Por Daniel Kersffeld
8 de diciembre de 2023
Imagen: AFP
Más allá del triunfalismo que pretende evidenciar, en la actualidad el gobierno de Volodímir Zelenski se encuentra cada vez más debilitado en su relación con las grandes potencias occidentales. Su próxima presencia en Buenos Aires en la asunción del gobierno de Javier Milei tendrá entre sus principales objetivos recuperar parte de su alicaída imagen y proyectar su impronta como estadista global, sólo que ahora rodeado de mandatarios latinoamericanos.
En gran medida, el principal problema del gobernante ucraniano está en el campo militar, ya que la contraofensiva lanzada por Kiev a mediados de este año en contra de Moscú no ha generado éxitos militares de relevancia ni mucho menos ha logrado sus objetivos centrales de recuperación de territorios en el este y el sur.
En consecuencia, y desde hace meses, varios gobiernos europeos y, especialmente, el de Estados Unidos, evidencian un creciente agotamiento en los frecuentes y voluminosos envíos de armas y de recursos militares frente a un conflicto que parece no tener fin y en el que además han abundado las denuncias sobre corrupción y desvío de fondos y pertrechos.
Por otro lado, el ataque terrorista de Hamas contra Israel y la posterior ofensiva bélica contra Gaza, terminaron por rebajar el perfil de la disputa en Ucrania y por incentivar una competencia por recursos cada vez más escasos a favor de aquellos conflictos internacionales que acaparan una mayor atención tanto en la opinión pública como, en general, en la clase política estadounidense.
De ahí que, más allá de la crisis abierta en Medio Oriente, un sector creciente de legisladores, principalmente del Partido Republicano, ha puesto en cuestión el envío de recursos económicos a Ucrania frente a otros escenarios que, según su parecer, requerirían un urgente apoyo defensivo ante la posibilidad de que devengan en nuevas guerras o en conflictos abiertos.
Según esto opinión, es lo que podría ocurrir en Taiwán frente a China, o en la frontera con México, desbordada tanto por la incontenible inmigración latinoamericana como por el aparentemente irrefrenable tráfico de fentanilo que está provocando una verdadera crisis en el sistema de seguridad estadounidense.
Con un menor apoyo económico y político por parte de Estados Unidos, y frente a la posibilidad de que un eventual triunfo de Donald Trump en las próximas elecciones presidenciales a fines de 2024 termine por disminuir la participación de Washington en la OTAN, hoy Ucrania opta por la labor diplomática antes que por el despliegue bélico.
En este momento, y debido al disminuido apoyo de los gobiernos de la alianza atlántica, el interés prioritario de Ucrania es lograr el apoyo de los países del Sur Global. O al menos, que sus gobiernos enfríen al máximo sus relaciones con Rusia y mantengan un equilibrio entre las dos naciones en pugna.
Dentro de esta estrategia global, el gobierno ucraniano percibió con importante expectativa el triunfo electoral de Javier Milei en Argentina, imaginando incluso que podría establecerse un nuevo eje de diálogo internacional a partir de la confluencia entre Buenos Aires y Kiev, en una relación claramente apadrinada desde Washington.
Como un primer efecto del afianzamiento de las relaciones bilaterales entre Argentina y Ucrania, se favorecerían tanto las visitas presidenciales en reciprocidad como la profundización de las relaciones económicas, por ejemplo, apuntando a una mayor cooperación comercial y a la constitución de un foro empresarial entre los dos países.
Sin embargo, la intención mayor de Zelenski sería la de sumar a Milei como un aliado estratégico en el conflicto contra Rusia.
En este sentido, se considera además que ya bajo el nuevo gobierno de derecha, Argentina podría sumarse a dos iniciativas promovidas desde el gobierno ucraniano y alejadas de cualquier atisbo de neutralidad: la Fórmula de la Paz y la Cumbre de la Paz Global, que tendrá lugar en el primer semestre de 2024.
La pretensión de un alineamiento incondicional hacia los Estados Unidos alimenta también las expectativas de que desde Buenos Aires se apoye el régimen de sanciones internacionales contra Rusia, que no sólo no ha conseguido debilitarla, sino que además terminó perjudicando a buena parte de los países de Europa Occidental, entre otros aspectos, frente a la escasez creciente de recursos energéticos.
De igual modo, Zelenski espera que Argentina apoye la introducción de un mecanismo de compensación para cubrir los daños causados a Ucrania y que hoy moviliza a las grandes potencias de la OTAN en su interés por obtener ganancias a expensas de Rusia y a partir de lo que consideran como un justo resarcimiento frente a los gastos causados por el conflicto.
Por otra parte, el régimen de Zelenski busca el establecimiento de un tribunal especial para juzgar a Vladimir Putin como criminal de guerra, una iniciativa que ya cuenta con la colaboración de dos países latinoamericanos, Guatemala y Costa Rica, aunque cobraría un mayor impulso a nivel regional si además se incorporara Argentina.
Pero la mayor apuesta de Kiev es que Argentina asuma el liderazgo regional para la organización de una cumbre entre Ucrania y América Latina, bajo la creencia de que, con claro apoyo estadounidense, la diplomacia del nuevo gobierno de Milei será efectiva a la hora de encolumnar la voluntad de los gobiernos de la región a favor de Zelenski y en contra de Putin.
No casualmente y, pese a varios intentos, la prédica del gobierno ucraniano contra Moscú nunca pudo hacer pie en el contexto latinoamericano, pese a diversos mecanismos de seducción y de presiones políticas y económicas operadas desde Washingtony que, entre otros aspectos, buscaron proveer de armas a Ucrania o, directamente, la ruptura de relaciones con Rusia.
Aun con sus diferencias ideológicas y en medio de las tensiones entre gobiernos de distinto signo político, existe la coincidencia en que América Latina debe ser una región de paz y que esta condición debe ser preservada de manera excluyente, más aún, frente a conflictos lejanos y sin contacto con nuestra realidad más inmediata.
Para Argentina sería altamente riesgoso incorporarse a una disputa ajena no tanto por la búsqueda de paz sino para obtener un guiño favorable por parte del gobierno de Joe Biden. Más aun si se toma en cuenta que la reciente gira por Estados Unidos no alcanzó a disipar las dudas y temores que la administración demócrata tiene hacia Javier Milei, a quien se percibe como excesivamente cercano a figuras controversiales como la del expresidente republicano Donald Trump.
El conflicto en Ucrania transcurre bien lejos: nadie realmente sabe cuando terminará, para buena parte de la clase política estadounidense ya se ha convertido en una carga demasiado onerosa y, a estas alturas, sin ninguna garantía del triunfo de Kiev, lo que hasta hace pocos meses se consideraba inevitable. Apenas algunas variables que el nuevo gobierno en Argentina debería tomar en cuenta a la hora de trazar su propia estrategia en política exterior.