28 junio, 2019
Foto: Rosana Silva
La crisis capitalista abierta en 2008 mostró la creciente debilidad del proyecto hegemónico estadounidense. Una hegemonía que comenzó a ser cuestionada hace varias décadas, pero cuyo retroceso se torna evidente en el último decenio. En este contexto, una serie de países llamados emergentes, sobre todo en Asia Oriental, se fueron transformando poco a poco en un nuevo eje de la acumulación global de capital. Entre ellos, China aparece como aquél capaz de poner en jaque la hegemonía de los EE.UU. a través de proyectos tales como la llamada “Nueva Ruta de la Seda” o su creciente presencia económica en África y América Latina (Merino y Trivi, 2019).
Ante esta situación, una de las salidas que instrumentó el capital y el imperialismo estadounidense fue el despliegue de una nueva ofensiva neoliberal global, con el objetivo de reforzar un patrón de acumulación predatorio y profundizar la financiarización y trasnacionalización de la economía. Este nuevo ciclo neoliberal se expresa hoy en la intensificación de la voracidad que asume la apropiación de los bienes comunes de la naturaleza sobre los que se intensifican las disputas por su control entre las potencias globales. Así, existe hoy a nivel internacional una competencia exasperada por los territorios y bienes naturales, que explica el por qué de tantos conflictos bélicos, de las guerras convencionales y no convencionales.
En este sentido, es posible percibir cómo estas guerras se despliegan, por ejemplo, en los territorios ricos en petróleo, como muestra el mapa realizado por Ana Esther Ceceña que presentamos a continuación. El mismo mapa que en el 2000 “delimitó el área de atención prioritaria del Pentágono, según Thomas Barnett, profesor de la Escuela de Guerra Naval de Estados Unidos” (Ceceña y Barrios Rodriguez, 2017). Así, las zonas de guerra de las últimas décadas siguen la ruta del petróleo.
Por lo dicho, para EE.UU. el dominio sobre estas áreas tiene un rol central como contratendencia a su crisis de hegemonía mundial ante el bloque de países que puede disputar o cuestionar ese lugar de potencia global (Rusia, China, Irán, Corea del Norte y los grupos no estatales). La región de América Latina y el Caribe, considerada por la geopolítica estadounidense como su “patio trasero”, su “zona natural de influencia”, rica en bienes comunes de la naturaleza, ocupa un lugar central en estas disputas. Vale recordar sobre ello el peso que tienen las importaciones estadounidenses de ciertos minerales extraídos en Nuestra América. Así América Latina y el Caribe proveía, según datos del 2010, el 93% del estroncio, el 66% del litio, el 61% de la fluorita, el 59% de la plata, el 56% del renio, el 54% del estaño y el 44% de la platina a EE.UU. (Brukman, 2011). Por otra parte, el control de la producción de la energía, el petróleo, los minerales, el agua, la tierra, la biodiversidad y el aire, proporciona un beneficio extraordinario para las inversiones en la región del capital estadounidense y extranjero en general
En la búsqueda de controlar estos bienes naturales, la nueva estrategia utilizada por los Estados Unidos, además de las guerras convencionales, ha sido la de las guerras híbridas que ya mencionamos y que se orientaron a explotar las debilidades y límites políticos, militares y económicos de aquellos gobiernos de la región considerados hostiles y apoyar y fomentar así a las fuerzas de oposición. Estas intervenciones buscaron asegurar no sólo el control de estos bienes comunes sino también la de sus mercados, de las rutas comerciales más importantes (terrestres, fluviales, marítimas), de las redes de transporte de estos bienes (oleoductos, mineraloductos, gasoductos), de la generación y provisión de energía, y hasta de la población de estos territorios, en función de los intereses del capital.
Ciertamente, la Amazonia se encuentra entre uno de los más importantes territorios a nivel regional y global donde se concentran esos bienes naturales. Una región única en biodiversidad y diversidad cultural y social con pueblos y culturas milenarias con conocimientos valiosos sobre la utilización de plantas, animales, de la creación y de formas de vida distintas. Una región fundamental para la hegemonía de Estados Unidos en el continente que además tiene un papel en la integración sudamericana siendo que su superficie se extiende por nueve países de la región. En ese sentido, la Amazonia es un territorio donde opera esta ofensiva neoliberal actual sobre los bienes comunes de la naturaleza que se descarga sobre toda la región, como los analizamos en el dossier N° 14 (Instituto Tricontinental, 2019).
Venezuela comprende parte de la región amazónica, pero resulta hoy una pieza clave de esta ofensiva imperial, particularmente, por las inmensas reservas hidrocarburíferas ubicadas en su territorio que la colocan en una posición estratégica en América Latina. Recordemos que este país cuenta con las mayores reservas petroleras a nivel mundial sobre las conocidas al día de hoy, superando incluso a las de Arabia Saudita, aunque no necesariamente todas son de igual calidad. Y si bien se están desarrollando otras fuentes de energía, el petróleo sigue y seguirá siendo por un tiempo el “oro negro” vital para la producción económica y la industria militar y en lo inmediato su escasez no hará más que exasperar la disputa por el control de las reservas disponibles. Por otra parte, debido a su proximidad geográfica y, en virtud de ello, la posibilidad de ahorro de recursos en transporte hacia los Estados Unidos, cabe para Venezuela la misma frase que suele utilizarse para México: “tan lejos de Dios, pero tan cerca de los Estados Unidos”. En este sentido, el control de sus riquezas y territorios resulta de enorme relevancia estratégica para los EE.UU.
Sobre ello es indicativo que, a partir del momento en que el presidente Hugo Chávez y el pueblo venezolano buscaron retomar el control de la explotación petrolera y otros bienes naturales en favor del desarrollo de su propio país, los conflictos comenzaron. Recordemos que el golpe de estado fallido del 2002 se inscribió en la reacción del poder económico a las nuevas leyes sobre hidrocarburos y tierras dictadas por el gobierno y que el proceso de luchas que se abrió luego del fracaso del golpe implicó, entre otras cuestiones, vencer un lock out petrolero que supuso transformar los modos de gestión de la empresa estatal PDVSA.
Ciertamente, para los Estados Unidos el objetivo es recuperar a Venezuela como su espacio privilegiado para la producción petrolera incluso hoy con el objetivo de garantizar la explotación del mismo con las propias compañías petroleras norteamericanas, en especial Exxon y Chevron. Por contrapartida, la opción venezolana sigue siendo la explotación por PDVSA, la empresa petrolera estatal que cumplió un papel importante en garantizar los procesos de redistribución del ingreso impulsados por los gobiernos bolivarianos. Frente al bloqueo y el cerco económico y financiero estadounidense de los últimos años, el gobierno venezolano avanzó en una política de búsqueda de canales alternativos y mayores acuerdos comerciales y financieros con otros países. En esta dirección promovió la comercialización del petróleo a través de la criptomoneda “Petro” e incluso en bolívares, intentando abandonar el dólar en sus transacciones; iniciativa que forma parte de un proceso más general. Otros países como Rusia, Irán y China han también avanzado en ese sentido, incluso la Unión Europea empieza a considerar comercializar el gas con Rusia en euros. Por otra parte, Venezuela también avanzó con la diversificación de los compradores de las exportaciones petroleras venezolanas y con nuevos acuerdos financieros y comerciales. En virtud del embargo económico estadounidense, por ejemplo, China se convirtió gradualmente en el mayor acreedor de Venezuela, y en 2018, el gobierno venezolano logró un préstamo importante de 5.000 millones de dólares. Así también parte del paquete accionario de la compañía CITGO propiedad de PDVSA fue traspasado a la empresa rusa Rosneft como contrapartida de otro préstamo. En este sentido, la política de agresión y presiones llevada adelante por los gobiernos estadounidenses y particularmente el cerco y bloqueo económico y financiero -que incluyó en el último tiempo la expropiación de activos venezolanos en el exterior e incluso de su parte en CITGO- no sólo golpea al pueblo venezolano como examinaremos en el punto siguiente sino que intensifica la centralidad que cobra el proceso en Venezuela en las disputas geopolíticas globales y las urgencias de la multipolaridad y las alternativas. En este sentido, el petróleo no es el único bien natural en el territorio venezolano que forma parte de estas disputas; Venezuela cuenta con importantes yacimientos de oro, pero existen también reservas de níquel, hierro, diamantes y otros, todos de interés de China, Rusia y también, por supuesto, de los Estados Unidos y Canadá, este último también parte impulsora del llamado “Grupo de Lima”.
La crisis capitalista abierta en 2008 mostró la creciente debilidad del proyecto hegemónico estadounidense. Una hegemonía que comenzó a ser cuestionada hace varias décadas, pero cuyo retroceso se torna evidente en el último decenio. En este contexto, una serie de países llamados emergentes, sobre todo en Asia Oriental, se fueron transformando poco a poco en un nuevo eje de la acumulación global de capital. Entre ellos, China aparece como aquél capaz de poner en jaque la hegemonía de los EE.UU. a través de proyectos tales como la llamada “Nueva Ruta de la Seda” o su creciente presencia económica en África y América Latina (Merino y Trivi, 2019).
Ante esta situación, una de las salidas que instrumentó el capital y el imperialismo estadounidense fue el despliegue de una nueva ofensiva neoliberal global, con el objetivo de reforzar un patrón de acumulación predatorio y profundizar la financiarización y trasnacionalización de la economía. Este nuevo ciclo neoliberal se expresa hoy en la intensificación de la voracidad que asume la apropiación de los bienes comunes de la naturaleza sobre los que se intensifican las disputas por su control entre las potencias globales. Así, existe hoy a nivel internacional una competencia exasperada por los territorios y bienes naturales, que explica el por qué de tantos conflictos bélicos, de las guerras convencionales y no convencionales.
En este sentido, es posible percibir cómo estas guerras se despliegan, por ejemplo, en los territorios ricos en petróleo, como muestra el mapa realizado por Ana Esther Ceceña que presentamos a continuación. El mismo mapa que en el 2000 “delimitó el área de atención prioritaria del Pentágono, según Thomas Barnett, profesor de la Escuela de Guerra Naval de Estados Unidos” (Ceceña y Barrios Rodriguez, 2017). Así, las zonas de guerra de las últimas décadas siguen la ruta del petróleo.
Por lo dicho, para EE.UU. el dominio sobre estas áreas tiene un rol central como contratendencia a su crisis de hegemonía mundial ante el bloque de países que puede disputar o cuestionar ese lugar de potencia global (Rusia, China, Irán, Corea del Norte y los grupos no estatales). La región de América Latina y el Caribe, considerada por la geopolítica estadounidense como su “patio trasero”, su “zona natural de influencia”, rica en bienes comunes de la naturaleza, ocupa un lugar central en estas disputas. Vale recordar sobre ello el peso que tienen las importaciones estadounidenses de ciertos minerales extraídos en Nuestra América. Así América Latina y el Caribe proveía, según datos del 2010, el 93% del estroncio, el 66% del litio, el 61% de la fluorita, el 59% de la plata, el 56% del renio, el 54% del estaño y el 44% de la platina a EE.UU. (Brukman, 2011). Por otra parte, el control de la producción de la energía, el petróleo, los minerales, el agua, la tierra, la biodiversidad y el aire, proporciona un beneficio extraordinario para las inversiones en la región del capital estadounidense y extranjero en general
En la búsqueda de controlar estos bienes naturales, la nueva estrategia utilizada por los Estados Unidos, además de las guerras convencionales, ha sido la de las guerras híbridas que ya mencionamos y que se orientaron a explotar las debilidades y límites políticos, militares y económicos de aquellos gobiernos de la región considerados hostiles y apoyar y fomentar así a las fuerzas de oposición. Estas intervenciones buscaron asegurar no sólo el control de estos bienes comunes sino también la de sus mercados, de las rutas comerciales más importantes (terrestres, fluviales, marítimas), de las redes de transporte de estos bienes (oleoductos, mineraloductos, gasoductos), de la generación y provisión de energía, y hasta de la población de estos territorios, en función de los intereses del capital.
Ciertamente, la Amazonia se encuentra entre uno de los más importantes territorios a nivel regional y global donde se concentran esos bienes naturales. Una región única en biodiversidad y diversidad cultural y social con pueblos y culturas milenarias con conocimientos valiosos sobre la utilización de plantas, animales, de la creación y de formas de vida distintas. Una región fundamental para la hegemonía de Estados Unidos en el continente que además tiene un papel en la integración sudamericana siendo que su superficie se extiende por nueve países de la región. En ese sentido, la Amazonia es un territorio donde opera esta ofensiva neoliberal actual sobre los bienes comunes de la naturaleza que se descarga sobre toda la región, como los analizamos en el dossier N° 14 (Instituto Tricontinental, 2019).
Venezuela comprende parte de la región amazónica, pero resulta hoy una pieza clave de esta ofensiva imperial, particularmente, por las inmensas reservas hidrocarburíferas ubicadas en su territorio que la colocan en una posición estratégica en América Latina. Recordemos que este país cuenta con las mayores reservas petroleras a nivel mundial sobre las conocidas al día de hoy, superando incluso a las de Arabia Saudita, aunque no necesariamente todas son de igual calidad. Y si bien se están desarrollando otras fuentes de energía, el petróleo sigue y seguirá siendo por un tiempo el “oro negro” vital para la producción económica y la industria militar y en lo inmediato su escasez no hará más que exasperar la disputa por el control de las reservas disponibles. Por otra parte, debido a su proximidad geográfica y, en virtud de ello, la posibilidad de ahorro de recursos en transporte hacia los Estados Unidos, cabe para Venezuela la misma frase que suele utilizarse para México: “tan lejos de Dios, pero tan cerca de los Estados Unidos”. En este sentido, el control de sus riquezas y territorios resulta de enorme relevancia estratégica para los EE.UU.
Sobre ello es indicativo que, a partir del momento en que el presidente Hugo Chávez y el pueblo venezolano buscaron retomar el control de la explotación petrolera y otros bienes naturales en favor del desarrollo de su propio país, los conflictos comenzaron. Recordemos que el golpe de estado fallido del 2002 se inscribió en la reacción del poder económico a las nuevas leyes sobre hidrocarburos y tierras dictadas por el gobierno y que el proceso de luchas que se abrió luego del fracaso del golpe implicó, entre otras cuestiones, vencer un lock out petrolero que supuso transformar los modos de gestión de la empresa estatal PDVSA.
Ciertamente, para los Estados Unidos el objetivo es recuperar a Venezuela como su espacio privilegiado para la producción petrolera incluso hoy con el objetivo de garantizar la explotación del mismo con las propias compañías petroleras norteamericanas, en especial Exxon y Chevron. Por contrapartida, la opción venezolana sigue siendo la explotación por PDVSA, la empresa petrolera estatal que cumplió un papel importante en garantizar los procesos de redistribución del ingreso impulsados por los gobiernos bolivarianos. Frente al bloqueo y el cerco económico y financiero estadounidense de los últimos años, el gobierno venezolano avanzó en una política de búsqueda de canales alternativos y mayores acuerdos comerciales y financieros con otros países. En esta dirección promovió la comercialización del petróleo a través de la criptomoneda “Petro” e incluso en bolívares, intentando abandonar el dólar en sus transacciones; iniciativa que forma parte de un proceso más general. Otros países como Rusia, Irán y China han también avanzado en ese sentido, incluso la Unión Europea empieza a considerar comercializar el gas con Rusia en euros. Por otra parte, Venezuela también avanzó con la diversificación de los compradores de las exportaciones petroleras venezolanas y con nuevos acuerdos financieros y comerciales. En virtud del embargo económico estadounidense, por ejemplo, China se convirtió gradualmente en el mayor acreedor de Venezuela, y en 2018, el gobierno venezolano logró un préstamo importante de 5.000 millones de dólares. Así también parte del paquete accionario de la compañía CITGO propiedad de PDVSA fue traspasado a la empresa rusa Rosneft como contrapartida de otro préstamo. En este sentido, la política de agresión y presiones llevada adelante por los gobiernos estadounidenses y particularmente el cerco y bloqueo económico y financiero -que incluyó en el último tiempo la expropiación de activos venezolanos en el exterior e incluso de su parte en CITGO- no sólo golpea al pueblo venezolano como examinaremos en el punto siguiente sino que intensifica la centralidad que cobra el proceso en Venezuela en las disputas geopolíticas globales y las urgencias de la multipolaridad y las alternativas. En este sentido, el petróleo no es el único bien natural en el territorio venezolano que forma parte de estas disputas; Venezuela cuenta con importantes yacimientos de oro, pero existen también reservas de níquel, hierro, diamantes y otros, todos de interés de China, Rusia y también, por supuesto, de los Estados Unidos y Canadá, este último también parte impulsora del llamado “Grupo de Lima”.