Días pasados hablábamos de la nefasta transición que se está operando en la Argentina desde la República hacia el Régimen. Este último es definido como una forma de gobierno en donde se atropellan las reglas del juego democrático, se avanza sobe la división de poderes, se desconocen los preceptos constitucionales y las normas del derecho internacional. La Argentina de Macri, en su breve experiencia de un mes, ha dado pasos gigantescos para convertir a su gobierno en un Régimen, conculcando libertades sin solución de continuidad. La última muestra de un rosario de intervenciones de ese tipo la ofrece la decisión tomada por Radio Continental, bajo evidente presión gubernamental, de levantar “La Mañana”, el programa de Víctor Hugo Morales. Este era una de las pocas voces críticas que iba quedando en la radiofonía argentina, un faro al cual se dirigían todos los que abrumados y disgustados por el monocorde tono oficialista de la prensa hegemónica en todas sus manifestaciones (prensa, radio y televisión) para escuchar la otra campana, para acceder a una perspectiva diferente, para conocer otras opiniones y escuchar las voces de otros analistas.
“La Mañana” era el programa de más rating de Radio Continental, pese a lo cual se lo liquidó sin miramientos, silenciando una de las voces más autorizadas del espacio público argentino.
Este zarpazo contra la libertad de expresión se produce en medio de la abyecta complicidad de los sedicentes personeros del “periodismo independiente”, que durante años taladraron y envenenaron los cerebros de su audiencia, sus lectores o televidentes con críticas a las supuestas amenazas que la Ley de Medios representaba para la libertad de expresión, pese a que esta pieza legal jamás pretendió legislar sobre los contenidos sino combatir la apropiación monopólica del espacio radial y televisivo.
Los supuestos adalides de las libertades públicas también criticaban la utilización arbitraria de la pauta oficial para favorecer voces alternativas para compensar la fenomenal desproporción a favor de los riquísimos medios hegemónicos totalmente jugados en un plan destituyente y que habían cambiado el periodismo por la publicidad opositora y el coaching de sus mediocres personeros. Estos nefastos personeros del odio y la intolerancia -periodistas, políticos e intelectuales deseosos de cobijarse bajo el favor oficial y sus generosas prebendas- permanecen en silencio mientras Macri pisotea una tras otra las instituciones y las normas de la República.
Su pasividad e indiferencia los convierte en farsantes, que desmienten con su inconducta las bellas exhortaciones al diálogo, el consenso, el pluralismo, la democracia que, nos decían, sobrevendrían cuando la “dictadura” kirchnerista fuera desplazada de la Casa Rosada. Ahora callan, en un silencio escandaloso e imperdonable. El totalitarismo mediático llegó a extremos jamás vistos en la Argentina democrática. Alfonsín convivió con un sistema de medios que le fue hostil desde el vamos; Menem avanzó en el control pero quedaron algunos islotes críticos que sobrevivieron a su arremetida; la Alianza heredó esa situación y su inoperancia también se reflejó en el terreno mediático. Néstor Kirchner se enfrentó ni bien asumió la presidencia con la beligerancia de La Nación, que por la pluma de José Claudio Escribano le intimó a una rendición incondicional que el patagónico desechó con dignidad.
Clarín, más astuto, primero apoyó al nuevo gobierno pero bien pronto los desacuerdos en relación al meganegocio del “Triple Play” (voz, banda ancha y televisión) pusieron al multimedios en contra del gobierno, en una escalada infernal en donde se movilizaron todos los recursos imaginables para construir un consenso “pseudo-republicano” que demonizara la gestión de Cristina Fernández de Kirchner y combatiera por todos los medios posibles a la nueva legislación, misma que había sido aprobada por amplia mayoría en el Congreso Nacional y declarada constitucional por la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
CFK libró una batalla desigual, y logró mantener un cierto pluralismo informativo que hoy, casi perdido por completo, valoramos como un bálsamo. Más allá de las limitaciones que tuvo la política comunicacional de su gobierno, desgraciadamente en manos de diletantes, la verdad es que la Argentina de su época era un país en donde cualquiera podía oír opiniones diferentes, si bien a medida que se alejaba de Buenos Aires la campana opositora sonaba con una estridencia que eclipsaba a todas las demás.
Pero, mal o bien, había dos campanas, dos voces, dos opiniones. Poco a poco comienzan a caer las tinieblas y el pensamiento único, la insulsa y fraudulenta versión oficial, será lo único que podrán escuchar los argentinos para “conocer” lo que está ocurriendo. Nunca vivimos algo igual en democracia. Se viene una durísima batalla para defender nuestras libertades, amenazadas por el macrismo desde los más diversos frentes.
El gobierno de Macri confía en la pasividad y desorganización del campo popular. Pero es una apuesta temeraria. No vaya a ser que de tanto tensar la cuerda esta se rompa y la mitad del país que no lo votó, más una fracción de los que sí lo hicieron pero ya están arrepentidos, decidan, hartos ya de tantas decisiones reaccionarias y antipopulares; hastiados y enojados por el recorte de sus ingresos, por la inflación descontrolada, por los despidos arbitrarios, reeditar las grandes jornadas de Diciembre del 2001 y una gigantesca poblada provoque el derrumbe del Régimen. Macri está jugando con fuego, y no parece muy ducho que digamos.
Por las dudas, no sería mala idea chequear el funcionamiento del helicóptero presidencial.