Por Tania Rodríguez y Daina García
9 mayo, 2019
De un tiempo a esta parte, no faltan encuestas, relevamientos, barómetros, sensaciones térmicas y otras manifestaciones de sensibilidad que coloquen en el podio de las preocupaciones orientales al miedo y la inseguridad. Junto a estas, se afianzó la estrategia represiva como forma de lidiar con la cuestión social.
Las cifras, que siempre hay que mirar críticamente, parecen elocuentes en marcar elementos objetivos (u objetivables) que evidencian un aumento del delito y la violencia. Pero como bien decía Onetti, no hay peor forma de la mentira que decir toda la verdad “ocultando el alma de los hechos”.
La amplificación mediática y el creciente punitivismo como forma de dirimir la cuestión social, mucho más que consecuencia, parecen ser parte del problema. Tras varios años de progresismo, en Uruguay crece la opinión de que la pobreza es un problema individual y no social, es una (mala) opción de vida, y no una deficiencia estructural del modo de acumulación capitalista. Y así, retrocedemos, cada vez que pensamos que la gente es mala y no merece, que los pobres son viciosos y culpables de sus miserias mientras que los ricos son pulcros y merecedores de su abundancia. De esta forma, los peligrosos son los pobres, las pobres, quienes no tienen nada. Y entre ellos, en particular el “joven pobre”.
Cada vez más lejos del ciclo de bonanza económica que permitió mejoras en las condiciones de vida de la mayoría y enriquecimiento de las élites, la realidad -capitalista- se muestra con toda su crudeza. Ya no alcanza con disputar relato mostrando como los indicadores eran peores en los noventa, se hace necesario disputar realidad. Los sectores más conservadores, cada vez con más “viento en la camiseta” se lanzan salvajes y decididos a atropellar derechos. La campaña para sacar milicos a la calle como en las épocas más oscuras, es un componente más en ese avasallamiento reaccionario que nos desfila por las narices y nos quiere llevar a cuestas.
Las confesiones recientes de (el represor Nino) Gavazzo y las resoluciones de los tribunales de honor, muestran una continuidad incontestable entre las fuerzas armadas de la dictadura y las del presente. Una ignominiosa comunidad de ideas e intereses entre aquellos que perpetraron el odio, la cárcel, la tortura y la muerte y quienes sostienen hoy a las fuerzas militares. El punitivismo resurge con fuerza como un espacio de reagrupamiento de la derecha.
La derecha capitaliza así en torno al eje seguridad-inseguridad el malestar que provocan los límites cada vez más evidentes del capitalismo uruguayo. Un capitalismo que necesita para su funcionamiento de aquellos sujetos que no solo aísla sino que excluye, elimina y mata. Pero, insistimos, necesita de ellos para su mantenimiento y crecimiento.
La reforma constitucional que propone Larrañaga promueve que sean los militares quienes ejerzan el control y la represión como solución a respuestas que no puede dar la policía. Las instituciones militares no son otra cosa que una máquina de impunidad. Una impunidad que la entienden como norma.
La campaña “Vivir sin Miedo” más que augurarnos seguridad y amparo constituye una solución inmediatista que creará más problemas (sólo basta con mirar a nuestros países vecinos). La mano dura más que solucionar, agrava y aumenta el delito, así como el miedo que promete combatir.
Entonces, ¿cómo intervenir? ¿cómo accionar? Para comenzar debemos reconocer que se ha instalado al miedo como dispositivo político para hacernos saltar de nuestro lugar y para que surja también de nosotros mismos soluciones vinculadas a la represión y al punitivismo. Juntemonos, problematicemos lo que nos muestran, lo que nos dicen. Pensemos en el “alma de los hechos” y su contexto, y no en lo que nos venden los grandes medios de comunicación. Hagamos juntos y juntas política contra ese miedo que nos inculcan (y que es fácil hacerlo aparecer). Parémonos firmes a la izquierda de la resignación. Y no solo.
Animémonos a reinventar, a dialogar con otros, con otras, a proponer. Que nuestros pensamientos se hagan propuestas y que nuestras propuestas acciones. Acciones que resistan y que creen. Por eso, la tarea hoy es juntarnos para combatir la campaña “Vivir Sin Miedo”. Habrá que escribir más artículos, recorrer ferias, pintar muros, responder con arte, copar las redes. Entre tanto, nos queda también el desafío de encontrar respuestas alternativas a la estigmatización y la represión. Más allá del miedo y del punitivismo.
* Editorial del portal Hemisferio Izquierdo