The Guardian - Ian Traynor 20/01/2016
Un niño es ayudado a cruzar la valla que separa Siria de Turquía. AP PHOTO/LEFTERIS PITARAKIS
Berlín y Bruselas están presionando para que se revisen por completo las políticas europeas de asilo como respuesta a una crisis migratoria sin precedentes. Esto presagia duras batallas entre los gobiernos, que amenazan con provocar la ruptura interna en la Unión Europea.
Un paquete de propuestas que la Comisión Europea desvelará en las próximas semanas incluirá el reparto obligatorio y permanente de refugiados entre los Estados de la UE y la derogación de las normas que obligan a que los solicitantes de asilo registren sus peticiones en el primer país de la UE en el que entren.
Muchos ven que estas normas, que se conocen como reglamento de Dublín y se aprobaron en los años 90, no están funcionando. Angela Merkel las abandonó en septiembre cuando prometió a los sirios asilo en Alemania independientemente de su lugar de entrada en la UE.
La Comisión anunció antes de Navidad que pondría encima de la mesa en marzo una revisión del reglamento de Dublín. Para derogarlo hace falta un acuerdo sobre el reparto de los refugiados que llegan a los países fronterizos del sur, como Grecia e Italia. Es un asunto controvertido, que ya ha provocado la mayor brecha Este-Oeste en la UE desde que entraron los países del antiguo bloque soviético hace más de una década.
Funcionarios y diplomáticos de la UE consideran que las propuestas que se presenten en marzo desencadenarán un conflicto encarnizado entre los gobiernos. "El sistema ya no funciona. No fue diseñado para lo que tenemos ahora, cientos de miles de refugiados", señala un embajador en la UE. "Necesitamos nuevas reglas. Necesitamos una nueva Convención de Dublín. La reubicación (las cuotas de refugiados) debería formar parte del paquete, pero el debate será muy difícil", vaticina.
Un ministro de un país del sur de Europa que apoya con firmeza la tendencia fijada por Merkel aplaude los pasos de la Comisión. Argumenta que la única respuesta viable es "europeizar" las políticas de asilo. Las cuotas, defiende, "deberían ser permanentes". "Necesitamos normas europeas", señala.
Alemania, Austria y Holanda están presionando para un acuerdo rápido antes del verano sobre un nueva fuerza policial europea de fronteras propuesta por la Comisión. Tendrían capacidad para imponer su autoridad sobre los gobiernos nacionales en una situación de emergencia y tomar el control de las fronteras de un país. Es una idea muy polémica porque se inmiscuye en el derecho soberano de los países a controlar su territorio. Como Grecia es la principal puerta de entrada para solicitantes de asilo de Oriente Medio a través de Turquía, la propuesta de policías fronterizos se dirige principalmente a Atenas, que es objeto de muchas críticas.
"Berlín está muy furioso con Grecia", cuenta un miembro destacado de la Unión Demócrata Cristiana (CDU), el partido de Merkel. "Si Grecia no acepta a los guardias fronterizos, tendrá que abandonar Schengen", advierte, en referencia al espacio europeo de 26 países por el que se puede viajar sin pasaporte y cuya supervivencia está en juego cuando se están reinstaurando controles fronterizos desde Suecia hasta Eslovenia.
La canciller alemana, Angela Merkel. EFE
Actuando de común acuerdo, Merkel y el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, están advirtiendo de que, a menos que ganen la batalla, no solo podría derrumbarse Schengen, sino que el mercado único europeo estaría en peligro y se cuestionaría el objetivo de la moneda única. Los que resisten a las presiones de Berlín y Bruselas ven ese alarmismo como una estrategia del miedo dirigida a forzar que la oposición ceda.
Sin embargo, de los 1,1 millones de solicitantes de asilo que entraron en la UE el año pasado, aproximadamente el 90% han acabado en solo tres países: Alemania, Suecia y Austria. Suecia, tradicionalmente el país más generoso de Europa para el asilo, ha manifestado que no da abasto y ha implantado controles fronterizos más estrictos. Austria anunció el miércoles que suspende Schengen. Las autoridades alemanas afirman que la crisis migratoria es el mayor reto al que se ha enfrentado el país desde su reunificación en 1990.
Europa del Este no quiere cuotas
La resistencia a la estrategia alemana es fuerte, no solo en Europa del Este, que no quiere oír hablar de cuotas de refugiados, sino también en Francia e incluso entre algunos de los aliados habituales de Berlín. Altos cargos alemanes, austriacos y eslovenos se reunieron la semana pasada para coordinarse en política migratoria. Berlín y Viena presionaron a los eslovenos para que les permitan aplicar sus propias políticas en la frontera entre Eslovenia y Croacia, a todos los efectos una frontera exterior a Schengen y la puerta de entrada a Alemania para los refugiados. Eslovenia se opuso por su reserva a entregar los controles fronterizos a organismos europeos.
Antes de que se pueda acordar ninguna de las nuevas políticas, Merkel y otros líderes necesitan desesperadamente un respiro, una reducción en el número de solicitantes de asilo que llegan a Europa para poder aliviar las presiones políticas internas que los líderes reciben desde todos los frentes. Creen que la clave está en Turquía, que, según un acuerdo alcanzado en octubre, recibirá 3.000 millones de euros para frenar a los refugiados que cruzan a Grecia.
"Todos nuestros esfuerzos están dirigidos a reducir el flujo que llega desde Turquía y a pensar en qué hacer si ese flujo no se reduce", afirma el primer ministro holandés, Mark Rutte. Holanda acaba de asumir la presidencia rotativa de seis meses de la Unión Europea. Rutte dice que, si las cifras bajaran hasta acercarse a cero, Alemania y sus aliados en ese asunto se ofrecerían voluntariamente a acoger cifras indeterminadas de solicitantes de asilo directamente desde Turquía.
Si Merkel y Juncker ganaran la batalla, de aquí al próximo verano veríamos políticas europeas coordinadas, lo que supondría el nacimiento de un régimen común europeo de asilo. Sin embargo, las propuestas de la Comisión, pensadas para unir a la UE en un objetivo compartido, están provocando el efecto contrario: están sembrando división y recriminaciones entre los gobiernos de los Estados, además de hacer que muchos se regodeen con los dilemas de Merkel.
Los indicios hasta el momento no apuntan al éxito. Los europeos del Este rechazan en esencia cualquier idea de importar el multiculturalismo de Europa occidental a sus sociedades a través de la migración. De los 160.000 solicitantes de asilo que el pasado octubre se acordó reubicar desde Grecia e Italia en distintos países de la UE, solo unos 300 han sido trasladados por el momento. Un acuerdo anterior para reasentar a 22.000 personas directamente desde Oriente Medio es papel mojado.
El rechazo de Eslovenia al apoyo policial ofrecido por Alemania y Austria a sus fronteras muestra que los gobiernos están deseosos de ver a los organismos de la UE en países ajenos pero no en su propio territorio. El pacto con Turquía no está dando los resultados requeridos y los gobiernos de la UE aún no han sido capaces de acordar cómo financiar los 3.000 millones.
La resistencia a la estrategia alemana es fuerte, no solo en Europa del Este, que no quiere oír hablar de cuotas de refugiados, sino también en Francia e incluso entre algunos de los aliados habituales de Berlín. Altos cargos alemanes, austriacos y eslovenos se reunieron la semana pasada para coordinarse en política migratoria. Berlín y Viena presionaron a los eslovenos para que les permitan aplicar sus propias políticas en la frontera entre Eslovenia y Croacia, a todos los efectos una frontera exterior a Schengen y la puerta de entrada a Alemania para los refugiados. Eslovenia se opuso por su reserva a entregar los controles fronterizos a organismos europeos.
Antes de que se pueda acordar ninguna de las nuevas políticas, Merkel y otros líderes necesitan desesperadamente un respiro, una reducción en el número de solicitantes de asilo que llegan a Europa para poder aliviar las presiones políticas internas que los líderes reciben desde todos los frentes. Creen que la clave está en Turquía, que, según un acuerdo alcanzado en octubre, recibirá 3.000 millones de euros para frenar a los refugiados que cruzan a Grecia.
"Todos nuestros esfuerzos están dirigidos a reducir el flujo que llega desde Turquía y a pensar en qué hacer si ese flujo no se reduce", afirma el primer ministro holandés, Mark Rutte. Holanda acaba de asumir la presidencia rotativa de seis meses de la Unión Europea. Rutte dice que, si las cifras bajaran hasta acercarse a cero, Alemania y sus aliados en ese asunto se ofrecerían voluntariamente a acoger cifras indeterminadas de solicitantes de asilo directamente desde Turquía.
Si Merkel y Juncker ganaran la batalla, de aquí al próximo verano veríamos políticas europeas coordinadas, lo que supondría el nacimiento de un régimen común europeo de asilo. Sin embargo, las propuestas de la Comisión, pensadas para unir a la UE en un objetivo compartido, están provocando el efecto contrario: están sembrando división y recriminaciones entre los gobiernos de los Estados, además de hacer que muchos se regodeen con los dilemas de Merkel.
Los indicios hasta el momento no apuntan al éxito. Los europeos del Este rechazan en esencia cualquier idea de importar el multiculturalismo de Europa occidental a sus sociedades a través de la migración. De los 160.000 solicitantes de asilo que el pasado octubre se acordó reubicar desde Grecia e Italia en distintos países de la UE, solo unos 300 han sido trasladados por el momento. Un acuerdo anterior para reasentar a 22.000 personas directamente desde Oriente Medio es papel mojado.
El rechazo de Eslovenia al apoyo policial ofrecido por Alemania y Austria a sus fronteras muestra que los gobiernos están deseosos de ver a los organismos de la UE en países ajenos pero no en su propio territorio. El pacto con Turquía no está dando los resultados requeridos y los gobiernos de la UE aún no han sido capaces de acordar cómo financiar los 3.000 millones.
Dos hombres ayudan a un compañero que sostiene un niño ante las fuerzas especiales macedonias. AP/DARKO VOJINOVIC
¿Y qué hay de Reino Unido? El calendario propuesto para la revisión de la política de asilo también complica la apuesta de David Cameron por garantizar un nuevo acuerdo con Europa, con el que mantener al país en la UE después del referéndum que probablemente se celebrará a principios del verano. No es tanto por las cifras que implica, que son bajas, como por la peligro que supone el debate migratorio y el papel central que jugará en la campaña del referéndum.
Reino Unido no pertenece a Schengen ni forma parte de la política europea de asilo, a menos que le convenga. Elige participar en el régimen de Dublín porque eso permite a Londres deportar a solicitantes de asilo al primer país de la UE al que entraron. Sin embargo, derogar el reglamento de Dublín implica que Reino Unido no podría seguir haciendo eso, aunque la batalla europea sobre el impacto de acabar con esa política quedará desdibujada en medio de la campaña del referéndum.
A pesar de que la cuestión de si Reino Unido sigue en la UE o no es un asunto relevante para el resto de Europa, para Merkel y Juncker es algo secundario comparado con la dinámica destructiva generada por la crisis migratoria y el daño que esta podría hacer a su futuro político y a su legado. Juncker lo dejó claro este miércoles cuando convocó una cumbre europea extraordinaria sobre políticas migratorias para febrero, porque teme que la preocupación de Europa por responder al asunto de Reino Unido acapara demasiado tiempo de los líderes de la UE.
Traducción de: Jaime Sevilla