. Todas las tardes se detenían debajo de un árbol y Ernesto aprovechaba para estudiar. Al pasar Mar del Plata escribió en su diario: “Alberto conoció esta noche a un viejo amigo mío, el mar”. Recorrieron 4.500 kilómetros. Sin abandonar los estudios, se embarcó en enero de 1951 para trabajar de enfermero en un buque petrolero del Estado. Recorrió la costa argentina, San Pablo (Brasil), Venezuela y Trinidad, en el Caribe, mientras leía a Marx y a Engels. De regreso viajó con su familia a Córdoba por el casamiento de Carmen González-Aguilar. Allí conoció a Chichina Ferreira, de dieciséis años, y se enamoró. Se quiso casar de inmediato, proponiéndole una luna de miel recorriendo América en una casa rodante, pero los padres de ella no lo aceptaron. Lo tildaron de comunista por atacar a Churchill y regalarle a Chichina un libro sobre Gandhi. A pesar de vivir a 700 kilómetros de distancia, siempre que podía viajaba a Córdoba para visitarla. Estuvieron juntos hasta 1952, cuando le avisó que se iba a recorrer América, en compañía de Alberto Granado.
1952
Partieron de Córdoba en una vieja motocicleta Norton, propiedad de Granado, con la que pensaban llegar hasta los Estados Unidos. La primera parte del viaje la hicieron en sentido contrario, hacia el sur, porque querían conocer la zona de los lagos patagónicos y pasar antes por Miramar, donde estaba veraneando Chichina. Pasaron la fiesta de Año Nuevo con la familia Guevara en Buenos Aires. Y el 4 de enero salieron hacia la costa. En el camino se encontraron con un hombre que vendía cachorros de pastor alemán y compró uno para regalarle a su novia: Come Back. A cambio, ella le dio una pulsera de oro. Pasaron felices días de romance hasta que los dos jóvenes partieron hacia Bahía Blanca. Sin saberlo, era la despedida, ya que a su regreso, nueve meses más tarde, Chichina se había comprometido con otro muchacho. El 28 de enero llegaron a una población llamada Los Angeles. Durmieron en el cuartel de bomberos. A mitad de la noche sonó la alarma y el jefe los dejó participar en el incendio. Ernesto salvó a un gatito que quedó como mascota del cuartel. Siguieron el viaje por el sur y cruzaron a Chile, donde estuvieron en las minas de Chuquicamata para ver la vida de los mineros. En ningún momento dejó de enviar cartas a sus familiares, donde iba haciendo un análisis económico, político y social de los países que atravesaba. En ellas también iba poniendo sus reflexiones, que indicaban su creciente tendencia hacia el comunismo. Casi siempre se trasladaban en camiones. Subieron hasta Bolivia y el 30 de abril llegaron Perú, y se quedaron veinte días en Lima. Allí conocieron al doctor Pesce, célebre médico leprólogo. Se hicieron muy amigos y visitaron varias veces el dispensario donde estaban los enfermos. En Colombia se sorprendieron por la cantidad de policía que había en las calles. Pudieron asistir a un partido de fútbol entre el Real Madrid y River, gracias a entrevistarse con Alfredo Distefano, quien les regaló dos entradas. Cruzaron a Venezuela, donde conocieron a un periodista con quien mantuvo una discusión donde se le escuchó decir a Ernesto: “Yo prefiero ser indio analfabeto a millonario norteamericano”. El 8 de junio llegaron navegando por el río Amazonas al Lazareto de San Pablo, Brasil, conocido mundialmente como uno de los sitios más inhóspitos donde se curaba a enfermos del mal de Hansen. Ernesto quiso ponerse a prueba y cruzó a nado el río, que en esa zona tiene un ancho de 1.600 metros. Tardó casi dos horas. En Venezuela se despidió de Alberto, quien había conseguido trabajo allí. Siguió en un avión que transportaba caballos de carreras hasta Miami, donde iba a quedarse un solo día. Pero por un desperfecto técnico en el motor, el avión despegó veinte días más tarde. Se quedó en esa ciudad con un dólar en el bolsillo, viviendo en una pensión a cambio de la promesa de enviar el dinero apenas pisara Buenos Aires, adonde llegó en setiembre.
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1953
De vuelta, se propuso terminar la carrera de medicina antes de marzo del 1953. Ya tenía preparado un viaje para el mes de julio y debía apurar los exámenes. Le quedaban quince materias y las rindió estudiando las noches en casa de su tía Beatriz, que nunca se había casado y se dedicaba de lleno a su sobrino preferido, al que le cebaba mate durante toda la noche. Apenas se graduó comenzó con los preparativos para su nueva travesía. Esta vez, su acompañante fue su amigo de la infancia Carlos Ferrer (“Calica”), hijo de un médico especialista en pulmones. En la fiesta de despedida que le organizaron, se le escuchó decir a Celia a una amiga: “Lo pierdo para siempre”. Partieron una tarde gris y fría de julio desde la estación Retiro. Familiares y amigos fueron a despedirlo. Vestía un pantalón de fajina verde y tenía la cabeza rapada. Cuando el tren comenzó a andar, asomado a la ventanilla revoleaba un bolsón mientras gritaba: “¡Aquí va un soldado de América!”.
El 7 de julio de 1953 Ernesto Guevara y su amigo “Calica” Ferrer emprendieron su viaje por Latinoamérica. Llegaron en tren hasta La Paz, Bolivia, donde alquilaron un viejo departamento. Ernesto se había propuesto conseguir trabajo como médico y le gustó la idea de ejercer en una mina de estaño, donde podía tener contacto con la clase obrera.
Pero la situación era muy difícil; en las calles había enfrentamientos entre civiles y el ejército ya que estaba a punto de producirse una reforma agraria. Como el empleo no pudo concretarse, los dos amigos salieron a recorrer el interior del país. Después cruzaron a Perú acompañados por el abogado Ricardo Rojo, un exiliado político del peronismo al que acababan de conocer. Visitaron fascinados el Cuzco y Machu Picchu, pero se horrorizaron con la situación política que se vivía allí, en manos del dictador Odría. A fines de setiembre llegaron a Ecuador. Permanecieron un mes y se separaron. “Calica” partió hacia Venezuela, mientras que Ernesto, después de vender parte de su ropa para pagar el pasaje, se dirigió hacia Panamá junto a Gualo García, un estudiante de la Universidad de La Plata que encontró en el camino. En diciembre llegaron a Costa Rica. En un café conocieron a un grupo de exiliados cubanos que habían asaltado el Cuartel del Moncada, enfrentándose al régimen de Batista. Por primera vez escuchó el nombre de Fidel Castro, líder del movimiento revolucionario 26 de Julio, y de sus hazañas, de las cuales no dio crédito: “Ahora cuéntenme una de vaqueros”, replicó. Siguió con Gualo su viaje a dedo hacia Guatemala, donde se hospedaron por unos días en la casa de una peruana, Hilda Gadea. Luego se mudaron a una pensión barata y salieron nuevamente a buscar trabajo, que empezó con una venta ambulante de estampillas “milagrosas” con la imagen de Cristo. Comenzaron a frecuentar un círculo de jóvenes exiliados de diferentes lugares de América y con miembros de la izquierda guatemalteca. El aire que se respiraba en la ciudad era muy tenso, en cualquier momento iba a producirse un golpe de estado. Ernesto se enamoró de Hilda y a los dos meses le propuso matrimonio. Ella le pidió un poco más de tiempo. El 15 de mayo, un ejército financiado por los EE.UU. comenzó con el derrocamiento del gobierno. La ciudad más bombardeada y Ernesto participó activamente en la resistencia prestando servicios médicos. El presidente Arbenz terminó renunciando, la ciudad cayó en manos militares, y el joven argentino debió refugiarse en la embajada de su país para partir luego hacia México, rechazando la oferta de volver a Buenos Aires. A mediados de setiembre viajó en tren acompañado por Hilda, que había estado varias semanas detenida en la cárcel de mujeres. En la frontera se despidieron, ya que ella debía quedarse en Guatemala. Durante el trayecto conoció a Julio Cáceres, “El Patojo”, con quien llegó a la capital mexicana. Consiguieron trabajo como fotógrafos en plazas y fiestas. Por las mañanas, Ernesto hacía una ayudantía en el Hospital General, donde se reencontró por casualidad con el cubano Nico López, a quien había conocido en Guatemala. Este le presentó a un grupo de compañeros exiliados. Hilda, tras ser deportada, se sumó al círculo. Con empleo y su prometida al lado, parecía que Ernesto estaba dispuesto a asentarse lejos de su patria.
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1955
Año Nuevo, Ernesto le dio a su novia el “Martín Fierro”, a modo de anillo de compromiso. El 18 de mayo, sin poder contraer matrimonio en forma legal por cuestiones burocráticas, decidieron vivir juntos. Mientras tanto, en Cuba, los jóvenes que habían asaltado el Moncada y habían sido detenidos, fueron puestos en libertad gracias a una ley de amnistía.
Raúl Castro se refugió en México, donde conoció a la pareja de “recién casados”. El 8 de julio, en la casa de María Antonia González, donde se reunía regularmente el grupo, Ernesto conoció a Fidel Castro. La conversación que mantuvieron duró casi diez horas, durante las cuales intercambiaron todo tipo de opiniones.
El líder cubano le expresó su objetivo de organizar la resistencia contra el gobierno de Batista. Ambos hombres quedaron fascinados por la charla. Al amanecer, de vuelta a su casa, Ernesto le dijo a su mujer: “Si algo bueno se ha producido en Cuba desde Martí, es Fidel Castro; él hará la revolución”.
En el mes de agosto, Hilda quedó embarazada y pudieron casarse el día 18. Festejaron en su casa con un asado al que asistieron los hermanos Castro. Unos meses después hicieron su viaje de bodas por el interior del país. En octubre, Fidel se trasladó a los EE.UU. en busca de fondos para su organización, donde sentenció: “O seremos libres o seremos mártires”. De vuelta en México, comenzaron los primeros preparativos para enfrentar la dictadura cubana. Las reuniones se hacían en casa de María Antonia, y de a poco se iban sumando hombres y mujeres.
Se incorporaron entre otros un deportista de lucha libre, Arsacio Vanegas, y el ex coronel del ejército republicano español Alberto Bayo, quienes se hicieron cargo del entrenamiento físico de los futuros combatientes. Mientras tanto, Ernesto estudiaba ruso y leía libros de economía. La relación con Hilda no iba muy bien, pero seguían juntos por el hijo que estaban esperando.
1956
A principios de año comenzaron los entrenamientos fuertes. Hacían largas caminatas por la ciudad, practicaban defensa personal y tiro al blanco en un club de cazadores. Se sumó al grupo Antonio del Conde, El Cuate, dueño de una armería, quien les entregó armas al costo. El 15 de febrero nació Hilda Beatriz. Su padre la encontró “igualita a Mao Tse Tung”.
En Cuba habían comenzado a correr rumores y Batista mandó un hombre especializado con la orden de asesinar a Fidel Castro. La organización 26 de Julio alquiló un rancho en las afueras de la ciudad, donde se realizaban las prácticas. El 20 de junio Fidel y varios hombres que lo acompañaban fueron apresados por la policía. Al enterarse, su hermano tuvo tiempo y ocultó las armas. Se le comunicó a Fidel que iban a asaltar el rancho, entonces decidió acompañar a los federales para evitar un enfrentamiento inútil. Todos fueron detenidos menos Raúl, que pudo escaparse. El Che, por tener un carnet de estudiante de ruso, fue considerado un importante eslabón del movimiento. Un pariente suyo que trabajaba en la Embajada Argentina le ofreció ayuda, pero la rechazó argumentando: “Aquí entré con unos compañeros y con ellos saldré”.
Raúl, desde afuera, consiguió un abogado. Veinte hombres del grupo salieron en libertad bajo la condición de abandonar el país. Quedaron encerrados Fidel, el Che y Calixto García, acusados de comunistas. Quince días más tarde, el líder recobró la libertad. Gracias a una importante suma de dinero que entregó, unas semanas después sacó a los otros dos. A pesar de todo esto, no estaban dispuestos a renunciar a sus planes. Compraron un yate en muy mal estado, llamado Granma, al que debieron dedicarle un buen tiempo para arreglarlo. En octubre se sumó al grupo Camilo Cienfuegos, quien se encontraba exiliado en los EE.UU. Los allanamientos seguían persiguiéndolos a cada paso, evidenciando a un infiltrado dentro del grupo. Su nombre jamás se dijo, pasando a ser uno de los secretos de la revolución.
Los planes debieron precipitarse para que el traidor no tuviera tiempo de avisar a la policía. La cita fue de un día para el otro: el 24 de noviembre en el puerto de Tuxpán. En el apuro se olvidaron de recoger alimentos y parte del armamento que tenían. Sólo había espacio para 82 hombres en el bote, apretujados unos con otros.
El resto debió quedarse en tierra, algunos llorando bajo la lluvia. La travesía fue dura.
El yate estaba sobrecargado, los tripulantes mareados. Mientras tanto, en la isla se iban movilizando las tropas militares para esperarlos. En la ciudad de Santiago habían comenzado a rebelarse algunos sectores y se producían tiroteos en las calles. El 2 de diciembre pudieron ver tierra firme, sin saber que se trataba de la playa Las Coloradas. Quedaron varados a dos mil metros de la costa y debieron avanzar nadando. La aviación los ubicó y en seguida comenzó un feroz bombardeo. Algunos intentaron llegar al monte, otros se perdieron. Un campesino guió a los que quedaron hacia Alegría del Pío, donde sufrieron un nuevo ataque ya que ese hombre los había delatado. El Che recibió un disparo que rebotó en la caja de balas que llevaba colgada y apenas le hirió el cuello. Hubo muchas bajas, algunos fueron capturados y fusilados, pero los rebeldes estaban dispuestos a todo. Los días siguientes los pasaron ocultos en refugios: por las noches seguían camino hacia Sierra Maestra divididos en dos grupos, hambrientos y cansados. No tenían agua potable y pasaban varios días sin probar ningún tipo de alimento. El día 13 llegaron a la casa del campesino Alfredo González, miembro del movimiento 26 de Julio local, que de a poco se iba expandiendo por otras zonas. Los rebeldes fueron haciendo contacto con diferentes personas, que los hospedaban y les daban comida. De los 82 hombres que habían partido de México, solo quedaban 12, apenas armados. Sin embargo, Fidel se mostraba optimista. Después aparecieron 3 sobrevivientes más. Sin embargo, los principales diarios del mundo, al servicio de Batista y del imperialismo estadounidense, publicaban la noticia de la fracasada invasión, dando por muertos a Fidel y todos su hombres. El 31 de diciembre llegó a casa de los padres del Che una carta con sello cubano: “Estoy perfectamente, gasté sólo dos y me quedan cinco”, refiriéndose a las siete vidas que tienen los gatos.
1957
En enero eran 24 los combatientes rebeldes pero algunos jamás habían disparado armas. Muchas de las que tenían no servían, eran viejas o estaban destruidas por la sal del agua. El día 16, en La Plata, realizaron el primer ataque, del que salieron victoriosos. El Che mató a un soldado por primera vez. Un nuevo campesino los delató; aviones del ejército bombardearon el campamento donde estaban, lo que hizo que volvieran a separarse. Días más tarde, un grupo guiado por Crescencio Pérez encontró al resto. Por ese entonces, el Che sólo era un combatiente-médico y no participaba de las reuniones organizativas. De vez en cuando el asma, lo paralizaba, falto de medicamentos, pero no permitía ningún tipo de ayuda ni compasión. En varias oportunidades tuvo que quedarse quieto, en medio de lluvias de balas, esperando aliviarse. Como estrategia, Fidel permitió que el periodista Herbert Matthews, del “New York Times”, se acercara al campamento para hacerles un reportaje. La noticia recorrió el mundo y muchos comenzaron a interesarse por lo que pasaba en la isla. Sin embargo, los periódicos fraguaban las noticias y todas las semanas daban por muertos a los guerrilleros.
Esas informaciones eran las que llegaban a la Argentina.
Divididos en grupos, siguieron el camino hacia Sierra Maestra, topándose con soldados en muchas oportunidades. El enemigo siempre era mayor en número y estaba mejor armado que ellos. Se les fueron sumando campesinos y en el mes de mayo ya eran 150. Fidel decidió formar una nueva columna y puso, para sorpresa de varios, al Che como comandante.
Durante los momentos de descanso, le enseñaba francés a Raúl y alfabetizaba a los campesinos. También pudo llevar a cabo la creación de un periódico, “El Cuba Libre”, para informar al campesinado de lo que realmente estaba sucediendo y así alentarlos a que se sumaran a la lucha. En El Hombrito colocaron en lo alto del cerro una gran bandera con el nombre del movimiento, lo que enfureció a la aviación enemiga. En Santiago seguían los enfrentamientos y en La Habana había comenzado una rebelión estudiantil. Eran muchos los que estaban en contra del régimen y el ejército de Batista debía atacar en varios frentes a la vez.
1958
El 1° de marzo se estrenó una emisora, Radio Rebelde, instalada en la cresta de un cerro, a través de la cual podían comunicarse los diferentes grupos de la resistencia y mantener informado al pueblo de los acontecimientos. En Minas del Frío, el Che organizó un nuevo campamento, donde se reclutaban campesinos. Allí se enamoró de Zoila Rodríguez, hija del herrero a quien llevó su mulo Armando. Tuvieron una relación de varios meses y a la hora de separarse dejó el animal a su cuidado. Uno de los grandes aciertos de Fidel fue su estrategia de desmoralizar a los enemigos. Daba largos sermones a los prisioneros, explicándoles las razones de la revolución. Luego los dejaba en libertad con la moral herida. Es que era muy caro mantenerlos presos y no podía gastar sus pocos hombres para custodiarlos.
Con la victoria de los enfrentamientos en Las Mercedes, Sierra Maestra quedó liberada y se obtuvieron mejores armas. El Che se ocupó personalmente de la construcción de varias escuelas, de un hospital y dio los primeros pasos para llevar adelante la reforma agraria Entregó tierras a quienes las habían trabajado por más de dos años y distribuyó el granado en forma equitativa (muchas de esas personas no habían comido carne nunca en la vida). También inauguró la primera fábrica de pan en la montaña, otra de armas donde inventaron un fusil bazooka y una tabaquería.
Pero faltaba el golpe final.
La estrategia era abrir nuevos frentes de combate, acercándose a poblaciones próximas a la capital cubana. Hacia el este marcharon dos columnas: la 8, encabezada por el Che, que debía atacar Las Villas, y la 2, bajo el mando de Camilo, hacia Pinar del Río. La columna del Che estaba formada con un 90% de hombres analfabetos.
Por falta de conocimiento del terreno, fueron muchas las emboscadas en que las que cayeron. Pero a cada paso se acentuaba el apoyo del campesinado. Batista convocó a elecciones en un intento por detener la guerrilla.
Pero a pesar de las presiones, apenas el 30% de la gente votó y resultó electo el batistiano Rivero Agüero.
A la columna del Che se sumó la de Víctor Bordón, con 202 hombres y pocas armas. Creó el Pelotón Suicida, una escuadra de hombres escogidos, con Roberto Rodríguez, “El Vaquerito”, al mando. Como guía, apareció Aleida March, una combatiente de Santa Clara que había ejercido como mensajera. El Che se enamoró a primera vista. De La Habana salió un tren blindado.
El Che ordenó romper un trecho de las vías y éste se descarriló. Los rebeldes lo atacaron tirándole botellas de nafta encendidas. Muertos de calor, los 400 soldados terminaron rindiéndose y entregándoles un gran cargamento de armas sofisticadas. Sin embargo, el Che estaba muy angustiado: “El Vaquerito” acababa de morir. Para impedir el avance de las tropas se necesitó la colaboración activa del pueblo, que contribuyó arrojando muebles y colchones en las calles, obstruyendo el paso. Cuando Batista se enteró de semejante actitud, se ensañó con los civiles, torturándolos y asesinándolos a cambio de información. El 27 de setiembre el Che partió acompañado por 146 hombres de Jíbaro rumbo a las sierras de Escambray, en la provincia de Las Villas. Fueron 42 días de marcha. Paralelo a él, Cienfuegos avanzó hacia la Sierra de Bamburanao, en la misma provincia. La estrategia era dividir la isla. Para detener el avance de los tanques enemigos, colocaban en los caminos rollizos de palmeras formando pirámides. Al querer cruzarlos, la tracción comenzaba a girar junto con los tronos y quedaban en el lugar.

1959
En la madrugada del 1º de enero, después de celebrar una fiesta en el palacio de gobierno, Batista huyó del país junto a sus más fieles colaboradores. En la isla dejaba veinte mil personas muertas a lo largo de su mandato. Cuando Fidel se enteró, temiendo un golpe de Estado, apresuró su marcha sobre Santiago y llamó a una huelga general.
En La Habana, miembros del 26 de Julio tomaron los periódicos mientras la policía mataba a civiles. El caos era total. Nadie podía saber qué era lo que realmente estaba pasando La población quería hacer justicia por manos propias y tomó los estudios de televisión, donde comenzaron a llover las denuncias. A las 9 de la noche se pactó la rendición de Santiago.
Fidel le tomó juramento a Manuel Urrutia como presidente, quedando él a cargo del ejército revolucionario. El Che recibió la orden de marchar inmediatamente hacia La Habana junto con Camilo y sus tropas.
Al comunicárselo a sus hombres, éstos le pidieron quedarse argumentando que estaban cansados y que ya habían triunfado. ” Se ganó la guerra, la revolución empieza ahora”, retrucó el Che, obligándolos a marchar hacia La Habana, donde el pueblo esperaba ansioso conocer a los vencedores.
El Che emprendió la marcha hacia La Habana en un viejo jeep, a las tres de la tarde del 2 de enero de 1959, con una escolta de cuatro compañeros y Aleida March. Detrás los seguían sus hombres y campesinos que se iban sumando en el camino. La primera columna en entrar a la ciudad fue la de Víctor Palenque, y a las cinco de la tarde llegó la de Camilo Cienfuegos. A la madrugada, el Che pisó por primera vez en su vida el suelo de la capital cubana. Se dirigió directamente al cuartel de La Cabaña, donde pronunció un discurso a los soldados batistianos que había en el lugar.
En las calles, la gente festejaba. Los exiliados políticos, desparramados en diferentes puntos de América, volvían a su tierra los primeros días del año.
El 4 de enero se trasladó al aeropuerto de Camagüey para recibir a Fidel, después de seis meses de no verse. El 8, el líder de la revolución entró triunfante en La Habana, acompañado por Camilo. La familia Guevara llegó a la isla. Se encontraron después de varios años con el médico devenido en guerrillero. “Soy un combatiente que está trabajando en el apuntalamiento de un gobierno. ¿Qué va a ser de mí? Yo mismo no sé por qué tierra dejaré los huesos”, explicó a su padre.
También llegaron Hilda Gadea con su pequeña hija de 3 años y su amigo, el periodista argentino Jorge Ricardo Masetti. Sin distraerse demasiado con las visitas, el Che siguió con sus tareas. Inauguró una academia militar cultural en La Cabaña para continuar con la alfabetización de los campesinos. El gobierno dio los primeros pasos del cambio social: se construyeron las primeras casas populares, bajaron los precios de las medicinas, libros, servicios eléctricos y alquileres y se confiscaron las haciendas de más de 400 hectáreas, que pasaron a manos del estado y éste las repartió a los campesinos. Los ganaderos y empresarios, por supuesto, no estaban de acuerdo y se quejaron de ese “accionar comunista” del nuevo gobierno. El cubano Díaz Lanz se fugó a los EE.UU. y comenzó a armar allí una campaña contra Fidel. La situación era tensa. La Revolución comenzaba a enjuiciar y dictar penas de muerte a torturadores y asesinos batistianos.
che_guevara
528510_272775882809199_1262162391_nEl 7 de febrero, Ernesto Guevara se convirtió en ciudadano cubano “por nacimiento”. Además de seguir adelante con la reforma agraria, se dedicó a fundar la revista semanal “Verde Oliva” cuya tirada era financiada por los soldados, y la agencia Prensa Latina junto a Massetti, a la que luego se incorporó Rodolfo Walsh. El 22 de mayo se divorció de Hilda y se casó el 2 de junio con Aleida. Diez días más tarde, en carácter de embajador, viajó a El Cairo para entrevistarse con el presidente Nasser. Luego se trasladó a la India, donde depositó una ofrenda floral en la tumba de Gandhi. Siguió por Birmania, Tailandia, Tokio, Indonesia, Hong Kong entre reuniones diplomáticas y protocolares.
En Ceilán firmó un importante acuerdo para venderles 20 mil toneladas de azúcar. Pasó por Pakistán, Grecia, Yugoslavia, Italia, España y Marruecos. Mientras tanto, en Cuba, las diferencias entre el ala derecha y el ala izquierda del gobierno se iban profundizando. Fidel acusó en televisión al presidente Urrutia por sus inclinaciones anticomunistas y renunció a su cargo de primer ministro. El pueblo reaccionó a su favor, Urrutia tuvo que abandonar la presidencia y su lugar fue ocupado por Osvaldo Dorticós, quien le pidió a Fidel que se reincorporara a su puesto.
El Che regresó de su gira el 9 de setiembre. Dos semanas más tarde, aviones provenientes de Miami, comandados por Díaz Lanz, bombardearon la isla. El 29 de octubre, el avión que transportaba a Camilo Cienfuegos hacia Santa Clara se estrelló, quitándole la vida a uno de los hombres más importantes de la Revolución. Fueron dos golpes muy duros. En noviembre, el Che convocó con una masiva repercusión de los campesinos de Manzanillo a una jornada de trabajo voluntario, y comenzó a ejercer como presidente del Banco Nacional, lo que inquietó a muchos funcionarios. Antes de que terminara el año, se entregaron los primeros títulos de propiedad a campesinos: “Hoy se firmó el certificado de defunción del latifundio. Nunca creí que pudiera poner mi nombre con tanto orgullo y satisfacción sobre un documento necrológico de un paciente que ayudé a tratar”, declaró.
1960
A principios de año, miembros del gobierno de la URSS llegaron a la isla. Además de jurar apoyo a Cuba, firmaron importantes tratados de comercio. Muchos curiosos de todas partes del mundo visitaron Cuba. Pablo Neruda, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir se reunieron con el Che. Al no sentirse capacitado como banquero, renunció: “Soy antes guerrillero que presidente del Banco Nación”. Sin embargo, aceptó el nombramiento en el Ministerio de Industria. En Guatemala y Nicaragua comenzaron a entrenarse militares batistianos.
El 13 de octubre, los Estados Unidos declararon el bloqueo económico a la isla. Diez días más tarde, el Che viajó a Europa, buscando nuevas salidas comerciales y logró cerrar importantes tratos. En Praga obtuvo un crédito, en Moscú compró máquinas, en Pekín (durante la entrevista con Mao) sufrió un fuerte ataque de asma que le provocó un paro cardíaco. El 24 de noviembre nació en Cuba su hija Aleida. El 3 de enero de 1961, EE.UU. rompió las relaciones diplomáticas con Cuba. Casi todos los países latinoamericanos siguieron su ejemplo. El 75% del comercio exterior desapareció.
El 13 de marzo se decretó el primer racionamiento sobre la carne, leche, zapatos y pasta dentífrica. Con el flamante presidente norteamericano John F. Kennedy se temía una nueva represalia yanqui.
En la madrugada del 15 de abril, aviones piloteados por cubanos que habían sido entrenados por la CIA bombardearon las bases aéreas de Santiago, San Antonio de los Baños y Ciudad Libertad, con el objetivo de destruir la aviación. El Che se hizo cargo del ejército occidental, Raúl Castro comandó las tropas en Oriente y Almeida las del centro. Apenas llegó a Pinar del Río, el Che habló frente a los combatientes: “Por sobre los cadáveres de nuestros compañeros caídos, sobre los escombros de nuestras fábricas, cada vez con mayor decisión, ¡Patria o muerte!”. Las primeras tropas enemigas desembarcaron en Playa Girón.
Cuatro mil cubanos marcharon a defender su país.
El día 19 por la tarde, todo había terminado y la Revolución había vuelto a triunfar.
El 5 de agosto de 1961, el Che viajó a Uruguay para participar en el Congreso IberoamericanoEconómico y Social que tuvo lugar en Punta del Este. En el aeropuerto de Montevideo, diez mil personas lo recibieron con banderas de “Cuba sí, yanquis no”.
Sus familiares cruzaron el Río de la Plata para estar con él. Dio varias conferencias y el día 18 pasó en secreto a Buenos Aires invitado por el presidente Frondizi, con quien se entrevistó en la quinta de Olivos. Luego partió hacia Brasilia, donde el jefe de gobierno, Janio Quadros, declaró que respetaba la autodeterminación de los pueblos. De regreso a Cuba, se encontró con los problemas económicos agravados. Estados Unidos no iba a quedarse atrás. La CIA organizó diferentes tipos de sabotajes que se repartieron por la isla a lo largo del año ’62. Ante la amenaza de un ataque nuclear, la URSS les ofreció armamento. Bases rusas se instalaron en San Cristóbal para mantener alejado al enemigo. Los yanquis decretaron el bloqueo naval.
Cuando la tensión internacional llegó al máximo por temerse una confrontación, ambas potencias firmaron un acuerdo: los rusos desarmaban los cohetes y los yanquis prometían no invadir Cuba. El 20 de mayo nació Camilo Guevara.
1963
Celia, la madre del Che, se sumó a la política de su hijo.
Viajó por diferentes países de América del Sur, conectándose con grupos de izquierda, dando conferencias sobre el sentido de la Revolución Cubana e integrando congresos de mujeres socialistas.
En la Argentina, donde las relaciones con Cuba habían sido rotas, lanzó una campaña procastrista.
El 23 de abril, cuando regresaba del Uruguay, fue apresada por tenencia de literatura comunista. Soportó dos meses en la cárcel correccional de mujeres de Buenos Aires, donde empeoró su estado de salud a causa de un cáncer que la perseguía. Tuvo que vivir en la clandestinidad hasta que se exilió en el Uruguay.
El Che comenzaba a sentir la necesidad de continuar la revolución en otros países.
No podía quedarse quieto, detrás de un escritorio. En Argelia estaba actuando una guerrilla y el gobierno cubano les envió armas, operación a cargo de Masetti.
El 14 de junio nació su hija Celia.
1964
El Che seguía impulsando el trabajo voluntario y luchaba contra el déficit económico, tratando de evitar los problemas que traía el modelo soviético. Se inauguraron varias fábricas con tecnología de Europa oriental.
Mientras tanto, iba planificando un nuevo movimiento armado en América latina. En la Argentina un golpe militar había derrocado a Frondizi en 1962, y Massetti se había instalado en Salta para luchar. Pero su grupo fue disuelto en seguida y jamás se encontró su cadáver. Al enterarse, al Che ya no le quedaron más dudas: no podía permanecer en Cuba mientras otros hombres morían por llevar adelante sus ideas. En Brasil y Bolivia se habían producido sendos golpes militares.
En marzo recibió en su despacho a una muchacha argentino-alemana, Tamara Bunke (Tania), a quien había conocido en Berlín como traductora. Estaba siendo entrenada en técnicas de espionaje. El Che le comunicó su misión: ir a Bolivia, tomar contacto con las fuerzas armadas y el gobierno. En noviembre volvió a la URSS para participar del 47º aniversario de la Revolución de Octubre. En diciembre viajó a Nueva York para intervenir en la Asamblea de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Una mujer trató de asesinato pero falló.
De ahí pasó al continente africano. Se entrevistó con los líderes progresistas, ofreció apoyo a los revolucionarios de Angola y se reunió con los grupos armados del Congo. Fidel lo fue a buscar al aeropuerto el 14 de marzo de 1965.
Los días siguientes se reunieron en varias oportunidades: el Che se iba de Cuba a seguir con la causa revolucionaria en otros países. Africa le parecía el lugar propicio. “Yo puedo hacer lo que te está negado por tu responsabilidad al frente de Cuba y llegó la hora de separarnos” escribió en su carta de despedida. Aleida le acababa de dar un cuarto hijo, al que bautizó Ernesto.
El 2 de abril partió de La Habana hacia el Congo con pasaporte falso e imposible de reconocer físicamente, inclusive con una dentadura postiza. Días después comenzaron a llegar hombres entrenados en Cuba. Pero allí descubrieron que no había una verdadera unidad y la falta de organización del Ejército de Liberación del Congo era preocupante.
Los hombres se emborrachaban, hacían rituales y tenían demasiadas supersticiones. Se trasladaron a Luluaburg, donde el Che se enteró de la muerte de su madre.
Por el mundo comenzaron a circular diferentes versiones sobre el paradero del “Guerrillero Heroico”.
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La CIA se encargó de desparramar la noticia de su muerte acusando a Fidel de haberlo asesinado. Otros decían que estaba en Perú, en Venezuela o internado en un centro psiquiátrico de México. El líder congolés Kabila ordenó un ataque al cuartel de Fort de Force, pero obligó al Che a permanecer en la base. La derrota fue aplastante. Sólo los combatientes cubanos se animaron a pelear. El resto desertó o no disparó sus armas. Nadie sabía realmente por qué se estaba peleando y la moral del grupo decayó.
Durante el mes de julio hubo algunos enfrentamientos, de los cuales sólo fueron positivos los comandados por Martínez Tamayo. Los EE.UU. dieron 200 millones de dólares al gobierno de Mobutu para desbaratar la guerrilla, ofreciendo recompensas. Cubanos anticastristas entrenados por la CIA llegaron para colaborar.
Después de muchas conversaciones con los líderes del Movimiento de Liberación y debido a un acuerdo tomado por la Organización de la Unidad Africana (OUR), se le ordenó al Che y a su gente abandonar el lugar. La guerra no existía.
The killer of Che Guevara
En tres lanchas llegaron a Dar Es Salaam, donde permanecieron varios meses hasta que partieron clandestinamente hacia Praga, Checoslovaquia. Allí profundizó el proyecto de proseguir la lucha en Latinoamérica.
Primero pensó en Perú, pero las cosas no iban bien allí. Martínez Tamayo viajó a Bolivia, donde se reunió con Tania, quien se estaba ocupando de los preparativos para recibir al grupo de combatientes.
Bolivia parecía un punto propicio.

El 19 de julio de 1966 el Che volvió a Cuba en forma secreta.
Fidel intentó persuadirlo de quedarse, pero nada podía frenarlo. Muchos eran los que se ofrecían a acompañarlo. Disfrazado, recibió por última vez a sus hijos, sin dejar que lo reconocieran. A mediados de noviembre llegó a Bolivia.
Estableció un campamento en medio de la selva despoblada.
Encontró que sus planes eran contrarios a los del movimiento comunista local. El secretario del partido, Mario Monje, le dijo que sólo un boliviano podía dirigir la lucha y no un argentino. El Che no estaba dispuesto a estar bajo las órdenes de nadie: “Yo ya estoy aquí y de aquí sólo me sacan muerto”. Las relaciones terminaron rompiéndose. Fidel, desde Cuba, trataba de enmendarlas en vano. En La Paz, Tania continuaba recibiendo a los cubanos que llegaban…
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27 may 2014

Uruguay: Carlos Chassale. Testimonio de horror y heroísmo


“(…) Me llamo Carlos Chassale. Soy maestro uruguayo y fui secuestrado el 7 de noviembre de 1975 por un grupo de individuos no identificados. Me encontraba en ese momento en mi lugar de trabajo, la Escuela Nº 9 del barrio La Teja en la ciudad de Montevideo (…). Eran aproximadamente las 10 y 30 de la mañana. Fui liberado nueve meses después, al borde de la muerte.
Durante todo este tiempo permanecí en diferentes centros de torturas, dónde me fueron aplicados diferentes formas y técnicas de torturas junto a cientos de compañeros.
Al ser detenido realizaba un tratamiento médico intensivo por padecer una grave enfermedad, un cáncer de linfa, conocido como “ mal de Hopkins” y la supresión del tratamiento médico y las torturas recibidas agravaron mi enfermedad poniéndome al borde de la muerte en  no menos de tres oportunidades. (…)
De mi lugar de trabajo fui retirado en un vehículo, con los ojos sellados por una ancha banda de esparadrapo y conducido a un lugar no identificado. (…)
Mucho tiempo más tarde supe que me habían llevado a una construcción ubicada en el predio del Batallón 13 de Infantería Blindada sito entre las calles de las Instrucciones y Camino de Mendoza en la ciudad de Montevideo. Los que allí estuvimos lo bautizamos con el nombre de “el infierno”. (…) En el lugar se oía música estridente y gritos espantosos de hombres y mujeres, además de ladridos y radios que transmitían palabras incomprensibles con voz monótona.
Me fueron tomados los datos personales. Fui maniatado con una cuerda de nylon  trenzado y vendado nuevamente, por encima del esparadrapo, con un trozo de bayeta de tela rústica, de la que se usa para uniformes militares, se me colocó un cartel en el cuello con el número 117 y se me dijo que esa era mi identificación desde ese momento. Y siempre bajo amenazas me dijeron que debía esperar para ser interrogado.
Permanecí tirado durante tiempo considerable. A mi alrededor había gente tirada en el suelo. Algunas mujeres, especialmente las más jóvenes, gemían y lloraban. Los guardias reían y las insultaban. (…) Divisé también mucha gente desnuda, paradas con las piernas abiertas, algunos de los cuales cantaban o gritaban. Mientras, otros lloraban o permanecían en silencio. (…)
En determinado momento fui arrastrado por una escalera de madera a un lugar donde un grupo de individuos comenzó a interrogarme (…). Opiné con cautela sobre los diferentes temas y negué las afirmaciones con firmeza, pero también con cautela. Al darse cuenta los captores que no tendrían los resultados que buscaban comenzaron entonces a emplear otros métodos. Me amenazaron con usar de mi enfermedad, con traer a mi madre de 64 años y torturarla delante de mí con matarme y hacerme desaparecer.
Me trasladaron entonces a la planta baja. Me pusieron de plantón, posición de pie, con las piernas muy abiertas, el cuerpo erguido, sin beber ni comer y haciéndome las necesidades fisiológicas encima. En esta posición estuve la primera vez cerca de dos días, junto con un grupo considerable de hombres y mujeres, la mayoría desnudos y descalzos. Nos caíamos, nos vencía el sueño, nos levantaban a golpes… cuando la cabeza caía sobre el pecho ellos aplicaban un aparato que para mí era una especie de picana eléctrica pequeña, portátil, bajo las mandíbulas o en las orejas o en la nunca. Cuando por el cansancio juntábamos los pies, los separaban a golpes en los tobillos… Permanentemente nos golpeaban en los riñones, en la espalda y en la cabeza. Eso se repitió durante todos los meses que estuve allí. Y debo decir que era una de las formas de tortura más soportables.
Fui conducido después de esos dos días nuevamente a la planta alta donde me revidó un médico. O al menos una persona que ellos decían que era médico. Pude verle la cara y algún día podré reconocerlo. No sé el nombre.
Me palpó en el suelo, sobre el orín y los vómitos, aleccionándome constantemente para que hablara. Inmediatamente comenzaron a golpearme en la cabeza, en la cara – tuve infección en un ojo por largo tiempo – me golpearon en los riñones y en los testículos. Eran puñetazos y patadas y a veces golpes con una madera. No sé cuánto duró esta paliza ni las otras que me dieron durante mi detención. Como estaba con los ojos vendados, me golpeaban contra las paredes y los objetos que había en la pieza, incluyendo golpes contra otros detenidos que también eran castigados en esos momentos. Luego me ataron las manos a la espalda con cables gruesos que me produjeron lastimaduras y comenzaron a izarme con una cadena que pasaba por la polea hasta que quedé en el aire tocando apenas el piso con la punta de uno de los pies. Supe después que no quedábamos colgando totalmente sino que nos permitían apoyar la punta de los pies porque era la forma de mantenernos conscientes, de que no nos desmayáramos.
El dolor era terrible. Comenzaron a balancearme, lo que aumentaba aún más el dolor, y luego se dieron a golpearme en otras partes del cuerpo produciéndome entre otras cosas fracturas de costillas en la zona derecha. También me golpeaban en la cabeza con una madera fina y más adelante sentí golpes eléctricos en diferentes partes. No sé cuánto duró esta sesión. Pero recuerdo que cuando me soltaron me parecía que me arrancaban tiras de los brazos, al volverme la sangre a los lugares donde ya no estaba. Caí hacia un costado golpeándome fuertemente la cabeza contra un objeto agudo que produjo una lesión en la frente y perdí el sentido. (…)
En ese lugar se torturaba las 24 horas del día. Allí estábamos juntos hombres y mujeres en mi época en número mayor de 200. Se torturaba por grupos, en forma masiva, aplicándonos los mismos apremios sin distinción de sexo o edades. (…)
Una de la madrugada, un guardia en estado de ebriedad intentaba hacer beber aguardiente a una compañerita que estaba parada junto a mí. Ella se negaba. Yo quise mirar y el guardia me descubrió. Entonces vino hacia mí y me puso el vaso en los labios forzándome a beber pero no lo hice. La muchacha lloraba y entonces el guardia acompañado por algunos más volvió hacia ella. Comenzaron a manosearla, a decirle obscenidades. Luego la violaron. (…)
Vinieron nuevas sesiones de tortura. Volví a ser colgado y golpeado. Vino la picana eléctrica, el submarino y otras cosas más. Cuando no nos trasladaban a la planta alta debíamos permanecer catorce horas por día sentados. En posición erguida, maniatados, con los ojos vendados, sin poder hablar y sin poder mover las piernas. Nos llevaban muy pocas veces al baño por lo cual debíamos hacernos las necesidades encima. Lo que sumado a la transpiración, a los vómitos y a la comida que se nos derramaba sobre el cuerpo nos cubría de olor insoportable. Las compañeras, además no tenían posibilidad de higienizarse cuando tenían la menstruación.
Durante nuestra permanencia en la planta baja éramos permanentemente molestados por la guardia que tenía órdenes de no dejarnos tranquilos. Entonces nos golpeaban en los riñones y en la cabeza y nos daban choques eléctricos con esa picana portátil. Nos pateaban los tobillos y nos daban golpes de karate. Algunos guardias se divertían por las noches corriendo por encima de nosotros. Cuando nos llevaban al baño, nos hacían ponernos uno detrás de otro y tomarnos de los hombros del que estaba adelante. Ellos lo llamaban “el trencito”. Entonces ese “trencito” integrado a veces por 30 o 40 personas era conducido en dirección a los compañeros que estaban más maltratados y que ya no podían ni siquiera sentarse. El trencito les pasaba por arriba varias veces por día. (…) También nos hacían pasar el trencito por unos pozos, donde yo supongo que antiguamente hubo empotradas máquinas de carpintería o algo así, porque faltaban trozos del hormigón del piso. Entonces caíamos adentro de esos pozos, (…) de allí nos levantaban a golpes. (…)
Por las noches nos acostaban a todos juntos, hombres y mujeres, apretados sobre una manta sucia o sobre el piso sin nada debajo. Pero en general no nos dejaban dormir ya que sistemáticamente nos golpeaban, nos orinaban, corrían por encima de nosotros o nos levantaban para llevarnos al baño y golpearnos brutalmente para luego volver atraernos al lugar.
La música nunca cesaba. Eran 24 horas de música, levantaban el volumen cuando la cantidad de torturados era mucha y los aullidos eran demasiados. Yo no creo que ellos lo hicieran para que nosotros escucháramos cómo se quejaban los demás. Era también una forma de tortura.
Esto sucedía permanentemente. Durante las 24 horas del día se oía la música y los gritos de la gente.
Se nos daba comida en mal estado. Y en general la leche estaba orinada. No recibíamos atención médica y el enfermero de guardia era un torturador. Incluso uno de ellos, un homosexual, se ofrecía para cortarnos las uñas. Una de sus diversiones era recorrer las filas de gente sentada o acostada cortándoles además de las uñas, un pedazo de dedo con el alicate. (…)
Los médicos asesoraban y participaban directamente en la tortura. Incluso uno de los médicos, que yo no pude ver, era el que indicaba dónde me debían golpear ya que por mi enfermedad los golpes en las zonas del hígado o en el bazo son peligrosos y pueden causarme la muerte, entonces, les decía que me golpearan en los riñones, en la cara, en los testículos y no en esas zonas. En esta situación estuve cera de dos meses, dos meses así. (…)
Estuve con compañeros que tenían la mayoría de las articulaciones destrozadas, que habían perdido la mayoría de los dientes y que presentaban zonas totalmente ulceradas por las quemaduras, Había varios con síntomas de deshidratación y muchos con serias alteraciones nerviosas. Se nos suministraban drogas que producían alucinaciones. (…)
Permanentemente trataron de quebrarme usando mi enfermedad. Me llamaban el canceroso y los médicos se ocupaban de explicarme detallada y morbosamente la evolución que sufría mi mal y las posibles consecuencias de las torturas. Lo mismo hacían con un compañero hemofílico y con otros que padecían graves males. (…)
De “el infierno” fuimos trasladados a otra unidad militar sita en la calle Burgues, el Batallón 5º de Artillería. Allí se nos alojó primero en una caballeriza con piso de adoquines y llena de estiércol. (…) Debíamos permanecer también 14 horas por día sentados con los ojos vendados, maniatados y sin poder hablar. Además, por cualquier excusa se nos ponía de plantón o se nos golpeaba brutalmente. En pleno invierno, además, muchos compañeros fueron bañados con agua fría en la madrugada. La alimentación consistía en un poco de café con leche aguada por la mañana, agua sucia al mediodía y de noche acompañada por un minúsculo trozo de pan. Frecuentemente la comida no alcanzaba para todos. La verdad es que por primera vez en mi vida pasé hambre. (…)
Por el mes de mayo de 1976 se me comunicó que existía la posibilidad de que la Justicia militar me liberara bajo fianza, debido a mi estado de salud. En el mes de junio fui conducido al Juzgado militar donde firmé un documento que decretaba mi libertad.
Mi enfermedad estaba en una etapa regresiva. Sentía dolores intensos en toda la espalda y en las piernas. Apenas podía caminar y para ello debía ingerir más de 200 miligramos de codeína por día. Hasta que llegó un momento que no pude moverme, el médico y el enfermero del cuartel me retiraron en ese momento una dieta interproteica que me habían dado hacía una semana por considerar que ya estaba en plena recuperación. Los últimos dieciocho días los pasé postrado en un colchón sin ingerir alimentos ni líquidos y sin realizar ninguna de las necesidades fisiológicas. Tenía fiebre permanentemente y transpiraba en abundancia. Había perdido 24 quilos y tenía una anemia pronunciada. Los compañeros me atendían sin disponer de medios y arriesgándose me higienizaban y trataban de alimentarme con su propia comida que era sumamente escasa.
A los dieciocho días fui conducido a un cuartel de Caballería donde me dejaron en libertad. De allí me dirigí a mi casa y rápidamente me asilé en la Embajada de México siendo mi estado de salud grave.
 Las autoridades se negaban a permitir mi salida del país. Por eso estuve viviendo un mes en una pieza de la Cancillería mexicana. Sin tratamiento médico adecuado, ya que el tratamiento hay que hacerlo en un sanatorio, lo que empeoró aún más mi situación. Las consecuencias de los nueve meses de torturas y de la ausencia de tratamiento médico para mi enfermedad, son las siguientes: mi mal sufrió un atraso muy grande, estuve un año paralítico como consecuencia de una lesión en la médula ósea, estuve no menos de dos o tres veces por morir, tengo fractura de costillas y aún sufro alucinaciones y alteraciones en el sistema nervioso que entre otras cosas me impiden dormir. (…)

El maestro Carlos Chassale fallece en su exilio en La Habana en 1979, como resultado del agravamiento de su enfermedad por las secuelas de las torturas.

(Esta información fue tomada del 2º tomo de la investigación histórica sobre la dictadura y el terrorismo de Estado en el Uruguay)
Marys Yic