MONTEVIDEO (Other News/Eduardo García Granado* – Diario Red)
07.01.2025
Foto: Sputnik
Estratégicamente decisivo y muy beneficioso en clave económica, Groenlandia está entre ceja y ceja del expansionismo trumpista.
Groenlandia es noticia... y no es para menos. La insistencia de Donald Trump por anexionarse este territorio insular situado en el océano Glacial Ártico no ha de tomarse a la ligera. Es innegable que el presidente electo de Estados Unidos realiza asiduamente comentarios fuera de tono, exageraciones y bravuconerías; la propuesta de anexionar Canadá es una de ellas, sin ir más lejos. No obstante, el caso de Groenlandia es distinto, mucho más serio y estructural, y es probable que sus cerca de sesenta mil habitantes muevan ficha.
No es la primera vez
Donald Trump ya mostró su interés en el suelo groenlandés durante su primer mandato. En esta ocasión, la justificación esbozada por el magnate no dejaba lugar a dudas: "Para fines de seguridad nacional y libertad en todo el mundo, los Estados Unidos de América consideran que la propiedad y el control de Groenlandia es una necesidad absoluta", dijo en su cuenta de Truth. El dato de que la isla posee uranio, zinc, oro y uno de los más notables registros de tierras raras en la Tierra se le pasó por alto en el posteo.
A medida que el deshielo ?provocado por el cambio climático que el propio Donald Trump niega? avanza, se abren nuevas rutas marítimas en el entorno de Groenlandia, lo que innegablemente eleva el valor estratégico del territorio. Probablemente por ello, la posición danesa no ha cambiado. En 2019, previo a una visita oficial al reino, Trump (por entonces presidente) solicitó conversaciones con Mette Frederisken, primera ministra, y con la reina Margrethe II, en torno a la posibilidad de una compra-venta de Groenlandia. Las mandatarias escandinavas se negaron, y Trump canceló su visita, precipitando la primera crisis entre Washington y Copenhague al respecto de la cuestión groenlandesa.
El agravio colonial es percibido con nitidez por el gobierno groenlandés, complicando además la relación entre Nuuk y el gobierno danés. Ya en 2019, la respuesta política desde la isla fue frontalmente anti Trump y, fundamentalmente, autocentrada. No solo no se discute la independencia isleña respecto a Estados Unidos, sino que las pretensiones norteamericanas refuerzan la tendencia soberanista del territorio. En este sentido, algo de contexto: dos fuerzas independentistas escoradas a la izquierda, Inuit Ataqatigiit y Siumut, concentran casi el 70% de los votos en Groenlandia y ostentan con mayoría absoluta el gobierno.
Mute Egede, su primer ministro, ha reprochado la postura colonial estadounidense y ha defendido "eliminar los grilletes del colonialismo". "Ya se ha comenzado a trabajar para crear el marco para Groenlandia como estado independiente. Es necesario tomar medidas importantes. El próximo período electoral debe, junto con los ciudadanos, crear esos nuevos pasos". De esta forma, Dinamarca se suma a la lista de países europeos que se han visto afectados por la política exterior norteamericana. Por supuesto, tampoco en esta ocasión se ha producido una reflexión de fondo entre las élites danesas sobre los vínculos con Washington, más allá de una crítica específica a las declaraciones de Trump.
Por qué Trump quiere Groenlandia
Desde la perspectiva de una potencia imperialista que busca sostener su rol de hegemón en declive, lo cierto es que Estados Unidos tiene motivos para interesarse en una anexión de Groenlandia. Por supuesto, la mera enunciación pone en jaque los consensos mínimos del orden internacional y del respeto mutuo entre Washington y sus asociados europeos en Escandinavia, pero eso hace ya mucho tiempo que dejó de ser relevante. Ucrania, Gaza, Panamá, Siria, Venezuela y otros tantos ejemplos lo hacen evidente. Se trata de geopolítica; en particular, de hard power... y, en ese ámbito, Estados Unidos conserva buena parte de su poderío (a diferencia de en la economía o el soft power).
Casi inhóspita, y cubierta casi en un 90% por hielo, Groenlandia solo puede albergar vida humana en sus costas, y ciertamente las condiciones requieren de una infraestructura muy costosa. Aun así, se trata de un territorio al que no le han faltado pretendientes a lo largo de los últimos siglos. Tras siglos de expediciones y habiendo sido el hogar de pueblos árticos durante mucho tiempo, el siglo XIX vio el definitivo control de Dinamarca sobre Groenlandia. Noruega reclamó durante mucho tiempo la soberanía, aunque la Corte Internacional de Justicia puso fin a esta pretensión en 1933.
Desde entonces, el reino de Dinamarca ha sostenido una particular relación con los groenlandeses, quienes han pugnado por mayores cuotas de autonomía hasta la actualidad. En cualquier caso, la Segunda Guerra Mundial evidenció el potencial estratégico de Groenlandia, un hecho que ni Trump ni la élite estadounidense pasan por alto. Canadá y Estados Unidos establecieron bases militares allí durante la contienda y, a lo largo de la Guerra Fría, fue innegable su importancia para el control logístico y como punto de observación de misiles balísticos intercontinentales; algo que también ocurre con la Antártida.
De cara a la intensificación de la agresividad imperialista de Washington en los próximos años, así como del Pivot to Asia ?es decir, la estrategia por la que se defiende poner el foco en la presión contra China y en la que coinciden demócratas y republicanos?, Groenlandia puede ser crucial. Hasta el 50% de las tierras raras, decisivas para la fabricación de numerosos productos tecnológicos determinantes en las telecomunicaciones o la transición energética, se encuentran en la isla. Es un sector que, además, actualmente domina Pekín.
De esta forma, Groenlandia adquiere otra dimensión para Trump: a Estados Unidos ya no le basta un acceso "privilegiado" a los recursos de la isla; necesita un control total. El retorno de las formas imperialistas "clásicas" en Panamá o Groenlandia va de esto. Por supuesto, Estados Unidos ya dispone de un estatus de dominancia en el canal de Panamá o en los recursos groenlandeses, pero el auge chino (que Washington no es capaz de impedir) exige más control, más poder y más agresividad.
El cambio climático juega a favor de las pretensiones trumpistas en este punto. La pérdida de capas de hielo facilita el acceso a los recursos mineros de la isla, así como "mejora" las vías marítimo-comerciales de Groenlandia. A ello ha de sumarse la disponibilidad de ingentes reservas de petróleo y gas natural cuasi vírgenes en las inmediaciones de este gigantesco territorio insular.
Recursos energéticos, tierras raras e importancia estratégica: motivos más que suficientes para que Estados Unidos pose sus pretensiones sobre Groenlandia. Lo llamativo es, una vez más, la perspectiva escandinava y europea. La subordinación al proyecto imperialista colectivo liderado por Estados Unidos siempre tuvo sentido, en tanto respetaba y hacía valer los intereses económicos del Viejo Continente reduciendo las exigencias militares. Sin embargo, pierde cada vez más su sentido. Ucrania evidenció que Washington era un riesgo para la seguridad europea, Gaza clarifica la inviabilidad del faro "moral" occidental y Groenlandia deja a las claras que Estados Unidos está dispuesto a agredir territorialmente los actores del Viejo Continente.
*Politólogo y maestrando en Relaciones Internacionales. Miembro de Descifrando la Guerra. Colaborador e invitado en varios medios escritos y audiovisuales como analista internacional. Escribo sobre la península de Corea, Argentina y América Latina.
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