Observatorio en Comunicación y Democracia – FILA
La fecha de la juramentación de Nicolás Maduro para un nuevo período presidencial en Venezuela, el 10 de enero, se acerca rápidamente, pero aún se desconocen los planes y las medidas económicas que Washington podría implementar. La incógnita es sobre la estrategia que Estados Unidos adoptará para lograr su objetivo de reinsertar a Venezuela en su esfera de influencia.
En un contexto mundial de altas tensiones, el interés estratégico de Estados Unidos en Venezuela sigue siendo un factor determinante para entender la evolución de la actual coyuntura. La proclamación de Nicolás Maduro como ganador de las elecciones del 28 de julio no ha sido aceptada por Washington, lo que que expresa una pugna más profunda por el petróleo, la influencia, los recursos y el rumbo que tomará América Latina. La cuestión es: ¿cómo responderá Washington a la situación de Venezuela?
Las usinas semióticas de la ultraderecha se unieron para poner al desenlace electoral de Venezuela en la picota, en una demostración de apego por los valores democráticos que no se verifica en otros casos, como Perú, con un gobierno de facto, ilegítimo, y que se consolidó a través de la represión, lo cual pone en evidencia un doble estándar.
El oficialismo asegura que ganó, pero no logró demostrarlo. La oposición dice que ganó y solamente lo justifica con las notas publicadas por la prensa de derecha en todo el mundo. ¿Cómo es posible ganar las elecciones por 30 puntos de diferencia (como dice la oposición) sin que el pueblo venezolano haya reaccionado?
El reconocimiento de la reelección de Maduro por parte de China, Rusia e Irán, entre otras naciones, mientras EEUU, la Unión Europea e Israel daban como ganador a Edmundo González, inscribe la disputa en la confrontación geopolítica contemporánea, que ya se dirime en el terreno bélico, tanto en Europa como en el Medio Oriente.
Gracias al sorprendente veto de Brasil, Venezuela no fue incorporada como miembro de los BRICS, aun cuando el presidente Nicolás Maduro fue invitado y acudió a la cumbre. La cancillería venezolana aseguró que su exclusión obedeció a un veto de Brasil, lo que calificó de «un gesto hostil. Denunció que el actual gobierno de Lula da Silva decidió mantener el veto que Bolsonaro aplicó a Venezuela durante años, reproduciendo el odio, la exclusión e intolerancia promovidos desde los centros de poder.
Lula ha dado varios pasos recientes hacia una política de profunda amistad con Occidente tras cortar lazos con Nicaragua, no reconocer la victoria de Maduro en Venezuela y condenar la operación militar especial rusa en Ucrania, para vetar finalmente la incorporación venezolana a los BRICS. Ya que ya no es el mismo líder enérgico en favor de los países emergentes que se ganó la simpatía de los pueblos durante sus primeros dos mandatos. Y continúa sin interés en la creación de un mundo multipolar.
Especulaciones sobre el futuro
El fracaso de la campaña de «máxima presión» de la administración Trump ha dejado lecciones importantes. Las sanciones y el bloqueo lograron ejercer presión sobre el gobierno, repercutieron en el suministro de petróleo al mercado global y causaron un impacto devastador en la población, lo que tuvo un fuerte efecto en la migración. Estas sanciones resultaron ser contraproducentes incluso para los intereses de Estados Unidos.
Entre las posibles estrategias que EEUU podría adoptar hacia Venezuela se encuentran varias formas de intervención o acciones estratégicas encubiertas destinadas a la desestabilización, un tipo de operaciones de uso frecuente en la política exterior estadounidense. Una de ellas es la de continuar con el actual esquema de sanciones, pero manteniendo las licencias vigentes bajo ciertas restricciones, mientras se negocia en la sombra un acuerdo político de mediano o largo plazo.
Sin embargo, en Washington no todos están de acuerdo con esta posición. Algunos exigen la suspensión inmediata de licencias como las de Chevron y abogan por un aislamiento diplomático completo. Por su parte, voceros de la oposición venezolana han pedido la cancelación de estas licencias y las califican como “un salvavidas para el régimen”.
Lo que está claro es que las sanciones no han logrado sus objetivos y han tenido consecuencias nefastas. Ante este panorama, la prioridad debe ser redirigir los esfuerzos hacia negociaciones que abran una vía diplomática más efectiva y menos destructiva. La intransigencia extrema cierra más puertas de las que abre: solo a través del diálogo se podrá avanzar hacia acuerdos futuros que consideren tanto los intereses geopolíticos de ambos países como el bienestar del pueblo venezolano.
Los analistas se preguntan qué implicancias tiene la introducción de coordenadas bélicas en nuestro continente, y cuál será el vínculo entre izquierda y democracia en la etapa que comienza.
De 2019 a 2024
Al examinar la coyuntura política actual de Venezuela en relación con la crisis de 2018-2019, se pueden observar algunas similitudes, ya que ambos períodos se caracterizan por denuncias de fraude electoral, aunque se han invocado motivos diferentes. En 2019, Nicolás Maduro inició su segundo mandato y Juan Guaidó, entonces presidente de la Asamblea Nacional, se autoproclamó ‘presidente interino’. Ahora, en 2024, Maduro se prepara para juramentarse nuevamente el 10 de enero, y Washington, como en la ocasión anterior, estaría evaluando la creación de otro gobierno paralelo.
Sin embargo, la estrategia del gobierno de Nicolás Maduro frente a la situación ha sido distinta en cada caso, dada la transformación del escenario internacional. La guerra en Ucrania, el conflicto en Gaza y Líbano, y una América Latina más fragmentada han modificado las dinámicas globales. Colombia y Brasil, poe ejemplo, tomaron posiciones más pragmáticas, y EEUU no logra articular un frente unificado sobre Venezuela. En lugar de desgaste, Maduro parece preparar el terreno para una eventual confrontación.
En 2019, ante la irrupción de Guaidó y el reconocimiento internacional que recibió, Maduro optó por un enfoque de desgaste progresivo, control institucional y desgaste, que dejaba que el impulso de Guaidó se desvaneciera con el tiempo. Esta vez, el panorama es distinto: el Gobierno no luce inclinado a dejar que un segundo interinato tome vuelo ni que se afiance un reconocimiento diplomático dual.
En 2019, Maduro no actuó con la mano dura que podía esperarse. En vez de reprimir directamente la acción insurgente del ‘gobierno’ paralelo, ni encarcelar a ninguno de los principales dirigentes de la asonada, dejó que Guaidó se agotara por sí mismo. Guaidó pudo organizar mítines, recorrer el país, realizar viajes internacionales y regresar. Pero, a pesar del apoyo internacional, no lograba conquistar el poder.
En el plano internacional, se mantuvieron abiertos los canales diplomáticos, especialmente con Europa y varios países latinoamericanos, aunque muchos de ellos reconocían a Juan Guaidó como presidente de Venezuela. Esta estrategia de tolerancia permitió evitar una ruptura total de relaciones, mientras Maduro esperaba que el frente diplomático en su contra perdiera fuerza y se erosionara por la falta de resultados.
La idea de que Washington impulse un nuevo gobierno paralelo en Venezuela para 2025 puede resultar atractiva en ciertos círculos, mientras otros especulan hasta con una invasión relámpago. Pero el Gobierno ya no parece dispuesto a esperar a que el adversario se desgaste, sino que se adelantá acciones para evitar que un gobierno paralelo tome forma y una nueva crisis prolongada debilite su posición.
Por eso ha adoptado una estrategia de apaciguamiento y control que no estuvo presente en 2019 para evitar una nueva ola de disturbios y violencia, como los episodios de 2017. También dejó en claro que no permitirá el desconocimiento de los resultados proclamados por el Consejo Nacional Electoral a través de actos de desobediencia que puedan poner en peligro la estabilidad política.
La estrategia de Maduro en el plano internacional tampoco será la misma que en 2019. Para no dejar espacio para políticas de desgaste. En lugar de tolerar la permanencia de embajadas que reconozcan un gobierno paralelo, como lo hizo en 2019, ya señaló que cualquier país que apoye a un ‘segundo Guaidó’ enfrentará la retirada inmediata de las representaciones diplomáticas.
Hoy, el gobierno ha logrado estabilizar la situación interna y mantener el control político, luego de las manifestaciones del 29 y 30 de julio que dejaron un saldo de 25 muertos. El oficialismo alega movimientos desestabilizadores y golpistas coordinados desde el exterior, con apoyo de grupos criminales internos, tal y como sucedió en Bolivia en 2019 o en Brasil durante 2016.
Por eso ha adoptado una estrategia de apaciguamiento y control que no estuvo presente en 2019 para evitar una nueva ola de disturbios y violencia, como los episodios de 2017. También dejó en claro que no permitirá el desconocimiento de los resultados proclamados por el Consejo Nacional Electoral a través de actos de desobediencia que puedan poner en peligro la estabilidad política.
La estrategia de Maduro en el plano internacional tampoco será la misma que en 2019. Para no dejar espacio para políticas de desgaste. En lugar de tolerar la permanencia de embajadas que reconozcan un gobierno paralelo, como lo hizo en 2019, ya señaló que cualquier país que apoye a un ‘segundo Guaidó’ enfrentará la retirada inmediata de las representaciones diplomáticas.
Hoy, el gobierno ha logrado estabilizar la situación interna y mantener el control político, luego de las manifestaciones del 29 y 30 de julio que dejaron un saldo de 25 muertos. El oficialismo alega movimientos desestabilizadores y golpistas coordinados desde el exterior, con apoyo de grupos criminales internos, tal y como sucedió en Bolivia en 2019 o en Brasil durante 2016.