12 ene 2016

Ganas de romper…

Por Leandro Grille
Ene 10, 2016



Alentados por el clima de íntima división que atraviesa el Frente Amplio, cuyo extremo más notable ha sido la evaluación de la gestión de Ancap en los últimos años, los principales dirigentes de la oposición pretenden avanzar con el revisionismo y concretar la demolición de la imagen del resto de las empresas públicas. A tales efectos, el líder del Partido Nacional Luis Lacalle Pou y el malogrado excandidato del Partido Colorado, Pedro Bordaberry, han definido sus prioridades indagatorias y orientado sus baterías a la investigación de la gestión del proyecto de la Planta Regasificadora, los negocios con Venezuela y las inversiones de Antel. Esta embestida impulsada por la oposición más dura, que incluye a los medios de comunicación más importantes, intentará dominar la agenda pública con denuncias y sospechas, aunque después no existan elementos para que prosperen causas judiciales.
Es muy probable que la única y verdadera alternativa para que la estrategia de la derecha tenga éxito sea que obtenga la complicidad y el protagonismo acusador de gente identificada con el Frente Amplio, y mientras más encumbrada mejor. Hasta no hace tanto tiempo se podía creer que eso era imposible, pero hoy está bastante claro que dentro de la izquierda existen los que prefieren perder contra el enemigo que ganar bajo la hipotética conducción de un adversario interno. Esa novedad de época es la que justifica en buena parte que los primeros nueve meses de gobierno hayan sido tan duros para el presidente, e, incluso, supera en sus efectos a mediano plazo la complejidad de aprobar un presupuesto con importantes restricciones y alta conflictividad.

El 2016 tendría que ser un año de concreciones, de transformar en hechos las iniciativas programáticas y dar algo más que un puntapié inicial a las obras y propuestas por las que la ciudadanía ratificó al Frente Amplio en las últimas elecciones. Ya hay un presupuesto aprobado, pero para que las cosas puedan realizarse es necesario un nivel de unidad que no se verifica o, por lo menos, una tregua que no se avizora.

Es lamentable la presunción de que la trifulca interna ha llegado a una situación de irreversibilidad, que anticipa una ruptura. Pero por más dolor que cause, es mejor afrontar los hechos con dignidad y sin indulgencia. No se puede vivir ni perdonando vidas ni haciéndose los sotas en nombre de la unidad, cuando hay cruzados dispuestos a quebrar la herramienta, aun a conciencia de que, de ese modo, el proyecto político de la izquierda no tiene perspectivas: se hunde.

Hay mucho hartazgo en la calle. Al fuerte desencanto de los militantes, se suma la insatisfacción de la gente en un contexto de pesimismo económico, aumento del desempleo e inflación creciente. Con este clima social, el FA camina hacia la derrota, en el mejor de los casos contra un político tradicional, y en el peor contra un empresario de derecha. Me atrevo a calificar la segunda como una opción más negativa aún que la primera, no tanto porque el contenido de un gobierno dirigido por empresarios y gerentes de empresas sea más conservador que uno conducido por un político blanco o colorado, sino porque la sola elección de un sujeto de esa naturaleza indicaría una frustración dramática de la mayoría de la sociedad con la política y el sistema de partidos, lo que es la piedra fundacional de proyectos todavía más regresivos y más autoritarios.

Aunque en este análisis pueden coincidir muchos frenteamplistas, todavía opera cierta reticencia a creer que el FA se puede partir. Pero esa ruptura en el plano formal, que aparece como un hecho inverosímil en un movimiento político que se permite diversidad hasta extremos imprevisibles, donde persiste una cultura que eleva al plano estratégico y de principios la unidad sin exclusiones, y que además ha venido conduciendo gobiernos muy exitosos, se está produciendo en todo el resto de los planos posibles, comenzando por la confianza, muy deteriorada, cuando no destruida, entre los dirigentes, y en el terreno de la ideología, donde las diferencias son abismales, tanto a la interna de los sectores del FA como entre ellos, y ni qué hablar de las voces dominantes del gobierno y el sentido común de los militantes de izquierda.

Para ser franco, en mi opinión, este último plano de la fractura, el de la ideología y la llamada actualización ideológica, es en realidad el meollo del asunto. A partir de ahí, los problemas de estilo, las inquinas personales o las honestas diferencias en los modelos de gestión son subsidiarios. Hay una parte del Frente Amplio que ha renunciado al socialismo como utopía o, peor aún, que cree en las virtudes del capitalismo. Algunos podrán creer que en las condiciones actuales la discusión sobre el carácter del sistema es prácticamente una calistenia intelectual, un debate sobre la inmortalidad el cangrejo o el sexo de los ángeles.

Y así, esas mismas personas pueden vivir persuadidas de que los conflictos internos se originan en el apetito, en las luchas por las candidaturas, o en las buenas praxis administrativas. Indudablemente estos componentes operan en diferentes grados, pero la grieta es ideológica y lo que no es grieta es subterfugio y oportunismo.

Hace muchos años que una “actuación ideológica” de la izquierda es una meta explícita de los sectores socialdemócratas del Frente Amplio. Si en la elaboración programática y en la producción documental del FA han avanzado poco, han tenido mucho más progreso en la gestión gubernamental, sobre todo de la economía. Durante la última década, la tarea de reconstrucción de un Uruguay que la izquierda alcanzó a gobernar luego de la devastación, permitió que los diversos proyectos históricos que ella alberga convivieran, no sin tensiones, pero con un alto grado de cooperación y hasta sintonía. Con el paso de los gobiernos y de los años, a la vez que los logros, se fueron haciendo más notorias las inconsistencias y las limitaciones de la propuesta política para continuar avanzando.

El Frente se fue quedando sin estrategia transformadora y sin relato que entusiasme a los más humildes y a los trabajadores. Rara vez se escucha algo de izquierda, y rara vez se promueve, desde las cumbres, un relato que identifique un enemigo en el sistema o en los sectores dominantes. Hablando todo el día de clima de negocios, del investment grade y de los males de nuestro sindicalismo corporativo, se suprimió toda referencia a una sociedad nueva y así nos fuimos derechizando. Por lo menos una parte del Frente se ha ido corriendo a la derecha, y, si esa derechización ha dejado a los partidos tradicionales con su patrimonio electoral en disputa y su protagonismo como oposición en decadencia, sus consecuencias internas son cada vez más evidentes.

Hay un montón de frenteamplistas que ya no cree en el Frente y otro montón que apoya porque sabe que lo otro es peor y no porque se sienta verdaderamente representado. También están los fanáticos de una parte del gobierno, a la vez que feroces detractores de otra. Como si se pudiera ser oficialista de un ministerio.

Como el interdicto es ideológico, no es muy probable que pueda ni que deba dirimirse esquivando. Si le pusiéramos nombres, quedaría claro cuál bando lidera Danilo Astori y cuál lidera José Mujica. Por ahora existe Tabaré Vázquez, que es el único líder con suficiente peso como para equilibrar la balanza, y, además, es prolífico en gestos para ambos lados.

Su responsabilidad es hacer que el gobierno marche y su método es no desviarse en lo más mínimo del programa. Sin embargo, sus buenas intenciones y aun los logros o realizaciones que puedan concretarse serán insuficientes para transformar este tercer período en un período bien valorado por la gente y apuntalar las aspiraciones de la izquierda de continuar gobernando a partir de 2020.

La valoración de un gobierno depende menos de la gestión que de la política, aunque sólo a través de la buena gestión de buenas políticas -que nunca son neutrales- se puede lograr mejorar la vida de la gente. Y para las próximas elecciones ni Pepe ni Danilo ni Tabaré podrán ser candidatos y apenas fungirán como referencia para los bloques que lideran. Habrá un pepismo, un astorismo y hasta un vazquismo, pero será un pepismo sin Pepe, un astorismo sin Astori y un vazquismo sin Vázquez. Y es difícil que haya quién los suceda con peso político comparable. El panorama es bravo.