Por Eduardo Febbro
13 de septiembre de 2020
El poder de Erdogan crece a medida que Turquía queda involucrada en distintas crisis de Medio Oriente. Imagen: EFE
El jefe del Estado turco se instaló cómodamente como un protagonista insoslayable de los conflictos en la región al mismo tiempo que amplió la realización de su proyecto para Medio Oriente. Cuando varios jugadores hacen destrozos en una partida, una de ellos levantará de la mesa los beneficios. Las sangrientas y destructoras cruzadas occidentales en Irak, Siria y Libia acabaron por dejar al presidente turco Recep Tayyip Erdogan en la más ideal de las situaciones para ser (ya desde hace rato) el timón de la crisis de una parte de Medio Oriente.
El poder se conquista con los símbolos, los territorios y la influencia de un país capaz de tener en sus manos la llave de una o varias crisis que pueden desestabilizar a sus vecinos. La Turquía del presidente Recep Tayyip Erdogan concentra los tres poderes. País con costas en el Mediterráneo, miembro de la OTAN y llamado a presidir el próximo 15 de septiembre la Asamblea General de las Naciones Unidas, Turquía se ha ido convirtiendo con los años en el aliado perturbador de Europa. Las relaciones entre París y Ankara son desde hace muchos meses un plato envenenado y las relaciones entre ambos presidentes, Erdogan y Emmanuel Macron, una pugna retórica y, en el último tiempo, militar.
El jefe del Estado turco exhibió el poder de los símbolos el 10 de julio de 2020 cuando decretó la restitución de Santa Sofía al culto musulmán. 86 años antes, el 24 de noviembre de 1934, el fundador de la joven y laica República turca, Mustafá Kemal Atatürk, había cedido a la comunidad humana esa joya de Estambul mediante la transformación de la basílica-mezquita en un museo. 1.500 años de historia se concentraron en un presente donde Santa Sofía resultó el ingrediente más emblemático de la confrontación. Inaugurada por el emperador Justiniano en el año 537 como catedral y sede del patriarcado, Santa Sofía se transformó en iglesia católica en 1204 con la invasión de los cruzados. Casi 60 años más tarde regresó a los ortodoxos y en 1453 se convirtió en mezquita luego de que el Sultán otomano Mehmet II tomara el control de la capital de Bizancio. Kemal Atatürk cambió el destino del recinto religioso en 1934 y el 24 de julio de 2020 Erdogan en persona dio vuelta la historia cuando recitó versículos del Corán en el espacio de Santa Sofía.
La conquista territorial es otro de los ejes de la restauración turca en la región a traves las intervenciones directas en Siria, Libia e Irak. En 2019 Turquía se comprometió militarmente en Siria luego del retiro de Estados Unidos. Este episodio es digno de una pieza de teatro mal escrita, con un actor talentoso, Erdogan, y un aprendiz mediocre, Donald Trump. En octubre de 2019, el mandatario turco lanzó el operativo “Fuente de Paz” en el Norte de Siria contra las FDS, las Fuerzas Democráticas Sirias respaldadas por Washington y la coalición (60 países europeos y árabes). Las FDS eran una federación de grupos armados financiaos y armados por la administración norteamericana y el resto de la coalición para luchar contra el Estado Islámico. Nada podía indisponer más a Erdogan porque las FDS son una fuerza kurdo árabe dominadas por los kurdos del YPG, brazo armado del partido kurdo de La Unión Democrática (PYD) y aliado del enemigo irreversible de Erdogan, el PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán). Así, Washington, en su combate contra el Estado Islámico, apoyaba a los enemigos de Erdogan para luego dejarle a Turquía todo el campo abierto. En lo que atañe a Libia, Ankara es una presencia omnipresente como respaldo al Gobierno de Unión Libio (GNA). En cuanto a Irak, el pasado 17 de junio Turquía desplegó unos 1.000 hombres en Haftanin, en el norte de Irak, y ello en el marco de un operativo contra la retaguardia del PKK, al que Turquía y sus aliados occidentales consideran terroristas. El jefe del Estado turco se instaló cómodamente como un protagonista insoslayable de los conflictos en la región al mismo tiempo que amplió la realización de su proyecto para Medio Oriente. Nadie se entrometió en el camino. Los europeos parecen tener las manos atadas y Estados Unidos hace rato que abandonó la zona. El caos que provocó la política de Trump en esas tierras recayó en beneficios constantes para Turquía.
Como con Santa Sofía, la historia siempre ronda por ahí. Antes de los desastrosos y breves episodios coloniales occidentales durante el Siglo XX, Siria y Libia fueron, a lo largo de cuatro siglos, colonias del imperio otomano. Adel Bakawan, sociólogo franco iraquí y miembro del Instituto francés de Relaciones Internacionales, acota que “al estar presente en todos los frentes Erdogan quiere mostrarles a las potencias internacionales que su país es ineludible en la solución de los conflictos regionales”. Occidente le facilitó su ambición. Ankara juega allí donde las potencias occidentales desencadenaron un naufragio: en Irak, George W. Bush, con la segunda guerra (2003) y el derrocamiento del presidente Saddam Hussein, dejó un país hecho añicos: en Siria, la guerra la vinieron a alentar y complicar los europeos, los norteamericanos, las monarquías del Golfo Pérsico y Rusia :en Libia, la hecatombe la inició el ex presidente francés Nicolas Sarkozy en 2011 cuando promocionó una resolución en el Consejo de Seguridad de la Naciones Unidas (número 1973) que terminó, de hecho, siendo una intervención militar disfrazada para derrocar al presidente Muamar Khaddafi.
Como si faltara un conflicto o una provocación, los turcos se enfurecieron cuando su rival histórico, Grecia, implementó un acuerdo con Egipto sobre la explotación común de zonas marítimas en el Mar de Egeo muy ricas en hidrocarburos. El 9 de agosto, Ankara envió el barco Oruç Reis (prospección sísmica) a la Zona Económica Exclusiva (ZEE) que le corresponde a Grecia escoltado por fragatas militares. Los griegos pusieron sus tropas en estado de alerta y Francia, que respalda a Atenas, reforzó su presencia militar en el Mediterráneo Oriental con barcos y aviones. Allí se inaugura el cruce Erdogan / Macron. El mandatario francés es, además, el que lleva la batuta retórica contra el “islamo-nacionalismo” de Erdogan. El presidente turco acusó a Macron de portarse “como un caíd” en el Mediterráneo Oriental y esgrimió una amenaza con forma de pregunta:”¿el pueblo francés sabe acaso que precio deberá pagar por culpa de sus dirigentes codiciosos e incompetentes ?. (…) Cuando se trata de combatir, no dudamos en ofrecer nuestros mártires”. Las riquezas del Mar Egeo bien valen un pase de esgrima. La Comisión Geológica de Estados Unidos evalúa a 5.765 mil millones de metros cúbicos las reservas contra las 47.800 que posee Rusia, las 33.720 de Irán y las 20.700 de Qatar. Las cuestiones de soberanía de varias islas griegas reclamadas por Turquía están en tela de juicio desde la firma del Tratado de Lausana en 1923 (se fijaron las nuevas fronteras). La tensión es lo suficientemente grave como para que la Unión Europea se disponga a adoptar el 24 y 25 de septiembre próximos una paquete de sanciones contra Turquía en caso de que Ankara rehúse entablar “un diálogo constructivo”. El horizonte es turbulento y desquiciado porque muchos de estos países son aliados de Turquía dentro de la Alianza Atlántica, la OTAN.
Después del presidente ruso Vladimir Putin, Erdogan es el segundo rey del tablero. Le queda, además, una valiosa carta para desestabilizar a los europeos: la inmigración. Turquía es el nudo y la gestión del problema. Después de 2015 y la crisis migratoria que, a través del Mediterráneo, trajo a Europa cientos de miles de migrantes, La Unión Europea y Turquía llegaron a un acuerdo: Ankara se comprometió a recibir a los refugiados e impedir así que ingresen en los países del bloque. Pero Erdogan hizo de los migrantes un florete político. Modula a su antojo la aplicación del acuerdo. A finales de febrero de 2020, el presidente Erdogan decidió levantar el bloqueo vigente para impedir que los refugiados sirios ingresen a la Unión Europea por la frontera griega. Hay que recordar, no obstante, el enorme peso migratorio que recae sobre las espaldas turcas a raíz de los desbarajustes creados por Occidente en la región. Entre la crisis libia, la guerra en Siria, los horrores en Afganistán e Irak, Turquía ha recibido en su territorio a más de 4 millones de refugiados. El gobierno griego afirma que los inmigrantes están siendo "manipulados como peones" por Turquía para asfixiar a la UE. Turquía alega que está gestionando una ola migratoria imponente por culpa del gobierno sirio de Bashar al Asad y de las fuerzas rusas que lo apoyan en sus operaciones militares en Idlib, el último bastión rebelde. Los bombardeos ruso sirios en esa provincia del noroeste de Siria desataron el desplazamiento de casi un millón de personas hacia Turquía (1 de diciembre de 2019, 28 de febrero de 2020). Erdogan rehúsa seguir siendo el guardián de las fronteras europeas. Cuando más se agudiza la crisis, más los medios de Europa lo acusan de ser “un islamo expansionista”, un hombre “obsesionado por la idea de restaurar el imperio Otomano”, el “nuevo Solimán el Magnífico”, etc, etc, etc. Prosa barata de común circulación en Occidente. Estados Unidos, Europa, algunas monarquías del Golfo Pérsico y la misma Rusia fueron precipitando la región hacia un abismo sin fondo, repleto de muertos, de desplazados y de horror. La impericia de las pretendidas potencias le dejó a Recep Tayyip Erdogan un diseño geopolítico que corresponde como en un sueño al ideal de sus ambiciones.
efebbro@pagina12.com.ar
El jefe del Estado turco exhibió el poder de los símbolos el 10 de julio de 2020 cuando decretó la restitución de Santa Sofía al culto musulmán. 86 años antes, el 24 de noviembre de 1934, el fundador de la joven y laica República turca, Mustafá Kemal Atatürk, había cedido a la comunidad humana esa joya de Estambul mediante la transformación de la basílica-mezquita en un museo. 1.500 años de historia se concentraron en un presente donde Santa Sofía resultó el ingrediente más emblemático de la confrontación. Inaugurada por el emperador Justiniano en el año 537 como catedral y sede del patriarcado, Santa Sofía se transformó en iglesia católica en 1204 con la invasión de los cruzados. Casi 60 años más tarde regresó a los ortodoxos y en 1453 se convirtió en mezquita luego de que el Sultán otomano Mehmet II tomara el control de la capital de Bizancio. Kemal Atatürk cambió el destino del recinto religioso en 1934 y el 24 de julio de 2020 Erdogan en persona dio vuelta la historia cuando recitó versículos del Corán en el espacio de Santa Sofía.
La conquista territorial es otro de los ejes de la restauración turca en la región a traves las intervenciones directas en Siria, Libia e Irak. En 2019 Turquía se comprometió militarmente en Siria luego del retiro de Estados Unidos. Este episodio es digno de una pieza de teatro mal escrita, con un actor talentoso, Erdogan, y un aprendiz mediocre, Donald Trump. En octubre de 2019, el mandatario turco lanzó el operativo “Fuente de Paz” en el Norte de Siria contra las FDS, las Fuerzas Democráticas Sirias respaldadas por Washington y la coalición (60 países europeos y árabes). Las FDS eran una federación de grupos armados financiaos y armados por la administración norteamericana y el resto de la coalición para luchar contra el Estado Islámico. Nada podía indisponer más a Erdogan porque las FDS son una fuerza kurdo árabe dominadas por los kurdos del YPG, brazo armado del partido kurdo de La Unión Democrática (PYD) y aliado del enemigo irreversible de Erdogan, el PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán). Así, Washington, en su combate contra el Estado Islámico, apoyaba a los enemigos de Erdogan para luego dejarle a Turquía todo el campo abierto. En lo que atañe a Libia, Ankara es una presencia omnipresente como respaldo al Gobierno de Unión Libio (GNA). En cuanto a Irak, el pasado 17 de junio Turquía desplegó unos 1.000 hombres en Haftanin, en el norte de Irak, y ello en el marco de un operativo contra la retaguardia del PKK, al que Turquía y sus aliados occidentales consideran terroristas. El jefe del Estado turco se instaló cómodamente como un protagonista insoslayable de los conflictos en la región al mismo tiempo que amplió la realización de su proyecto para Medio Oriente. Nadie se entrometió en el camino. Los europeos parecen tener las manos atadas y Estados Unidos hace rato que abandonó la zona. El caos que provocó la política de Trump en esas tierras recayó en beneficios constantes para Turquía.
Como con Santa Sofía, la historia siempre ronda por ahí. Antes de los desastrosos y breves episodios coloniales occidentales durante el Siglo XX, Siria y Libia fueron, a lo largo de cuatro siglos, colonias del imperio otomano. Adel Bakawan, sociólogo franco iraquí y miembro del Instituto francés de Relaciones Internacionales, acota que “al estar presente en todos los frentes Erdogan quiere mostrarles a las potencias internacionales que su país es ineludible en la solución de los conflictos regionales”. Occidente le facilitó su ambición. Ankara juega allí donde las potencias occidentales desencadenaron un naufragio: en Irak, George W. Bush, con la segunda guerra (2003) y el derrocamiento del presidente Saddam Hussein, dejó un país hecho añicos: en Siria, la guerra la vinieron a alentar y complicar los europeos, los norteamericanos, las monarquías del Golfo Pérsico y Rusia :en Libia, la hecatombe la inició el ex presidente francés Nicolas Sarkozy en 2011 cuando promocionó una resolución en el Consejo de Seguridad de la Naciones Unidas (número 1973) que terminó, de hecho, siendo una intervención militar disfrazada para derrocar al presidente Muamar Khaddafi.
Como si faltara un conflicto o una provocación, los turcos se enfurecieron cuando su rival histórico, Grecia, implementó un acuerdo con Egipto sobre la explotación común de zonas marítimas en el Mar de Egeo muy ricas en hidrocarburos. El 9 de agosto, Ankara envió el barco Oruç Reis (prospección sísmica) a la Zona Económica Exclusiva (ZEE) que le corresponde a Grecia escoltado por fragatas militares. Los griegos pusieron sus tropas en estado de alerta y Francia, que respalda a Atenas, reforzó su presencia militar en el Mediterráneo Oriental con barcos y aviones. Allí se inaugura el cruce Erdogan / Macron. El mandatario francés es, además, el que lleva la batuta retórica contra el “islamo-nacionalismo” de Erdogan. El presidente turco acusó a Macron de portarse “como un caíd” en el Mediterráneo Oriental y esgrimió una amenaza con forma de pregunta:”¿el pueblo francés sabe acaso que precio deberá pagar por culpa de sus dirigentes codiciosos e incompetentes ?. (…) Cuando se trata de combatir, no dudamos en ofrecer nuestros mártires”. Las riquezas del Mar Egeo bien valen un pase de esgrima. La Comisión Geológica de Estados Unidos evalúa a 5.765 mil millones de metros cúbicos las reservas contra las 47.800 que posee Rusia, las 33.720 de Irán y las 20.700 de Qatar. Las cuestiones de soberanía de varias islas griegas reclamadas por Turquía están en tela de juicio desde la firma del Tratado de Lausana en 1923 (se fijaron las nuevas fronteras). La tensión es lo suficientemente grave como para que la Unión Europea se disponga a adoptar el 24 y 25 de septiembre próximos una paquete de sanciones contra Turquía en caso de que Ankara rehúse entablar “un diálogo constructivo”. El horizonte es turbulento y desquiciado porque muchos de estos países son aliados de Turquía dentro de la Alianza Atlántica, la OTAN.
Después del presidente ruso Vladimir Putin, Erdogan es el segundo rey del tablero. Le queda, además, una valiosa carta para desestabilizar a los europeos: la inmigración. Turquía es el nudo y la gestión del problema. Después de 2015 y la crisis migratoria que, a través del Mediterráneo, trajo a Europa cientos de miles de migrantes, La Unión Europea y Turquía llegaron a un acuerdo: Ankara se comprometió a recibir a los refugiados e impedir así que ingresen en los países del bloque. Pero Erdogan hizo de los migrantes un florete político. Modula a su antojo la aplicación del acuerdo. A finales de febrero de 2020, el presidente Erdogan decidió levantar el bloqueo vigente para impedir que los refugiados sirios ingresen a la Unión Europea por la frontera griega. Hay que recordar, no obstante, el enorme peso migratorio que recae sobre las espaldas turcas a raíz de los desbarajustes creados por Occidente en la región. Entre la crisis libia, la guerra en Siria, los horrores en Afganistán e Irak, Turquía ha recibido en su territorio a más de 4 millones de refugiados. El gobierno griego afirma que los inmigrantes están siendo "manipulados como peones" por Turquía para asfixiar a la UE. Turquía alega que está gestionando una ola migratoria imponente por culpa del gobierno sirio de Bashar al Asad y de las fuerzas rusas que lo apoyan en sus operaciones militares en Idlib, el último bastión rebelde. Los bombardeos ruso sirios en esa provincia del noroeste de Siria desataron el desplazamiento de casi un millón de personas hacia Turquía (1 de diciembre de 2019, 28 de febrero de 2020). Erdogan rehúsa seguir siendo el guardián de las fronteras europeas. Cuando más se agudiza la crisis, más los medios de Europa lo acusan de ser “un islamo expansionista”, un hombre “obsesionado por la idea de restaurar el imperio Otomano”, el “nuevo Solimán el Magnífico”, etc, etc, etc. Prosa barata de común circulación en Occidente. Estados Unidos, Europa, algunas monarquías del Golfo Pérsico y la misma Rusia fueron precipitando la región hacia un abismo sin fondo, repleto de muertos, de desplazados y de horror. La impericia de las pretendidas potencias le dejó a Recep Tayyip Erdogan un diseño geopolítico que corresponde como en un sueño al ideal de sus ambiciones.
efebbro@pagina12.com.ar