¿Argentina está afuera del mundo? Otra falacia neoliberal. El sainete por la gira de Alberto Fernández
Por Rubén Manasés Achdjian*
6 de febrero de 2022
La variedad e intensidad del comercio exterior es un excelente indicador del grado de inserción que tiene un país en el mundo y de la eficacia de su diplomacia.. Imagen: Guadalupe Lombardo
Los productos argentinos son demandados en 90 países y el año pasado el valor total de las exportaciones alcanzó el monto de 78 mil millones de dólares (casi 20 puntos del PIB), mientras que el superávit comercial fue de 15 mil millones de dólares.
Un lugar común del discurso político y económico liberal es su peregrina idea de que Argentina hace rato se quedó afuera del mundo y que la culpa (obviamente) es del populismo. Sucede que el liberalismo local es demasiado susceptible ante iniciativas de un gobierno que intente confrontar con los intereses de los Estados Unidos, de Europa, del FMI o de los mercados financieros y lo interpreta como la señal de que el país orbita a años luz de los países "serios".
La visión sobre política internacional a la que adhieren los liberales vernáculos -los que corren por derecha y los que se dicen "progresistas"- es sesgada, prejuiciosa y demodé. Por un lado, desconocen que haya existido un golpe de estado en Bolivia y, por otro, exigen a la Cancillería que aplique sanciones ejemplares a Venezuela y Nicaragua por tratarse, desde su mirada, de dictaduras.
Los dos episodios más recientes del sainete liberal han sido sus críticas a la gira presidencial por Rusia y China y a que el país no se sumara al boicot contra los Juegos Olímpicos de Invierno en Beijing, promovido por Estados Unidos.
Si existiera un hilo conductor en todo este discurso, ese sería el de la defensa de una noción bastante floja de papeles acerca de la "democracia" y la "libertad", dos latiguillos que vienen sosteniendo los liberales desde el inicio de la Segunda Guerra Mundial.
Lo concreto es que el funcionamiento del sistema internacional es -afortunadamente - bastante más complejo que la versión maniquea que el liberalismo sigue ofreciendo a su tribuna. A partir de esto, vale preguntarse, entonces, si es verdad que Argentina es un país que "se ha caído del mundo" y que ya no cuenta para las democracias capitalistas más prósperas.
Comercio exterior
Se comienza aportando este dato: el sector externo argentino, aun luego del macrismo y la pandemia, sigue estando fuertemente integrado al resto del mundo y los productos que ofrece son demandados en 90 países.
El año pasado el valor total de las exportaciones alcanzó el monto de 78 mil millones de dólares (casi 20 puntos del PIB), mientras que el superávit comercial fue de 15 mil millones de dólares. Estos datos no condicen con los de un país que está fuera del mundo, sino lo contrario.
Otra falacia que circula da cuenta de una creciente primarización de la economía externa. Nada más inexacto: dos terceras partes de las exportaciones son manufacturas (de origen agropecuario e industrial), mientras que los productos primarios -los que se exportan sin elaborar- llegan al 28 por ciento del total. El año pasado, comparado con el 2020, los bienes primarios le cedieron dos puntos porcentuales a los bienes industriales, que aumentaron de 22 a 26 por ciento del valor total exportado.
En cuanto a las importaciones, Argentina mantiene vínculos con 82 países y las principales compras consisten en bienes intermedios que completan su ciclo productivo en el país (41por ciento), bienes de capital (16 por ciento) y piezas de repuesto y accesorios para maquinarias (19 por ciento). La importación de autos suma 3 por ciento y los bienes de consumo el 11 por ciento del valor total.
Inversión extranjera directa
Otro dato importante de inserción en el mundo es el de inversión extranjera directa (IED). En 2020, la economía argentina no escapó a la tendencia impuesta por la pandemia y, según Cepal, ese año ingresaron al país 4019 millones de dólares en IED.
Este monto implicó una caída de 39,7 por ciento respecto de 2019 pero aun así, se mantuvo en el mismo nivel que en el resto de América latina y el Caribe donde la IED cayó 40,4 por ciento. Incluso en países market friendly (por ejemplo, Uruguay y Colombia) la caída en IED fue mucho mayor que la que sufrió la economía argentina. Esta tendencia se ha revertido durante 2021 en la región y, en el caso argentino, la IED creció 140 por ciento interanual.
No se trata de negar que la economía local atraviesa -como sucede con muchas otras- problemas coyunturales y estructurales, algunos más severos que otros, pero sostener (aun como metáfora) que "nuestro país se cayó del mundo" es, cuanto menos, temerario.
Democracia y prosperidad
En cuanto a la segunda pregunta - la abismal lejanía de la Argentina respecto de las democracias capitalistas más prósperas- la respuesta requiere explicar qué significa una democracia próspera en el capitalismo.
A falta de un medidor incontrastable que indique cuáles son los países más democráticos o más capitalistas, se recurre al índice que elabora anualmente The Economist, el semanario británico que muchos liberales consideran de lectura obligada.
Desde el 2006 The Economist publica un índice anual de democracia (Democracy Index) que recoge y clasifica datos sobre los grados de libertades económicas, civiles y políticas existentes en 167 países. Los resultados ponderan 60 indicadores agrupados en cinco dimensiones de análisis:
1. Proceso electoral y pluralismo.
2. Libertades civiles.
3. Funcionamiento del gobierno.
4. Participación ciudadana.
5. Cultura política.
Con los resultados obtenidos (ordenados en un rango de 0 a 10 puntos) The Economist elabora un ranking que clasifica a los países de la muestra en cuatro categorías.
En primer lugar, un selecto grupo de democracias plenas formado por 20 países en los que, según el semanario, se respetan las libertades políticas y civiles, el funcionamiento del gobierno es satisfactorio, los medios de comunicación son independientes, existe un efectivo sistema de frenos y contrapesos y las sentencias de la justicia son independientes y se cumplen.
La segunda categoría corresponde a las democracias deficientes integrada por 55 países en los que si bien las elecciones son libres y se respetan las libertades civiles básicas, existen violaciones a la libertad de prensa, problemas de gobernabilidad, una "cultura política subdesarrollada" (sic) y bajos niveles de participación política.
La tercera categoría corresponde a regímenes híbridos que abarcan 39 países en los que las elecciones están viciadas, existen presiones desde el gobierno sobre la oposición, la corrupción está generalizada y el estado de derecho es débil.
La última categoría es la de los regímenes autoritarios, que agrupa a 53 gobiernos con dictaduras absolutas -aun cuando puedan existir instituciones formalmente democráticas- sin elecciones libres, sin justicia independiente ni propiedad privada y con un sistema extendido de censura y represión
Ranking
En uno y otro extremo del ranking, el semanario sitúa a Noruega (la democracia "más plena", con un índice de 9,81 puntos) y Corea del Norte (el régimen más autoritario del planeta, con 1,08 puntos).
Hasta aquí no hay nada que sorprenda. Sí sorprende, en cambio, que The Economist clasifique a los Estados Unidos, Francia e Italia como "democracias deficientes" (la misma categoría en la que colocan a Brasil y a Argentina) y que considere "democracias plenas" a las monarquías europeas, por más atemperadas que estas sean.
Si, de todos modos, se validara este método de clasificación y se lo relaciona con la población mundial y el PIB, la conclusión sería que sólo el 7 por ciento de la población mundial (540 millones de personas) vive en democracias plenas y que ninguno de los diez países más poblados se encuadra en esta categoría: la suma de la población de los diez países más habitados representa el 58 por ciento de la población mundial y el semanario los considera regímenes autoritarios (China y Rusia), democracias deficientes (India, Estados Unidos, Indonesia, Brasil, y México) y regímenes híbridos (Pakistán, Nigeria y Bangladés).
En cuanto al PIB mundial -que en 2021 fue, según el FMI, de 102,4 billones- el 22 por ciento lo produjeron economías encuadradas bajo regímenes autoritarios (China, Rusia, Irán y Arabia Saudita), mientras que el 13 por ciento fue aportado por un grupo democracias deficientes liderado por Estados Unidos y al que pertenecen India, Francia e Italia.
Según The Economist, las economías de las democracias plenas (grupo liderado por Japón y que integran Alemania, Reino Unido, Uruguay y Chile) aportaron sólo el 27 por ciento del PIB mundial.
Capitalismo y socios comerciales
La exposición de estos datos permiten concluir que capitalismo y democracia no son dos fenómenos que se correspondan recíprocamente: el funcionamiento de la economía capitalista no necesariamente requiere de las libertades que, en teoría, ofrecen las democracias plenas.
Tampoco resulta tan obvio que las democracias plenas imaginadas por el pensamiento liberal -y parametrizadas por The Economist- constituyan paradigmas con validez universal, máxime cuando en ellas habita apenas uno de cada cinco seres humanos.
Veamos ahora qué sucede con los socios comerciales de Argentina en el mundo. Entre los 90 países que reciben mercancías argentinas, los primeros diez en volumen de ventas concentran el 56 por ciento del valor total exportado.
Los tres principales destinos de las exportaciones son Brasil (11.800 millones de dólares, 15 por ciento), China (6200 millones, 8 por ciento) y Estados Unidos (4900 millones, 6 por ciento), seguidos por India, Chile, Vietnam, Países Bajos, Perú, Indonesia y España (2 por ciento).
Siguiendo la lógica que propone The Economist, la nómina de los países de destino de las exportaciones argentinas se compone de 5 democracias deficientes, 3 democracias plenas y 2 regímenes autoritarios. Queda claro entonces que, a diferencia de lo que piensan los liberales sobre cómo deben llevarse a cabo las relaciones exteriores, importa bastante poco cómo funcionan esos regímenes políticos siempre que el país siga produciendo mercancías que sean demandadas desde lugares del mundo que podrían o no compartir creencias y prácticas políticas.
Regímenes autoritarios y democracias plenas
Un buen ejemplo es Vietnam. El comercio con ese país asiático genera 3000 millones de dólares al año y un superávit comercial de 2000 millones. ¿Qué se debería hacer? ¿Considerar a Vietnam socio estratégico para la Argentina? ¿O, por contrario, y como le gustaría al medio pelo liberal, aplicarle sanciones porque un equipo de la redacción de The Economist lo ha clasificado como un régimen autoritario? ¿Y cómo se debería tratar a China?
Las exportaciones hacia países con regímenes autoritarios suman tantas divisas como las que producen las democracias plenas. Argentina, a igual que lo que sucede con los restantes países, no condiciona su comercio exterior -no debería hacerlo- a consideraciones que, en más de un punto, son tendenciosas e ideológicamente sesgadas. Porque, en rigor, cuáles son las variables realmente diferenciales que habilitan a The Economist a sostener que la democracia francesa o la estadounidense es de menor calidad que la chilena o la uruguaya, o que Bolivia tiene un régimen político más devaluado que Ecuador o Paraguay.
La variedad e intensidad del comercio exterior es un excelente indicador del grado de inserción que tiene un país en el mundo y de la eficacia de su diplomacia. En muchos aspectos, en el debate sobre cómo y bajo qué condiciones debe la Argentina insertarse en el sistema internacional, los liberales se comportan -parafraseando a Keynes- como aquellos geómetras euclidianos que tratan de explicar un mundo que hace ya mucho tiempo dejó de leer a Euclides.
* Politólogo y doctorando en ciencias sociales (UBA). ruben.achdjian@gmail.com
Los productos argentinos son demandados en 90 países y el año pasado el valor total de las exportaciones alcanzó el monto de 78 mil millones de dólares (casi 20 puntos del PIB), mientras que el superávit comercial fue de 15 mil millones de dólares.
Un lugar común del discurso político y económico liberal es su peregrina idea de que Argentina hace rato se quedó afuera del mundo y que la culpa (obviamente) es del populismo. Sucede que el liberalismo local es demasiado susceptible ante iniciativas de un gobierno que intente confrontar con los intereses de los Estados Unidos, de Europa, del FMI o de los mercados financieros y lo interpreta como la señal de que el país orbita a años luz de los países "serios".
La visión sobre política internacional a la que adhieren los liberales vernáculos -los que corren por derecha y los que se dicen "progresistas"- es sesgada, prejuiciosa y demodé. Por un lado, desconocen que haya existido un golpe de estado en Bolivia y, por otro, exigen a la Cancillería que aplique sanciones ejemplares a Venezuela y Nicaragua por tratarse, desde su mirada, de dictaduras.
Los dos episodios más recientes del sainete liberal han sido sus críticas a la gira presidencial por Rusia y China y a que el país no se sumara al boicot contra los Juegos Olímpicos de Invierno en Beijing, promovido por Estados Unidos.
Si existiera un hilo conductor en todo este discurso, ese sería el de la defensa de una noción bastante floja de papeles acerca de la "democracia" y la "libertad", dos latiguillos que vienen sosteniendo los liberales desde el inicio de la Segunda Guerra Mundial.
Lo concreto es que el funcionamiento del sistema internacional es -afortunadamente - bastante más complejo que la versión maniquea que el liberalismo sigue ofreciendo a su tribuna. A partir de esto, vale preguntarse, entonces, si es verdad que Argentina es un país que "se ha caído del mundo" y que ya no cuenta para las democracias capitalistas más prósperas.
Comercio exterior
Se comienza aportando este dato: el sector externo argentino, aun luego del macrismo y la pandemia, sigue estando fuertemente integrado al resto del mundo y los productos que ofrece son demandados en 90 países.
El año pasado el valor total de las exportaciones alcanzó el monto de 78 mil millones de dólares (casi 20 puntos del PIB), mientras que el superávit comercial fue de 15 mil millones de dólares. Estos datos no condicen con los de un país que está fuera del mundo, sino lo contrario.
Otra falacia que circula da cuenta de una creciente primarización de la economía externa. Nada más inexacto: dos terceras partes de las exportaciones son manufacturas (de origen agropecuario e industrial), mientras que los productos primarios -los que se exportan sin elaborar- llegan al 28 por ciento del total. El año pasado, comparado con el 2020, los bienes primarios le cedieron dos puntos porcentuales a los bienes industriales, que aumentaron de 22 a 26 por ciento del valor total exportado.
En cuanto a las importaciones, Argentina mantiene vínculos con 82 países y las principales compras consisten en bienes intermedios que completan su ciclo productivo en el país (41por ciento), bienes de capital (16 por ciento) y piezas de repuesto y accesorios para maquinarias (19 por ciento). La importación de autos suma 3 por ciento y los bienes de consumo el 11 por ciento del valor total.
Inversión extranjera directa
Otro dato importante de inserción en el mundo es el de inversión extranjera directa (IED). En 2020, la economía argentina no escapó a la tendencia impuesta por la pandemia y, según Cepal, ese año ingresaron al país 4019 millones de dólares en IED.
Este monto implicó una caída de 39,7 por ciento respecto de 2019 pero aun así, se mantuvo en el mismo nivel que en el resto de América latina y el Caribe donde la IED cayó 40,4 por ciento. Incluso en países market friendly (por ejemplo, Uruguay y Colombia) la caída en IED fue mucho mayor que la que sufrió la economía argentina. Esta tendencia se ha revertido durante 2021 en la región y, en el caso argentino, la IED creció 140 por ciento interanual.
No se trata de negar que la economía local atraviesa -como sucede con muchas otras- problemas coyunturales y estructurales, algunos más severos que otros, pero sostener (aun como metáfora) que "nuestro país se cayó del mundo" es, cuanto menos, temerario.
Democracia y prosperidad
En cuanto a la segunda pregunta - la abismal lejanía de la Argentina respecto de las democracias capitalistas más prósperas- la respuesta requiere explicar qué significa una democracia próspera en el capitalismo.
A falta de un medidor incontrastable que indique cuáles son los países más democráticos o más capitalistas, se recurre al índice que elabora anualmente The Economist, el semanario británico que muchos liberales consideran de lectura obligada.
Desde el 2006 The Economist publica un índice anual de democracia (Democracy Index) que recoge y clasifica datos sobre los grados de libertades económicas, civiles y políticas existentes en 167 países. Los resultados ponderan 60 indicadores agrupados en cinco dimensiones de análisis:
1. Proceso electoral y pluralismo.
2. Libertades civiles.
3. Funcionamiento del gobierno.
4. Participación ciudadana.
5. Cultura política.
Con los resultados obtenidos (ordenados en un rango de 0 a 10 puntos) The Economist elabora un ranking que clasifica a los países de la muestra en cuatro categorías.
En primer lugar, un selecto grupo de democracias plenas formado por 20 países en los que, según el semanario, se respetan las libertades políticas y civiles, el funcionamiento del gobierno es satisfactorio, los medios de comunicación son independientes, existe un efectivo sistema de frenos y contrapesos y las sentencias de la justicia son independientes y se cumplen.
La segunda categoría corresponde a las democracias deficientes integrada por 55 países en los que si bien las elecciones son libres y se respetan las libertades civiles básicas, existen violaciones a la libertad de prensa, problemas de gobernabilidad, una "cultura política subdesarrollada" (sic) y bajos niveles de participación política.
La tercera categoría corresponde a regímenes híbridos que abarcan 39 países en los que las elecciones están viciadas, existen presiones desde el gobierno sobre la oposición, la corrupción está generalizada y el estado de derecho es débil.
La última categoría es la de los regímenes autoritarios, que agrupa a 53 gobiernos con dictaduras absolutas -aun cuando puedan existir instituciones formalmente democráticas- sin elecciones libres, sin justicia independiente ni propiedad privada y con un sistema extendido de censura y represión
Ranking
En uno y otro extremo del ranking, el semanario sitúa a Noruega (la democracia "más plena", con un índice de 9,81 puntos) y Corea del Norte (el régimen más autoritario del planeta, con 1,08 puntos).
Hasta aquí no hay nada que sorprenda. Sí sorprende, en cambio, que The Economist clasifique a los Estados Unidos, Francia e Italia como "democracias deficientes" (la misma categoría en la que colocan a Brasil y a Argentina) y que considere "democracias plenas" a las monarquías europeas, por más atemperadas que estas sean.
Si, de todos modos, se validara este método de clasificación y se lo relaciona con la población mundial y el PIB, la conclusión sería que sólo el 7 por ciento de la población mundial (540 millones de personas) vive en democracias plenas y que ninguno de los diez países más poblados se encuadra en esta categoría: la suma de la población de los diez países más habitados representa el 58 por ciento de la población mundial y el semanario los considera regímenes autoritarios (China y Rusia), democracias deficientes (India, Estados Unidos, Indonesia, Brasil, y México) y regímenes híbridos (Pakistán, Nigeria y Bangladés).
En cuanto al PIB mundial -que en 2021 fue, según el FMI, de 102,4 billones- el 22 por ciento lo produjeron economías encuadradas bajo regímenes autoritarios (China, Rusia, Irán y Arabia Saudita), mientras que el 13 por ciento fue aportado por un grupo democracias deficientes liderado por Estados Unidos y al que pertenecen India, Francia e Italia.
Según The Economist, las economías de las democracias plenas (grupo liderado por Japón y que integran Alemania, Reino Unido, Uruguay y Chile) aportaron sólo el 27 por ciento del PIB mundial.
Capitalismo y socios comerciales
La exposición de estos datos permiten concluir que capitalismo y democracia no son dos fenómenos que se correspondan recíprocamente: el funcionamiento de la economía capitalista no necesariamente requiere de las libertades que, en teoría, ofrecen las democracias plenas.
Tampoco resulta tan obvio que las democracias plenas imaginadas por el pensamiento liberal -y parametrizadas por The Economist- constituyan paradigmas con validez universal, máxime cuando en ellas habita apenas uno de cada cinco seres humanos.
Veamos ahora qué sucede con los socios comerciales de Argentina en el mundo. Entre los 90 países que reciben mercancías argentinas, los primeros diez en volumen de ventas concentran el 56 por ciento del valor total exportado.
Los tres principales destinos de las exportaciones son Brasil (11.800 millones de dólares, 15 por ciento), China (6200 millones, 8 por ciento) y Estados Unidos (4900 millones, 6 por ciento), seguidos por India, Chile, Vietnam, Países Bajos, Perú, Indonesia y España (2 por ciento).
Siguiendo la lógica que propone The Economist, la nómina de los países de destino de las exportaciones argentinas se compone de 5 democracias deficientes, 3 democracias plenas y 2 regímenes autoritarios. Queda claro entonces que, a diferencia de lo que piensan los liberales sobre cómo deben llevarse a cabo las relaciones exteriores, importa bastante poco cómo funcionan esos regímenes políticos siempre que el país siga produciendo mercancías que sean demandadas desde lugares del mundo que podrían o no compartir creencias y prácticas políticas.
Regímenes autoritarios y democracias plenas
Un buen ejemplo es Vietnam. El comercio con ese país asiático genera 3000 millones de dólares al año y un superávit comercial de 2000 millones. ¿Qué se debería hacer? ¿Considerar a Vietnam socio estratégico para la Argentina? ¿O, por contrario, y como le gustaría al medio pelo liberal, aplicarle sanciones porque un equipo de la redacción de The Economist lo ha clasificado como un régimen autoritario? ¿Y cómo se debería tratar a China?
Las exportaciones hacia países con regímenes autoritarios suman tantas divisas como las que producen las democracias plenas. Argentina, a igual que lo que sucede con los restantes países, no condiciona su comercio exterior -no debería hacerlo- a consideraciones que, en más de un punto, son tendenciosas e ideológicamente sesgadas. Porque, en rigor, cuáles son las variables realmente diferenciales que habilitan a The Economist a sostener que la democracia francesa o la estadounidense es de menor calidad que la chilena o la uruguaya, o que Bolivia tiene un régimen político más devaluado que Ecuador o Paraguay.
La variedad e intensidad del comercio exterior es un excelente indicador del grado de inserción que tiene un país en el mundo y de la eficacia de su diplomacia. En muchos aspectos, en el debate sobre cómo y bajo qué condiciones debe la Argentina insertarse en el sistema internacional, los liberales se comportan -parafraseando a Keynes- como aquellos geómetras euclidianos que tratan de explicar un mundo que hace ya mucho tiempo dejó de leer a Euclides.
* Politólogo y doctorando en ciencias sociales (UBA). ruben.achdjian@gmail.com