Especuladores en fuga
Por David Cufré
04 de mayo de 2019
La acumulación de medidas defensivas por parte del Gobierno en materia cambiaria no consigue revertir la crisis de confianza instalada entre inversores internacionales. Después de anunciar que ahora sí el FMI le permite intervenir con venta de dólares, el Banco Central aumentó esta semana otros dos puntos las tasas de interés, hasta bordear el 74 por ciento, el nivel más alto desde 2002. Lo hizo ante la evidencia de que no cesa la sangría de capitales especulativos. A lo largo del último año, esos fondos golondrina registran salidas netas en once de los doce meses en las estadísticas de la autoridad monetaria. Los capitales se van por las inconsistencias del modelo económico de Cambiemos desde mucho antes que Cristina Fernández de Kirchner apareciera liderando encuestas para las próximas elecciones. En abril de 2018, la ex presidenta todavía cargaba con el peso de la derrota ante Esteban Bullrich y no representaba una amenaza financiera en ningún escenario.
La estampida de divisas se produjo entonces con la señal de largada del JP Morgan y la carrera detrás suyo de bancos y fondos de inversión extranjeros, movimiento seguido de inmediato por empresarios y ahorristas locales. Esa huida en manada, seis meses después del triunfo de Cambiemos en las elecciones legislativas, fue lo que marcó el inicio de la corrida cambiaria en abril del año pasado. La razón fundamental fue el corte abrupto de las posibilidades de endeudamiento en los mercados internacionales, tras más de dos años de emisiones descontroladas. La persistencia de esas tensiones un año después forma parte de la explicación de por qué el dólar subió de 20 a 45,50 pesos.
La tendencia a la dolarización de carteras de inversores del exterior volvió a pegar un salto el mes pasado, de acuerdo a estimaciones del mercado, luego del vencimiento de títulos públicos que no fueron renovados. Los inversores cobraron lo correspondiente por sus bonos y en lugar de reinvertirlo en nuevos instrumentos tomaron las divisas y las sacaron del país. Ese proceso de salida de capitales de la timba financiera agudiza la desestabilización del mercado de cambios. El acuerdo con el FMI y sus sucesivas renegociaciones se suponía que debía alcanzar para revertir las dudas de los inversores, pero lo que se aprecia es que aumentan cada vez más. Los giros permanentes en las reglas cambiarias dañaron la confiabilidad del programa, lo que también se refleja en las tasas de interés en 73,76 por ciento.
“En términos netos, en marzo la inversión de portafolio de no residentes volvió a registrar un egreso de divisas por 243 millones. Lo que explica que a pesar de las elevadas tasas de interés, los inversores extranjeros perciben cierto riesgo que los lleva a desarmar sus posiciones en pesos para refugiarse fuera del país. En ese mes, el desarme fue de 1487 millones de dólares”, detalla el último informe de la consultora ACM, que dirige Javier Alvaredo, con datos del balance cambiario del Banco Central. La búsqueda de refugio fuera del país, como lo describe el documento, totalizó 7530 millones de dólares netos entre abril de 2018 y marzo de 2019. En todos esos meses, salvo febrero, inversores extranjeros sacaron divisas del país. En términos brutos, la fuga protagonizada por ellos alcanzó a 18.817 millones de dólares en ese período.
No es sencillo estimar cuántos dólares más pueden retirar inversores no residentes, pero la cifra no bajaría de 5000 millones de dólares, según cálculos conservadores en el mercado. El proceso de salida quedó ahora más aceitado con la autorización del Fondo Monetario a gastar los dólares del crédito Stand-By, a los cuales Cambiemos echa mano a mansalva para intentar sostenerse. El hecho de que los capitales se sigan fugando con tasas de interés arriba del 70 por ciento no es un buen augurio para lo que pueda suceder cuando arranque la temporada alta de compra de divisas en el fragor de la campaña electoral.
El problema de fondo, que el Gobierno se niega a aceptar, es su error inicial de haber liberado la compra de dólares de manera absoluta y haber permitido junto con ello la libre entrada y salida de capitales especulativos. Son factores siempre ausentes en los análisis oficiales y en el de los economistas que solían acompañarlo. De eso no se habla. Pero esa desregulación fundacional del modelo económico de Cambiemos es lo que lo deja al país a merced de los especuladores, siempre ávidos de más tasa y más dólar.
En lugar de reconocerlo, para el Gobierno es más fácil descargar la responsabilidad de la crisis en la pesada herencia y en el miedo que produce en el mundo la posibilidad de un regreso al populismo. Que vuelva lo peor, como diría Mirtha Legrand. La culpa de todo lo que pasa, en conclusión, es del kirchnerismo, por el pasado y por el futuro. Cambiemos es víctima por lo que le dejaron y víctima por la simple existencia de encuestas que ubican a Cristina con buena ventaja para el balotaje, en sondeos muy preliminares. Macri no necesita hacer autocrítica ni corregir ningún rumbo porque además de sufrir las cargas que le impone la oposición tiene que soportar que pasen cosas en el mundo que perjudican los intereses nacionales. El país es una cáscara de nuez en mares embravecidos y hay que aguantar.
Ese relato, que domina en el discurso oficial y en el de la amplia red de medios alineados con la Casa Rosada, podrá ser efectivo o no para el oficialismo en términos políticos, pero para torcer las expectativas económicas está demostrado que no sirve en lo absoluto. Si el Presidente se describe a sí mismo como una figura decorativa, que está a merced de las maldades que pueda elucubrar la jefa de la oposición y del contagio de las histerias de los mercados globales, difícilmente logre convencer a muchos sobre la conveniencia de mantener el rumbo al que ha lanzado a la Argentina. Sobre todo, cuando la crisis lleva más de un año, tres de los cuatro años de gestión fueron con recesión y alta inflación, del mejor equipo en cinco décadas ya no se puede esperar nada y abundan los cambios de dirección y los manotazos de ahogado.
Macri, por otra parte, ya gastó la carta de las promesas de un futuro mejor. No puede decir ni pobreza cero, ni vamos por el cambio, ni brotes verdes, ni lluvia de inversiones, ni segundo semestre, ni lo peor ya pasó. Solo puede quejarse por la herencia y asustar con Cristina y Venezuela. Pero no puede ofrecer previsibilidad ni certezas de que el esfuerzo valga la pena. La percepción generalizada es que el Presidente no tiene idea de qué está haciendo ni qué piensa hacer para mejorar la situación. Y eso los mercados financieros también lo ven. Pero la preocupación de los especuladores no es el bienestar general, sino cómo sacar provecho de tanto desconcierto. Que las tasas de interés estén casi en 74 por ciento y el dólar en 45,50 pesos demuestra que han sabido hacerlo bastante bien.
04 de mayo de 2019
La acumulación de medidas defensivas por parte del Gobierno en materia cambiaria no consigue revertir la crisis de confianza instalada entre inversores internacionales. Después de anunciar que ahora sí el FMI le permite intervenir con venta de dólares, el Banco Central aumentó esta semana otros dos puntos las tasas de interés, hasta bordear el 74 por ciento, el nivel más alto desde 2002. Lo hizo ante la evidencia de que no cesa la sangría de capitales especulativos. A lo largo del último año, esos fondos golondrina registran salidas netas en once de los doce meses en las estadísticas de la autoridad monetaria. Los capitales se van por las inconsistencias del modelo económico de Cambiemos desde mucho antes que Cristina Fernández de Kirchner apareciera liderando encuestas para las próximas elecciones. En abril de 2018, la ex presidenta todavía cargaba con el peso de la derrota ante Esteban Bullrich y no representaba una amenaza financiera en ningún escenario.
La estampida de divisas se produjo entonces con la señal de largada del JP Morgan y la carrera detrás suyo de bancos y fondos de inversión extranjeros, movimiento seguido de inmediato por empresarios y ahorristas locales. Esa huida en manada, seis meses después del triunfo de Cambiemos en las elecciones legislativas, fue lo que marcó el inicio de la corrida cambiaria en abril del año pasado. La razón fundamental fue el corte abrupto de las posibilidades de endeudamiento en los mercados internacionales, tras más de dos años de emisiones descontroladas. La persistencia de esas tensiones un año después forma parte de la explicación de por qué el dólar subió de 20 a 45,50 pesos.
La tendencia a la dolarización de carteras de inversores del exterior volvió a pegar un salto el mes pasado, de acuerdo a estimaciones del mercado, luego del vencimiento de títulos públicos que no fueron renovados. Los inversores cobraron lo correspondiente por sus bonos y en lugar de reinvertirlo en nuevos instrumentos tomaron las divisas y las sacaron del país. Ese proceso de salida de capitales de la timba financiera agudiza la desestabilización del mercado de cambios. El acuerdo con el FMI y sus sucesivas renegociaciones se suponía que debía alcanzar para revertir las dudas de los inversores, pero lo que se aprecia es que aumentan cada vez más. Los giros permanentes en las reglas cambiarias dañaron la confiabilidad del programa, lo que también se refleja en las tasas de interés en 73,76 por ciento.
“En términos netos, en marzo la inversión de portafolio de no residentes volvió a registrar un egreso de divisas por 243 millones. Lo que explica que a pesar de las elevadas tasas de interés, los inversores extranjeros perciben cierto riesgo que los lleva a desarmar sus posiciones en pesos para refugiarse fuera del país. En ese mes, el desarme fue de 1487 millones de dólares”, detalla el último informe de la consultora ACM, que dirige Javier Alvaredo, con datos del balance cambiario del Banco Central. La búsqueda de refugio fuera del país, como lo describe el documento, totalizó 7530 millones de dólares netos entre abril de 2018 y marzo de 2019. En todos esos meses, salvo febrero, inversores extranjeros sacaron divisas del país. En términos brutos, la fuga protagonizada por ellos alcanzó a 18.817 millones de dólares en ese período.
No es sencillo estimar cuántos dólares más pueden retirar inversores no residentes, pero la cifra no bajaría de 5000 millones de dólares, según cálculos conservadores en el mercado. El proceso de salida quedó ahora más aceitado con la autorización del Fondo Monetario a gastar los dólares del crédito Stand-By, a los cuales Cambiemos echa mano a mansalva para intentar sostenerse. El hecho de que los capitales se sigan fugando con tasas de interés arriba del 70 por ciento no es un buen augurio para lo que pueda suceder cuando arranque la temporada alta de compra de divisas en el fragor de la campaña electoral.
El problema de fondo, que el Gobierno se niega a aceptar, es su error inicial de haber liberado la compra de dólares de manera absoluta y haber permitido junto con ello la libre entrada y salida de capitales especulativos. Son factores siempre ausentes en los análisis oficiales y en el de los economistas que solían acompañarlo. De eso no se habla. Pero esa desregulación fundacional del modelo económico de Cambiemos es lo que lo deja al país a merced de los especuladores, siempre ávidos de más tasa y más dólar.
En lugar de reconocerlo, para el Gobierno es más fácil descargar la responsabilidad de la crisis en la pesada herencia y en el miedo que produce en el mundo la posibilidad de un regreso al populismo. Que vuelva lo peor, como diría Mirtha Legrand. La culpa de todo lo que pasa, en conclusión, es del kirchnerismo, por el pasado y por el futuro. Cambiemos es víctima por lo que le dejaron y víctima por la simple existencia de encuestas que ubican a Cristina con buena ventaja para el balotaje, en sondeos muy preliminares. Macri no necesita hacer autocrítica ni corregir ningún rumbo porque además de sufrir las cargas que le impone la oposición tiene que soportar que pasen cosas en el mundo que perjudican los intereses nacionales. El país es una cáscara de nuez en mares embravecidos y hay que aguantar.
Ese relato, que domina en el discurso oficial y en el de la amplia red de medios alineados con la Casa Rosada, podrá ser efectivo o no para el oficialismo en términos políticos, pero para torcer las expectativas económicas está demostrado que no sirve en lo absoluto. Si el Presidente se describe a sí mismo como una figura decorativa, que está a merced de las maldades que pueda elucubrar la jefa de la oposición y del contagio de las histerias de los mercados globales, difícilmente logre convencer a muchos sobre la conveniencia de mantener el rumbo al que ha lanzado a la Argentina. Sobre todo, cuando la crisis lleva más de un año, tres de los cuatro años de gestión fueron con recesión y alta inflación, del mejor equipo en cinco décadas ya no se puede esperar nada y abundan los cambios de dirección y los manotazos de ahogado.
Macri, por otra parte, ya gastó la carta de las promesas de un futuro mejor. No puede decir ni pobreza cero, ni vamos por el cambio, ni brotes verdes, ni lluvia de inversiones, ni segundo semestre, ni lo peor ya pasó. Solo puede quejarse por la herencia y asustar con Cristina y Venezuela. Pero no puede ofrecer previsibilidad ni certezas de que el esfuerzo valga la pena. La percepción generalizada es que el Presidente no tiene idea de qué está haciendo ni qué piensa hacer para mejorar la situación. Y eso los mercados financieros también lo ven. Pero la preocupación de los especuladores no es el bienestar general, sino cómo sacar provecho de tanto desconcierto. Que las tasas de interés estén casi en 74 por ciento y el dólar en 45,50 pesos demuestra que han sabido hacerlo bastante bien.