Por Juraima Almeida y Aram Aharonian
En 31/10/2022
Tras la alegría popular por el triunfo del expresidente progresista Luiz Inacio Lula da Silva en las elecciones del domingo 30 de octubre, se abre un ¿peligroso? interregno de dos meses hasta su asunción, el primero de enero próximo. Ganó Lula en una elección ajustada, no por las voluntades que mayoritariamente se inclinaban hacia él, sino por las artimañas de un personaje absurdo, nefasto, que fue erosionando la convivencia política y la propia política, mucho antes de asumir como presidente de Brasil…
Traspasando las líneas del juego democrático y con tanteos golpistas, el mismo día en que se definía la segunda vuelta, al señor de los disparates, de los 800 mil muertos por Covid, de la devastación de la Amazonia, responsable de 30 millones de brasileños en la pobreza absoluta, al comandante de la Bala, la Biblia y el Buey…se le acabó la fricción. No lo salvó ni la cloroquina, ni el juez Sergio Moro, ni Donald Trump, ni siquiera Neymar.
El voto de más de 60 millones de brasileños hicieron posible el retorno de Lula a la presidencia, en el comienzo del fin de la pesadilla fascista que atormentó al país, derrotando a la poderosa y criminal máquina de guerra del ultraderechista Jair Bolsonaro y de las cúpulas militares contra de la democracia.
Al emitir sus sufragios el domingo, los brasileños emplearon el único sistema en el mundo que recaba y contabiliza votos de manera totalmente digital, sin respaldo en papel. Pero, para Bolsonaro, el diseño del sistema constituía una gran vulnerabilidad: sin respaldos. Las máquinas han contribuido a eliminar el fraude electoral que antaño asolaba las elecciones brasileñas y que Bolsonaro intentaba revivir.
Desde la redemocratización, Bolsonaro es el primer presidente electo que busca su reelección y no la consigue y lo que puede hacer es complicar la transición, para agravar la situación política y económica del país
Mucho deberá cambiar en Brasil. Los brasileños eligieron la democracia y un futuro para todos, por sobre la autocracia de Bolsonaro, cabeza de un gobierno aupado por los mandos militares, en beneficio de los más ricos. Brasil ganó este domingo en las urnas su derecho a la esperanza.
Quizá lo más importante es que en el mayor país de Latinoamérica la ultraderecha ha sido derrotada y que Brasil vuelve a encarrilarse en un proyecto con sentido social y nacional y visión latinoamericanista. Y quizá el deseo de Lula pueda hacerse realidad: “un país donde podamos estar en desacuerdo sin odiarnos, donde el pueblo pueda organizarse para defender sus derechos tan pisoteados, donde la libertad sea para todos los que la respeten”.
“Estoy aquí para gobernar este país en una situación muy difícil, pero con la ayuda del pueblo vamos a encontrar una salida para que el país vuelva a vivir democráticamente. A partir del 1 de enero de 2023 gobernaré para 215 millones de brasileños, y no sólo para los que me han votado. No hay dos países. Somos un Brasil, un pueblo, una gran nación”, dijo,enarbolando la bandera nacional, de la que Bolsonaro quiso apropiarse.
Bolsonaro y sus seguidores no ofrecían prácticamente nada nuevo para su eventual segundo mandato. Para el balotaje, sus discursos y fake news difundidos con robots –con la complacencia del Tribunal Supremo Electoral– se limitaron a repetir los riesgos que correría el país si Lula volviera a gobernar.
No intentaban reducir el nivel de rechazo –del 50 por ciento para Bolsonaro–, sino con tratar de elevarlo para Lula (39 por ciento). La estrategia apuntaba a que los lulista ocuparan una parte del tiempo y de las energías para contrarrestar y desmentir las fake news.
Sin dudas, el sorpresivo aumento en la votación final de Bolsonaro revela el relativo éxito de los mecanismos de acción del bolsonarismo, que logró reducir la distancia que las encuestas apuntaban en favor de Lula, de más de 10 por ciento a apenas dos por ciento. A pesar del mal gobierno de Bolsonaro, 48 por ciento de la población votó por su reelección, lo que deja en claro que las posiciones de la extrema derecha están arraigadas en la sociedad brasileña
Los resultados del domingo mostraron que decenas de millones de brasileños se habían cansado de su estilo polarizador y de la agitación frecuente de su gestión y le dieron a Da Silva un mandato para desandar el legado de Bolsonaro. Se trata de la primera vez en 34 años de democracia moderna del país que un presidente en funciones no logra ganar la reelección.
Sembrando esperanza
La elección de Lula reabre una serie de esperanzas, sobre todo en la posibilidad de avanzar, nuevamente en el camino de la integración, la complementación de los países de Nuestraamérica, donde la Unión de Naciones Sudamericnas (Unasur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) reasuman su rol de guías de coordinación de políticas autóctonas.
Bolsonaro demolió la posición internacional de Brasil que Lula y Rousseff habían construido con delicados equilibrios diplomáticos y buenos resultados económicos. No extraña que el triunfo del máximo dirigente del PT haya sido saludado de inmediato por casi todos los gobiernos del continente y de otras regiones del mundo.
El triunfo de Lula también es un alivio para el presidente estadounidense Joe Biden de cara a las elecciones parlamentarias en EEUU, ya que Bolsonaro era visto como un aval a las políticas ultraderechistas de Donald Trump. Biden, quizá para evitar alguna ofensiva del secretario general de la OEA, lo felicitó por su triunfo en estas elecciones “libres, justas y fiables”.
“Viva Lula”, tuiteó el presidente colombiano Gustavo Petro, que poco antes había publicado: “Que Brasil haga brillar la luz de Latinoamérica. Hay quienes dicen que no existe el fascismo. Está en cada uno de nosotros. Se detiene adentro y afuera. Si queremos más días para la humanidad, el fascismo debe ser detenido”.
El segundo tiempo de Lula
“Intentaron enterrarme vivo, y aquí estoy… para gobernar este país en una situación muy difícil, pero con la ayuda del pueblo vamos a encontrar una salida para que el país vuelva a vivir democráticamente. A partir del 1 de enero de 2023 gobernaré para 215 millones de brasileños, y no sólo para los que me han votado. No hay dos países. Somos un Brasil, un pueblo, una gran nación”, dijo Lula en su mensaje al país, tras confirmarse su elección.
“Hoy le decimos al mundo que Brasil ha vuelto. Que Brasil es demasiado grande para ser relegado al triste papel de paria del mundo. Recuperaremos la credibilidad, la previsibilidad y la estabilidad del país, para que los inversores vuelvan a confiar en Brasil”, afirmó. Y prometió la reindustrialización de Brasil: “Invertiremos en la economía verde y digital, apoyaremos la creatividad de nuestros empresarios y emprendedores. También queremos exportar conocimientos”, señaló.
Lo que estaba en juego no era simplemente la elección del presidente de Brasil, sino la supervivencia de la democracia. “Elegimos entre la vida o la muerte; entre la dignidad humana o la barbarie; entre la luz o la oscuridad; entre democracia y fascismo. La victoria de la democracia en el contexto de la guerra fascista del bolsonarismo significa un claro rechazo al fascismo, al militarismo, al armamentismo, a la violencia, al odio, a la barbarie.”, señaló el analista Jeferson Miola.
Aún cuando el fantasma de un golpe de estado parece haber desaparecido, hay quienes, como el académico portugués Boaventura de Sousa Santos, que sostienen que está en curso un golpe, de tipo nuevo, cuyo ritmo será afectado por la victoria de Lula. Esta nueva fase iría del desconocimiento de los resultados y luego la utilización del crimen organizado y del poder legislativo para intimidar y crear inestabilidad, con amenazas de juicio político.
Es importante tener en cuenta que Lula no dispondrá de mayoría en el Legislativo y que muchos estados han quedado en manos de bolsonaristas, lo que hace pensar que la tercera presidencia se desarrollará en condiciones particularmente difíciles.
Tras cumplir 77 el jueves, Lula es la primera persona en la historia de Brasil elegida tres veces para ese cargo. Si el logro es enorme, no son menos los desafíos que debe afrontar. Brasil está en la lona: la herencia que deja Bolsonaro son 33 millones de brasileños en la pobreza extrema.
En sus dos presidencias anteriores, Lula logró combinar crecimiento económico, cuentas públicas saneadas y políticas sociales potentes, que entre otras cosas sacaron a unos 40 millones de personas de la pobreza.
Pero persistió una enorme desigualdad y no hubo reformas estructurales en áreas clave como las del muy fragmentado y corrupto sistema partidario, el Poder Judicial o los medios de comunicación. Todo esto contribuyó a que fueran posibles las operaciones contra él y la presidenta Dilma Rousseff que abrieron paso a la victoria de Bolsonaro.
Brasil ha sufrido, además de grandes retrocesos socioeconómicos, un grave deterioro de la convivencia democrática. Desde el golpe de Estado legislativo que destituyó a Dilma Rousseff en 2016, el país entró en una espiral descendente en la que Michel Temer y el propio Bolsonaro destruyeron buena parte de los logros sociales, políticos y económicos conseguidos durante los gobiernos del PT y desataron una persecución política, disfrazada de causas contra la corrupción, que culminó con el encarcelamiento de Lula durante más de año y medio.
La llegada de Bolsonaro a la presidencia, en enero de 2019, agravó y aceleró la descomposición del poder público, con sus ofensivas en contra de las comunidades indígenas, los derechos sexuales y reproductivos, la destrucción de buena parte de la selva amazónica y un manejo catastrófico de la epidemia de covid-19 que dejó 800 mil muertos, promovió el armamentismo ciudadano y llevó el debate público a un nivel sin precedentes de agresividad y procacidad.
Fue la victoria más difícil y la más esperada. La más difícil, sobre todo por los bots y las fake news que actuaron con la complicidad del poder judicial. La más esperada, porque el país sufrió seis años en manos de los mismos políticos que habían sido derrotados democráticamente cuatro veces seguidas.
Pero también por la equivocación del comando lulista, de creer que el pueblo recordaba tan nítidamente a un presidente que gobernó hace dos décadas y que fue denostado en la última década con toda la artillería de la derecha: oficial, judicial, mediática. La candidatura de Lula comenzó a ser realidad cuando el PT dejó de ser el partido de los intelectuales y tomó las calles, fue a pelear por la victoria, como 20 años atrás.
Hoy lo que preocupa es la perpetuación de la polarización asimétrica entre una izquierda light y una derecha agresiva, lo que significa mantener en tensión a la debilitada democracia brasileña. La diferencia que se preveía no se materializó en parte por un fascismo anónimo y avergonzado de sí mismo que hasta tiene que mentir cuando lo consultan, y por las sucesivas equivocaciones del comando de campaña de Lula.
El sistema de elecciones brasileño tiene muchas anclas para no desprenderse demasiado del status quo, y por eso el pueblo tiene que seguir luchando, gobierne quien gobierne. Brasil no es un país más en un concierto internacional que pone en duda la hegemonía global estadounidense ante el ascenso de naciones dispuestas a emprender su propio camino, sin tutela ninguna. Es el país más importante de Latinoamérica.
La izquierda y el progresismo latinoamericano deben preparar el escenario de lo que se viene, en los espacios conquistados y los que faltan por conquistar (Uruguay, Ecuador, Paraguay, en Sudamérica), y también en los espacios continentales, donde se espera que el papel de Lula sea determinante para retomar un camino hermanado de liberación, de soberanía. Lo que nos preocupa es que aún faltan dos meses para que sea juramentado.
*Almeida es investigadora y analista brasileña. Aharonian es periodista y comunicólogo uruguayo, y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
Estrategia
Tras la alegría popular por el triunfo del expresidente progresista Luiz Inacio Lula da Silva en las elecciones del domingo 30 de octubre, se abre un ¿peligroso? interregno de dos meses hasta su asunción, el primero de enero próximo. Ganó Lula en una elección ajustada, no por las voluntades que mayoritariamente se inclinaban hacia él, sino por las artimañas de un personaje absurdo, nefasto, que fue erosionando la convivencia política y la propia política, mucho antes de asumir como presidente de Brasil…
Traspasando las líneas del juego democrático y con tanteos golpistas, el mismo día en que se definía la segunda vuelta, al señor de los disparates, de los 800 mil muertos por Covid, de la devastación de la Amazonia, responsable de 30 millones de brasileños en la pobreza absoluta, al comandante de la Bala, la Biblia y el Buey…se le acabó la fricción. No lo salvó ni la cloroquina, ni el juez Sergio Moro, ni Donald Trump, ni siquiera Neymar.
El voto de más de 60 millones de brasileños hicieron posible el retorno de Lula a la presidencia, en el comienzo del fin de la pesadilla fascista que atormentó al país, derrotando a la poderosa y criminal máquina de guerra del ultraderechista Jair Bolsonaro y de las cúpulas militares contra de la democracia.
Al emitir sus sufragios el domingo, los brasileños emplearon el único sistema en el mundo que recaba y contabiliza votos de manera totalmente digital, sin respaldo en papel. Pero, para Bolsonaro, el diseño del sistema constituía una gran vulnerabilidad: sin respaldos. Las máquinas han contribuido a eliminar el fraude electoral que antaño asolaba las elecciones brasileñas y que Bolsonaro intentaba revivir.
Desde la redemocratización, Bolsonaro es el primer presidente electo que busca su reelección y no la consigue y lo que puede hacer es complicar la transición, para agravar la situación política y económica del país
Mucho deberá cambiar en Brasil. Los brasileños eligieron la democracia y un futuro para todos, por sobre la autocracia de Bolsonaro, cabeza de un gobierno aupado por los mandos militares, en beneficio de los más ricos. Brasil ganó este domingo en las urnas su derecho a la esperanza.
Quizá lo más importante es que en el mayor país de Latinoamérica la ultraderecha ha sido derrotada y que Brasil vuelve a encarrilarse en un proyecto con sentido social y nacional y visión latinoamericanista. Y quizá el deseo de Lula pueda hacerse realidad: “un país donde podamos estar en desacuerdo sin odiarnos, donde el pueblo pueda organizarse para defender sus derechos tan pisoteados, donde la libertad sea para todos los que la respeten”.
“Estoy aquí para gobernar este país en una situación muy difícil, pero con la ayuda del pueblo vamos a encontrar una salida para que el país vuelva a vivir democráticamente. A partir del 1 de enero de 2023 gobernaré para 215 millones de brasileños, y no sólo para los que me han votado. No hay dos países. Somos un Brasil, un pueblo, una gran nación”, dijo,enarbolando la bandera nacional, de la que Bolsonaro quiso apropiarse.
Bolsonaro y sus seguidores no ofrecían prácticamente nada nuevo para su eventual segundo mandato. Para el balotaje, sus discursos y fake news difundidos con robots –con la complacencia del Tribunal Supremo Electoral– se limitaron a repetir los riesgos que correría el país si Lula volviera a gobernar.
No intentaban reducir el nivel de rechazo –del 50 por ciento para Bolsonaro–, sino con tratar de elevarlo para Lula (39 por ciento). La estrategia apuntaba a que los lulista ocuparan una parte del tiempo y de las energías para contrarrestar y desmentir las fake news.
Sin dudas, el sorpresivo aumento en la votación final de Bolsonaro revela el relativo éxito de los mecanismos de acción del bolsonarismo, que logró reducir la distancia que las encuestas apuntaban en favor de Lula, de más de 10 por ciento a apenas dos por ciento. A pesar del mal gobierno de Bolsonaro, 48 por ciento de la población votó por su reelección, lo que deja en claro que las posiciones de la extrema derecha están arraigadas en la sociedad brasileña
Los resultados del domingo mostraron que decenas de millones de brasileños se habían cansado de su estilo polarizador y de la agitación frecuente de su gestión y le dieron a Da Silva un mandato para desandar el legado de Bolsonaro. Se trata de la primera vez en 34 años de democracia moderna del país que un presidente en funciones no logra ganar la reelección.
Sembrando esperanza
La elección de Lula reabre una serie de esperanzas, sobre todo en la posibilidad de avanzar, nuevamente en el camino de la integración, la complementación de los países de Nuestraamérica, donde la Unión de Naciones Sudamericnas (Unasur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) reasuman su rol de guías de coordinación de políticas autóctonas.
Bolsonaro demolió la posición internacional de Brasil que Lula y Rousseff habían construido con delicados equilibrios diplomáticos y buenos resultados económicos. No extraña que el triunfo del máximo dirigente del PT haya sido saludado de inmediato por casi todos los gobiernos del continente y de otras regiones del mundo.
El triunfo de Lula también es un alivio para el presidente estadounidense Joe Biden de cara a las elecciones parlamentarias en EEUU, ya que Bolsonaro era visto como un aval a las políticas ultraderechistas de Donald Trump. Biden, quizá para evitar alguna ofensiva del secretario general de la OEA, lo felicitó por su triunfo en estas elecciones “libres, justas y fiables”.
“Viva Lula”, tuiteó el presidente colombiano Gustavo Petro, que poco antes había publicado: “Que Brasil haga brillar la luz de Latinoamérica. Hay quienes dicen que no existe el fascismo. Está en cada uno de nosotros. Se detiene adentro y afuera. Si queremos más días para la humanidad, el fascismo debe ser detenido”.
El segundo tiempo de Lula
“Intentaron enterrarme vivo, y aquí estoy… para gobernar este país en una situación muy difícil, pero con la ayuda del pueblo vamos a encontrar una salida para que el país vuelva a vivir democráticamente. A partir del 1 de enero de 2023 gobernaré para 215 millones de brasileños, y no sólo para los que me han votado. No hay dos países. Somos un Brasil, un pueblo, una gran nación”, dijo Lula en su mensaje al país, tras confirmarse su elección.
“Hoy le decimos al mundo que Brasil ha vuelto. Que Brasil es demasiado grande para ser relegado al triste papel de paria del mundo. Recuperaremos la credibilidad, la previsibilidad y la estabilidad del país, para que los inversores vuelvan a confiar en Brasil”, afirmó. Y prometió la reindustrialización de Brasil: “Invertiremos en la economía verde y digital, apoyaremos la creatividad de nuestros empresarios y emprendedores. También queremos exportar conocimientos”, señaló.
Lo que estaba en juego no era simplemente la elección del presidente de Brasil, sino la supervivencia de la democracia. “Elegimos entre la vida o la muerte; entre la dignidad humana o la barbarie; entre la luz o la oscuridad; entre democracia y fascismo. La victoria de la democracia en el contexto de la guerra fascista del bolsonarismo significa un claro rechazo al fascismo, al militarismo, al armamentismo, a la violencia, al odio, a la barbarie.”, señaló el analista Jeferson Miola.
Aún cuando el fantasma de un golpe de estado parece haber desaparecido, hay quienes, como el académico portugués Boaventura de Sousa Santos, que sostienen que está en curso un golpe, de tipo nuevo, cuyo ritmo será afectado por la victoria de Lula. Esta nueva fase iría del desconocimiento de los resultados y luego la utilización del crimen organizado y del poder legislativo para intimidar y crear inestabilidad, con amenazas de juicio político.
Es importante tener en cuenta que Lula no dispondrá de mayoría en el Legislativo y que muchos estados han quedado en manos de bolsonaristas, lo que hace pensar que la tercera presidencia se desarrollará en condiciones particularmente difíciles.
Tras cumplir 77 el jueves, Lula es la primera persona en la historia de Brasil elegida tres veces para ese cargo. Si el logro es enorme, no son menos los desafíos que debe afrontar. Brasil está en la lona: la herencia que deja Bolsonaro son 33 millones de brasileños en la pobreza extrema.
En sus dos presidencias anteriores, Lula logró combinar crecimiento económico, cuentas públicas saneadas y políticas sociales potentes, que entre otras cosas sacaron a unos 40 millones de personas de la pobreza.
Pero persistió una enorme desigualdad y no hubo reformas estructurales en áreas clave como las del muy fragmentado y corrupto sistema partidario, el Poder Judicial o los medios de comunicación. Todo esto contribuyó a que fueran posibles las operaciones contra él y la presidenta Dilma Rousseff que abrieron paso a la victoria de Bolsonaro.
Brasil ha sufrido, además de grandes retrocesos socioeconómicos, un grave deterioro de la convivencia democrática. Desde el golpe de Estado legislativo que destituyó a Dilma Rousseff en 2016, el país entró en una espiral descendente en la que Michel Temer y el propio Bolsonaro destruyeron buena parte de los logros sociales, políticos y económicos conseguidos durante los gobiernos del PT y desataron una persecución política, disfrazada de causas contra la corrupción, que culminó con el encarcelamiento de Lula durante más de año y medio.
La llegada de Bolsonaro a la presidencia, en enero de 2019, agravó y aceleró la descomposición del poder público, con sus ofensivas en contra de las comunidades indígenas, los derechos sexuales y reproductivos, la destrucción de buena parte de la selva amazónica y un manejo catastrófico de la epidemia de covid-19 que dejó 800 mil muertos, promovió el armamentismo ciudadano y llevó el debate público a un nivel sin precedentes de agresividad y procacidad.
Fue la victoria más difícil y la más esperada. La más difícil, sobre todo por los bots y las fake news que actuaron con la complicidad del poder judicial. La más esperada, porque el país sufrió seis años en manos de los mismos políticos que habían sido derrotados democráticamente cuatro veces seguidas.
Pero también por la equivocación del comando lulista, de creer que el pueblo recordaba tan nítidamente a un presidente que gobernó hace dos décadas y que fue denostado en la última década con toda la artillería de la derecha: oficial, judicial, mediática. La candidatura de Lula comenzó a ser realidad cuando el PT dejó de ser el partido de los intelectuales y tomó las calles, fue a pelear por la victoria, como 20 años atrás.
Hoy lo que preocupa es la perpetuación de la polarización asimétrica entre una izquierda light y una derecha agresiva, lo que significa mantener en tensión a la debilitada democracia brasileña. La diferencia que se preveía no se materializó en parte por un fascismo anónimo y avergonzado de sí mismo que hasta tiene que mentir cuando lo consultan, y por las sucesivas equivocaciones del comando de campaña de Lula.
El sistema de elecciones brasileño tiene muchas anclas para no desprenderse demasiado del status quo, y por eso el pueblo tiene que seguir luchando, gobierne quien gobierne. Brasil no es un país más en un concierto internacional que pone en duda la hegemonía global estadounidense ante el ascenso de naciones dispuestas a emprender su propio camino, sin tutela ninguna. Es el país más importante de Latinoamérica.
La izquierda y el progresismo latinoamericano deben preparar el escenario de lo que se viene, en los espacios conquistados y los que faltan por conquistar (Uruguay, Ecuador, Paraguay, en Sudamérica), y también en los espacios continentales, donde se espera que el papel de Lula sea determinante para retomar un camino hermanado de liberación, de soberanía. Lo que nos preocupa es que aún faltan dos meses para que sea juramentado.
*Almeida es investigadora y analista brasileña. Aharonian es periodista y comunicólogo uruguayo, y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
Estrategia