Por Francisco Pérez García
En 12/12/2023
En una ironía casi de novela, Dina Boluarte decide “celebrar” su año de gobierno liberando a Alberto Fujimori, por encima de cualquier instancia del derecho internacional y contra los convenios que el Estado peruano ha suscrito. Diversos especialistas han evaluado lo irregular de la decisión tomada por el Tribunal Constitucional, aún sin la totalidad de sus miembros lo cual ya es de por sí una calamidad jurídica.
Pero nada de eso parece importarle a Boluarte ni a Alberto Otárola quien se contradice a si mismo pues como profeta barato señaló en un tuit del año pasado, cuando se intentó liberar a Fujimori, que si Pedro Castillo tomaba la decisión de soltarlo contradiciendo los mandatos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) eso lo convertiría en un dictador.
Paradojas del destino, un año después él junto a Dina se convierten en esos dictadores que juraron destruir (o vacar).
La burla a la memoria
Esto no queda solo en la figura triunfante de los herederos Fujimori sonriendo ante cámaras de medios que no se han sonrojado para hacerles la comparsa, de la misma forma que escondieron los muertos de Boluarte o las calamidades de la Fiscal de la Nación, Patricia Benavides que hoy aprovecha esta muy oportuna noticia para -junto a los apristas- zafarse del lío en el que se ha metido y deshacerse de sus “enemigos”.
La libertad de Alberto Fujimori se convierte, otra vez en ese familiar secuestrado en su habitación, llevado a rastras a un vehículo, golpeado, el profesor torturado que acompañó a esa alumna en su desgracia, a la compañera de ambos que fue asesinada para luego ser descuartizada y quemada junto a los restos de otro estudiante que terminaron arrojados en cualquier lado por los esbirros del grupo Colina.
La libertad de Alberto Fujimori es Javier, ese niño de 8 años que fue a ver el cuerpo caído de su padre por fuego de metralla y sobre el cual no hubo piedad para también arrasar con él y con otras personas que bajo el mote de “eran terroristas” fueron ejecutados sin ningún juicio, solo la decisión de quien gobernaba en ese momento y decidió darle carta blanca a militares que dejaron en el tacho las consignas de Francisco Bolognesi.
El negociado político
El “cambalache” político de este indulto es un origen espurio, un negociado perpetrado por Pedro Pablo Kuzcynski y el menor de los Fujimori para salvar su pellejo, uno y para confrontar a su hermana, el otro.
Un indulto que no tuvo reparos en acudir a una junta médica que trastocó su profesionalismo, un indulto a cambio de ofrecimientos por votos para evitar una vacancia. Ese indulto que al final no sirvió de nada porque el fujimorismo tumbó a Kuzcynski cuando quiso a pesar que él renuncio.
Ese indulto nació sucio y siguió así. En el 2022 un Tribunal Constitucional con varios magistrados con simpatías naranjas respondió a un Habeas Corpus que intentó ser aprobado en una región, pero no contaron con que había un juez que sí respetó las normas y lo rechazó. El mismo indulto que hoy, un año después es utilizado por otros magistrados que se encierran para tomar decisiones a espaldas de su propio pleno y en medio de una crisis política donde las aristas de una triada convenida por la impunidad intenta salvar sus espacios de poder.
Resulta sintomático, que mientras la fiscal de la Nación (acusada de ser cabecilla de una organización criminal) defendida por apristas que están siendo investigados precisamente por la institución que esta señora dirige, se lance esta bomba atómica, esta “vieja confiable” del indulto y desarme todo lo que estamos siguiendo en medio de esta coyuntura golpeada, dura, que no suaviza desde aquel 2016 cuando Keiko Fujimori decidió que lo más importante era “su triunfo robado” por encima de cualquier bienestar como país.
Y mientras todo esto pasaba, la señora Boluarte celebraba con los bomberos, comiendo ceviche en Chorrillos celebrando que es nuestro plato bandera y codeándose con otras personas en un evento en el Jockey… mientras el presidente (del consejo de ministros) definía que este gobierno iba a patear todo lo establecido.
En 12/12/2023
En una ironía casi de novela, Dina Boluarte decide “celebrar” su año de gobierno liberando a Alberto Fujimori, por encima de cualquier instancia del derecho internacional y contra los convenios que el Estado peruano ha suscrito. Diversos especialistas han evaluado lo irregular de la decisión tomada por el Tribunal Constitucional, aún sin la totalidad de sus miembros lo cual ya es de por sí una calamidad jurídica.
Pero nada de eso parece importarle a Boluarte ni a Alberto Otárola quien se contradice a si mismo pues como profeta barato señaló en un tuit del año pasado, cuando se intentó liberar a Fujimori, que si Pedro Castillo tomaba la decisión de soltarlo contradiciendo los mandatos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) eso lo convertiría en un dictador.
Paradojas del destino, un año después él junto a Dina se convierten en esos dictadores que juraron destruir (o vacar).
La burla a la memoria
Esto no queda solo en la figura triunfante de los herederos Fujimori sonriendo ante cámaras de medios que no se han sonrojado para hacerles la comparsa, de la misma forma que escondieron los muertos de Boluarte o las calamidades de la Fiscal de la Nación, Patricia Benavides que hoy aprovecha esta muy oportuna noticia para -junto a los apristas- zafarse del lío en el que se ha metido y deshacerse de sus “enemigos”.
La libertad de Alberto Fujimori se convierte, otra vez en ese familiar secuestrado en su habitación, llevado a rastras a un vehículo, golpeado, el profesor torturado que acompañó a esa alumna en su desgracia, a la compañera de ambos que fue asesinada para luego ser descuartizada y quemada junto a los restos de otro estudiante que terminaron arrojados en cualquier lado por los esbirros del grupo Colina.
La libertad de Alberto Fujimori es Javier, ese niño de 8 años que fue a ver el cuerpo caído de su padre por fuego de metralla y sobre el cual no hubo piedad para también arrasar con él y con otras personas que bajo el mote de “eran terroristas” fueron ejecutados sin ningún juicio, solo la decisión de quien gobernaba en ese momento y decidió darle carta blanca a militares que dejaron en el tacho las consignas de Francisco Bolognesi.
El negociado político
El “cambalache” político de este indulto es un origen espurio, un negociado perpetrado por Pedro Pablo Kuzcynski y el menor de los Fujimori para salvar su pellejo, uno y para confrontar a su hermana, el otro.
Un indulto que no tuvo reparos en acudir a una junta médica que trastocó su profesionalismo, un indulto a cambio de ofrecimientos por votos para evitar una vacancia. Ese indulto que al final no sirvió de nada porque el fujimorismo tumbó a Kuzcynski cuando quiso a pesar que él renuncio.
Ese indulto nació sucio y siguió así. En el 2022 un Tribunal Constitucional con varios magistrados con simpatías naranjas respondió a un Habeas Corpus que intentó ser aprobado en una región, pero no contaron con que había un juez que sí respetó las normas y lo rechazó. El mismo indulto que hoy, un año después es utilizado por otros magistrados que se encierran para tomar decisiones a espaldas de su propio pleno y en medio de una crisis política donde las aristas de una triada convenida por la impunidad intenta salvar sus espacios de poder.
Resulta sintomático, que mientras la fiscal de la Nación (acusada de ser cabecilla de una organización criminal) defendida por apristas que están siendo investigados precisamente por la institución que esta señora dirige, se lance esta bomba atómica, esta “vieja confiable” del indulto y desarme todo lo que estamos siguiendo en medio de esta coyuntura golpeada, dura, que no suaviza desde aquel 2016 cuando Keiko Fujimori decidió que lo más importante era “su triunfo robado” por encima de cualquier bienestar como país.
Y mientras todo esto pasaba, la señora Boluarte celebraba con los bomberos, comiendo ceviche en Chorrillos celebrando que es nuestro plato bandera y codeándose con otras personas en un evento en el Jockey… mientras el presidente (del consejo de ministros) definía que este gobierno iba a patear todo lo establecido.
Y que no sorprenda que junto al canciller negacionista que tenemos, terminemos renunciando a la Convención y a la Corte. Que no sorprenda este país.
* Periodista y analista de UCI Noticias y Viva TV, Otra Mirada, Espacio Libre
Otra mirada