Modelo de acumulación de grupos económicos. Dolarizar ganancias y fugarlas. El caos como proyecto del poder económico concentrado
Por Julián Zícari *
20 de septiembre de 2020
Desde 1860, el país sufrió un colapso promedio cada 10 años. Desde el Rodrigazo, en 1975, a Macri, en esos 45 años el vértigo se aceleró notablemente: existieron 7 crisis económicas desde entonces, una cada seis años y medio.
Si se consideran los 160 años transcurridos desde la organización nacional en 1860, cuando se fundó el Estado argentino, hasta el final del gobierno de Macri en 2019, se descubriría que en ese lapso existieron 16 crisis económicas.
Es decir, el país sufrió un colapso promedio cada 10 años. No obstante, si se hace la misma consideración desde el Rodrigazo (en 1975) a Macri, veríamos que en esos 45 años el vértigo se aceleró notablemente: existieron 7 crisis económicas desde entonces, una cada seis años y medio.
El primer paso para comprender por qué el país ha aumentado su propensión al caos y al desorden es identificar cuál es el proyecto económico del poder empresarial más concentrado. Lo primero que se notaría, y tal vez sorprendería al principio, es conocer todo aquello que no demanda ni exige. Pues a los grandes empresarios no les interesa la estabilidad ni el desarrollo.
Ellos tampoco están especialmente preocupados porque el país crezca, sea previsible o tenga un mercado interno prospero. No tienen ambiciones de aumentar las exportaciones, hacer crecer las capacidades productivas, industriales ni tecnológicas. Aunque estas deberían ser las metas mínimas de cualquier burguesía interesada en enriquecerse bajo parámetros “normales”, nada de todo esto forma parte de las preocupaciones de la elite económica argentina.
Grupos económicos
Hace ya varias décadas que el poder económico concentrado aprendió a desvincular sus beneficios individuales del progreso del país.
La larga historia de inestabilidad, devaluaciones recurrentes, defaults periódicos, corridas bancarias, estancamiento y golpes de mercado lo indica: la crisis de Martínez de Hoz en 1981, la híper en 1989, el Tequila en 1995, la explosión del 2001, la crisis del campo en 2008 y recientemente Macri, siempre el caos fue lo central.
Los grandes grupos económicos han hecho del caos del país su mayor virtud. Esto les ha permitido aumentar su riqueza, mantener débil al Estado, generar desigualdad y tener sometidos a los distintos gobiernos vía la deuda externa. Porque a ellos lo único que de verdad les importa es dolarizar sus ganancias y fugarlas. Nada más.
En todo caso, su preocupación central puede ser cómo conseguir esos dólares que fugarán, para lo cual recurrentemente han conseguido endeudar al Estado para que sea este quien les provea esas divisas que tanto demandan.
En el gobierno de Macri de manera desnuda quedó al descubierto las verdaderas intenciones del programa del capital concentrado. En esos años no hubo crecimiento, desarrollo, estabilidad ni prosperidad. Solo un Estado que se endeudó en forma desaforada, que liberó todos los controles de capitales para que el gran empresariado pudiera dolarizar sus ganancias y sacarlas del sistema.
El resultado fue claro: según el informe realizado por el Banco Central, el 86 por ciento del endeudamiento macrista terminó fugado, no obstante la pobreza y el desempleo subieron en ese período.
Es decir, el país sufrió un colapso promedio cada 10 años. No obstante, si se hace la misma consideración desde el Rodrigazo (en 1975) a Macri, veríamos que en esos 45 años el vértigo se aceleró notablemente: existieron 7 crisis económicas desde entonces, una cada seis años y medio.
El primer paso para comprender por qué el país ha aumentado su propensión al caos y al desorden es identificar cuál es el proyecto económico del poder empresarial más concentrado. Lo primero que se notaría, y tal vez sorprendería al principio, es conocer todo aquello que no demanda ni exige. Pues a los grandes empresarios no les interesa la estabilidad ni el desarrollo.
Ellos tampoco están especialmente preocupados porque el país crezca, sea previsible o tenga un mercado interno prospero. No tienen ambiciones de aumentar las exportaciones, hacer crecer las capacidades productivas, industriales ni tecnológicas. Aunque estas deberían ser las metas mínimas de cualquier burguesía interesada en enriquecerse bajo parámetros “normales”, nada de todo esto forma parte de las preocupaciones de la elite económica argentina.
Grupos económicos
Hace ya varias décadas que el poder económico concentrado aprendió a desvincular sus beneficios individuales del progreso del país.
La larga historia de inestabilidad, devaluaciones recurrentes, defaults periódicos, corridas bancarias, estancamiento y golpes de mercado lo indica: la crisis de Martínez de Hoz en 1981, la híper en 1989, el Tequila en 1995, la explosión del 2001, la crisis del campo en 2008 y recientemente Macri, siempre el caos fue lo central.
Los grandes grupos económicos han hecho del caos del país su mayor virtud. Esto les ha permitido aumentar su riqueza, mantener débil al Estado, generar desigualdad y tener sometidos a los distintos gobiernos vía la deuda externa. Porque a ellos lo único que de verdad les importa es dolarizar sus ganancias y fugarlas. Nada más.
En todo caso, su preocupación central puede ser cómo conseguir esos dólares que fugarán, para lo cual recurrentemente han conseguido endeudar al Estado para que sea este quien les provea esas divisas que tanto demandan.
En el gobierno de Macri de manera desnuda quedó al descubierto las verdaderas intenciones del programa del capital concentrado. En esos años no hubo crecimiento, desarrollo, estabilidad ni prosperidad. Solo un Estado que se endeudó en forma desaforada, que liberó todos los controles de capitales para que el gran empresariado pudiera dolarizar sus ganancias y sacarlas del sistema.
El resultado fue claro: según el informe realizado por el Banco Central, el 86 por ciento del endeudamiento macrista terminó fugado, no obstante la pobreza y el desempleo subieron en ese período.
La clave
Su capacidad de generar caos vía corridas cambiarias y bancarias, fuga salvaje, dolarización y captura del Estado para endeudarlo ha sido la clave del programa. Vale reflexionar cómo han prosperado grupos como Techint, Pérez Companc, Macri, Arcor o Clarín en las últimas décadas al son de la inestabilidad recurrente.
Lo primero que se debe notar es que las crisis económicas son –por sobre todas las cosas- grandes mecanismos de transferencias de ingresos. Con cada una de las últimas crisis creció enormemente la pobreza, luego vino cierta “normalidad” que hizo que ella algo bajara, pero ya sin nunca regresar a los valores previos, sino acumulando niveles estructurales cada vez más altos: en la década de 1970 el promedio de la pobreza fue de 5,7 por ciento; en la de 1980 de 19,6; en la de 1990 de 26,4;, en la del 2000 de 36,4 por ciento. La pobreza nunca baja, sino que en el largo plazo el número de excluidos tiende a crecer.
Así, mientras hay porciones de la población cada vez más grandes que devienen pobres gracias a las crisis, hay sectores económicos cada vez más concentrados y poderosos: esa riqueza que perdieron algunos, otros se la apropiaron. La formula de la inestabilidad pues funciona y la economía se concentra.
Todas las crisis tuvieron un mismo disparador: la fragilidad del sector externo de la economía, que no ha sido otra cosa que la famosa falta de dólares de la restricción externa. Además fue empujada por corridas bancarias, cambiarias y golpes de mercado propiciados por los sectores más concentrados de la economía. Quien genera esas crisis es también el sector que se beneficia de ellas. Esa es su apuesta.
Modelo de acumulación
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Si existieron tantas crisis (y fueron tan recurrentes) es porque los colapsos reiterados fueron funcionales al poder concentrado en su modelo de acumulación. Vale entonces agregar dos conclusiones finales.
1. Las crisis son un gran disciplinador social, pues los sectores asalariados en medio del caos dejan de reclamar por estar mejor para pasar a la defensiva, casi dispuestos a aceptar cualquier cosa con tal de salir rápido del infierno.
2. La amenaza latente de desatar una crisis por parte del poder empresarial concentrado es también una excelente arma que tienen para presionar a los distintos gobiernos para que se apliquen así las medidas que demandan. Donde el “control del descontrol” es el as bajo la manga de los poderosos para regir a la sociedad a la distancia.
En suma, ya sea como mecanismo de transferencia de ingresos, herramienta de presión política o como disciplinador social, las crisis son el verdadero programa y horizonte de la elite económica de este país.
Por eso el gran empresariado detesta los controles, la regulación o medidas como el cepo, ya que de alguna manera les reduce su poder y coarta su principal dispositivo de acumulación. De allí que la mejor forma de evitar las crisis de cara al futuro es estudiarlas para bloquearlas, porque si no seguirán ocurriendo. Pues como dice el refrán, los pueblos que repiten su historia son los que no la conocen. Aprender ese postulado dependen entonces que el caos deje de ser su reino.
* Economista. Doctor en Ciencias Sociales (UBA/UNdAv/Conicet). Autor del libro Las crisis económicas argentinas. De Mitre a Macri.