Por Rafael Cuevas Molina
El 28 de junio de 2009, el ejército de Honduras derrocó al presidente constitucional, Manuel Zelaya, lo subió a un avión y lo envió en pijama para Costa Rica. Eran los tiempos en los que Estados Unidos, asustados por las crecientes muestras de soberanismo latinoamericano, aprovechaban cada resquicio para tratar de revertir la correlación de fuerzas a su favor.
Mel Zelaya, un liberal llevado por la ola comandada desde América del Sur por Hugo Chaves, había cometido el pecado capital para el cual el paraíso norteamericano no ofrece perdón: unirse al ALBA. Honduras, tradicionalmente alineada con la política norteamericana en Centroamérica, tristemente conocida como “el portaviones” de los Estado Unidos en los años de la agresión contra Nicaragua, tiene enclavada en el corazón de su territorio la base militar de Palmerola, la cual jugó un papel clave en el golpe de Estado.
Los golpistas, en el culmen de la euforia, declararon presidente y héroe nacional a Roberto Micheletti, a la sazón presidente del Congreso, y de ahí en adelante la conflictividad no se ha detenido en el país, llegando a su clímax en las dos últimas semanas.
Honduras ha estado tristemente en titulares de primera plana en todos estos años, y no por la cruenta represión a la que es sometido el continuamente beligerante movimiento popular, sino por las oleadas de migrantes que parten hacia los Estados Unidos, últimamente en grandes caravanas que buscan la autoprotección en la terrible y, a veces, mortífera travesía a través de Guatemala y México.
Las grandes migraciones son el justo reflejo de las deplorables condiciones de vida del segundo país más pobre de América Latina después de Haití, que se han conjugado con un irrespirable clima de violencia. El desempleo y la inseguridad son las dos principales causas que aducen los hondureños para emprender la larga y azarosa travesía, que al final se topa con una frontera sur norteamericana cada vez más fortificada y militarizada.
En un país en esas deplorables condiciones, con una población al borde de la desesperación, el actual gobierno de Juan Orlando Hernández pretende llevar adelante la privatización de la educación y la salud que, aunque no brillan por su calidad, constituyen un pequeño espacio de esperanza para la mayoría de la población.
Ante esta situación, las protestas no se hicieron esperar. La capital Tegucigalpa y las principales ciudades del país, San Pedro Sula y La Ceiba en el litoral Caribe, han sido escenario de enfrentamientos violentos que ya han dejado varios muertos y que, en la semana que termina, tuvieron la adhesión de elementos de las fuerzas de seguridad, quienes también reclaman mejoras salariales y denuncian que son utilizados contra su voluntad para reprimir a los manifestantes.
En el décimo aniversario del golpe de Estado contra Mel Zelaya, Honduras está transformada en un polvorín. El mismo expresidente ha hecho un llamado para que el movimiento político que lidera, Libertad y Refundación (LIBRE), se una sin dilación ni condiciones a las protestas, que ahora exigen la renuncia del presidente.
Honduras es un bastión muy importante para los Estados Unidos en la región centroamericana y el caribeña. Con costas que ven hacia Cuba y limítrofe con Nicaragua, no dejarán que caiga en una situación caótica que pueda perjudicar su control sobre el país. Hasta ahora, han mostrado su apoyo al gobierno de Hernández, pero como los señores del Norte no tienen amigos sino intereses, dependiendo de cómo evolucione la situación, así será su postura. Esperemos.
* Académico, presidente de AUNA Costa Rica
25 junio, 2019
El 28 de junio de 2009, el ejército de Honduras derrocó al presidente constitucional, Manuel Zelaya, lo subió a un avión y lo envió en pijama para Costa Rica. Eran los tiempos en los que Estados Unidos, asustados por las crecientes muestras de soberanismo latinoamericano, aprovechaban cada resquicio para tratar de revertir la correlación de fuerzas a su favor.
Mel Zelaya, un liberal llevado por la ola comandada desde América del Sur por Hugo Chaves, había cometido el pecado capital para el cual el paraíso norteamericano no ofrece perdón: unirse al ALBA. Honduras, tradicionalmente alineada con la política norteamericana en Centroamérica, tristemente conocida como “el portaviones” de los Estado Unidos en los años de la agresión contra Nicaragua, tiene enclavada en el corazón de su territorio la base militar de Palmerola, la cual jugó un papel clave en el golpe de Estado.
Los golpistas, en el culmen de la euforia, declararon presidente y héroe nacional a Roberto Micheletti, a la sazón presidente del Congreso, y de ahí en adelante la conflictividad no se ha detenido en el país, llegando a su clímax en las dos últimas semanas.
Honduras ha estado tristemente en titulares de primera plana en todos estos años, y no por la cruenta represión a la que es sometido el continuamente beligerante movimiento popular, sino por las oleadas de migrantes que parten hacia los Estados Unidos, últimamente en grandes caravanas que buscan la autoprotección en la terrible y, a veces, mortífera travesía a través de Guatemala y México.
Las grandes migraciones son el justo reflejo de las deplorables condiciones de vida del segundo país más pobre de América Latina después de Haití, que se han conjugado con un irrespirable clima de violencia. El desempleo y la inseguridad son las dos principales causas que aducen los hondureños para emprender la larga y azarosa travesía, que al final se topa con una frontera sur norteamericana cada vez más fortificada y militarizada.
En un país en esas deplorables condiciones, con una población al borde de la desesperación, el actual gobierno de Juan Orlando Hernández pretende llevar adelante la privatización de la educación y la salud que, aunque no brillan por su calidad, constituyen un pequeño espacio de esperanza para la mayoría de la población.
Ante esta situación, las protestas no se hicieron esperar. La capital Tegucigalpa y las principales ciudades del país, San Pedro Sula y La Ceiba en el litoral Caribe, han sido escenario de enfrentamientos violentos que ya han dejado varios muertos y que, en la semana que termina, tuvieron la adhesión de elementos de las fuerzas de seguridad, quienes también reclaman mejoras salariales y denuncian que son utilizados contra su voluntad para reprimir a los manifestantes.
En el décimo aniversario del golpe de Estado contra Mel Zelaya, Honduras está transformada en un polvorín. El mismo expresidente ha hecho un llamado para que el movimiento político que lidera, Libertad y Refundación (LIBRE), se una sin dilación ni condiciones a las protestas, que ahora exigen la renuncia del presidente.
Honduras es un bastión muy importante para los Estados Unidos en la región centroamericana y el caribeña. Con costas que ven hacia Cuba y limítrofe con Nicaragua, no dejarán que caiga en una situación caótica que pueda perjudicar su control sobre el país. Hasta ahora, han mostrado su apoyo al gobierno de Hernández, pero como los señores del Norte no tienen amigos sino intereses, dependiendo de cómo evolucione la situación, así será su postura. Esperemos.
* Académico, presidente de AUNA Costa Rica