MADRID (CTXT/Pablo Iglesias* )
28.12.2023
Imagen de portada: Varios hombres trasladan los cuerpos de niños gazatíes asesinados por los bombardeos israelíes, el pasado 23 de octubre. / RTVE
Defender la decencia es más imprescindible que nunca, y hoy eso significa defender la causa palestina.
Desde que tengo hijos, aparto la mirada de la televisión cuando muestra el dolor de un niño. No soy capaz de ver una película o una serie en la que se haga daño a una niña o a un niño. Lo he hablado con otros padres y madres y les ocurre lo mismo. Ver a un niño sufrir te hace inmediatamente imaginar a tus hijos en esa situación y resulta del todo insoportable.
Desde hace semanas, X nos muestra cada día imágenes de pequeños muertos o agonizantes por los bombardeos de Israel sobre Gaza y los llantos desesperados de sus padres. No concibo nada más espantoso y tampoco imagino nada más eficaz para movilizar las conciencias. Y, sin embargo, el genocidio continúa ante la pasividad de los dueños del jardín europeo.
La Europa que se ve a sí misma como refugio de los derechos humanos y de las libertades liberales, incluso como reserva de los derechos sociales, ejerce la mayor de las hipocresías entre patéticos discursos navideños.
He leído que los israelíes mostraron a varios mandatarios y periodistas extranjeros los asesinatos de civiles israelíes el 7 de octubre, por parte de miembros de las facciones armadas palestinas. Entiendo que calculaban que la dureza de las imágenes serviría para que los periodistas escribieran a favor de Israel y para que los mandatarios apoyaran la “operación” contra Gaza. Pero si, efectivamente, esas imágenes fueron eficaces para movilizar la conciencia de periodistas y mandatarios, no se explica que las imágenes de niños palestinos reventados no provoquen un efecto aún mayor. Todo apunta a que lo de los niños israelíes decapitados era un bulo, fabricado para horrorizar a la opinión pública mundial y justificar todo lo que hiciera Israel contra los palestinos, pero las imágenes de niños palestinos asesinados y el sufrimiento de sus padres son una realidad cotidiana que contemplan millones de personas en todo el mundo.
Los genocidios y los efectos de los bombardeos sobre la infancia no son, ni de lejos, una novedad histórica, pero nunca los habíamos visto con la crudeza de ahora. Las imágenes de niños muertos y la desesperación de sus padres superan con creces la imagen del martirio de Cristo en la cruz, las imágenes de los esqueletos humanos supervivientes a los campos de concentración nazis o las imágenes de cadáveres amontonados tras pasar por las cámaras de gas.
He leído que los israelíes mostraron a varios mandatarios y periodistas extranjeros los asesinatos de civiles israelíes el 7 de octubre, por parte de miembros de las facciones armadas palestinas. Entiendo que calculaban que la dureza de las imágenes serviría para que los periodistas escribieran a favor de Israel y para que los mandatarios apoyaran la “operación” contra Gaza. Pero si, efectivamente, esas imágenes fueron eficaces para movilizar la conciencia de periodistas y mandatarios, no se explica que las imágenes de niños palestinos reventados no provoquen un efecto aún mayor. Todo apunta a que lo de los niños israelíes decapitados era un bulo, fabricado para horrorizar a la opinión pública mundial y justificar todo lo que hiciera Israel contra los palestinos, pero las imágenes de niños palestinos asesinados y el sufrimiento de sus padres son una realidad cotidiana que contemplan millones de personas en todo el mundo.
Los genocidios y los efectos de los bombardeos sobre la infancia no son, ni de lejos, una novedad histórica, pero nunca los habíamos visto con la crudeza de ahora. Las imágenes de niños muertos y la desesperación de sus padres superan con creces la imagen del martirio de Cristo en la cruz, las imágenes de los esqueletos humanos supervivientes a los campos de concentración nazis o las imágenes de cadáveres amontonados tras pasar por las cámaras de gas.
Ni siquiera las imágenes de los bombardeos contra los vietnamitas se acercan a lo de ahora. Se supone que esas imágenes tuvieron la fuerza suficiente para definir la opinión pública mundial contra el nazismo e incluso contra lo que hizo Estados Unidos al pueblo vietnamita. O quizás no.
Hablando de ello con mi padre en Nochebuena, me dijo: “El hombre es un bicho malo, hijo”. Creo que, en realidad, podemos ser algo peor: la humanidad se parece más a Eichmann que a ningún asesino en serie. Adolf Eichmann, un burócrata que trabajó para la Alemania nazi, fue el responsable de organizar la deportación y el exterminio de millares de judíos. Capturado por el Mossad en Argentina, fue juzgado y ahorcado en Israel. Su apellido se hizo famoso por el libro de Hannah Arendt, que siguió como periodista el juicio en Tel-Aviv y concluyó que Eichmann era antes un burócrata que un monstruo, señalando así una de las claves del Holocausto, un episodio terrorífico pero que no respondía tanto a una suma de crueldades individuales como a la maquinaria burocrática de la modernidad. Eso era la banalidad del mal.
Al igual que Eichmann, es probable que muchos de los militares israelíes que participan del genocidio en Gaza sean padres cariñosos y maridos atentos y respetuosos. Es probable que sientan que, simplemente, cumplen órdenes y hacen su trabajo de la forma más profesional posible. Y lo cierto es que seguramente el género humano se parezca más a Eichmann y a los militares israelíes que a los héroes del gueto de Varsovia o a nuestros maquis.
O quizá no. A pesar de la banalidad del mal que nos rodea, son millones las personas que en todo el mundo salen a la calle a defender la causa palestina. A pesar de ser hijo de Adolf Eichmann, Ricardo Eichmann, cuando supo quién fue su padre y la suerte que corrió, entendió perfectamente que fuera capturado, juzgado y ejecutado. El mundo está lleno de eichmanns, sí, pero también de gente decente; incluso no es imposible que en algunos seres humanos convivan ambas posibilidades de la condición humana. Por eso defender la decencia es más imprescindible que nunca, y hoy eso significa defender la causa palestina.
*Pablo Iglesias. Es doctor por la Complutense, universidad por la que se licenció en Derecho y Ciencias Políticas. En 2013 recibió el premio de periodismo La Lupa. Fue secretario general de Podemos y vicepresidente segundo del Gobierno
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias
Hablando de ello con mi padre en Nochebuena, me dijo: “El hombre es un bicho malo, hijo”. Creo que, en realidad, podemos ser algo peor: la humanidad se parece más a Eichmann que a ningún asesino en serie. Adolf Eichmann, un burócrata que trabajó para la Alemania nazi, fue el responsable de organizar la deportación y el exterminio de millares de judíos. Capturado por el Mossad en Argentina, fue juzgado y ahorcado en Israel. Su apellido se hizo famoso por el libro de Hannah Arendt, que siguió como periodista el juicio en Tel-Aviv y concluyó que Eichmann era antes un burócrata que un monstruo, señalando así una de las claves del Holocausto, un episodio terrorífico pero que no respondía tanto a una suma de crueldades individuales como a la maquinaria burocrática de la modernidad. Eso era la banalidad del mal.
Al igual que Eichmann, es probable que muchos de los militares israelíes que participan del genocidio en Gaza sean padres cariñosos y maridos atentos y respetuosos. Es probable que sientan que, simplemente, cumplen órdenes y hacen su trabajo de la forma más profesional posible. Y lo cierto es que seguramente el género humano se parezca más a Eichmann y a los militares israelíes que a los héroes del gueto de Varsovia o a nuestros maquis.
O quizá no. A pesar de la banalidad del mal que nos rodea, son millones las personas que en todo el mundo salen a la calle a defender la causa palestina. A pesar de ser hijo de Adolf Eichmann, Ricardo Eichmann, cuando supo quién fue su padre y la suerte que corrió, entendió perfectamente que fuera capturado, juzgado y ejecutado. El mundo está lleno de eichmanns, sí, pero también de gente decente; incluso no es imposible que en algunos seres humanos convivan ambas posibilidades de la condición humana. Por eso defender la decencia es más imprescindible que nunca, y hoy eso significa defender la causa palestina.
*Pablo Iglesias. Es doctor por la Complutense, universidad por la que se licenció en Derecho y Ciencias Políticas. En 2013 recibió el premio de periodismo La Lupa. Fue secretario general de Podemos y vicepresidente segundo del Gobierno
UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias