DEUDA ETERNA
Moratoria temporal consensuada
Moratoria temporal consensuada
Por Clara López Obregón
16 abril, 2020
16 abril, 2020
Hay quienes piensan que el país y el mundo pueden salir de la crisis pandémica sin cambios en los paradigmas vigentes. Incluso, los defensores del inmovilismo buscan aprovechar para avanzar agendas aplazadas por las movilizaciones sociales del año anterior. Con un modelo que quedó al desnudo y sin atender los reclamos de la naturaleza, reciclan sus viejas propuestas como la de abreviar los trámites de las licencias ambientales y consultas previas o remunerar el trabajo por horas, otra vez con el argumento de aminorar el desempleo, pero en realidad para acumular utilidades en desmedro de la remuneración del trabajo y del medio ambiente.
En la teoría, el Gobierno ha tomado las medidas de rigor: aislamiento social estricto, ampliación de la respuesta en salud, medidas compensatorias para poblaciones, trabajadores y empresas en cuarentena. En la práctica, la respuesta ha sido insuficiente e inoperante. La demostración más patética es la de médicos y enfermeras en la primera línea de sacrificio que todavía no cuentan con los tapabocas y vestimentas protectoras indispensables y ni siquiera el pago de los sueldos atrasados.
Las medidas adoptadas reclaman ingentes recursos presupuestales que los ortodoxos se resisten a allegar acudiendo a los instrumentos idóneos que se han encargado de desacreditar. En su lugar, el gobierno acude al endeudamiento, incluido el FMI, en montos inferiores a los requeridos con urgencia. Se trata de más de lo mismo y dejará al país más empeñado y sometido a dictados foráneos. Hay otro camino, complejo y hasta utópico, pues requiere colaboración a gran escala y una ofensiva diplomática sin precedentes. Es un reto descomunal pero las circunstancias lo exigen.
Lo que verdaderamente va a evitar una recesión global prolongada es conseguir que el FMI, respaldado por el Tesoro norteamericano y la Unión Europea, en coordinación con la banca privada y multilateral, estructure una moratoria temporal de la deuda pública y privada de los países de ingreso medio y emergentes como Colombia, México, Chile, Argentina y la India y de uno que otro país desarrollado como España e Italia. A la fecha, noventa países compiten por los recursos de crédito de la banca internacional y del FMI. El papa Francisco ha pedido la condonación de la deuda de los países pobres y ello, sin duda, debe hacerse.
Esta moratoria consensuada y temporal sería un cambio de paradigma y la única vía disponible para evitar una crisis de la deuda generalizada con otra década perdida, no de América Latina, sino del mundo entero. Dicha moratoria generaría una serie de beneficios en cascada. En primer lugar, evitaría una crisis generalizada de la deuda soberana y privada que puede conjurarse si se establecen cuotas de gracia de capital e intereses por un periodo prudencial a todo país que lo solicite, excepción hecha de las grandes economías que pueden sobreaguar solas. El aplazamiento de ese flujo de recursos compensaría las inversiones de corto plazo que hoy fluyen desde los países emergentes a refugiarse en el dólar y el euro.
En resumen, el FMI cumpliría el papel de ejecutor de una cooperación humanitaria mundial sin precedentes. Para ello, debe iniciarse de inmediato una ofensiva diplomática, también sin precedentes.
La moratoria permitiría a países como Colombia, que destina 10 puntos del PIB anuales ($100 billones) al servicio de la deuda externa pública (y otro tanto a la privada), redireccionar el gasto público hacia lo urgente, sin acrecentar una deuda ya abultada. Como lo pide ACOPI, podría pagar directamente a las mipymes y pymes los $8 billones mensuales de las nóminas de 15 millones de trabajadores, con doble beneficio: los trabajadores tendrían como sobrellevar la cuarentena y las empresas estarían listas para arrancar una vez se levante. Las grandes empresas, que son las endeudadas en dólares, tendrían la caja para pagar sueldos e impuestos y estarían preparadas para contribuir a la recuperación económica pos-pandemia.
Estamos frente a una fuerza mayor de alcance mundial que requiere un remedio universal. Dicen que hay que pensar fuera de la caja. No hay duda de ello. Se requiere un remedio extremo para una crisis sin precedentes.
Semana
En la teoría, el Gobierno ha tomado las medidas de rigor: aislamiento social estricto, ampliación de la respuesta en salud, medidas compensatorias para poblaciones, trabajadores y empresas en cuarentena. En la práctica, la respuesta ha sido insuficiente e inoperante. La demostración más patética es la de médicos y enfermeras en la primera línea de sacrificio que todavía no cuentan con los tapabocas y vestimentas protectoras indispensables y ni siquiera el pago de los sueldos atrasados.
Las medidas adoptadas reclaman ingentes recursos presupuestales que los ortodoxos se resisten a allegar acudiendo a los instrumentos idóneos que se han encargado de desacreditar. En su lugar, el gobierno acude al endeudamiento, incluido el FMI, en montos inferiores a los requeridos con urgencia. Se trata de más de lo mismo y dejará al país más empeñado y sometido a dictados foráneos. Hay otro camino, complejo y hasta utópico, pues requiere colaboración a gran escala y una ofensiva diplomática sin precedentes. Es un reto descomunal pero las circunstancias lo exigen.
Lo que verdaderamente va a evitar una recesión global prolongada es conseguir que el FMI, respaldado por el Tesoro norteamericano y la Unión Europea, en coordinación con la banca privada y multilateral, estructure una moratoria temporal de la deuda pública y privada de los países de ingreso medio y emergentes como Colombia, México, Chile, Argentina y la India y de uno que otro país desarrollado como España e Italia. A la fecha, noventa países compiten por los recursos de crédito de la banca internacional y del FMI. El papa Francisco ha pedido la condonación de la deuda de los países pobres y ello, sin duda, debe hacerse.
Esta moratoria consensuada y temporal sería un cambio de paradigma y la única vía disponible para evitar una crisis de la deuda generalizada con otra década perdida, no de América Latina, sino del mundo entero. Dicha moratoria generaría una serie de beneficios en cascada. En primer lugar, evitaría una crisis generalizada de la deuda soberana y privada que puede conjurarse si se establecen cuotas de gracia de capital e intereses por un periodo prudencial a todo país que lo solicite, excepción hecha de las grandes economías que pueden sobreaguar solas. El aplazamiento de ese flujo de recursos compensaría las inversiones de corto plazo que hoy fluyen desde los países emergentes a refugiarse en el dólar y el euro.
En resumen, el FMI cumpliría el papel de ejecutor de una cooperación humanitaria mundial sin precedentes. Para ello, debe iniciarse de inmediato una ofensiva diplomática, también sin precedentes.
La moratoria permitiría a países como Colombia, que destina 10 puntos del PIB anuales ($100 billones) al servicio de la deuda externa pública (y otro tanto a la privada), redireccionar el gasto público hacia lo urgente, sin acrecentar una deuda ya abultada. Como lo pide ACOPI, podría pagar directamente a las mipymes y pymes los $8 billones mensuales de las nóminas de 15 millones de trabajadores, con doble beneficio: los trabajadores tendrían como sobrellevar la cuarentena y las empresas estarían listas para arrancar una vez se levante. Las grandes empresas, que son las endeudadas en dólares, tendrían la caja para pagar sueldos e impuestos y estarían preparadas para contribuir a la recuperación económica pos-pandemia.
Estamos frente a una fuerza mayor de alcance mundial que requiere un remedio universal. Dicen que hay que pensar fuera de la caja. No hay duda de ello. Se requiere un remedio extremo para una crisis sin precedentes.
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