Por Eric Nepomuceno
19 de noviembre de 2018
Es habitual, en Brasil y en muchos otros países, que se le conceda al nuevo mandatario un periodo como una especie de luna de miel, desde el momento en que se sienta en el sillón principal de la nación hasta que sus ideas, sus programas, sean implementados. O sea, hasta que empiece a gobernar. Digamos, unos cien días, generosamente concedidos por la clase política, el empresariado, el agro-negocio, el sacrosanto mercado financiero y, casi siempre, también por buena parte de los manipuladores de la opinión pública.
19 de noviembre de 2018
Es habitual, en Brasil y en muchos otros países, que se le conceda al nuevo mandatario un periodo como una especie de luna de miel, desde el momento en que se sienta en el sillón principal de la nación hasta que sus ideas, sus programas, sean implementados. O sea, hasta que empiece a gobernar. Digamos, unos cien días, generosamente concedidos por la clase política, el empresariado, el agro-negocio, el sacrosanto mercado financiero y, casi siempre, también por buena parte de los manipuladores de la opinión pública.