por Thierry Meyssan
RED VOLTAIRE | DAMASCO (SIRIA) |
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18 DE JUNIO DE 2019
Exacerbar las tensiones en el Golfo Pérsico es un juego peligroso que puede degenerar en cualquier momento. Los ataques de autores no identificados contra barcos que transportaban crudo pueden haber sido perpetrados por prácticamente cualquiera de las partes, incluyendo a Estados Unidos, país que históricamente ha basado su acción internacional en la realización de acciones de bandera falsa. Sin embargo, un análisis racional de la situación muestra que Irán no se halla actualmente en una coyuntura que lo predisponga a realizar ese tipo de acto.
Estados Unidos y Reino Unido atribuyen a Irán los actos de sabotaje cometidos contra 6 petroleros en el Golfo Pérsico y la única “prueba” que presentan es un video estadounidense cuya autenticidad es inverificable. Según Estados Unidos y Reino Unido, el video muestra una embarcación de los Guardianes de la Revolución iraníes que se acerca a uno de los petroleros atacados para retirar de su casco una mina magnética que no había estallado. Sin embargo, los marinos del barco atacado aseguran que la nave fue alcanzada por un «objeto volante», o sea un drone o un misil.
La naturaleza del duelo entre Estados Unidos e Irán cambió desde que Donald Trump llegó a la Casa Blanca, en enero de 2017, pero sólo es posible comprender la reacción iraní analizando sucesos anteriores y la posterior evolución de los acontecimientos.
Después de la invasión y ocupación de Irak, el presidente republicano George Bush hijo hizo todo lo que estaba a su alcance por desatar una guerra contra Irán. Su objetivo era continuar la destrucción sistemática de las estructuras de los Estados en los países del «Medio Oriente ampliado», conforme a la estrategia Rumsfeld/Cebrowski [1].
La primera vez, la Comisión Baker-Hamilton (2006) le impidió hacerlo. La clase dirigente estadounidense estimaba que todavía no había “recuperado” lo invertido en la guerra y la posterior ocupación de Irak, así que no quería meterse en otra «guerra sin fin». La segunda vez (2007-2008), el almirante William Fallon, el comandante del CentCom, quien había comenzado a conversar con el entonces presidente iraní Mahmud Ahmadineyad sobre la posibilidad de estabilizar el Medio Oriente, se opuso al proyecto de guerra contra Irán. Después, el vicepresidente Dick Cheney instruyó a Israel para que alquilara aeropuertos georgianos desde los cuales la aviación israelí podría bombardear Irán sin tener que reabastecer sus aviones en vuelo. Pero, desde las primeras horas de la guerra en Osetia del Sur (en agosto de 2008), Rusia destruyó en tierra los bombarderos israelíes ya estacionados en Georgia.
A su llegada a la Casa Blanca, el demócrata Barack Obama trató de proseguir la misma estrategia, aunque de manera menos brutal. Al igual que su predecesor Bush hijo y que Dick Cheney, Obama estaba convencido de que había que actuar con rapidez para apoderarse del petróleo iraní antes de que comenzara la escasez de crudo (según la teoría del «pico petrolero»). En vez de iniciar una nueva guerra –no deseada por la opinión pública estadounidense– el presidente Obama magnificó en Irán una serie de manifestaciones para tratar de derrocar al presidente Ahmadineyad (en 2009). Luego del fracaso de aquel intento de «revolución de color» contra Ahmadineyad, la administración Obama emprendió (en marzo de 2013) conversaciones en Omán con los interlocutores habituales de Washington en Teherán desde los tiempos de la Revolución del imam Khomeini, o sea con el clan de Hachemi Rafsandyani, y sobre todo con el jeque Hassan Rohani, quien había sido el primer contacto de Estados Unidos en Irán en tiempos del caso Irán-Contras. Cuando Rohani fue electo presidente (en 2013), Obama inició inmediatamente negociaciones entre Teherán y Washington para dividir el Medio Oriente entre iraníes y sauditas, supuestamente en aras de garantizar la lucha contra la proliferación nuclear. En presencia de otras grandes potencias, estadounidenses e iraníes negociaron un tratado en Suiza, cuya firma se retrasó hasta el año 2015. En ese tratado, Irán obtenía el derecho a volver a exportar su petróleo para reactivar su economía.
La naturaleza del duelo entre Estados Unidos e Irán cambió desde que Donald Trump llegó a la Casa Blanca, en enero de 2017, pero sólo es posible comprender la reacción iraní analizando sucesos anteriores y la posterior evolución de los acontecimientos.
Después de la invasión y ocupación de Irak, el presidente republicano George Bush hijo hizo todo lo que estaba a su alcance por desatar una guerra contra Irán. Su objetivo era continuar la destrucción sistemática de las estructuras de los Estados en los países del «Medio Oriente ampliado», conforme a la estrategia Rumsfeld/Cebrowski [1].
La primera vez, la Comisión Baker-Hamilton (2006) le impidió hacerlo. La clase dirigente estadounidense estimaba que todavía no había “recuperado” lo invertido en la guerra y la posterior ocupación de Irak, así que no quería meterse en otra «guerra sin fin». La segunda vez (2007-2008), el almirante William Fallon, el comandante del CentCom, quien había comenzado a conversar con el entonces presidente iraní Mahmud Ahmadineyad sobre la posibilidad de estabilizar el Medio Oriente, se opuso al proyecto de guerra contra Irán. Después, el vicepresidente Dick Cheney instruyó a Israel para que alquilara aeropuertos georgianos desde los cuales la aviación israelí podría bombardear Irán sin tener que reabastecer sus aviones en vuelo. Pero, desde las primeras horas de la guerra en Osetia del Sur (en agosto de 2008), Rusia destruyó en tierra los bombarderos israelíes ya estacionados en Georgia.
A su llegada a la Casa Blanca, el demócrata Barack Obama trató de proseguir la misma estrategia, aunque de manera menos brutal. Al igual que su predecesor Bush hijo y que Dick Cheney, Obama estaba convencido de que había que actuar con rapidez para apoderarse del petróleo iraní antes de que comenzara la escasez de crudo (según la teoría del «pico petrolero»). En vez de iniciar una nueva guerra –no deseada por la opinión pública estadounidense– el presidente Obama magnificó en Irán una serie de manifestaciones para tratar de derrocar al presidente Ahmadineyad (en 2009). Luego del fracaso de aquel intento de «revolución de color» contra Ahmadineyad, la administración Obama emprendió (en marzo de 2013) conversaciones en Omán con los interlocutores habituales de Washington en Teherán desde los tiempos de la Revolución del imam Khomeini, o sea con el clan de Hachemi Rafsandyani, y sobre todo con el jeque Hassan Rohani, quien había sido el primer contacto de Estados Unidos en Irán en tiempos del caso Irán-Contras. Cuando Rohani fue electo presidente (en 2013), Obama inició inmediatamente negociaciones entre Teherán y Washington para dividir el Medio Oriente entre iraníes y sauditas, supuestamente en aras de garantizar la lucha contra la proliferación nuclear. En presencia de otras grandes potencias, estadounidenses e iraníes negociaron un tratado en Suiza, cuya firma se retrasó hasta el año 2015. En ese tratado, Irán obtenía el derecho a volver a exportar su petróleo para reactivar su economía.
Imagen del video estadounidense
Poco a poco, las relaciones entre Irán y Estados Unidos volvieron a la normalidad. Hasta que Donald Trump llegó a la Casa Blanca, en 2017. Trump tenía un objetivo totalmente diferente: en la Casa Blanca ya nadie creía que el petróleo iba a escasear sino que, al contrario, hay demasiado crudo en el mercado internacional. Trump no estaba interesado en seguir la política imperialista de sus predecesores sino sólo en hacer dinero. En vez de tratar de organizar el control estadounidense sobre el Medio Oriente, la administración Trump pretendía limitar la cantidad de crudo disponible en el mercado internacional para mantener los precios a un nivel que haga rentable la explotación de los hidrocarburos estadounidenses de esquistos. Así que Estados Unidos estimuló las manifestaciones contra la clase político-religiosa iraní (en 2017-2018) y luego (en 2018) se retiró del acuerdo 5+1 (JCPOA) firmado con Irán.
Desde entonces, Irán parece como petrificado. La diferencia entre los políticos y los religiosos reside en que los religiosos son rígidos y no saben ser autocríticos. Se ven a sí mismos como los representantes de Dios en este mundo… y Dios no puede equivocarse. Esa simple razón hace de la teocracia iraní –contrariamente a lo que todo el mundo cree– una clase muy habilidosa en materia de comercio… pero torpe en diplomacia.
Por eso vemos a Irán seguir rechazando las ofertas estadounidenses de negociación en una desesperada espera del hipotético regreso de los demócratas al poder en Washington, una apuesta altamente riesgosa si se tiene en cuenta que Donald Trump puede resultar reelecto para un nuevo mandato de 4 años y que la economía iraní está al borde del colapso.
Esa espera, como en estado de petrificación, impide a Irán planificar su respuesta a maniobras como las actuales acusaciones provenientes de Washington y Londres, acusaciones de ataques contra los intereses occidentales que además comprometen las futuras relaciones de Teherán con los demócratas estadounidenses.
Pero, el método de Trump no tendrá éxito en este caso. La cultura persa hace de los iraníes un pueblo capaz de soportar muy largos periodos de sufrimiento con tal de triunfar.
Poco a poco, las relaciones entre Irán y Estados Unidos volvieron a la normalidad. Hasta que Donald Trump llegó a la Casa Blanca, en 2017. Trump tenía un objetivo totalmente diferente: en la Casa Blanca ya nadie creía que el petróleo iba a escasear sino que, al contrario, hay demasiado crudo en el mercado internacional. Trump no estaba interesado en seguir la política imperialista de sus predecesores sino sólo en hacer dinero. En vez de tratar de organizar el control estadounidense sobre el Medio Oriente, la administración Trump pretendía limitar la cantidad de crudo disponible en el mercado internacional para mantener los precios a un nivel que haga rentable la explotación de los hidrocarburos estadounidenses de esquistos. Así que Estados Unidos estimuló las manifestaciones contra la clase político-religiosa iraní (en 2017-2018) y luego (en 2018) se retiró del acuerdo 5+1 (JCPOA) firmado con Irán.
Desde entonces, Irán parece como petrificado. La diferencia entre los políticos y los religiosos reside en que los religiosos son rígidos y no saben ser autocríticos. Se ven a sí mismos como los representantes de Dios en este mundo… y Dios no puede equivocarse. Esa simple razón hace de la teocracia iraní –contrariamente a lo que todo el mundo cree– una clase muy habilidosa en materia de comercio… pero torpe en diplomacia.
Por eso vemos a Irán seguir rechazando las ofertas estadounidenses de negociación en una desesperada espera del hipotético regreso de los demócratas al poder en Washington, una apuesta altamente riesgosa si se tiene en cuenta que Donald Trump puede resultar reelecto para un nuevo mandato de 4 años y que la economía iraní está al borde del colapso.
Esa espera, como en estado de petrificación, impide a Irán planificar su respuesta a maniobras como las actuales acusaciones provenientes de Washington y Londres, acusaciones de ataques contra los intereses occidentales que además comprometen las futuras relaciones de Teherán con los demócratas estadounidenses.
Pero, el método de Trump no tendrá éxito en este caso. La cultura persa hace de los iraníes un pueblo capaz de soportar muy largos periodos de sufrimiento con tal de triunfar.
Thierry Meyssan
[1] «El proyecto militar de Estados Unidos para el mundo», por Thierry Meyssan, Haïti Liberté (Haití), Red Voltaire, 22 de agosto de 2017.
[1] «El proyecto militar de Estados Unidos para el mundo», por Thierry Meyssan, Haïti Liberté (Haití), Red Voltaire, 22 de agosto de 2017.