Dentro de dos semanas, justo cuando se cierre la inscripción de aspirantes a la presidencia de la Nación, se cumplirá un año del fallo de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos que dejó firme la decisión del juez de Wall Street Thomas Griesa a favor de los fondos buitre.
Maurizio Macrì visitaba Israel. Gracias a las seis horas de diferencia estaba bien despierto cuando recibió un llamado desde la radio del Grupo Clarín. Pero no lo parecía: “Habrá que pagar al contado”, opinó. También dijo que lo había hablado con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Sin querer, el diálogo se puso humorístico:
–¿Y qué le dijo Netanyahu?
–Sólo asintió, porque es un hombre de pocas palabras.
En cambio el gobierno mantuvo invariable la propuesta que Cristina comunicó en la celebración rosarina del Día de la Bandera, de “un acuerdo beneficioso e igualitario para el ciento por ciento de los acreedores”. Ni los buitres ni su juez lo aceptaron, la Argentina mantuvo su posición y no sucedió ninguna de las catástrofes vaticinadas por medios, políticos y economistas opositores. Esto fortaleció a los candidatos del FpV que, con matices menores entre ellos, prometen continuar con las mismas políticas de CFK. El viernes, un nuevo fallo de Griesa sumó otros 5400 millones de dólares a la cuenta que la Argentina debería pagar a quienes no renegociaron en 2005 o 2010, una prueba adicional de que el rechazo oficial fue acertado. Hasta ahora, Macrì no dijo esta boca es mía.
El presidente del bloque de diputados bonaerenses de la Coalición Cívica Libertadora, Walter Martello, explicó entonces que quien influyó a Macrì para fijar aquella posición tan instantánea como disparatada fue su amigo de infancia, asesor, testigo de boda y financista, Nicolás Martín Caputo. Para avalarlo, reprodujo una frase significativa del balance que en esos días presentó el Grupo Caputo: “Se aguarda para el 2015 una solución rápida del conflicto con los holdouts que permita revertir la actual tendencia negativa en el nivel de actividad”. Caputo tenía entonces en ejecución una cartera de obras para la Ciudad y la Nación por 1.500 millones de pesos, agregó Martello para que se comprendiera el sentido del consejo. Pero desde que Elisa Carrió sentenció que “Macrì es corrupto pero republicano” y se integró a la alianza que irá a las PASO con la UCR y el PRO, la información ya no está accesible en esa página. Los negocios por encima del interés colectivo, el Estado como gestor de esos beneficios particulares. Nada sorprendente porque así nació la PROpuesta Republicana. Caputo tiene menos éxito con su amigo cuando se trata de decisiones políticas, como el acercamiento que propugna a Sergio Massa.
El talón de Aquiles
Ernesto Sanz anunció que su candidato a vicepresidente será Lucas Llach, quien ya estaba coordinando los equipos técnicos del senador mendocino. La diligente prensa escrita y televisada permitió saber que se trata de uno de los hijos del ex viceministro de Economía de Menem y ex ministro de Educación de De la Rúa, Juan Llach, y que realizó un posgrado en Harvard. También se divulgó que corre descalzo, apoyando el pie en los metatarsianos y no en los talones, pero es tan sofisticado que lo denomina barefoot running. Además supimos que postula como ideal la dieta de hace ocho mil años y que la puso en práctica en un Mesón de Comida Paleolítica bautizado con el ingenioso nombre Como Sapiens, que Llach comparte con Cecilia, hija del diputado de PRO Federico Pinedo. Con los mismos aires del infante Froilán, Llach propuso una carrera “Persiguiendo al guanaco 2015”, hasta que los camélidos cayeran muertos por agotamiento y deshidratación, pero no llegó a realizarla por la sensata prohibición del gobierno de Chubut. Los malditos peronistas, siempre interviniendo desde el Estado en las iniciativas privadas. Además inventó TipType, un teclado virtual para Android y apostó 500 dólares a quien pudiera escribir más rápido en el telefonito. Martín Lousteau puede respirar aliviado de que su colega y amigo no se postule para gobernar la ciudad de Buenos Aires, inagotable incubadora de freaks y nerds, y en cambio se arriesgue a reclamar el voto de bonaerenses, salteños, riojanos y sanjuaninos. El haber elegido a Llach también demuestra que Sanz no se propone capitalizar la extensa estructura partidaria en la competencia con Macrì, sino ponerla a disposición del precandidato neocon. Ni siquiera le molesta la contradicción con su compañero de fórmula sobre temas centrales, como la Asignación Universal por Hijo, que Sanz denigró como promotora del vicio y Llach encomió como el mejor aporte del kirchnerismo.
Lo curioso es la omisión generalizada sobre el pensamiento económico de Llach, y no porque él lo haya ocultado. Por el contrario, lo difundió en dos libros sobre historia económica escritos en colaboración con Pablo Gerchunoff, el jefe de asesores del ministerio de Economía en los gobiernos de Raúl Alfonsín y Fernando De la Rúa. Especialista en privatizaciones, reforma del sector público y del mercado laboral, hace quince años Gerchunoff defendió ante estupefactos diputados radicales y del Frepaso la rebaja de sueldos a 130.000 empleados públicos como única alternativa para no despedir a 30.000. Los radicales no conciben ajustar más que sobre los asalariados, de modo que su horizonte intelectual se limita a la opción binaria entre el hambre y las ganas de comer, siempre ajenos, claro.
El enemigo principal
En Como Sapiens, Llach sostiene que “la agricultura y la domesticación de animales permitieron que aumentara la población. Pero más no siempre es mejor”. Este razonamiento es idéntico al que la oligarquía aplica desde el golpe de 1955, cuando el segundo ministro de Hacienda del dictador Aramburu, Roberto P. Verrier, descubrió que éste era un país espléndido pero le sobraban cinco de sus veinte millones de habitantes, cosa que en 1991 le recordé en una entrevista al padre de Llach, al entonces peronista y hoy radical Javier González Fraga y al ex viceministro radical Adolfo Canitrot, quienes disimulaban con distintas tácticas su afinidad profunda con Verrier. En las seis décadas transcurridas desde la Revolución Fusiladora, la política del mal llamado liberalismo argentino consistió en excluir de la civilización, el consumo y/o los derechos políticos a esa masa bárbara que hoy, si se mantuviera aquella proporción, pasaría de los diez millones. Agrega Llach en Como Sapiens que “la dieta llena de harinas, arroces, azúcares es una alimentación muy diferente a la que nuestro cuerpo está genéticamente preparado para recibir”, basada en carnes, frutas, verduras y frutos del mar. Esta pleitesía al determinismo genético no es traída a colación aquí en forma caprichosa, porque se reitera en los ensayos económicos del candidato. En el segundo de sus libros (Entre la equidad y el crecimiento. Ascenso y caída de la economía argentina, 1880-2002, de 2004) Llach y Gerchunoff afirman que existe un “rasgo genéticamente igualitario de la Argentina”, acentuado “a partir de la inauguración de una democracia auténtica” con el Yrigoyenismo, que contradice las tendencias “más favorables al crecimiento”. Es posible que en plena campaña electoral, Llach no sea tan explícito y delegue las explicaciones en su predecesor en la candidatura vicepresidencial de 2011, González Fraga. La semana pasada, ante una convocatoria de la Unión Industrial, JGF, expuso la discontinuidad con la política económica actual que propone su partido. Para conseguir lo que denominó “un shock de confianza” recomendó “eliminar las retenciones y las trabas al comercio exterior, poniendo fin a los controles de precios”. No hace falta mencionar los salarios para que los entendidos adviertan que esta batería de medidas reduciría su poder adquisitivo en forma drástica. En la misma línea, JGF también planteó el pago a los fondos buitre (con una quita del 50 por ciento, dijo) y la reconciliación con el FMI, con la idea de que así se produciría “un fuerte ingreso de capitales”.
El pecado original
La primera respuesta al planteo de Llach y Gerchunoff la firmó Axel Kicillof, quien entonces sólo era docente e investigador de la UBA e integrante del Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino, que sesionaba en una habitación del estudio jurídico de Héctor Recalde. En un artículo que se publicó en este diario el 5 de septiembre de 2004, dijo que la obra vestía con modernos ropajes las vetustas ideas de José Alfredo Martínez de Hoz y Roberto Cortés Conde, que a la manera de los relatos de la Teología atribuyen todas las desgracias a un pecado original: la abundante tierra y la escasa población, que redundaron en salarios excesivamente altos en el paraíso agroexportador perdido en 1930. Los primeros habitantes se acostumbraron a ese estado de bonanza y convirtieron la equidad en un “valor político prioritario” que fue transmitiéndose de padres a hijos durante más de cien años. Este punto de partida generó una dinámica fatal, porque “para los autores el crecimiento requiere bajos salarios y una completa apertura comercial que permita aprovechar la especialización primaria a escala internacional”. Pero los argentinos, escribió Kicillof, “en lugar de someterse a su natural destino reclamaron obstinadamente altos salarios, lo que sólo pudo lograrse mediante medidas proteccionistas, industrialistas y deficitarias. De esta forma Gerchunoff y Llach sostienen que la búsqueda de equidad se contrapone al crecimiento”. El actual ministro explicó que en los periodos de sobrevaluación de la moneda (como la convertibilidad), el salario medio es alto en dólares pero no implica un elevado nivel de vida para la población. En un anticipo de los debates actuales, Kicillof dijo entonces que Llach y Gerchunoff cargaban la baja creación de empleo, el déficit fiscal crónico y el endeudamiento externo a la debilidad de los gobiernos de Menem y De la Rúa para oponerse a la abominada pasión igualitaria. “El dogma neoliberal según el cual el crecimiento no es compatible con la ‘equidad’ fue desmentido por todas las experiencias de desarrollo mundialmente exitosas. Pero, ciegos ante toda evidencia, y sordos ante todo cuestionamiento de las bases teóricas sobre las que se sustenta, esta afirmación se convirtió en el caballito de batalla de los intereses que a toda costa y en toda circunstancia se oponen al desarrollo industrial y promueven la caída de los salarios”. Para esta concepción, el salario sigue siendo el enemigo principal, ayer, hoy y mañana.
En 2005 otras dos investigadoras de CENDA, Cecilia Nahón y Mariana González (quienes ahora son embajadora en Estados Unidos y Subsecretaria de Coordinación Económica y Mejora de la Competitividad), desmenuzaron en un trabajo académico la obra de Llach y Gerchunoff y la tradición ideológica que la sustenta: “Aquella que celebra melancólicamente el período agroexportador, condena el proceso de industrialización local y justifica como incuestionables y naturales el ajuste regresivo y la liberalización de las últimas décadas. En un momento en que se alzan fuertes críticas hacia las políticas de apertura, liberalización y desindustrialización implementadas desde la dictadura militar, los autores defienden su continuidad. Se trata de un intento de justificar una vez más las eternas recomendaciones de política económica del dogma neoliberal. En lugar de profundizar en el debate acerca de las alternativas reales para el desarrollo de la Argentina, los autores insisten con viejas recetas cuyos resultados están a la vista: treinta años de fiel devoción neoliberal han arrojado al país a la mayor crisis económica, política y social de su historia”. En sus conclusiones, Nahon y González señalan que “la regresiva redistribución del ingreso de los últimos treinta años parece no ser suficiente para los autores: se insinúa que se requería aún más desigualdad para que florecieran los resultados de las acertadas políticas neoliberales. La década del noventa hubiera sido un verdadero éxito si la sociedad hubiera aceptado con sabia resignación una caída aún mayor de los salarios (...) La remanida receta de Gerchunoff y Llach no involucra una disyuntiva entre la equidad y el crecimiento, sino el riesgo de una nueva década pérdida en ambos sentidos. Se trata del eterno retorno de fórmulas ya fracasadas. Hoy, en cambio, es tiempo de planificar el desarrollo económico nacional priorizando la mejora en las condiciones de vida de los trabajadores”. Llach prefiere perseguirlos, descalzo pero con su botellita de agua, hasta que caigan muertos como guanacos por agotamiento y deshidratación.