Las operaciones militares continuarán “hasta que no quede ni un solo terrorista”, aseveró el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, a mediados de agosto. De esta forma, el mandatario dio inicio a los bombardeos masivos sobre las montañas de Kandil, en el norte de Irak, y a una cacería en el sureste turco, con el objetivo de eliminar a los guerrilleros del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y a los militantes del Partido Democrático de los Pueblos (HDP).
LEANDRO ALBANI / MARCHA.ORG. AR
La justificación del gobierno de Erdogan y su partido AKP para dar rienda suelta a la represión ocurrió en julio pasado, cuando un atentado estremeció a la ciudad de Suruc, fronteriza con Siria. El ataque asesinó a decenas de jóvenes que se reunían en un centro cultural para solidarizarse con la lucha del pueblo kurdo en Siria, que mantiene liberado el norte del país. La administración de Ankara acusó al Estado Islámico (EI) por el atentado, pero desde las fuerzas insurgentes y civiles de Kurdistán apuntaron la responsabilidad de los servicios secretos turcos.
Sin perder tiempo, Erdogan anunció una lucha frontal contra el EI y el terrorismo. Y como el gobierno de Ankara califica al PKK de terrorista (al igual que Estados Unidos y la Unión Europea), desató los bombardeos sobre Kandil, donde se encuentra asentada la comandancia general del PKK. Ante esta situación, la guerrilla kurda levantó el alto el fuego que mantenía con el objetivo de propiciar un diálogo de paz y reinició los ataques contra el Ejército turco. El principal comandante de la insurgencia, Cemil Bayik, declaró que “los combatientes de PKK nunca entregarán sus armas ni se retirarán de Turquía, mientras Ankara siga con sus operaciones contra posiciones en el norte de Irak”. Bayik reclamó además la mediación de Estados Unidos para detener la represión del gobierno turco.
El avance militar del gobierno turco sobre el movimiento kurdo hasta el momento tuvo como consecuencia el arresto de al menos 2.000 militantes y simpatizantes del HDP, la represión y quema de aldeas y poblados en el sureste del país, y el asesinato de 440 guerrilleros y guerrilleras desde julio.
La arremetida de la administración tiene al menos dos razones concretas: el elección histórica realizada por el HDP en los comicios del pasado 7 de junio y el afianzamiento de la revolución en el norte de Siria, encabezada por las milicias YPG/YPJ.
En el primer caso, el HDP obtuvo 80 diputados (quedando como tercera fuerza) y el AKP perdió la mayoría en el Parlamento, algo que truncó los planes de Erdogan para redoblar sus políticas neoliberales. Debido a esto, el gobierno de Ankara no puedo alcanzar un gobierno de unidad y el 1 de noviembre se realizarán nuevos comicios, en las cuales el AKP podría recibir otro duro golpe.
En el segundo caso, la postura de Erdogan siempre fue clara: apuntar sus cañones para desbaratar el proceso político que se desarrolla en el norte de Siria. Para esto, el mandatario se valió de todo lo que tuviera a mano: bloquear la frontera, financiar y armar al Estado Islámico e impulsar el derrocamiento del presidente sirio Bashar Al Assad.
Desde hace más de dos años, las fuerzas de las YPG/YPJ vienen afianzando su poder en el norte de Siria (Rojava), aplicando formas de autogobierno y combatiendo contra los mercenarios del Estado Islámico (EI). Aunque Erdogan declaró en varias oportunidades que nunca permitiría que la insurgencia controlara la zona, los pueblos de esa región (que incluye a kurdos, árabes, asirios, chechenos, entre otros) mantienen una fuerte resistencia contra los ataques del EI, al mismo tiempo que aceleran la construcción de nuevas administraciones, basadas en la democracia, las asambleas populares e incipientes modelos económicos cooperativos, pese a la destrucción y las masacres cometidas por los seguidores del autoproclamado califa Abu Bakr Al Baghdadi.
Los reveses del Estado Islámico dados por las YPG/YPJ y el Ejército sirio dejan a la deriva el proyecto de Erdogan de posicionarse como líder absoluto en la región, pregonando un modelo islámico vinculado a la ideología de los Hermanos Musulmanes –que incluye políticas neoliberales y represivas-.
El anuncio de Ankara sobre combatir al Estado Islámico todavía espera concreción. Aunque el lunes el canciller turco, Mevlut Cavusoglu, declaró que su gobierno y Estados Unidos preparan una operación aérea “integral” contra los mercenarios del EI, la realidad de este plan es, por lo menos, difusa.
¿Cómo esperar entonces que el gobierno de Turquía -que instaló hospitales en la frontera con Siria para asistir a los terroristas-, ahora combata al Estado Islámico, al cual apaña y financia?
La decisión de Erdogan de bombardear al PKK y abrir las bases militares de su país a Estados Unidos tiene la simple explicación de blindar su poder y forzar, a fuego y sangre, su objetivo de posicionarse como líder en la zona y desbaratar cualquier intento democrático en la región.