Por Gerardo Szalkowicz
En 01/11/2022
En 01/11/2022
“La democracia está de vuelta en Brasil”, grita Lula forzando al máximo el hilito de voz ronca que le queda mientras levanta el puño y mira al cielo desde el camión-escenario pasadas las 23 de una noche histórica rebalsada de emociones. La frase eleva al tope el fervor descomunal de ese río de gente apiñada a lo largo de la tradicional Avenida Paulista, tal vez por sintetizar en un concepto tantos sentimientos atravesados: alegría, alivio, esperanza, incertidumbre, euforia. Pero, sobre todo, desahogo. Por el fin de una pesadilla que duró seis años, dos pos-golpe y cuatro de bolsonarismo.
“El pueblo quiere libros en lugar de armas”, vocifera este gigante de 1,68 metros derrochando una energía inoxidable que se burla de sus recién cumplidos 77 años. Y se gana la enésima ovación de la noche cuando nombra esa idea-fuerza que simboliza la disputa de proyectos que estaba en juego en esta elección, la más importante desde el regreso de la democracia. Finalizado el discurso-arenga del flamante presidente electo, arranca la fiesta amenizada por la legendaria Daniela Mercury hasta pasadas las 2am, entre samba, birra y cachaza, agite que seguirá hasta el amanecer en esquinas y bares de todo el país; un paisaje de permanentes abrazos y lágrimas que deja sobrando a las palabras.
“Voy a gobernar para los 215 millones de brasileños, incluso para quienes no me votaron. No existen dos Brasil”, señala el primer presidente obrero del gigante suramericano un par de horas antes frente a centenares de periodistas en el Hotel Intercontinental. Y da una primera señal de la necesidad de despolarizar la sociedad partida en dos que mostraron las urnas y el panorama que se abre tras una victoria tan ajustada y un bolsonarismo derrotado pero a la vez fortalecido.
“Nuestro compromiso es terminar con el hambre otra vez. No podemos aceptar como normal que millones no tengan que comer”, destaca en su discurso, leído, en el que desarrolla una batería de propuestas multitemáticas. La prioridad-urgencia es desmontar la miseria —como lo hizo en sus anteriores mandatos — y que vuelvan a comer esas 33 millones de personas que hoy pasan hambre en uno de los países que más alimentos produce.
“El pueblo quiere libros en lugar de armas”, vocifera este gigante de 1,68 metros derrochando una energía inoxidable que se burla de sus recién cumplidos 77 años. Y se gana la enésima ovación de la noche cuando nombra esa idea-fuerza que simboliza la disputa de proyectos que estaba en juego en esta elección, la más importante desde el regreso de la democracia. Finalizado el discurso-arenga del flamante presidente electo, arranca la fiesta amenizada por la legendaria Daniela Mercury hasta pasadas las 2am, entre samba, birra y cachaza, agite que seguirá hasta el amanecer en esquinas y bares de todo el país; un paisaje de permanentes abrazos y lágrimas que deja sobrando a las palabras.
“Voy a gobernar para los 215 millones de brasileños, incluso para quienes no me votaron. No existen dos Brasil”, señala el primer presidente obrero del gigante suramericano un par de horas antes frente a centenares de periodistas en el Hotel Intercontinental. Y da una primera señal de la necesidad de despolarizar la sociedad partida en dos que mostraron las urnas y el panorama que se abre tras una victoria tan ajustada y un bolsonarismo derrotado pero a la vez fortalecido.
“Nuestro compromiso es terminar con el hambre otra vez. No podemos aceptar como normal que millones no tengan que comer”, destaca en su discurso, leído, en el que desarrolla una batería de propuestas multitemáticas. La prioridad-urgencia es desmontar la miseria —como lo hizo en sus anteriores mandatos — y que vuelvan a comer esas 33 millones de personas que hoy pasan hambre en uno de los países que más alimentos produce.
También anuncia medidas relacionadas a la salud, a la educación, a las (miles) de personas en situación de calle, el retorno del Ministerio de Cultura y la creación del Ministerio de Asuntos Indígenas, la reindustrialización de la economía y el fin de la deforestación de la Amazonía. En suma, un programa ambicioso pero acorde a su promesa trasversal: reconstruir Brasil.
“Hoy le decimos al mundo que Brasil ha vuelto, que Brasil es demasiado grande para ser relegado al triste papel de paria del mundo”, plantea Lula y augura reinsertar a Brasil en la arquitectura de integración regional y reimpulsar el grupo de los Brics. Su retorno a la arena internacional modifica el escenario y oxigena al renovado polo progresista latinoamericano; ¿ocupará Lula ese espacio de liderazgo vacante desde la partida de Chávez en 2013?
La otra mitad
“Es necesario retomar el diálogo con el Poder Legislativo y Judicial. Sin intentos de intervenir, controlar, cooptar, buscando reconstruir la convivencia armónica entre los tres poderes”, advierte Lula vislumbrando la empantanada gobernabilidad que se le viene. Bolsonaro perdió pero superó el techo esperado y achicó la diferencia a sólo 1,8%, mientras que el bolsonarismo se consolidó como fuerza nacional con las tres principales gobernaciones (San Pablo, Río y Minas Gerais) y la primera minoría en ambas cámaras del Congreso.
Tocará seguir desentrañando el crecimiento de las extremas derechas en el mundo que tiene en Brasil el principal faro en la región. Un síntoma de época donde las fuerzas neofascistas no sólo consolidan su base fanática y retrógrada, sino que logran interpelar a amplios sectores y capitalizar el descontento social. Bolsonaro suele derrapar en su oratoria pero juega con lucidez ese papel “anti-sistema” que confronta con los jueces de la Corte Suprema o con los grandes medios. No es sólo un fenómeno asentado en la industria de las fake news y las iglesias evangélicas.
La resurrección
“Considero que tuve un proceso de resurrección en la política brasileña. Intentaron enterrarme vivo y ahora estoy aquí para gobernar el país”, afirma Lula, el hombre de las mil batallas, y pone de relieve un largo derrotero marcado por la resiliencia. La del niño que llegó de Pernambuco junto a su madre y siete hermanos huyendo del hambre; la del tornero mecánico que a fines de los ´70 edificó su liderazgo sindical plantándose ante la dictadura en el cordón industrial de San Pablo; la del dirigente político que fundó el PT y se candidateó tres veces a la presidencia hasta vencer en la cuarta hace justo 20 años; la del mandatario que sacó a 40 millones de personas de la pobreza y dejó su cargo con una altísima aprobación; la del hombre que sobrepasó un cáncer de laringe y sufrió la muerte de dos esposas; la víctima del mayor caso de law fare, que incluyó 580 días preso de onda, su proscripción y el linchamiento mediático.
“No es la cantidad de años que una persona tiene lo que envejece a una persona sino la falta de causa, la falta de motivación para la lucha. Y por eso yo me determiné: Brasil es mi causa, el pueblo es mi causa, y combatir la miseria es la razón por la cual voy a vivir hasta el final de mi vida”. Así cierra su primer discurso de resurrección este joven de 77 años que le devolvió a tantos brasileños y brasileñas la esperanza de “volver a ser feliz”.
“Hoy le decimos al mundo que Brasil ha vuelto, que Brasil es demasiado grande para ser relegado al triste papel de paria del mundo”, plantea Lula y augura reinsertar a Brasil en la arquitectura de integración regional y reimpulsar el grupo de los Brics. Su retorno a la arena internacional modifica el escenario y oxigena al renovado polo progresista latinoamericano; ¿ocupará Lula ese espacio de liderazgo vacante desde la partida de Chávez en 2013?
La otra mitad
“Es necesario retomar el diálogo con el Poder Legislativo y Judicial. Sin intentos de intervenir, controlar, cooptar, buscando reconstruir la convivencia armónica entre los tres poderes”, advierte Lula vislumbrando la empantanada gobernabilidad que se le viene. Bolsonaro perdió pero superó el techo esperado y achicó la diferencia a sólo 1,8%, mientras que el bolsonarismo se consolidó como fuerza nacional con las tres principales gobernaciones (San Pablo, Río y Minas Gerais) y la primera minoría en ambas cámaras del Congreso.
Tocará seguir desentrañando el crecimiento de las extremas derechas en el mundo que tiene en Brasil el principal faro en la región. Un síntoma de época donde las fuerzas neofascistas no sólo consolidan su base fanática y retrógrada, sino que logran interpelar a amplios sectores y capitalizar el descontento social. Bolsonaro suele derrapar en su oratoria pero juega con lucidez ese papel “anti-sistema” que confronta con los jueces de la Corte Suprema o con los grandes medios. No es sólo un fenómeno asentado en la industria de las fake news y las iglesias evangélicas.
La resurrección
“Considero que tuve un proceso de resurrección en la política brasileña. Intentaron enterrarme vivo y ahora estoy aquí para gobernar el país”, afirma Lula, el hombre de las mil batallas, y pone de relieve un largo derrotero marcado por la resiliencia. La del niño que llegó de Pernambuco junto a su madre y siete hermanos huyendo del hambre; la del tornero mecánico que a fines de los ´70 edificó su liderazgo sindical plantándose ante la dictadura en el cordón industrial de San Pablo; la del dirigente político que fundó el PT y se candidateó tres veces a la presidencia hasta vencer en la cuarta hace justo 20 años; la del mandatario que sacó a 40 millones de personas de la pobreza y dejó su cargo con una altísima aprobación; la del hombre que sobrepasó un cáncer de laringe y sufrió la muerte de dos esposas; la víctima del mayor caso de law fare, que incluyó 580 días preso de onda, su proscripción y el linchamiento mediático.
“No es la cantidad de años que una persona tiene lo que envejece a una persona sino la falta de causa, la falta de motivación para la lucha. Y por eso yo me determiné: Brasil es mi causa, el pueblo es mi causa, y combatir la miseria es la razón por la cual voy a vivir hasta el final de mi vida”. Así cierra su primer discurso de resurrección este joven de 77 años que le devolvió a tantos brasileños y brasileñas la esperanza de “volver a ser feliz”.