Carmen Parejo Rendón
4 mar 2025

Soldados ucranianos en un campo de entrenamiento en la región de Donetsk, 19 de enero del 2025.Scott Peterson / Gettyimages.ru
Mientras las potencias europeas, recientemente reunidas en Londres, siguen marchando al son de los tambores de una guerra perdida, los derechos sociales y económicos de sus pueblos se desangran.
No había dinero, nos decían, para garantizar la sanidad pública, la educación o la vivienda. No había margen para subir salarios, ni para reducir jornadas, ni para aumentar pensiones. Sin embargo, sí hay dinero, y a raudales, para seguir alimentando una guerra que nunca debió ser, una guerra que se libra a costa de las condiciones de vida de millones de trabajadores en Europa.
La OTAN y la Unión Europea (UE) no solo provocaron la guerra en Ucrania, sino que se niegan a ponerle fin. Pese a la presumible retirada estadounidense de ese erial de muerte, represión y expolio occidental en el que han convertido a Ucrania, son ahora la Unión Europea y el Reino Unido —el mismo que ayer rompía con Bruselas y hoy juega a liderar su aventura militar—, quienes encabezan la escalada. La guerra, para ellos, no es ya solo un negocio: es la coartada perfecta para justificar su rearme, su deuda infinita, su experimento fallido de un ejército europeo que solo sirve para disparar contra otros pueblos... y, llegado el caso, contra el suyo propio.
Mientras las potencias europeas, recientemente reunidas en Londres, siguen marchando al son de los tambores de una guerra perdida, los derechos sociales y económicos de sus pueblos se desangran.
No había dinero, nos decían, para garantizar la sanidad pública, la educación o la vivienda. No había margen para subir salarios, ni para reducir jornadas, ni para aumentar pensiones. Sin embargo, sí hay dinero, y a raudales, para seguir alimentando una guerra que nunca debió ser, una guerra que se libra a costa de las condiciones de vida de millones de trabajadores en Europa.
La OTAN y la Unión Europea (UE) no solo provocaron la guerra en Ucrania, sino que se niegan a ponerle fin. Pese a la presumible retirada estadounidense de ese erial de muerte, represión y expolio occidental en el que han convertido a Ucrania, son ahora la Unión Europea y el Reino Unido —el mismo que ayer rompía con Bruselas y hoy juega a liderar su aventura militar—, quienes encabezan la escalada. La guerra, para ellos, no es ya solo un negocio: es la coartada perfecta para justificar su rearme, su deuda infinita, su experimento fallido de un ejército europeo que solo sirve para disparar contra otros pueblos... y, llegado el caso, contra el suyo propio.

Banderas de la UE en el edificio Berlaymont, en Bruselas, Bélgica.Omar Havana / Gettyimages.ru
¿Cómo puede la misma UE que impuso techos de gasto, recortes y privatizaciones bajo el mantra de la austeridad, plantearse ahora gastar sin límites en armamento? ¿Cómo pueden los mismos gobiernos que recortan en sanidad y cierran escuelas multiplicar sus presupuestos militares y exigirnos que lo paguemos callados?
¿Cómo puede la misma UE que impuso techos de gasto, recortes y privatizaciones bajo el mantra de la austeridad, plantearse ahora gastar sin límites en armamento? ¿Cómo pueden los mismos gobiernos que recortan en sanidad y cierran escuelas multiplicar sus presupuestos militares y exigirnos que lo paguemos callados?
Los ejemplos de Alemania, Francia y España
Alemania es el ejemplo más claro. Tras décadas de "contención" presupuestaria, su gobierno anunció un fondo extraordinario de 100.000 millones de euros para rearme que, además, advierten que podría ser ampliado. ¿Dónde quedó el freno de deuda?, ¿dónde los límites del déficit?
En Francia, mientras Emmanuel Macron aplasta las protestas contra la reforma de pensiones, destina 413.000 millones a gasto militar para el periodo 2024-2030. ¿De dónde sale ese dinero? De nuestros bolsillos, de nuestras condiciones de vida, de nuestra precariedad.
¿Cómo puede la misma UE que impuso techos de gasto, recortes y privatizaciones bajo el mantra de la austeridad, plantearse ahora gastar sin límites en armamento?
España, que sigue con una sanidad pública colapsada y una profunda crisis de acceso a la vivienda, aumentó en un 26 % su gasto militar en solo un año. Mientras los trabajadores encadenan contratos basura y los alquileres suben sin freno, se destinan más de 13.000 millones de euros a Defensa y se financian programas multimillonarios para fabricar fragatas, blindados y cazas. Mientras tanto, los comedores escolares reducen menús y los hospitales cierran plantas.
Todo mientras nos sumergen en una histeria belicista sin precedentes. En las televisiones, los diarios y las declaraciones institucionales, se prepara a la opinión pública para una guerra larga, para sacrificios "patrióticos", para aceptar que viviremos peor porque "hay que defender Europa".
Nos venden un relato apocalíptico que legitima más recortes, más control social y más represión. Los ejemplos son diarios: el ministro de Defensa británico, John Healey, sugiriendo la vuelta del servicio militar obligatorio; Josep Borrell hablando de que Europa es "un jardín" que debe defenderse de la "jungla" exterior; Pedro Sánchez prometiendo que España gastará el 2 % del PIB en defensa, aunque sigamos liderando los rankings de paro juvenil, tal y como destaca el propio Instituto Nacional de Estadística (INE) del Reino de España. En Polonia, el gobierno militariza las escuelas. En Suecia, como "avanzado" país nórdico, se "preocupan" por nuestra salud mental, y el primer ministro llama a prepararse psicológicamente para una guerra total.
Y todo esto tras haber dinamitado cualquier posibilidad de paz. Porque, recordemos que no es que fracasaran los Acuerdos de Minsk, es que nunca tuvieron intención de cumplirlos. La propia Angela Merkel lo confesó, y también François Hollande: Minsk fue una trampa para darle tiempo a Ucrania a rearmarse para la guerra. Y una vez roto cualquier puente con Rusia, la factura la pagamos todos.
¿Soberanía europea?
La ruptura energética no solo disparó los precios, sino que dejó claro que Europa no tiene soberanía alguna.
EE.UU. voló el Nord Stream y ni siquiera hubo una protesta formal. Nos condenaron a importar gas de su 'fracking', a precio de oro, mientras cerrábamos industrias enteras por costes energéticos inasumibles. Alemania, la supuesta locomotora industrial europea, vio cómo se desplomaba su producción y cerraban fábricas centenarias. ¿Y quién pagó los despidos? La clase trabajadora.
La ruptura energética no solo disparó los precios, sino que dejó claro que Europa no tiene soberanía alguna.
EE.UU. voló el Nord Stream y ni siquiera hubo una protesta formal. Nos condenaron a importar gas de su 'fracking', a precio de oro, mientras cerrábamos industrias enteras por costes energéticos inasumibles. Alemania, la supuesta locomotora industrial europea, vio cómo se desplomaba su producción y cerraban fábricas centenarias. ¿Y quién pagó los despidos? La clase trabajadora.

El líder del régimen de Kiev, Vladímir Zelenski.Gettyimages.ru
Mientras tanto, Vladímir Zelenski desfila por las capitales europeas mendigando más armas, más dinero y más cuerpos que enviar al matadero. Ucrania, convertida en un protectorado occidental, donde los sindicatos están prohibidos, los partidos opositores ilegalizados y la población sometida a una movilización forzosa brutal, sirve como ensayo general del modelo que pretenden extender al resto de Europa: un capitalismo en guerra, sin derechos, sin salarios dignos, sin futuro.
La misma Unión Europea que nos recetó austeridad hoy nos impone militarización. La misma que nos negó pan, nos promete guerra. Pero los pueblos europeos, y muy especialmente su clase trabajadora, no tienen nada que ganar en esta escalada. Todo lo contrario: más guerra significa más inflación, más recortes, más represión y más miseria.
La encrucijada es clara: paz y pan; o guerra y hambre. No es un eslogan. Es el dilema histórico que se abre ante nosotros. Y toca elegir.

EE.UU. suspende la ayuda militar a Ucrania: qué consecuencias tendrá
O nos resignamos a ser carne de cañón, pagando con nuestras vidas y nuestro trabajo los delirios imperiales de Bruselas, Washington y Londres, o levantamos de una vez la voz contra esta locura. Y decimos basta. Basta de guerras ajenas, basta de pobreza planificada, basta de gobiernos que gobiernan contra su propio pueblo. Porque si no decimos basta, si no paramos esta maquinaria, llegará el día en que no quedará más remedio que obedecer la orden: "Me llamarán, nos llamarán a todos / Tú, y tú, y yo, nos turnaremos / en tornos de cristal, ante la muerte", como clamaba el poeta Blas de Otero cuando pedía la paz y la palabra.
Nosotros no queremos guerra. Queremos pan. Queremos paz. Debemos tomar la palabra.
Mientras tanto, Vladímir Zelenski desfila por las capitales europeas mendigando más armas, más dinero y más cuerpos que enviar al matadero. Ucrania, convertida en un protectorado occidental, donde los sindicatos están prohibidos, los partidos opositores ilegalizados y la población sometida a una movilización forzosa brutal, sirve como ensayo general del modelo que pretenden extender al resto de Europa: un capitalismo en guerra, sin derechos, sin salarios dignos, sin futuro.
La misma Unión Europea que nos recetó austeridad hoy nos impone militarización. La misma que nos negó pan, nos promete guerra. Pero los pueblos europeos, y muy especialmente su clase trabajadora, no tienen nada que ganar en esta escalada. Todo lo contrario: más guerra significa más inflación, más recortes, más represión y más miseria.
La encrucijada es clara: paz y pan; o guerra y hambre. No es un eslogan. Es el dilema histórico que se abre ante nosotros. Y toca elegir.

EE.UU. suspende la ayuda militar a Ucrania: qué consecuencias tendrá
O nos resignamos a ser carne de cañón, pagando con nuestras vidas y nuestro trabajo los delirios imperiales de Bruselas, Washington y Londres, o levantamos de una vez la voz contra esta locura. Y decimos basta. Basta de guerras ajenas, basta de pobreza planificada, basta de gobiernos que gobiernan contra su propio pueblo. Porque si no decimos basta, si no paramos esta maquinaria, llegará el día en que no quedará más remedio que obedecer la orden: "Me llamarán, nos llamarán a todos / Tú, y tú, y yo, nos turnaremos / en tornos de cristal, ante la muerte", como clamaba el poeta Blas de Otero cuando pedía la paz y la palabra.
Nosotros no queremos guerra. Queremos pan. Queremos paz. Debemos tomar la palabra.