Se suponía que el mercado iba a salvar el planeta.
Al menos ese era el argumento de muchos economistas que lidiaban con el problema del cambio climático. Como los combustibles fósiles son cada vez más escasos, sostenían, el precio del petróleo y el gas natural subiría. Y entonces, otras opciones como la solar y la eólica se abaratarían, especialmente cuando la inversión fluyera hacia ese sector e hiciera que se redujera el coste de las nuevas tecnologías.
JOHN FEFFER /COUNTERPUNCH / REBELION –
Et voilà: Una mano invisible bajaría de forma gradual el termostato global.
Es un argumento ridículo. Por un lado, no hay garantía alguna de que el mercado vaya a responder de forma oportuna (i.e., antes de que estemos ya bajo el agua). Por otro, los precios del gas y el petróleo son tan volátiles e imprevisibles como una sesión de preguntas y respuestas con Donald Trump.
En 2008, por ejemplo, el petróleo alcanzó un precio máximo de 145$ el barril. Pero no duró mucho. Y en 2015, a pesar de todas las agitaciones que arrasan Oriente Medio y otros países productores de petróleo como Nigeria, el precio del crudo cayó entre un 30% y 40% hasta sus niveles más bajos en once años.