16 enero 2018
Cada año ocurre lo mismo en EEUU: el intento de despolitizar a Martin Luther King para que se olvide su mensaje político y por qué hoy sigue siendo actual. Un ejemplo entre muchos es este artículo de opinión publicado en la web de Fox News con el argumento de que este lunes (el Día de Martin Luther King en EEUU) era “un día para la unión nacional, no para la división política”.
Muchos congresistas republicanos tuitearon mensajes en honor del día de King, incluidos aquellos que nunca han mostrado mucha preocupación por las proclamaciones racistas de Donald Trump. Eso afecta también a la última polémica sobre los “países de mierda”, en referencia a países africanos. El propio Trump grabó el mensaje de rigor recordando al líder de los derechos civiles en los años 60. El presidente utilizó el día festivo para jugar al golf, como es su costumbre.
King es una especie de santo laico en EEUU por ser el símbolo de la lucha contra el racismo. Por eso mismo, su figura es desnaturalizada, encerrada en la época histórica en que vivió para que no contamine los acontecimientos actuales. Si hay algún hecho del presente que se puede relacionar con el legado de King (el racismo que existe ahora, Black Lives Matter, la guerra, la desigualdad económica…), de inmediato los políticos y medios conservadores se apresuran a afirmar que no se debe “politizar” su mensaje. Como si fuera George Washington o Abraham Lincoln, lo convierten en un protagonista del pasado que poco tiene que ver con el presente.
De ahí que muchos destaquen sus palabras en favor del amor y en contra del odio. ¿Quién no está a favor del amor?
Es lo mismo que ocurrió tras la muerte de Nelson Mandela. Conviertes a alguien en un símbolo patrimonio de todos para que a nadie se le ocurra recordar sus ideas. La figura es sagrada, intocable. Y para ello, sus ideas sobre cómo defender los derechos ante una injusticia son apartadas.
Algunos datos sobre lo que decían las encuestas a cuenta de la opinión de los norteamericanos sobre King son muy reveladores. Su posición de partida sobre los derechos de los negros recibía a principios de los años 60 un apoyo amplio, pero no mayoritario. Según Gallup, un 41% tenía una opinión favorable sobre él en mayo de 1963, y un 37% la tenía desfavorable. En julio de 1964, el presidente, Lyndon Johnson, firmó la Ley de Derechos Civiles, un momento de la máxima importancia histórica, pero que tuvo menos repercusiones sobre el terreno en el sur de EEUU de lo que nos podemos imaginar.
Un mes después, los datos de Gallup no habían cambiado mucho. Un 44% se mostraba favorable a King y un 38% en contra (los datos aquí, vistos gracias a Matthew Yglesias). En octubre de 1964, King recibió el Premio Nobel de la Paz.
Muchos pensaron que la Ley de Derechos Civiles era el final de un camino. La ley había consagrado el fin de la segregación racial. Seguía existiendo en la realidad, pero no en los textos legales. Problema solucionado para los políticos de Washington y probablemente para la mayor parte de los ciudadanos.
No para King y los suyos. Como sabrán los que hayan visto la película ‘Selma’ que se emitió hace unos días en La 2, el reverendo sabía que era sólo el principio de una nueva lucha. No servía de nada que la ley hubiera acabado con la segregación racial si en el mundo real los negros del Sur tenían prohibido el derecho al voto a través de todo tipo de subterfugios legales, algunos muy poco disimulados, aplicados por las autoridades locales. Sin poder votar, los negros, individualmente y como colectivo, continuaban siendo ciudadanos de segunda clase.
Las movilizaciones continuaron, mientras Johnson rogaba a King que lo dejará estar, que esperara más tiempo, porque en ese momento él tenía otras prioridades políticas.
Las encuestas de Gallup recogieron el cambio de opinión de la gente, que se puede resumir en la idea ‘los negros ya tienen lo que quieren, ¿por qué piden más?, ¿qué pedirán más adelante?’. La película ‘Selma’ pone esas palabras en la voz del gobernador racista de Alabama, George Wallace. Seguro que muchos blancos del Norte pensaban algo parecido.
En otro sondeo de 1966, los que tenían una opinión favorable sobre King habían bajado al 33%. Los contrarios eran el 63%. Y todo por reclamar los derechos en la calle en lo que era una violación de las normas impuestas por las autoridades locales sobre cómo y de qué manera se podía hacer una manifestación. En definitiva, por continuar luchando por algo que la mayoría de la sociedad no percibía como una injusticia intolerable.
Además en 1966 King también llevó la movilización a ciudades del Norte como Chicago para denunciar la falta de viviendas para negros en zonas donde donde no eran admitidos.
La presión ejercida por King, una acción definida como radical por las encuestas, había sido efectiva en Washington. En agosto de 1965, Johnson firmó la Ley de Derecho al Voto, aprobada antes por el Congreso. Esa ley sí tuvo un efecto real en los años posteriores. Centenares de miles de afroamericanos obtuvieron el derecho al voto que formalmente les reconocía la Constitución, pero que se les negaba en la realidad.
Antes de ese cambio, las encuestas revelaban algo que no nos debería sorprender. Los norteamericanos, incluso antes de la aprobación de la Ley de Derechos Civiles, creían que las manifestaciones perjudicaban a la causa de la igualdad racial: un 61% lo pensaba en 1961, en relación a la movilización de los Freedom Riders; aun más, un 74%, en 1963.
Los que opinaban así podían llegar a creer que la situación era injusta, pero también opinaban que salir a la calle era contraproducente para esa misma causa. Había que esperar, confiar en las instituciones, aunque los que las dirigieran estuvieran ocupados en otras prioridades. Cualquier presencia no autorizada en la calle, o sencillamente prohibida, sería una perturbación del orden público que sólo serviría para provocar la división y hacer más difícil la solución del problema. Como ocurre en muchas situaciones cuando alguien reivindica sus derechos, la respuesta que recibían era: ahora no es el momento.
Actualmente todo el mundo recuerda la apuesta completa de King por la no violencia, pero él mismo reconocía que sin violencia en la calle, no la de los manifestantes, sino la procedente de la respuesta policial en algunas zonas del Sur, nadie en el poder iba a sentir la urgencia de encontrar una solución. No iba a haber portadas de periódicos ni minutos en la televisión. Sin ese impacto, sólo recibiría promesas.
Cuando varios reverendos blancos de ideas progresistas para la época escribieron que sus acciones eran contraproducentes por provocar situaciones de violencia, King respondió en abril de 1963 con la Carta desde la cárcel de Birmingham. El objetivo de la movilización era “dramatizar el problema para que no pudiera ser ignorado”. En ese sentido, era imposible escapar de la violencia como forma de afrontar esa lucha, aunque esa violencia previsiblemente iba a ser ejercida por los otros, por las autoridades racistas del Sur.
King llevó su mensaje contra la violencia hasta el final y comprendió que la denuncia de las injusticias raciales no podía limitarse a las fronteras de su país. La lucha contra el racismo no era una causa que pudiera aislarse de otras injusticias. La guerra, la pobreza y el racismo estaban íntimamente conectadas. Por eso, pronunció en abril de 1967 su famoso discurso contra la guerra de Vietnam en la iglesia de Riverside en Nueva York: “Yo sabía que no podría seguir alzando mi voz contra la violencia que sufren los oprimidos en el gueto sin haber hablado antes claramente sobre el mayor promotor de violencia hoy en el mundo: mi propio Gobierno”.
King, en lo que representaba ya una parte esencial de su mensaje en ese momento, un año antes de ser asesinado, dijo: “Una nación que continúa año tras año gastando más dinero en defensa militar que en programas de bienestar social se está acercando a la muerte espiritual”.
Gallup no hizo encuestas sobre la imagen de King en 1967 y 1968. Para entonces, esa popularidad anterior ya se había desplomado y sus relaciones con la Administración de Johnson se habían roto por su posición contra la guerra de Vietnam y su lucha contra la pobreza de blancos y negros, no sólo en el Sur, sino en todo el país.
En 1983, Ronald Reagan firmó la ley que declaraba el 15 de enero como Día de Martin Luther King, un festivo nacional en EEUU. Desde entonces, su mensaje queda restringido a la lucha contra el racismo y de ahí que muchos quieran despolitizarlo, es decir, ignorar todo su activismo con el que cuestionaba el sistema político de Estados Unidos.