Por OSCAR FINKELSTEIN
10 de enero de 2020
Los incendios en Australia no llegaron solos. Son parte del fénomeno llamado «El Niño Indio», que produce calor extremo en Australia y lluvias torrenciales en África. La contrapartida son las inundaciones en Yibuti, Etiopía, Kenia, Uganda, Tanzania, Ruanda, Burundi, Somalia y Sudán del Sur que ya dejaron 10 veces más muertos que el fuego en Australia. El calentamiento global es parte central del problema, pese al lobby del «negacionismo» climático.
Cualquier semejanza con el cambio climático no es mera coincidencia. Los focos de incendio forestal que ayer seguían consumiendo vida vegetal, animal y humana en Australia, algunas de cuyas bocanadas de humo llegaron a la Argentina a través del Atlántico, son, en buena medida, el resultado de la irresponsabilidad de nuestra especie respecto del medio ambiente. Porque la combinación fatal entre sequía extrema y temperaturas muy por encima de la media histórica, que es lo se está dando en territorio australiano desde julio, obedece en parte al tan mentado cambio climático, que está muy lejos de poder atribuirse exclusivamente a la fuerza de la naturaleza.
Más allá de los argumentos del negacionismo climático (“esto pasa todos los años, desde siempre, por eso le decimos ‘temporada de incendios’”), hay en total 5,8 millones de hectáreas arrasadas por el fuego en todo el país (más de 4 millones solo en Nueva Gales del Sur, la región más afectada), casi 2.000 viviendas destruidas, 25 personas muertas y decenas de desaparecidas como consecuencia de la devastación. Y son unos 480 millones los animales afectados por las llamas, con un alto número de ejemplares muertos, aunque sin cifras confiables todavía. El balance fatal, aunque parcial, de un fenómeno que cada verano asola a Australia, pero que esta temporada batió, lamentablemente, todos los récords.
Para establecer un parámetro de lo que representan estas casi 6.000.000 de hectáreas incendiadas (equivalentes a 300 veces la superficie de la ciudad de Buenos Aires), los devastadores incendios forestales de 2019 en la Amazonia afectaron a 900.000 hectáreas y los de California a 800.000.
El fuego, que se estima que está afectando, directa o indirectamente, a más de un tercio de sus 25 millones de habitantes, se está produciendo en zonas de las costas este y sur, que es donde se asienta la mayoría de la población de Australia. Por eso alcanza, por ejemplo, a los alrededores de las ciudades de Sidney y Adelaida.
El fenómeno de esta temporada en particular se llama “dipolo del Océano Índico”, conocido también como El Niño Indio. Se trata de un fenómeno climático provocado por diferencias de temperatura en la superficie del mar más elevadas que lo habitual a ambas orillas del Índico. Así, provocó inundaciones y deslizamientos de terreno en el África oriental y, miles de kilómetros más al este, sequía y elevadas marcas térmicas en territorio australiano, que llegaron el 17 y 18 de diciembre últimos a batir dos récords consecutivos: 40,9ºC y 41,9ºC.
Las temperaturas en las aguas van de cálidas a frías y atraviesan tres fases: positivas, neutrales y negativas. Esta temporada el dipolo registra una fase positiva, pero de mucha mayor magnitud que en años anteriores; los niveles más altos se habían producido en 1961, 1994 y 1997. De hecho, sus valores actuales son los mayores registrados en las últimas seis décadas. Lo que ocurre entonces es que la temperatura de las aguas occidentales del Índico es mucho más fría, lo que provoca más lluvias y, en consecuencia, inundaciones y deslizamientos de tierra, y las orientales más cálidas, con temperaturas extremas y una fuerte sequía que, además de a Australia, también afecta a los países del sudeste asiático.
La contrapartida a los incendios en Australia son las inundaciones en varios países africanos –Yibuti, Etiopía, Kenia, Uganda, Tanzania, Ruanda, Burundi, Somalia y Sudán del Sur–, que según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU terminó con la vida de alrededor de 300 personas, y un total de 2,8 millones de pobladores afectados.
De acuerdo con lo informado por la Oficina Australiana de Meteorología, los riesgos de nuevos incendios se mantienen, del mismo modo que una alta probabilidad de que tanto los días como las noches sean más cálidos que lo habitual durante todo el verano y en casi todo el territorio nacional.
El jefe de pronosticadores de largo plazo del organismo meteorológico, Andrew Watkins, señaló que “el culpable clave de nuestras condiciones actuales es uno de los eventos dipolares positivos más fuertes registrados en el Océano Índico”. Y explicó: “Un dipolo positivo significa que tenemos una acumulación de agua más fría que la media en Indonesia, y esto significa que llueve menos y que las temperaturas son más cálidas que la media en gran parte del país”.
Cambio y fuera
No es antojadizo sostener que el cambio climático es al menos parcialmente responsable de estos fenómenos extremos, por lo que los efectos dramáticos del dipolo del Océano Índico serían más comunes a futuro en la medida que las emisiones de gases de efecto invernadero no paren de crecer o no decrezcan. Ya en 2014, en un estudio publicado en la revista científica Nature, especialistas de Australia, India, China y Japón adelantaron que por efectos del dióxido de carbono la frecuencia de los dipolos se reduciría de uno cada 17,3 años a uno cada 6,3 años.
Más allá de los lobbies, el consenso científico mayoritario (se habla de un 97%) indica que las emisiones son responsables del calentamiento del planeta, con sus consecuencias ya visibles y una proyección de mayor gravedad a futuro. Si las emisiones continúan aumentando, las temperaturas en Australia (y en todo el mundo) también lo harán, y la proliferación de fenómenos climáticos extremos será la regla, no la excepción. No sería de extrañar, si no se producen modificaciones trascendentes en las políticas sobre el cambio climático, que la frecuencia de dipolos positivos extremos también crezca. Y sustancialmente.
Las temperaturas más elevadas y los menores porcentajes de humedad generan fenómenos climáticos extremos, que hacen crecer no solo el riesgo de incendios forestales, sino también la velocidad de propagación y el alcance y magnitud del fuego. Por caso, en los actuales incendios las llamas alcanzaron los 70 metros de altura, otro doloroso récord.
La explicación, además de científica, es política. Australia es uno de los países con mayor nivel de emisiones de gases de efecto invernadero per cápita. Una marca que mantiene desde mediados de los años 90, con la irrupción de una sucesión de gobiernos conservadores y neoliberales que hicieron poco, o nada, para evitarlo. Así, es el mayor exportador mundial de gas y de carbón. Y en tanto promotor y defensor de la industria de combustibles fósiles, uno de los países con menor compromiso y mayor responsabilidad en la emisión de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero.
El actual primer ministro, Scott Morrison, líder del Partido Liberal y oriundo de Nueva Gales del Sur, la región más afectada por los incendios, accedió al gobierno en agosto de 2018. Lo hizo ajustadamente y de la mano de dos controvertidos empresarios. Por un lado, Clive Palmer, dueño de innumerables minas de carbón, que formó un partido ad hoc para restarle votos al Partido Laborista y así favorecer a Morrison. Palmer dispuso de un presupuesto de campaña que doblaba la suma del de los dos partidos tradicionales. Poco después de las elecciones, y a contramano de la tendencia mundial y de la necesidad de frenar las causas del cambio climático, el empresario anunció la construcción de la mayor mina de carbón de Australia. Por otro lado, el inefable Rupert Murdoch, el magnate de los medios, que controla el 58% de los diarios australianos y fue el sostén mediático de la candidatura de Morrison.
Cuando, literalmente, estalló el verano de incendios devastadores, Morrison estaba alejado del mundanal ruido político, dispuesto a festejar las Fiestas y a relajarse. Domador de reposeras, como los de su estirpe, no tuvo más remedio que regresar anticipadamente de vacaciones y hacerse cargo, a su particular manera, del estado de emergencia nacional de su país. Y si bien se mostró consternado, atribuyó el problema a los factores habituales y se refirió, claro, a la “temporada de incendios”. Ni una palabra sobre el cambio climático.
Los incendios en Australia no llegaron solos. Son parte del fénomeno llamado «El Niño Indio», que produce calor extremo en Australia y lluvias torrenciales en África. La contrapartida son las inundaciones en Yibuti, Etiopía, Kenia, Uganda, Tanzania, Ruanda, Burundi, Somalia y Sudán del Sur que ya dejaron 10 veces más muertos que el fuego en Australia. El calentamiento global es parte central del problema, pese al lobby del «negacionismo» climático.
Cualquier semejanza con el cambio climático no es mera coincidencia. Los focos de incendio forestal que ayer seguían consumiendo vida vegetal, animal y humana en Australia, algunas de cuyas bocanadas de humo llegaron a la Argentina a través del Atlántico, son, en buena medida, el resultado de la irresponsabilidad de nuestra especie respecto del medio ambiente. Porque la combinación fatal entre sequía extrema y temperaturas muy por encima de la media histórica, que es lo se está dando en territorio australiano desde julio, obedece en parte al tan mentado cambio climático, que está muy lejos de poder atribuirse exclusivamente a la fuerza de la naturaleza.
Más allá de los argumentos del negacionismo climático (“esto pasa todos los años, desde siempre, por eso le decimos ‘temporada de incendios’”), hay en total 5,8 millones de hectáreas arrasadas por el fuego en todo el país (más de 4 millones solo en Nueva Gales del Sur, la región más afectada), casi 2.000 viviendas destruidas, 25 personas muertas y decenas de desaparecidas como consecuencia de la devastación. Y son unos 480 millones los animales afectados por las llamas, con un alto número de ejemplares muertos, aunque sin cifras confiables todavía. El balance fatal, aunque parcial, de un fenómeno que cada verano asola a Australia, pero que esta temporada batió, lamentablemente, todos los récords.
Para establecer un parámetro de lo que representan estas casi 6.000.000 de hectáreas incendiadas (equivalentes a 300 veces la superficie de la ciudad de Buenos Aires), los devastadores incendios forestales de 2019 en la Amazonia afectaron a 900.000 hectáreas y los de California a 800.000.
El fuego, que se estima que está afectando, directa o indirectamente, a más de un tercio de sus 25 millones de habitantes, se está produciendo en zonas de las costas este y sur, que es donde se asienta la mayoría de la población de Australia. Por eso alcanza, por ejemplo, a los alrededores de las ciudades de Sidney y Adelaida.
El fenómeno de esta temporada en particular se llama “dipolo del Océano Índico”, conocido también como El Niño Indio. Se trata de un fenómeno climático provocado por diferencias de temperatura en la superficie del mar más elevadas que lo habitual a ambas orillas del Índico. Así, provocó inundaciones y deslizamientos de terreno en el África oriental y, miles de kilómetros más al este, sequía y elevadas marcas térmicas en territorio australiano, que llegaron el 17 y 18 de diciembre últimos a batir dos récords consecutivos: 40,9ºC y 41,9ºC.
Las temperaturas en las aguas van de cálidas a frías y atraviesan tres fases: positivas, neutrales y negativas. Esta temporada el dipolo registra una fase positiva, pero de mucha mayor magnitud que en años anteriores; los niveles más altos se habían producido en 1961, 1994 y 1997. De hecho, sus valores actuales son los mayores registrados en las últimas seis décadas. Lo que ocurre entonces es que la temperatura de las aguas occidentales del Índico es mucho más fría, lo que provoca más lluvias y, en consecuencia, inundaciones y deslizamientos de tierra, y las orientales más cálidas, con temperaturas extremas y una fuerte sequía que, además de a Australia, también afecta a los países del sudeste asiático.
La contrapartida a los incendios en Australia son las inundaciones en varios países africanos –Yibuti, Etiopía, Kenia, Uganda, Tanzania, Ruanda, Burundi, Somalia y Sudán del Sur–, que según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU terminó con la vida de alrededor de 300 personas, y un total de 2,8 millones de pobladores afectados.
De acuerdo con lo informado por la Oficina Australiana de Meteorología, los riesgos de nuevos incendios se mantienen, del mismo modo que una alta probabilidad de que tanto los días como las noches sean más cálidos que lo habitual durante todo el verano y en casi todo el territorio nacional.
El jefe de pronosticadores de largo plazo del organismo meteorológico, Andrew Watkins, señaló que “el culpable clave de nuestras condiciones actuales es uno de los eventos dipolares positivos más fuertes registrados en el Océano Índico”. Y explicó: “Un dipolo positivo significa que tenemos una acumulación de agua más fría que la media en Indonesia, y esto significa que llueve menos y que las temperaturas son más cálidas que la media en gran parte del país”.
Cambio y fuera
No es antojadizo sostener que el cambio climático es al menos parcialmente responsable de estos fenómenos extremos, por lo que los efectos dramáticos del dipolo del Océano Índico serían más comunes a futuro en la medida que las emisiones de gases de efecto invernadero no paren de crecer o no decrezcan. Ya en 2014, en un estudio publicado en la revista científica Nature, especialistas de Australia, India, China y Japón adelantaron que por efectos del dióxido de carbono la frecuencia de los dipolos se reduciría de uno cada 17,3 años a uno cada 6,3 años.
Más allá de los lobbies, el consenso científico mayoritario (se habla de un 97%) indica que las emisiones son responsables del calentamiento del planeta, con sus consecuencias ya visibles y una proyección de mayor gravedad a futuro. Si las emisiones continúan aumentando, las temperaturas en Australia (y en todo el mundo) también lo harán, y la proliferación de fenómenos climáticos extremos será la regla, no la excepción. No sería de extrañar, si no se producen modificaciones trascendentes en las políticas sobre el cambio climático, que la frecuencia de dipolos positivos extremos también crezca. Y sustancialmente.
Las temperaturas más elevadas y los menores porcentajes de humedad generan fenómenos climáticos extremos, que hacen crecer no solo el riesgo de incendios forestales, sino también la velocidad de propagación y el alcance y magnitud del fuego. Por caso, en los actuales incendios las llamas alcanzaron los 70 metros de altura, otro doloroso récord.
La explicación, además de científica, es política. Australia es uno de los países con mayor nivel de emisiones de gases de efecto invernadero per cápita. Una marca que mantiene desde mediados de los años 90, con la irrupción de una sucesión de gobiernos conservadores y neoliberales que hicieron poco, o nada, para evitarlo. Así, es el mayor exportador mundial de gas y de carbón. Y en tanto promotor y defensor de la industria de combustibles fósiles, uno de los países con menor compromiso y mayor responsabilidad en la emisión de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero.
El actual primer ministro, Scott Morrison, líder del Partido Liberal y oriundo de Nueva Gales del Sur, la región más afectada por los incendios, accedió al gobierno en agosto de 2018. Lo hizo ajustadamente y de la mano de dos controvertidos empresarios. Por un lado, Clive Palmer, dueño de innumerables minas de carbón, que formó un partido ad hoc para restarle votos al Partido Laborista y así favorecer a Morrison. Palmer dispuso de un presupuesto de campaña que doblaba la suma del de los dos partidos tradicionales. Poco después de las elecciones, y a contramano de la tendencia mundial y de la necesidad de frenar las causas del cambio climático, el empresario anunció la construcción de la mayor mina de carbón de Australia. Por otro lado, el inefable Rupert Murdoch, el magnate de los medios, que controla el 58% de los diarios australianos y fue el sostén mediático de la candidatura de Morrison.
Cuando, literalmente, estalló el verano de incendios devastadores, Morrison estaba alejado del mundanal ruido político, dispuesto a festejar las Fiestas y a relajarse. Domador de reposeras, como los de su estirpe, no tuvo más remedio que regresar anticipadamente de vacaciones y hacerse cargo, a su particular manera, del estado de emergencia nacional de su país. Y si bien se mostró consternado, atribuyó el problema a los factores habituales y se refirió, claro, a la “temporada de incendios”. Ni una palabra sobre el cambio climático.
Pérdidas irreparables
En los últimos 40 años el mundo perdió el 60% de su población animal (mamíferos, reptiles, anfibios, aves y peces), según el informe Planeta Vivo 2018 de la Fundación Mundial de la Vida Silvestre (WWF, por sus siglas en inglés). El estudio indica que también se perdió el 50% de los arrecifes coralinos en treinta años y el 20% de la superficie boscosa de la Amazonia en el último medio siglo. De acuerdo al mismo informe, las poblaciones de los ecosistemas marinos cayeron el 83% en los últimos años, mientras que el 75% de las tierras de nuestro planeta tiene algún grado de degradación.
El aporte de las víctimas animales de los incendios australianos es significativo. De acuerdo con la estimación del profesor Chris Dickman, especialista en Biodiversidad de la Universidad de Sidney, alrededor de 480 millones de animales fueron afectados desde el comienzo de los fuegos, y seguramente buena parte de ellos murieron. Solo para tomar como parámetro, la cifra duplica la población mundial de gatos, estimada en 230.000.000.
Dickman calculó que en cada hectárea viven en promedio 17,5 mamíferos, 20,7 aves y 129,5 reptiles. Se basa en un informe de 2007 de WWF sobre el impacto de la deforestación en Nueva Gales del Sur. Al multiplicar la población animal de cada hectárea por la superficie afectada por los incendios llegó a esa cifra angustiante. Que puede ser aun mayor, ya que los incendios también afectan a estados vecinos, como Victoria.
Pero el fuego no impacta por igual en todas las especies. Los animales de mayor tamaño (como los canguros, que con su población de 50 millones duplica la de humanos en Australia) tienen más posibilidades de escapar de las llamas. Los más pequeños, en cambio, están mucho más expuestos. Y entre ellos los koalas, que solo habitan en suelo australiano y cuya población total antes de los incendios se estimaba en 80.000 ejemplares. Adorados y protegidos, en las últimas semanas muchos de ellos, rescatados por voluntarios o por vecinos, fueron llevados al Koala Hospital Port Macquarie, donde fueron objeto de cuidados y puestos a salvo.
Además de pequeños, los koalas son de andar lento, lo que los coloca en una posición especialmente desventajosa frente a los incendios. Se estima que solo en el norte de Nueva Gales del Sur murieron ya 8.000 individuos. Además, el 30% de su hábitat fue afectado, por lo que el número de víctimas podría crecer aun más por la falta de alimentos. Y lo mismo podría ocurrir con otras especies. En fin, un desequilibrio ecológico que parece tener nombre y apellido: cambio climático.
En los últimos 40 años el mundo perdió el 60% de su población animal (mamíferos, reptiles, anfibios, aves y peces), según el informe Planeta Vivo 2018 de la Fundación Mundial de la Vida Silvestre (WWF, por sus siglas en inglés). El estudio indica que también se perdió el 50% de los arrecifes coralinos en treinta años y el 20% de la superficie boscosa de la Amazonia en el último medio siglo. De acuerdo al mismo informe, las poblaciones de los ecosistemas marinos cayeron el 83% en los últimos años, mientras que el 75% de las tierras de nuestro planeta tiene algún grado de degradación.
El aporte de las víctimas animales de los incendios australianos es significativo. De acuerdo con la estimación del profesor Chris Dickman, especialista en Biodiversidad de la Universidad de Sidney, alrededor de 480 millones de animales fueron afectados desde el comienzo de los fuegos, y seguramente buena parte de ellos murieron. Solo para tomar como parámetro, la cifra duplica la población mundial de gatos, estimada en 230.000.000.
Dickman calculó que en cada hectárea viven en promedio 17,5 mamíferos, 20,7 aves y 129,5 reptiles. Se basa en un informe de 2007 de WWF sobre el impacto de la deforestación en Nueva Gales del Sur. Al multiplicar la población animal de cada hectárea por la superficie afectada por los incendios llegó a esa cifra angustiante. Que puede ser aun mayor, ya que los incendios también afectan a estados vecinos, como Victoria.
Pero el fuego no impacta por igual en todas las especies. Los animales de mayor tamaño (como los canguros, que con su población de 50 millones duplica la de humanos en Australia) tienen más posibilidades de escapar de las llamas. Los más pequeños, en cambio, están mucho más expuestos. Y entre ellos los koalas, que solo habitan en suelo australiano y cuya población total antes de los incendios se estimaba en 80.000 ejemplares. Adorados y protegidos, en las últimas semanas muchos de ellos, rescatados por voluntarios o por vecinos, fueron llevados al Koala Hospital Port Macquarie, donde fueron objeto de cuidados y puestos a salvo.
Además de pequeños, los koalas son de andar lento, lo que los coloca en una posición especialmente desventajosa frente a los incendios. Se estima que solo en el norte de Nueva Gales del Sur murieron ya 8.000 individuos. Además, el 30% de su hábitat fue afectado, por lo que el número de víctimas podría crecer aun más por la falta de alimentos. Y lo mismo podría ocurrir con otras especies. En fin, un desequilibrio ecológico que parece tener nombre y apellido: cambio climático.