23 dic 2017

DE CRUCERO EN UN TITANIC

ARGENTINA

El tic-tac del sector externo
Por Raúl Dellatorre23 de diciembre de 2017


Imagen: AFP

Como si se tratara de una bomba de relojería, el sector externo parece avanzar inevitablemente hacia un estallido, en la visión extrañamente coincidente de economistas de ambos extremos del arco político. La razón se asienta en la decisión inamovible del gobierno de financiar sus desequilibrios internos (déficit fiscal) con préstamos del exterior. Esa entrada de divisas compromete al país a futuro, pero nutre de dólares al mercado para pagar el excedente de importaciones sobre exportaciones (déficit comercial), la demanda de dólares para viajes al exterior y la conversión de activos financieros en moneda local a dólares (dolarización de cartera o fuga de divisas). De este modo, el déficit de cuenta corriente (las tres fuentes de demanda de dólares recién mencionadas) se disimula con endeudamiento, que evita que la crisis se exteriorice en el modo de una disparada del valor del dólar (megadevaluación). 

La crónica de una crisis anunciada: el gobierno nada hace para resolver el problema de fondo, niega el problema y, mientras tanto, la pérdida de divisas (por pagos al exterior y por fuga de capitales) se financia con más endeudamiento. ¿Hasta cuándo? Hasta que los capitales externos digan basta y asuman que el riesgo de prestarle al país es demasiado alto. Tic-tac, tic-tac, tic-tac.
El Indec publicó este jueves las estadísticas de “balanza de pagos, posición de inversión internacional y deuda externa” del tercer trimestre de este año. Allí se pueden ver varios datos relevantes para el análisis de la evolución del sector externo. La cuenta corriente de la balanza de pagos –el resultado de las transacciones entre los agentes económicos del país y los del exterior en esos tres meses– arroja un saldo negativo de 8683 millones de dólares. Una cifra que es récord histórico para un trimestre. Los antecedentes inmediatos marcan que el déficit en cuenta corriente es una tendencia que crece aceleradamente. Peligrosamente. El resultado de la misma cuenta para todo 2016 había sido negativo en 14.693 millones de dólares (unos 3700 millones por trimestre, en promedio). 

Este año ya registró un déficit de 7100 millones en el primer trimestre y 6600 millones en el segundo. Con lo cual, ya este año acumula un déficit de 22.476 millones de dólares, y desde el inicio de la gestión de Cambiemos (transcurridos 7 trimestres), acumula 37.169 millones. Una cifra impresionante como para encender varias luces de alarma.


¿Cómo se explica semejante déficit? De los 8683 millones de saldo negativo del último trimestre, más de la mitad, 4482 millones, se origina en el déficit en el intercambio de bienes y servicios. Esto es, más importaciones que exportaciones, y más viajeros locales que gastan en el exterior que los extranjeros que vienen a gastar aquí. El otro rubro importante es el pago de rentas al capital extranjero: utilidades de empresas o accionistas del exterior, y otras ganancias de capital como los intereses de inversiones financieras de titulares del exterior. Esta cuenta suma 4148 millones de dólares que se pagaron al exterior en tan sólo un trimestre.

¿Cómo se financia la necesidad de dólares para pagar todos esos compromisos? En esta caso, se lo hizo con “emisión neta de pasivos” (títulos de deuda) por 16.000 millones de dólares en tan sólo tres meses. 

Como consecuencia de estos movimientos, la deuda externa, que al 30 de junio alcanzaba a los 201.435 millones de dólares, al 30 de septiembre (90 días después), había saltado a 215.294 millones de dólares. Es decir, un crecimiento de la deuda de unos 150 millones de dólares cada 24 horas.

Ante tan grave cuadro de situación, no se trata de lanzar pronósticos apocalípticos, sin analizar primero la respuesta del gobierno, la propuesta de salida que ofrece. Según lo reflejó el portal de noticias La política on line, “desde Hacienda matizaron la importancia del déficit y celebraron que el principal rubro de este déficit sea la importación de maquinaria y bienes de capital, componentes clave de la inversión y por lo tanto del crecimiento de la economía”. Y citando fuentes del Palacio de Hacienda, señalan que “el déficit de cuenta corriente es esencialmente el reflejo del crecimiento de la inversión”. 

Ya parece un síndrome de este gobierno en materia económica: lo que para cualquier analista es un dato preocupante, en el discurso oficial es una buena noticia.

La capacidad de endeudamiento del país tiene un límite, y son más los que advierten que ese límite está muy cerca. La “vulnerabilidad del sector externo” es señalada como un riesgo creciente de la economía desde hace ya tiempo por Mercedes Marcó del Pont, ex diputada nacional y ex presidenta del Banco Central durante la gestión kirchnerista. Pero también por diversos economistas muy vinculados desde lo político e identificados ideológicamente con este gobierno, como José Luis Espert, Juan Carlos De Pablo y hasta Carlos Melconian, presidente del Banco Nación durante el primer año del gobierno de Mauricio Macri.

No es que el gobierno no actúe para resolver el problema, pero lo hace en un sentido y con prioridades que no parecen las más acertadas. Niega, por ejemplo, que su política esté alentando una sustitución negativa en el comercio exterior (productos importados que reemplazan lo que antes ofrecía la producción nacional) limitándose a tomar como referencia únicamente el dato de importaciones de maquinarias y equipos, como sinónimo de repunte de la inversión; cuando, al mismo tiempo, por cada dólar que se gasta en bienes de capital importados, se van 1,4 dólares en fuga de capitales que eligen convertirse en activos externos antes que invertirse o reinvertirse en el país. Esa actitud es sinónimo de desinversión, con lo cual el resultado neto es negativo también en ese plano.

El gobierno insiste, sin embargo, en que el problema de raíz es la inflación. Para ello aplica una política monetaria que alienta la inversión especulativa en pesos, le quita recursos monetarios a la actividad económica y sube las tasas de interés de todo el sistema financiero, encareciendo el crédito a la actividad productiva. 

El doble efecto negativo de esta política es que tiene impacto recesivo interno y provoca una salida de divisas por intereses que va a superar, rápidamente, la entrada de capitales en divisas con fines especulativos. En los últimos días se empezó a ver apenas un indicio de esa reversión de la tendencia del flujo del capital financiero, y el dólar trepó 60 centavos en una semana. Por ahora, sólo un aviso.

La otra preocupación atendida por el gobierno es bajar el déficit fiscal. Para ello, impuso una serie de reformas estructurales en las que se reflejan los dos aspectos centrales sobre los que opera la política oficial para bajar el gasto: recorte de haberes a jubilados y encarecimiento de las tarifas públicas. Si resulta, el ajuste lo pagarán jubilados y usuarios de luz, gas y agua domiciliaria. Otro condimento recesivo en el horizonte.

El gobierno cumple así con los mandatos del FMI y sus recetas. 

Pero difícilmente resuelva los desequilibrios del sector externo que se siguen extendiendo como una mancha de aceite sobre el agua. La incógnita, por ahora, es cuánto tiempo le queda para reaccionar. Tic-tac, tic-tac, tic-tac.