Un anticapitalismo del siglo XXI
Es profesor de la Universidad de Wisconsin, Estados Unidos. Busca provocar al unir dos términos en apariencia contradictorios: utopía real. Así, propone discutir una alternativa al capitalismo arrasador. La economía social y el trabajo cooperativo, algunas de las variantes. El ejemplo argentino de las fábricas recuperadas.
Imagen: Rafael Yohai
Por Natalia Aruguete y Bárbara Schijman
Erik Olin Wright propone una “utopía real”: encontrar un camino alternativo mejorando el sistema que tenemos actualmente. No se trata de perfeccionar el capitalismo sino de crear instituciones que contrarresten su lógica. Dentro del capitalismo arrasador existen formas de actividad económica no capitalista, como la economía social y el trabajo cooperativo. Las empresas recuperadas son “una forma de cooperar” –indica el investigador norteamericano– e identifica a la Argentina como uno de los lugares donde el desarrollo del trabajo cooperativo es muy activo, a través de sus más de 300 empresas recuperadas. En su visita a Buenos Aires, donde recibió el doctorado Honoris Causa de la UBA, Página/12 conversó con este teórico de la Universidad de Wisconsin sobre las estrategias anticapitalistas en el mundo contemporáneo.
–Su último libro, Construyendo utopías reales, lleva consigo una contradicción intrínseca. ¿Podría explicarla?
–La palabra “utopía” usualmente refiere a una especie de fantasía del lugar perfecto. Por lo tanto, si alguien quiere criticar una propuesta, puede decir: “eso es utópico”. Es una forma de desestimar una idea sin discutirla, es como decir: “esto es imposible”. “Real” significa que algo puede suceder. Lo que hago es unir “real” y “utópico” como una provocación. Supone forzarnos a pensar simultáneamente acerca de qué valores nos importan, cuáles son nuestras aspiraciones para un mundo humanitario verdaderamente justo y conservar esos valores siempre a la cabeza de nuestro trabajo analítico y teórico. El dueto “real/utópico” sugiere pensar acerca de la clase de mundo que querríamos tener, trabajar para construir alternativas en el mundo y movernos en esa dirección. Utopías, en el sentido de pensar alternativas a las instituciones dominantes que encarnan nuestras más profundas aspiraciones por un mundo justo y humano. Real, en el sentido de alternativas que pueden ser construidas en el mundo tal como es, que también prefiguran el mundo como puede ser y ayudan a movernos en esa dirección. En la versión inglesa, la primera palabra del título de mi libro no es “construir” sino “visualizar” (concebir). Construir o imaginar no es lo mismo que visualizar o concebir. Visualizar comprende la idea de imaginar lo que realmente puede ocurrir.
–¿En qué sentido su propósito es provocar al lector?
–En el sentido de que el título obliga a pensar qué significa esta idea de lo utópico y lo real. Son términos que, así planteados, pueden sonar contradictorios. Quiero que la gente piense acerca de esa tensión. Si eres un realista y te olvidas de la utopía, entonces quedas envuelto solamente en políticas pragmáticas que pierden cualquier otra visión. Si eres un utópico sin ser realista, entonces creas proyectos de fantasía que nunca pueden suceder.
–Y en este mundo que usted imagina, ¿sí puede concretarse la utopía?
–Claro que puede. Es una combinación imposible pero esa es la naturaleza del problema y queremos gente que piense constantemente acerca de las implicancias morales de los proyectos políticos que persiguen y la necesidad práctica de hacer algo en el mundo. Cuando digo que se trata de una provocación, simplemente me refiero a forzar a la gente a pensar sobre esas cosas.
–¿Por qué plantea que las utopías reales son un objetivo y una estrategia a la vez?
–Más recientemente, he agregado que en realidad se trata de una meta, un proceso y una estrategia. De manera que hay tres tipos de “palabras” involucradas. Una meta alude a aquello que uno trata de lograr, por ejemplo, qué clase de instituciones nuevas intentas construir. Una estrategia se refiere a la forma de encarar el problema del cambio social. La vieja forma de la visión revolucionaria tenía que ver con vivir un mundo de dominación, opresión y explotación; lo que tenemos que hacer es destruir esas instituciones y construir nuevas. Me refiero a esta idea como la estrategia de aplastar. Es el viejo ideal revolucionario: aplastar el sistema y construir uno alternativo. La idea de la real utopía como una estrategia es proponernos construir una alternativa ahora, donde podamos, en los espacios y nichos de la sociedad. Pensemos qué aspectos de ese mundo alternativo realmente podemos construir ahora, y entonces pongamos esas piezas juntas y expandámoslas de manera que nos movamos hacia nuestros objetivos. En este sentido hablo de estrategia; y me refiero a erosionar el capitalismo a partir de la construcción de alternativas.
–¿Podría darnos un ejemplo de dicha estrategia?
–Un ejemplo de esto lo proporcionan las empresas recuperadas. También quiero pensar acerca de las utopías reales como un proceso, porque en dicho proceso de construcción de alternativas, la misma gente que se involucra está experimentando una forma de solidaridad, igualdad y democracia que desea ver en el mundo. La lucha por un mundo alternativo, cuando uno lo está construyendo, es además un proceso que uno advierte en su propia vida. De manera que cualquiera que haya estado involucrado en luchas por la justicia social sabe que cuando uno trabaja con otros activistas tiene una sensación de formar parte de algo más importante que tan solo uno mismo. Uno se siente conectado –eso es la solidaridad–, en una relación igualitaria con otras personas y empoderado para construir una democracia viva y no solamente trabajar para la democracia.
–¿Cree que el mundo está preparado para ir en ese sentido?
–No, el mundo no está preparado, nosotros debemos preparar el mundo. Las alternativas son creadas por seres humanos que se reúnen y deciden... En los últimos tiempos trabajé en una lista de utopías reales. Las primeras que ubiqué son las cooperativas de trabajo, que incluirían a las “empresas recuperadas” como una forma de cooperar. Es una forma de convertir una empresa capitalista en una cooperativa gestionada por sus trabajadores. Hay dos formas diferentes en las cuales se forman las cooperativas. Una forma es cuando un grupo de gente se junta y decide empezar un negocio con lógica de cooperativa más que desde las bases capitalistas convencionales. Entonces, los trabajadores autogestionan una firma democráticamente y toman sus propias decisiones. Otro modo se da cuando los trabajadores transforman una empresa capitalista existente en una cooperativa.
–¿Cree posible extender el trabajo cooperativo?
–La Argentina es uno de los lugares en el cual el desarrollo del trabajo cooperativo es activo a través de sus empresas recuperadas. Hay 350 empresas recuperadas actualmente en el país. Cerca de la mitad de estas empresas se constituyeron luego de la crisis, fueron inventadas, por así decirlo, en la crisis, pero continuaron. Madygraf era una gran empresa de impresión perteneciente a una corporación multinacional; la corporación multinacional sufrió un proceso de desinversión (vaciamiento) y se planeó su cierre el año pasado. Los trabajadores la tomaron y la están gestionando con éxito. No hay ningún país en el cual el desarrollo de las cooperativas de trabajo esté en el centro de la economía, siempre está en los márgenes. Esa es la forma en que se dan las cosas: en el margen. Pero su potencial es realmente considerable y –yo argumentaría y especularía un poco– el potencial de las cooperativas de trabajo aumentará y no disminuirá en las próximas décadas. En parte, eso se debe a que la nueva tecnología del siglo XXI (computadoras, internet y otros procesos digitales) es más barata que la vieja tecnología.
–¿Qué diferencia produce eso con el pasado?
–El capital intensivo requerido para que una empresa de impresión sea exitosa es más barato ahora que hace treinta años. El sistema económico industrial que conocemos tenía economías de gran escala: si eras un gigante podías producir mucho más económicamente que si eras pequeño. Eso es cada vez menos cierto. Y en la medida en que es menos verdadero, se vuelve más fácil –en principio aunque no siempre en la práctica– para los trabajadores de una empresa en particular manejarla ellos mismos, porque no tienen diez mil trabajadores sino que son apenas unos cientos. Así que actualmente uno puede tener unos pocos cientos de trabajadores organizando la producción industrial. Ese es un tamaño práctico para tener un autogerenciamiento y estar organizados democráticamente.
–¿Cree que es posible que las utopías se hagan realidad cuando gobierna un partido de derecha?
–Estoy desarrollando una perspectiva sobre el problema de cómo transformar las sociedades capitalistas. Creo que el rasgo más notable de la situación política actual es que en todas partes, en Argentina, en Estados Unidos, en Islandia, se está dando lo que llamamos “volatilidad política”.
–¿Cómo define la volatilidad política?
–Se trata de movimientos rápidos desde la izquierda hacia la derecha o desde la izquierda hacia el centro, más que la consolidación de una coalición política con una base fuerte y segura que persiga, con el tiempo, una agenda política particular. Por ejemplo, en Islandia, un país pequeño que tuvo una crisis financiera catastrófica en 2008, una coalición de izquierda elegida después del colapso de la economía hizo un muy buen trabajo restaurando la estabilidad económica, abandonaron a Europa y a los bancos, se negaron a pagar a los bancos, nacionalizaron todos los bancos, pusieron a los banqueros en prisión, pero perdieron la siguiente elección. Es decir que, una vez que las cosas mejoraron, un partido de centro derecha dijo: “Ahora que estamos fuera de la crisis, podemos manejar mejor la economía”. Una volatilidad extrema.
–En ese caso, ¿qué cree que ocurre entre la agenda política y las principales preocupaciones del público?
–Tiene que ver, creo, con un incremento generalizado de desconfianza hacia los políticos y la política. Un cinismo incrementado por parte de los votantes, que no creen en nadie; reciben mentiras y engaños constantemente. Así que su acción política es fundamentalmente negativa, es un voto en contra del partido en el poder.
–¿Por qué cree que ocurre eso?
–No tengo una respuesta firme sobre por qué en este período hay tanto cinismo, parece algo generalizado: ocurre en Estados Unidos, en Grecia, en Francia, en Islandia y en la Argentina. Y dado que es un fenómeno general, no puedes responder mirando los detalles de algunos países en particular. No son los detalles de “la corrupción del gobierno de Lula” lo que explica el cinismo brasileño porque encuentras cinismo en todos lados. Creo que la sensación general de riesgo e incertidumbre acerca del futuro sin una visión política muy creíble sobre qué hacer al respecto, es parte del asunto. Hemos atravesado un período de cambios globales tremendos después de todo. Cuando uno piensa en los últimos 25 años: el fin de la Unión Soviética, el aumento del terrorismo islámico, una crisis financiera global detrás de otra, la emergencia de China como un jugador dominante en la economía mundial, el calentamiento global; todas estas cuestiones están creando un gran sentimiento de inestabilidad, incertidumbre e imprevisibilidad sin ninguna fuerza política que haga una descripción creíble de lo que puede hacerse para empujar las cosas o en algún modo que mejore la vida de la gente. Parte de todo esto es ideológico. Parte de todo esto es neoliberalismo.
–Siguiendo su idea de la volatilidad, ¿cree que los valores y las utopías cambian con el paso del tiempo?
–Supongo que la respuesta más fácil es decir que sí, que por supuesto que las cosas cambian. Pero creo que hay ciertos valores que la gente guarda en su corazón, por así decirlo, que no cambian demasiado. Las circunstancias en que las sociedades viven cambian, y por ello pueden tener más o menos esperanza de que esos valores encuentren un lugar. Hay muchos estudios sobre los “valores posmateriales”, el posmaterialismo, una idea muy de moda en los últimos 25 años. La idea central es que, a medida que los países se han vuelto más ricos y prósperos, la gente está menos preocupada con cuestiones vinculadas a los valores y más preocupada con temas como el estilo de vida, la identidad, la orientación sexual y todo ese tipo de visiones. Pero no estoy convencido acerca de eso porque el sentido de la inseguridad económica ha ido de la mano de una mayor prosperidad, así que la gente aún está preocupada por los problemas económicos diarios.
–¿Como cuáles?
–La estabilidad de sus trabajos, el futuro de sus hijos y todo ese tipo de cuestiones. Por eso no compro esa noción de que estamos en la era del posmaterialismo, que la que probablemente podría hablarse en los países ricos y que a menudo es vista como forma de entender la vida social de las clases medias; pero creo que la gente de clase media está muy preocupada con las cuestiones económicas. La gente no vota de un modo sensato, puede tener ilusiones, puede votar por razones materiales más que por razones de identidad.
–¿Cómo analiza el comportamiento de la izquierda, en este escenario?
–La izquierda tiene una larga tradición de divisiones, mucho más que la derecha. Es más fácil para la derecha fusionarse alrededor de una única figura política o de un único programa político, mientras que la izquierda se rompe en todo tipo de facciones. En parte, esto es así porque la tarea de la izquierda es más compleja.
–¿En qué sentido, más compleja?
–Si el propósito central de tu movimiento político tiene que ver con transformaciones hacia un mundo más justo, igualitario y democrático, esa es una agenda verdaderamente ardua. Por consiguiente, la razón por la que creo que la izquierda tiende a fragmentarse es sencillamente porque las tareas de un movimiento político como el suyo son complicadas. Al mismo tiempo, es cierto también que la izquierda ha estado atada a una historia enrevesada y difícil. También es cierto que la izquierda, ante la ausencia de un movimiento amplio de base popular, no tiene una relación fácil con su electorado natural. La derecha, por su parte, sí posee una relación fácil con su electorado, que son, en su mayoría, los segmentos ricos y poderosos de la sociedad. Por lo tanto, la cuestión financiera y organizacional en la derecha es un asunto simple: políticos extremadamente pudientes con redes de personas adineradas para financiar y respaldar un movimiento de derecha, mientras que un movimiento de izquierda tiene que trabajar a través de movimientos sociales y obreros para tener una base popular.
–¿Qué tipo de estrategias considera importante implementar contra el capitalismo?
–Hay muchas fuentes de sufrimiento en el mundo, muchos problemas en la vida de las personas, observamos la presencia de pobreza y de inseguridad en medio de la abundancia. La primera pregunta es: ¿cómo diagnosticar las causas de estos problemas? Desde mi perspectiva, la causa fundamental de muchas de estas cuestiones es la naturaleza capitalista de la economía. Con esto me refiero al dominio de la vida económica por parte de las empresas capitalistas y el capital. Algunas personas identifican el capitalismo con los mercados, de hecho, es a menudo una especie de compañero de trabajo para el capitalismo.
–¿Cree que no son directamente identificables?
–Yo no me opongo a los mercados. Me opongo a los mercados que se organizan en torno a centros concentrados de poder, que es la forma en que funcionan los mercados capitalistas. Así que soy anticapitalista en el sentido de identificar instituciones y estructuras particulares como los conductores más fundamentales de toda una serie de problemas. Es muy difícil oponerse a un sistema, es más fácil oponerse a políticas concretas. En estos días estoy escribiendo: ¿Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI?.
–¿Y cómo cree que puede concretarse el ser anticapitalista?
–El problema es ¿cómo ser un anticapitalista verdadero dada la enormidad del sistema que se está intentando reemplazar? Y de esto es de donde proviene esa lista de las cuatro estrategias históricas. Estas son las cuatro estrategias que habían sido adoptadas por personas que comparten este punto de vista: los movimientos revolucionarios, la democracia social progresista, algún tipo de movimiento de pequeños agricultores en la frontera de los Estados Unidos en el siglo XIX tratando de escapar del capitalismo al convertirse en agricultores autosuficientes en el Oeste, etc. Y esta idea de tratar de construir alternativas dentro del capitalismo mismo, erosionando el capitalismo como forma de pensar estrategias, es un poco el modo en que el mismo capitalismo surgió en las sociedades precapitalistas.
–¿Cómo describiría el surgimiento del capitalismo?
–Si se piensa en quinientos años atrás, no ocurrió que un grupo de comerciantes, banqueros y artesanos se sentaron alrededor de la mesa y dijeron: “odiamos el feudalismo, ¿cómo podemos destruirlo?” Construyeron alternativas al feudalismo en las ciudades, en pequeños espacios, donde pudieron, y luego expandieron esos espacios y lo hicieron en colaboración con segmentos de la clase feudal, que encontró ventajoso permitir que el capitalismo surgiera y se desarrollara a pesar de que en el largo plazo su surgimiento y desarrollo socavaría las bases del feudalismo. Así que mi visión en pos de transformar el capitalismo tiene ese carácter. La idea de “utopías reales” combina esfuerzos para resolver problemas dentro del capitalismo y neutralizar los daños con el esfuerzo de erosionar el capitalismo mediante la construcción de alternativas.