Las secuelas del triunfo el Brexit en el Reino ahora menos Unido que nunca en los últimos 300 años tienen aires de tragedia de Shakespeare y una proyección transversal que afecta a los principales partidos políticos británicos.
OTHER NEWS (Luis Matías López*) —
08.07.2016
El primer ministro, el conservador David Cameron, gran responsable del cataclismo, ha tomado las de Villadiego, dejando tras de sí un vergonzoso navajeo por la sucesión que ya se ha cobrado la cabeza de quien se postulaba como gran favorito: Boris Johnson.El ex alcalde de Londres traicionó a Cameron al convertirse en abanderado de los tories euroescépticos con el propósito de robarle el sillón, pero el tiro le salió por la culata por otra deserción, la de Michael Gove, que le retiró su apoyo y le forzó a abandonar la competición, a la que él mismo se lanzó. Sin embargo, la conjura del ministro de Justicia no le garantiza ni mucho menos que vaya a ser el próximo inquilino del 10 de Downing Street, ya que quien parte como favorita es Theresa May, la titular de Interior, que hizo campaña por el Bremain (la permanencia en la UE), pero con una falta de entusiasmo -o un derroche de cálculo- que le dejaba todas las opciones abiertas.
Al comienzo del proceso, la mitad exacta de los 330 diputados conservadores mostraron el martes su apoyo a May, seguido por Andrea Leadson, que abogó por el Brexit, y del propio Gove, que parece perder sus opciones de forma imparable. ¿Será por aquello de que Roma no premia a traidores?
El resultado de la disputa es clave, porque quien gane tendrá que gestionar la desconexión con Europa o, para ser más exacto, el intento de conjugar la salida de la Unión a la que obliga el veredicto de las urnas, con el mantenimiento al máximo posible de los lazos económicos y financieros, muy especialmente la pertenencia al mercado único. Y no es lo mismo que ese trabajo lo haga un euroescéptico que un europeísta.
Cuestión diferente es que ese encaje de bolillos sea compatible con la aceptación por Londres de la libertad de movimientos de las personas asociado a las de capitales y mercancías y, en términos más generales, con los intereses de los Veintisiete. Estos se enfrentan a la duda hamletiana (otro tópico sobre el Gran Bardo) entre mostrarse inflexibles para reducir el riesgo de contagio o intentar salvar lo que se pueda de la quema, aun a costa de que Londres conserve buena parte de las ventajas de formar parte de un proyecto colectivo sin asumir los inconvenientes.
Este debate evolucionará en los próximos meses, a uno y otro lado del canal de La Mancha incluso antes de que se inicie oficialmente el proceso de desconexión. Entre tanto, la conmoción por el triunfo del Brexit ha provocado una catarsis en el Reino Unido que incluye desde fuertes tensiones secesionistas en Escocia e Irlanda del Norte -donde la permanencia ganó con rotundidad-, al temor a la recesión y la pérdida masiva de empleos, las propuestas que rozan el absurdo de no reconocer el resultado del referéndum o de convocar otro, e incluso a la exasperada furia entre los jóvenes que culpan a sus padres y abuelos de haberles mutilado su futuro, sin un análisis de conciencia por el hecho de que fue su escasa presencia en las urnas (al contrario que sus mayores) lo que propulsó la tragedia de la que ahora se lamentan.
El Brexit no solo revuelve las aguas entre los tories. También lo hace entre los laboristas, donde el liderazgo siempre cuestionado en su grupo parlamentario de Jeremy Corbyn está más amenazado nunca. No le debe resultar fácil sobrevivir al frente del principal partido de la oposición, pese a contar con el respaldo mayoritario de las bases, cuando sus diputados han votado mayoritariamente en su contra en una moción de censura interna. Su falta de entusiasmo a favor de la permanencia británica en la UE le está pasando factura, en la hora crítica en la que la atmósfera que se respira no es la de júbilo por el triunfo sino la de lamento por el fracaso.
De rebote, la única oportunidad en muchas décadas de que el laborismo recupere sus esencias izquierdistas se aleja por la desunión del partido, no tanto como la del conservador respecto a la UE, pero con una fractura ideológica no menos peligrosa. Si Corbyn termina arrojando la toalla, quien parece mejor situada para tomar el relevo es Angela Eagle, ex ministra de pensiones con Gordon Brown, que se unió a la rebelión contra su teórico líder.
Si Eagle y May -que no desmiente a quienes la ven como otra Thatcher en potencia- consiguiesen su objetivo, habría tres mujeres en puestos clave en un momento especialmente crítico para el futuro del Reino Unido, ya que a ellas dos habría que añadir a Nicola Sturgeon, jefa del Gobierno escocés y que ya ha dejado claro que apostará por convocar otro referéndum independentista, con mejores perspectivas de ganarlo que en 2014. Tiene lógica: uno de los principales argumentos esgrimido por Cameron para pedir el voto por la integridad del Reino Unido es que, si Escocia se separaba, dejaría de pertenecer a la UE. La paradoja es que ha ocurrido justo lo contrario: que el rechazo entonces a la independencia la aleja ahora de Europa, pese al voto abrumadoramente contrario al Brexit en la región.
Sin tanto dramatismo, el resultado del referéndum ha provocado también el relevo en el tercer partido más votado del país, aunque el sistema electoral le deja ahora con un solo diputado en Los Comunes: Nigel Farage, la punta de lanza de la secesión, ha dimitido como líder del UKIP, tras proclamar el 23 de junio como "día de la independencia" y gritar "¡misión cumplida!".
No es del todo cierto, porque ahora queda lo más difícil: gestionar y negociar la desconexión. Tal vez por eso, Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, acusaba el martes en la Eurocámara a Farage y Johnson de ser patriotas de salón que abandonan el barco cuando hace aguas. De no frenarle la cortesía diplomática, podría haber añadido a Cameron, en quien sin duda pensaba al descalificar a la clase política británica por meter a su país y al resto de Europa en este embrollo sin disponer de un plan de contingencia claro para el caso de que el Brexit se impusiera en las urnas.
Las primeras reacciones a la renuncia de Farage no apuntan a razones políticas evidentes o a luchas intestinas de poder, aunque quizá las haya. Él asegura que, tras devolver el país a sus conciudadanos, ahora quiere recuperar su vida, lo que no resulta increíble en alguien que ya ha burlado a la muerte tras sobrevivir a dos graves accidentes y un cáncer de pulmón. Lo que no está tan claro es que, como en dos ocasiones anteriores, no termine desdimitiendo, un palabro acuñado a su medida.
Lo lógico es que la posteridad sea más clemente con Farage, que fue coherente con sus ideas y logró imponerlas, que a Cameron que, por torpeza, cálculo erróneo e interés político personal, convocó un referéndum innecesario que ha precipitado al Reino Unido y al proyecto de integración europea en la peor crisis en más de medio siglo. Se podrá no entender, justificar o perdonar a Farage, sobre todo por mentir en los datos con los que argumentaba su posición, pero nadie podrá negarle que luchó por aquello en lo que creía. Como ése no ha sido el caso de Cameron, lo único que se merece es el desprecio.
*Exredactor jefe y excorresponsal en Moscú de EL PAIS, miembro del Consejo Editorial de PÚBLICO hasta la desaparición de su edición en papel. En Público.es