El mandato de Claver-Carone tiene que ser coherente con los objetivos del Banco
OTHER NEWS (Editorial – El País)
14.09.2020
Embajada El Salvador
La elección de Mauricio Claver-Carone, hombre de la confianza de Donald Trump, como presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), culmina otra de las decisiones inoportunas del presidente de Estados Unidos, empeñado en manejar la confrontación y la división como un arma política para corroer las instituciones multilaterales más importantes de la economía internacional.
La elección, cerrada con casi el 67% de los votos (Washington dispone del 30%) después de que algunos países intentaran aplazar la votación, no tiene el beneplácito de una parte importante de la comunidad latinoamericana y, por lo tanto, suscita tensiones entre los socios de una organización que se va a enfrentar a una crisis profunda de la economía en los países del área, agudizada por el daño desastroso de la covid-19.
Lo de menos es que la elección de Claver-Carone rompa con una tradición que durante 60 años ha atribuido la presidencia del BID a un latinoamericano. En democracia cuentan tanto las leyes y las normas como las costumbres, y esta tenía por objeto salvaguardar el equilibrio entre un país con una gran capacidad financiera, que mayormente confía en la mano invisible del mercado sin demasiado aprecio por las políticas sociales, y las necesidades de un área económica con altas tasas de pobreza y con gran necesidad de apoyo a sus crecimientos nacionales respectivos.
Las expectativas de las economías latinoamericanas para este año y al menos los dos siguientes son pésimas: contracciones del crecimiento de hasta el 10% este ejercicio y una escalada del paro y de la pobreza que pueden convertirse, debido en general a la debilidad de sus monedas y de sus finanzas públicas, en el germen de una crisis financiera más amplia. Las incertidumbres principales que plantea el nombramiento del candidato de Trump tienen que ver con las dificultades que supone gobernar una institución con el apoyo reticente de parte de sus socios -por eso las divisiones son malas- y con las dudas sobre la política de concesión de créditos y ayuda al desarrollo que practicará el banco de ahora en adelante. El BID necesita una gestión con sensibilidad social y atención a los problemas del infradesarrollo; una gestión que, según sus antecedentes y en opinión de una parte de la institución, Claver-Carone no está en disposición de aplicar.
Existe el riesgo añadido de que la Administración de Trump quiera utilizar el BID como un arma política apuntada al corazón de los países que considera enemigos, dada la afición probada del presidente estadounidense a estas tácticas. Tampoco es descartable que el banco se utilice para compensar o contener la presencia financiera de China en Latinoamérica, otra de las obsesiones de confrontación global de Trump.
Embajada El Salvador
La elección de Mauricio Claver-Carone, hombre de la confianza de Donald Trump, como presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), culmina otra de las decisiones inoportunas del presidente de Estados Unidos, empeñado en manejar la confrontación y la división como un arma política para corroer las instituciones multilaterales más importantes de la economía internacional.
La elección, cerrada con casi el 67% de los votos (Washington dispone del 30%) después de que algunos países intentaran aplazar la votación, no tiene el beneplácito de una parte importante de la comunidad latinoamericana y, por lo tanto, suscita tensiones entre los socios de una organización que se va a enfrentar a una crisis profunda de la economía en los países del área, agudizada por el daño desastroso de la covid-19.
Lo de menos es que la elección de Claver-Carone rompa con una tradición que durante 60 años ha atribuido la presidencia del BID a un latinoamericano. En democracia cuentan tanto las leyes y las normas como las costumbres, y esta tenía por objeto salvaguardar el equilibrio entre un país con una gran capacidad financiera, que mayormente confía en la mano invisible del mercado sin demasiado aprecio por las políticas sociales, y las necesidades de un área económica con altas tasas de pobreza y con gran necesidad de apoyo a sus crecimientos nacionales respectivos.
Las expectativas de las economías latinoamericanas para este año y al menos los dos siguientes son pésimas: contracciones del crecimiento de hasta el 10% este ejercicio y una escalada del paro y de la pobreza que pueden convertirse, debido en general a la debilidad de sus monedas y de sus finanzas públicas, en el germen de una crisis financiera más amplia. Las incertidumbres principales que plantea el nombramiento del candidato de Trump tienen que ver con las dificultades que supone gobernar una institución con el apoyo reticente de parte de sus socios -por eso las divisiones son malas- y con las dudas sobre la política de concesión de créditos y ayuda al desarrollo que practicará el banco de ahora en adelante. El BID necesita una gestión con sensibilidad social y atención a los problemas del infradesarrollo; una gestión que, según sus antecedentes y en opinión de una parte de la institución, Claver-Carone no está en disposición de aplicar.
Existe el riesgo añadido de que la Administración de Trump quiera utilizar el BID como un arma política apuntada al corazón de los países que considera enemigos, dada la afición probada del presidente estadounidense a estas tácticas. Tampoco es descartable que el banco se utilice para compensar o contener la presencia financiera de China en Latinoamérica, otra de las obsesiones de confrontación global de Trump.
Estos son los riesgos que plantean los cinco años de Claver-Carone, a los que habrá que prestar atención. Su gestión, desde este momento, deberá ser juzgada en la medida en que se adecúe a los objetivos económicos y sociales del BID, que están por encima de las políticas obsesivas de Trump.