Por qué es un mito fundacional de nuestra historia política reciente. Detrás de la santa y de la puta
Por Sergio Wischñevsky
07 de mayo de 2019
Los millones de argentinos que la amaban nunca tuvieron oportunidad de votarla. No creyó en la lástima y levantó en las siluetas plebeyas el orgullo de la Justicia social. Sabía que a veces el punto medio no es el punto de equilibrio. Se cumplen 100 años de una mujer con categoría de mito.
Nunca ocupó un puesto dentro del Estado, jamás tuvo un cargo electivo. Los millones de argentinos que la amaban no tuvieron la oportunidad de votarla. Se cumplen cien años del nacimiento de una mujer con categoría de mito. Sin duda podría y debería ser estudiada más allá de las pasiones, pero despojada de ellas, pierde gran parte de su encanto y de su verdadera trascendencia histórica. Sin ese halo, sin ese soplo de vida, una biografía de Evita no es un análisis, es una autopsia.
“Nadie sino el pueblo me llama Evita. Solamente aprendieron a llamarme así los descamisados. Los hombres de gobierno, los dirigentes políticos, los embajadores, los hombres de empresa, profesionales, intelectuales, etc., que me visitan suelen llamarme señora; y algunos incluso me dicen públicamente Excelentísima o Dignísima Señora y aun a veces, Señora Presidenta. Cuando un pibe me nombra Evita me siento madre de todos los pibes y de todos los débiles y humildes de mi tierra”. Escribió en 1951 en su libro testimonio: La razón de mi vida.
María Eva Duarte de Perón, Evita, hacía sus discursos sin leer, entendió que lo contrario del orden no es el caos, sino un nuevo orden, y eso fue lo que corporizó, un nuevo orden justicialista que no comulgó con la beneficencia, no creyó en la lástima y levantó en las siluetas plebeyas el orgullo de la Justicia Social.
Su vida tiene todos los condimentos de un relato que parece sacado de la mitología griega. El nacimiento en los Toldos el 7 de mayo de 1919. Hija de Juan Duarte y Juana Ibarguren. El padre, rico estanciero y político conservador de Chivilcoy, participó en las maniobras gubernamentales de expropiación de tierras a los mapuches. Los Toldos era una toldería mapuche. Juana, su madre, era una mujer humilde, resignada a un lugar secundario frente al poderío del patrón que mantenía dos familias: la legal y la de Eva.
Vivió en el campo hasta 1926, fecha en la que el padre falleció y la familia quedó desheredada y completamente desprotegida debiendo abandonar la estancia en la que vivían. La imagen de su madre, con ella aún muy niña y sus hermanos, llegando al funeral de donde fueron expulsados con desdén es de un dramatismo conmovedor un cuadro excepcional de aquella Argentina.
La segunda parte de esta historia arranca en 1935 cuando Evita, con 15 años, viajó a Buenos Aires. Ahí se desarrolla su lucha por ser actriz, se codea con la farándula, se esfuerza “por ser alguien en la vida”, son épocas duras, la crisis social y económica que empezó en 1930 generó una gran masa humana de migración interna con una dirección única: desde las provincias hacia la gran ciudad en busca de oportunidades. Consiguió trabajo en la Radio interpretando a Mujeres de la historia. Adquirió un muy rico e inusual vocabulario, ese que dejó frases imborrables en la memoria popular. Aparece en revistas, participa en compañías teatrales, hace su incursión en el cine. El domingo 26 de julio de 1936, en el diario La Capital de Rosario apareció la primera foto pública que se le conoce con el siguiente epígrafe: “Eva Duarte, joven actriz que ha logrado destacarse en el transcurso de la temporada que hoy termina en el Odeón”. Y asomó otra veta: fue una de las fundadoras de la Asociación Radial Argentina (ARA), primer sindicato de los trabajadores de la radio.
El tercer gran capítulo comienza el 22 de enero de 1944 en el estadio Luna Park, en un acto para recaudar fondos para las víctimas de un devastador terremoto en la ciudad de San Juan. Allí Eva, de 24 años, conoce a Perón, viudo de 48 años. El inolvidable Roberto Galán aseguró siempre que él los presentó y uno quisiera creerle. Solo un mes después ya estaban conviviendo, y eso fue un escándalo para los conservadores camaradas de las FFAA.
Solo cinco días después del cisma político irreversible que significó el 17 de octubre de 1945, Perón y Evita se casaron en Junín y se enfocaron en la campaña electoral con vistas a las elecciones presidenciales de febrero de 1946. Esas que abrieron una grieta política profunda en Argentina, la grieta social ya llevaba varias décadas. El peronismo se enfrentó a prácticamente toda la clase política de aquel entonces nucleada en la Unión Democrática, y contra todos los pronósticos ganó la presidencia. Eva rompió los protocolos de la usanza de aquellos tiempos, las esposas de los candidatos se restringían a un rol apolítico y “acorde a lo que se espera de una dama”, pero no fue el caso, ella participó y habló en muchos actos, tuvo voz y discurso propio. En esos meses levantó las banderas, de larga tradición, de los derechos políticos de las mujeres. Y en 1947 fue ella la que anuncia a las argentinas que su derecho a votar y participar en política estaba consagrado.
La tradición indicaba que Eva debía ser la “primera dama” y se le reservaba la presidencia de la centenaria Sociedad de Beneficencia; pero las distinguidas damas le negaron ese honor aduciendo que era demasiado joven: “entonces que sea mi madre” retrucó Eva con sorna y poco después dio por disuelta esa organización. Los motivos los dejó bien claros: “No. No es filantropía, ni es caridad, ni es limosna, ni es solidaridad social, ni es beneficencia. Ni siquiera es ayuda social, aunque por darle un nombre aproximado yo le he puesto ése. Para mí, es estrictamente justicia. Lo que más me indignaba al principio de la ayuda social, era que me la calificasen de limosna o de beneficencia”.
Estas formas desafiantes, los contenidos igualitarios, sus aires de mujer poderosa sin culpa ni falsas modestias le granjearon un amor descomunal de las multitudes trabajadoras que la elevaron a la categoría de Santa, y un odio pocas veces visto de los sectores antiperonistas. Ezequiel Martínez Estrada no se privó de decir: “Esta mujer tenía no sólo la desvergüenza de la mujer pública en la cama, sino la intrepidez de la mujer pública en el escenario… una farsante capaz de representar cualquier papel, incluso el de dama honorable...”. En la Fundación Eva Perón llevó a cabo obras de enorme envergadura, y sus enemigos lo han reconocido al criticarle lo demasiado buena que era la comida, la atención y las ropas que repartía entre los humildes.
El punto culminante de su relación con las multitudes fue sin duda el 31 de agosto de 1951, la gente le pedía que sea candidata a la vicepresidencia y Evita les juraba que no importaban los cargos. Fue un diálogo espontáneo, natural, con una tensión abierta. Aún no sabemos con certeza por qué “renunció a los honores pero no a la lucha”. Ella se veía dubitativa, con ganas de decir que sí, se lo estaba pidiendo el pueblo, no pudo dar el no definitivo que vino días después en un mensaje por cadena nacional.
El cáncer de útero se llevó a la joven que no tuvo hijos y se convirtió en la madre de tantos. Mujer de definiciones, sabía que a veces el punto medio, no es el punto de equilibrio: “Yo, sin embargo, por mi manera de ser, no siempre estoy en ese justo punto de equilibrio. Lo reconozco. Casi siempre para mí la justicia está un poco más allá de la mitad del camino… ¡Más cerca de los trabajadores que de los patrones”!