La Revolución Democrática y Cultural de Bolivia librará el 12 de octubre próximo, cuando se lleve adelante las elecciones generales, otra de sus batallas decisivas en la perspectiva de su profundización. La batalla, a diferencia de lo acontecido hasta el momento, tiene dos frentes: el externo, donde deberá derrotar el proyecto de la derecha que Estados Unidos no logró configurar en una sola candidatura, y el interno, para que el proceso de cambio no sea subsumido por la decisión de privilegiar la gestión o ampliar su hegemonía perdiendo los fundamentos de su proyecto y sujeto histórico.
En el frente externo, la dispersión de la oposición en varias candidaturas y la inexistencia de un proyecto alternativo quita la presión respecto de la votación que obtendrá Evo Morales, quien se proyecta en claro ganador. Sin embargo, la disputa por obtener dos tercios en la Asamblea Legislativa Plurinacional elevará la intensidad en las circunscripciones uninominales.
Pero antes de desarrollar el momento en que está la revolución boliviana, los desafíos que enfrentará y las tensiones que deberá resolver dentro del bloque en el poder, quizá sea importante y necesario hacer una mirada de lo que significa el proceso boliviano desde su perspectiva histórica y a un balance de la gestión.
Que un indígena campesino haya ganado las elecciones generales en Bolivia en diciembre de 2005, con un resultado jamás visto en la historia democrática de ese país y que además haya abierto el camino para que las clases subalternas se eleven a la categoría de bloque dominante, constituyen dos hechos históricos que encajan en la figura que el imperialismo y la burguesía le teme de siempre: revolución.
Pero además, que Evo Morales se mantenga victorioso nueve años después, con una base social y política muy fuerte, a pesar de las diversas formas de guerra que ha tenido que enfrentar, solo se explica por la profundidad de un proceso que ha removido las viejas estructuras de la colonialidad del poder y que está construyendo -con las dificultades propias de todo proyecto emancipador-, los cimientos de una nueva sociedad con igualdad de derechos y oportunidades para todos.
Y es que no se puede criticar la obra creadora en la que está hoy empeñada Bolivia, su bloque nacional-indígena-popular y su máximo líder, sin mencionar que el proceso de cambio es una respuesta radical a una larga historia de dominación colonial y capitalista, cuyos orígenes se encuentran en el momento que la invasión de América Latina sentó las bases para hacer del capital un fenómeno universal, en las distintas maneras de sometimiento de los pueblos indígenas y afrodescendientes, en la fundación de la república mono-civilizatoria y, más reciente, en la aplicación de un modelo neoliberal que agudizó la enajenación del ser humano y el planeta.
De ahí que para tener una visión lo más completa de lo que ocurre en ese país ubicado en el corazón de Sudamérica, así como para identificar sus desafíos, se hace necesario evitar cualquier tentación fraccionadora de la realidad histórico-concreta a la que visiones cartesiano positivistas y ciertos reduccionismos economicistas nos empujan con frecuencia. Todo lo contrario, para ser justos con la revolución boliviana hecha en las condiciones del siglo XXI –favorables en unos aspectos y claramente adversas en otros respecto de las del siglo XX-, hay que observar el proceso desde una perspectiva totalizadora, lo cual no implica tomar en cuenta la diferencia entre los tiempos políticos y los tiempos económicos.
Tensiones y desafíos
Como se ha señalado, la profundización de la revolución boliviana dependerá de la forma como se resuelvan las nuevas contradicciones y/o tensiones creativas como las llamaría Álvaro García Linera a propósito de los cinco momentos que identifica del proceso de cambio.
La primera tensión será entre Revolución y gestión. Ambos desafíos no son contradictorios sino más bien complementarios. Se trata de que el impulso creador de toda revolución, que por razones obvias no puede desarrollarse a la misma velocidad todo el tiempo, siga orientando el horizonte de visibilidad de las medidas y políticas de cambio que se vayan a adoptar desde los órganos de Poder del Estado Plurinacional.
Sin embargo, una buena gestión no es necesariamente sinónimo de revolución, aunque es evidente que toda revolución, para ser sostenible en el tiempo, requiere tener una buena gestión. La tentación muchas veces de priorizar la gestión, más aún cuando las revoluciones son producto de victorias electorales en el campo de la democracia representativa, puede empujar a tomar medidas que son correctas para un gobierno que solo está llamado a administrar un viejo modelo pero peligrosas o insuficientes para un gobierno cuyo origen y horizonte es la transformación revolucionaria del orden capitalista y colonial. Por ejemplo, un desafío en ese terreno es empezar a construir indicadores distintos a los empleados por organismos como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Los viejos sirven para demostrar que el proceso boliviano ha logrado conquistas que la derecha no esperaba: el mejor crecimiento económico de la historia, exitosa política de creación de empresas estatales y buena redistribución de la riqueza. Pero, faltan crear otros indicadores para medir ese “otro mundo posible”.
Pero quizá, siempre dentro de la tensión revolución y gestión es que la segunda encuentre el horizonte del alcance de sus medidas desde el horizonte de su proyecto alternativo al capitalismo (el socialismo comunitario para vivir bien) y desde los mandatos de la gente con iniciativas como el I Encuentro Plurinacional y los encuentros que se hicieron para construir la Agenda Patriótica hacia el Bicentenario (2025). Es decir, también es necesario dar pasos más audaces para desarrollar una nueva forma de gestión, que recupere lo mejor de lo que se hizo en nueve años y la enriquezca con novedosas formas.
La segunda tensión es entre democracia representativa y democracia directa. No se trata de eliminar la primera, pero ciertamente se trata de que las democracias directa y participativa-comunitaria dejen de ser prisioneras de la democracia representativa.
Siempre existe el riesgo de que la política vaya privilegiando el camino de las urnas antes que el escenario donde los integrantes fundamentales del bloque en el poder se mueven como pez en el agua. Si sucede eso, el sujeto plural articulado que hizo posible la revolución se descompone, vuelve a su condición de actor social cargado de intereses particulares y deviene en componente instrumental de una maquinaria electoral.
De lo que se trata es que la democracia representativa solo sea el canal de manifestación de lo que se tenga capacidad de reflexionar, hacer y decidir desde las democracias participativa-comunitaria y directa. Este es un desafío más que del gobierno, de los movimientos sociales, de la clase obrera y las fracciones de clase media revolucionarias. Es desde la sociedad civil que se construye hegemonía y eso solo es posible con iniciativa y participación protagónica.
La tercera tensión será entre las forma privada y comunitarias de organizar y crear la riqueza. Esta tensión, que debería resolverse a favor de la segunda en la medida que la revolución se profundice, parte de la constatación, bastante satisfactoria, de contar ahora con una vigorosa participación del Estado en la economía como productor, promotor y actor directo.
Para mejor comprensión de lo que se quiere decir. La Constitución Política actual reconoce cuatro tipo de economías bajo el concepto de economía plural (estatal, privada, comunitaria y social cooperativa). No pudo haber otro punto de partida después de dos décadas de neoliberalismo que golpearon duramente a las economías comunitaria y social cooperativa, además de que redujeron la participación estatal a menos del 5%. Entonces, un primer paso ha sido el reconocimiento simbólico de lo que el neoliberalismo quería destruir y su posterior fortalecimiento material. En la actualidad el Estado supera el 38 de participación en la composición del PIB, seguido por lo privado y la cooperativa. Pero lo comunitario es muy débil.
Entonces, el desafío es sentar las condiciones materiales (institucionales y económicas) para que la economía comunitaria (rural y urbana) vayan cobrando fuerza. Esto ciertamente no depende solo del gobierno, pues su desarrollo está en manos del sujeto plural articulado que está haciendo posible la revolución boliviana. El desafío es que ese sujeto histórico amplíe su campo de acción de la política a la economía, para sentar las condiciones para la construcción de una sociedad de productores libres. No se trata de prescindir de la iniciativa privada sino de que ésta se mueva bajo la fórmula de socios y no patrones, pero también de caminar hacia una formación social en la que lo predominante sea lo social-comunitario, el predominio del carácter social de la economía (estatal, comunitario y cooperativa).
La cuarta tensión es entre la clase y la identidad. A diferencia de otras tensiones, no se trata de lograr la victoria o el predominio de la clase sobre la identidad o viceversa, sino más bien de lograr una articulación virtuosa entre ambos componentes del sujeto histórico. Hasta ahora, el eje articulador en términos simbólicos y reales ha sido lo indígena-originario-campesino. Ahora que COB ha decidido sumarse al proceso, del que se mantuvo equidistante desde enero de 2006, hay la condición de posibilidad de ampliar y fortalecer el sujeto histórico de la revolución. Es momento que la clase obrera amplíe su mirada y asuma su identidad indígena originaria, pero también es importante que el indígena originario se vea como clase. Solo así es posible el Socialismo Comunitario para Vivir Bien.
Si hay algo que consolida la irradiación en profundidad de la revolución boliviana es la histórica decisión tomada por la Central Obrera Boliviana (COB) de sumarse al proceso de cambio, de hacer una alianza estratégica con el gobierno y de formar parte del sujeto histórico que está haciendo posible avanzar hacia la emancipación. La unidad estratégica campesina originaria-obrera y popular le dota al proceso de cambio de una potencialidad que ni los propios actores la imaginan en su dimensión real.
La quinta tensión es entre aprovechamiento de los recursos naturales y conservación de la Madre Tierra. La resolución de la tensión es compleja pero complementaria. Estamos condicionados desde la invasión europea a una visión y práctica extractivista que anticipa pesar sobre nuestras espaldas aún con un modelo económico social comunitario. Y no es que en el gobierno falte voluntad de salir de ese tipo de determinación. Pensar de esa forma es erróneo y desconocer la naturaleza del gobierno y el Estado actual bolivianos. En todo caso un punto de partida es darle un sello de racionalidad al aprovechamiento de los recursos naturales distinto a la “racionalidad capitalista”. No se trata de convertir a los bolivianos en guardabosques mientras las grandes transnacionales y los países altamente desarrollados contaminan el planeta y se niegan a reducir los gases de efecto invernadero. El desafíos es tener telecomunicaciones e internet al que tengan acceso todos, servicios de salud y educación de calidad, y carreteras que nos integren, pero al mismo tiempo preservar el medio ambiente, la naturaleza, la Madre Tierra. Ahí hay una contradicción permanente.
La sexta tensión es entre lo particular y lo universal desde una perspectiva del Estado continental. Después de producirse la muerte del presidente Hugo Chávez, la contraofensiva desarrollada por EE.UU. en América Latina a través de planteamientos institucionales como Alianza Pacífico y mecanismos subversivos y violentos, no solo que están en una escala superior sino que abren el riesgo de debilitar los lazos creados durante más de una década entre los gobiernos de izquierda y progresistas de nuestra región.
El imperialismo apunta a debilitar los mecanismos alternativos de integración y plataforma política como el ALBA y la CELAC, así como también reducir el papel del MERCOSUR. También está en campaña por mantener una presión sostenida contra los gobiernos de izquierda y revolucionarios, ya sea para colocarlos en una situación de defensiva permanente desde su propia territorialidad o para expulsarlos del poder.
Entonces, esto implica que el gobierno de Evo Morales tiene la doble tarea de consolidar la revolución por la vía de su irradiación en extensión territorial (sentar soberanía a lo largo y ancho de todo el país) e intensidad y/o profundidad (continuar construyendo otra sociedad distinta a la capitalista) y de desempeñar un papel activo en la articulación de la Agenda de la Patria Grande. Esta es una tarea, a la vez, para todos los gobiernos de izquierda y progresistas de la región. Esto es, pensar la revolución desde la clave Estado Plurinacional Continental.